b) El Primer Jinete y la Bestia del Mar
“Y vi cuando abrió el Cordero uno de los siete Sellos y oí uno de los cuatro Vivientes que decía, como con voz de trueno: “Ven”. Y vi y he aquí un caballo blanco y el sentado sobre él tenía un arco y se le dio una corona y salió venciendo y para vencer” (Apoc. VI, 1-2).
Desde que se abre el rollo, resuena un trueno, un llamado: “¡Ven!”; pero no se trata de Cristo aquí, como piensan tantos exégetas, tanto católicos como protestantes. ¿No es profundamente lamentable ver vestido a Cristo con los atributos del que “imita”?[1] El diablo es astuto y logra así hasta este punto enturbiar el sentido de la Palabra de Dios[2].
Pero no, se trata ciertamente del Anticristo, del “jefe”, del “naghid” de Daniel, aquel que viene primero como pacificador, que reunirá bajo su autoridad a las naciones admiradores de su genio. Entonces le será concedida la corona de los vencedores.
Sólo el carácter real del jinete, montado en un caballo real -la montura blanca- podría hacer pensar en Cristo, que aparece al final de la visión apocalíptica, también sobre un Caballo blanco, con la cabeza coronada de diademas. Pero, a causa incluso de la parodia, se debe descartar definitivamente la duda. El primer jinete es, además, seguido del segundo: “La guerra”, del tercero: “El hambre”, del cuarto: “La peste y la muerte”.
Cuando Cristo vuelva, con la espada en la boca, la espada de la Palabra de Dios será para el juicio, y su acción será esencialmente en relación con la paz.
El Anticristo, el jinete poderoso, cubrirá pues a Israel con su poder. Israel confiará en él, hará alianza con él. Pero cuando se ofrezcan de nuevo los sacrificios en el Templo reconstruido, ¿es que muchos piadosos fieles no pensarán que aquel que conduce al mundo es el Mesías venido a la tierra?