sábado, 28 de mayo de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Segunda Parte, Alrededor de la Cosecha

 SEGUNDA PARTE 

1. Alrededor de la Cosecha 

La Iglesia, que es la Esposa celestial de Cristo, el Cuerpo de Cristo, constituye, por su puesta aparte de Israel y las Naciones, una agrupación. ¡Es la fuerza que se opone a la descendencia de la Serpiente, esperando que Israel retome su gran misión! 

Lo que quisiéramos remarcar, antes que nada, es que en los últimos tiempos todos los movimientos sociales y políticos tendrán una tendencia al colectivismo, a la agrupación, mientras que el espíritu de separatismo intentará disociarlos. 

Ahora bien, esta fase de la evolución de la humanidad, de la que no podemos hablar más que a la luz de la profecía, será regida por dos leyes que se oponen: agrupación, reunión, pero también separación, puesta aparte de uno o varios “restos”. 

Vamos a asistir a congregaciones masivas y, al mismo tiempo, a separaciones profundas, para desembocar en el gran enfrentamiento de las dos agrupaciones en la última guerra de nuestra era: uno se concentrará alrededor del Anticristo y otro detrás de Cristo, rodeado de ejércitos celestiales (Apoc. XIX, 11-15). 

El simbolismo de la cosecha, escogido por los profetas (Is. XXVII, 12), por el mismo Jesús (Mt. XIII, 36-43), por Juan en el Apocalipsis (XIV, 14-16), coloca a viva luz esta oposición característica del fin: la congregación y la separación. 

Los segadores reúnen las espigas cortadas y las atan. Dos separaciones: primero, del trigo y la cizaña; y luego, de la buena semilla y de la paja. Y un doble agrupamiento, con fines diferentes: el de la buena semilla para ser puesta en el granero, y el de la paja para ser quemada. 

El desarrollo de una siega con gestos renovados de separación y de reunión sucesivos, suprime toda mezcla. 

Lo mismo en los días que vienen, todos deberán tomar posición. Ya no existirá ese compromiso en donde al bien se lo llama mal, y al mal bien, no más mezcla entre los buenos y los malos. 

Ya asistimos, en la política mundial, en la alianza de los pueblos, a la preparación de los grandes agrupamientos futuros, a las tomas de posición cada vez más manifiestas.

martes, 24 de mayo de 2022

Instrucción sobre el Talmud, por P. Drach, Rabino converso (XIII de XIV)

§ VII 

LOS GAONÏM 

A los seburaïm les sucedió una nueva serie de doctores llamados gaonïm (plural de gâon, ilustre, excelente, señor). De entre ellos, como de sus predecesores, los seburaïm, los emoraïm, los tanaítas, se eligieron los líderes de la nación. Dado que en su época los judíos estaban exiliados de su país, estos jefes fueron llamados ecmalotarcas, término griego que significa príncipes del cautiverio, así como los rectores de las academias talmúdicas de Soria y Pombedita, en Babilonia. 

Los ecmalotarcas afirmaban, con o sin razón, ser de la casa de David: ejercían su autoridad bajo la protección y el beneplácito de los reyes de Persia. 

Con el último gâon, el famoso R. Haï, las academias babilónicas desaparecieron. El poder ecmalotárquico terminó al mismo tiempo con la muerte de Ezequías, nieto de David-ben-Zaccai, de raza real, que había sido privado de la vida por el rey de Persia hacia el año 1005 de la era cristiana. A partir de ese momento, los mayores doctores de los judíos y sus escuelas más renombradas se encontraban en España. 

DIGRESIÓN SOBRE LA PROFECÍA DE JACOB 

No perdamos la oportunidad de señalar que el cese simultáneo de la ecmalotarquía y del rectorado de las academias orientales destruyó el último subterfugio opuesto por los rabinos a la prueba que resulta de la profecía de Jacob, a saber, que el Mesías debe haber venido ya, y que Jesucristo es el Mesías. 

“No se apartará de Judá el cetro, ni el legislador en su posteridad, hasta que venga (o mejor, sea venido) el Schiloh, שילה” (Gen. XLIX, 10). 

No se puede negar que esta profecía se refiere al Mesías, ya que una de las paráfrasis caldeas más antiguas, la de Onkelós, traduce Schiloh como Mesías[1]. En su paráfrasis, Onkelós se ajustó a la tradición que había aprendido de Shemaïa y Abtalión (38º anillo de la cadena tradicional, de R. Eliéser y R. Joshua[2]). El Talmud, para evitar la consecuencia de esta profecía, que especifica exactamente el momento de la encarnación de nuestro Señor, recurre a la sombra de autoridad que la nación judía conservó en Babilonia en su época. 

"El cetro no se apartará de Judá; son, dice, los ecmalotarcas, príncipes del cautiverio, en Babilonia, quienes tienen el cetro de Israel; y el legislador en su posteridad, son los descendientes de Hillel[3] quienes enseñan la religión a la multitud[4]". 

viernes, 20 de mayo de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Hasta que Él venga (II de II)

 Si “la magnificencia de los reinos” está destinada “al pueblo de los santos del Altísimo” (Dan. VII, 27), debemos anunciar ahora la Pasión de Cristo para nuestra vida “hasta que Él venga”, y desarrollarnos, pues, espiritualmente en conformidad con su vida terrestre; sobrellevar el peso, las pruebas, a veces las alegrías y a menudo los sufrimientos, pero también crecer en conformidad con su vida celestial y tomar parte, por la fe y el amor –por la Iglesia, que es su Cuerpo– en su gloria actual: 

“Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo” (I Jn. V, 11). 

¡Qué esplendor! El verdadero cristiano, por su bautismo, debe “revestirse de Jesucristo” (Rom. XIII, 14), seguir sus pasos apostólicos y sangrantes, “portar, pues, su semejanza” (I Cor. XV, 49), a fin de alcanzar “la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. IV, 13). Así participará, poco a poco, en su nacimiento, en su vida apostólica, en sus sufrimientos, en su muerte, como ya lo hace en su resurrección, en su ascensión, e incluso en la posesión de su herencia: el trono y el Reino de los cielos.

Los misterios vividos por Cristo en el pasado son, pues, actualmente nuestros “hasta que Él venga”. Se debe establecer una unidad admirable, nos debe fundir una fusión indisoluble en y con Cristo, a fin de desenrollar, al igual que Él lo hizo, la primera parte del rollo del Libro.

Los patriarcas, los reyes, los profetas, fueron figuras, signos, testigos del Mesías que debía venir. ¿Acaso no eran, como hemos visto, “un rollo vivo” lleno de esperanza? Fueron como un puente construido entre Adán pecador y el segundo Adán en su Primera Venida. ¿No tendremos que ser, pues, los testigos de su Segunda Venida, “hasta que Él venga”, puentes construidos entre su primer “he aquí que vengo” y el segundo, por medio de nuestra vigilancia? ¡Velad! 

lunes, 16 de mayo de 2022

Instrucción sobre el Talmud, por P. Drach, Rabino converso (XII de XIV)

 SERIE DE DOCTORES ÉMORAIM Y CONTINUACIÓN DE LA CADENA TRADICIONAL 

R. Judá, el autor de la Misná, transmitió la tradición a 

34. Rab, a Samuel y a Johhanan. Este último es el autor del Talmud de Jerusalén, del que ya hemos hablado. 

Estos tres entregaron a 

35. Rab Hanna. Este último entregó a 

36. Rabba bar Hhana. Este a 

37. Raba, hijo de José. Este a 

38. Rab Asschi, el autor del Talmud de Babilonia. Este a 

39. Marêmar y Mar, este último hijo de Rab Asschi, que completó el Talmud de Babilonia. 

FIN DE LOS TRADICIONISTAS 

SERIE SEBURAIM, (PLURAL DE SEBURAI) 

Aunque el Talmud se cerró bajo los últimos emoraïm, apareció una nueva serie de doctores llamados seburaïm, es decir, opinadores. En nuestra opinión, se llamaron así porque toda la tradición, o la llamada tradición[1], habiendo sido escrita y entregada a la custodia de toda la nación por la publicación del Talmud, a la que no se debía añadir nada en adelante, los doctores ya no estaban obligados a enseñar la tradición, como hicieron sus predecesores los profetas, los tanaítas y los emoraïm. En sus lecciones debían limitarse a exponer sus propias opiniones sobre el significado de tal o cual punto del código religioso. Sin embargo, algunas de sus enseñanzas acabaron por introducirse en el texto del Talmud. Estas fueron las últimas incorporaciones. De este modo, se puede decir que, después de los seburaïm, que sólo duraron unos sesenta años, hubo un segundo y último cierre del Talmud, un poco después de la mitad del siglo VI. 

Basnage dice que los seburaïm eran una secta disidente de la sinagoga, una especie de pirronianos que, rebeldes a la autoridad docente, argumentaban a veces a favor y a veces en contra, y que no sabían dónde detenerse; en una palabra, verdaderos protestantes. Los representa como odiosos para sus compatriotas debido a sus continuas dudas, y atribuye a esta circunstancia la razón que impidió la inserción de sus sentencias en el Talmud. Todas estas afirmaciones son erróneas. 

Es cierto que Basnage cita una autoridad en apoyo de esta extraña afirmación; pero los verdaderos estudiosos no deben admitir sin examen cualquier autoridad, cualquier cita. Basnage, demasiado ocupado en lanzar insípidas líneas contra nuestra santa Iglesia católica, de la que hace malamente una especie de sinagoga farisaica, porque respeta la tradición, no pensó en estudiar a fondo la historia de los judíos que se había comprometido a tratar: ésta fue la fuente de sus numerosos errores. Los seburaïm estaban tan poco separados de la sinagoga, que dieron líderes a la nación judía y a las famosas academias de Soria y Pombedita. Si Basnage hubiera conocido realmente el Talmud, como da a entender, no habría ignorado que los nombres de varios seburaïm aparecen efectivamente en él, especialmente los de R. Ahha y R. Abahu, ambos conocidos seburaïm. 

No es necesario preguntar si en nuestros días, cuando se hacen tantos libros de los libros, se ha repetido, según Basnage, que los seburaïm eran una secta herética de la sinagoga. Entre los recopiladores que se han dejado llevar por esta trampa, vemos a un escritor que, hace unos quince años, anunció profusamente una traducción completa al francés del Talmud de Babilonia, traducción que, por supuesto, todavía se espera y se esperará hasta el fin de los siglos. Los intentos de versiones latinas que tenemos de algunas partes del Talmud demuestran que este código, en su totalidad, no es traducible: especialmente, no al francés.


 [1] Ponemos esta restricción, para excluir las falsas tradiciones mezcladas con las buenas por los fariseos.

jueves, 12 de mayo de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Hasta que Él venga (I de II)

   15. Hasta que Él venga 

Cristo vino a desenrollar el Libro, cumpliendo perfectamente las profecías sobre su vida terrestre y los comienzos de su vida gloriosa. Subió al Padre, donde intercede por nosotros (Heb. VII, 23-25). Sacerdote según el orden de Melquisedec (Sal. CIX, 4), permanece en una espera gloriosa y desea inmensamente que venga la hora de su retorno a la tierra para establecer el Reino perdido por Adán, arrancar a la descendencia de la Serpiente su presente dominio. 

El Diablo intentará, por todos los medios, retardar la Parusía, que es para él el tiempo de la derrota y de su encadenamiento (Apoc. XX, 1-3). 

Desde que Jesús subió al cielo, el rollo del Libro permanece abierto, pero el desenvolvimiento está suspendido “hasta que Él venga”. Es en función de Israel que el rollo se despliega o se cierra; es en función de Israel que Jesús dijo su primer “he aquí que vengo” y que dirá su segundo “¡he aquí que vengo!”. 

Entre las dos partes del Libro, las profecías cumplidas y consumadas por la palabra de Jesús en la cruz (“se ha cumplido”) y las profecías que se deben cumplir (cuyo sello será también “se ha cumplido”, o “hecho está”), se coloca un espacio blanco donde podríamos escribir estas palabras: “Vigilad” y “Hasta que Él venga”. 

Es el tiempo de la Iglesia. 

Israel está disperso y como dejado de lado; aunque, sin embargo, no está suprimido. 

Por lo tanto, se ha abierto un magnífico paréntesis, el gran misterio “escondido desde los siglos en Dios” (Ef. III, 9) y que san Pablo tuvo como misión hacer conocer a la Iglesia, cuerpo de Cristo. Este misterio es la gloria de Dios, de su Hijo, esperando su regreso. 

La Iglesia está unida de tal forma a su Cabeza que no hace más que uno con Él; y nosotros, cristianos, que vivimos de su vida, somos sus miembros, no formando con Él más que un cuerpo, una unidad, una plenitud... a fin de aparecer con Él, en la gloria, cuando vuelva (Col. III, 4). 

Mientras el rollo está suspendido en su desenvolvimiento, Israel, las Naciones y la Iglesia están en la tierra. 

Israel dispersado retomará más tarde su misión. 

Las Naciones, sobre las cuales Israel jugará un rol de primer plano al comienzo del Reino, en la actualidad no están sometidas a la ley de Dios debido a sus principios de laicidad, o de división, o de paganismo. 

La Iglesia, que está fuera de Israel y de las Naciones, cuya misión es celestial, y que se une desde ahora en los cielos con Cristo, su Esposo, está separada. Verdaderamente podemos decir: 

sábado, 7 de mayo de 2022

Instrucción sobre el Talmud, por P. Drach, Rabino converso (XI de XIV)

 ANTIGÜEDAD DEL TALMUD 

No es raro que los sabios argumenten la fecha de cierre del Talmud para considerar este código como una obra casi moderna. No prestan atención al hecho de que las tradiciones contenidas en el Talmud, salvo las falsas que remitimos a los fariseos, se remontan a la más alta antigüedad. Hemos visto que San Hilario, tan erudito en las cosas hebreas, reconoce, al igual que los rabinos, que Moisés es la cabeza y el primer anillo de la cadena de la tradición oral, y que esta tradición, que llegó hasta la época en que el Verbo Encarnado conversó entre los hombres, recibió el sello de la más imponente autoridad por estas divinas palabras: Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Unos seiscientos años antes de la publicación del Talmud, Nuestro Señor Jesucristo habla de estas tradiciones, cita muchas de ellas o alude a ellas. Muchas de las parábolas del Evangelio se leen en el Talmud, con algunas variaciones, porque, ya populares, el divino predicador las recordaba a sus oyentes y las adaptaba a su doctrina de vida. Sería como sostener que los usos y costumbres de un país datan sólo del momento en que alguien publicó una colección de ellos. 

MÉRITO RELATIVO DE LA MISNÁ Y LA GUEMARÁ 

Por poco que se comparen la Misná y la Guemará, se verá que R. Judá ha aportado a la composición de la primera un cierto espíritu crítico en la elección de las tradiciones, mientras que los autores de la segunda lo han amontonado todo indiscriminadamente, en la supersticiosa opinión de que la más insignificante afirmación en boca de un doctor judío tiene una virtud intrínseca y es digna de la más seria meditación de un judío devoto, por más fútil y gratuita que parezca al principio. También hay que señalar que el cristianismo, al convertirse en la religión dominante del Imperio Romano tras la muerte de R. Judá, amargó, por su mismo éxito, el espíritu de los fariseos, sus enemigos desde el principio, y les instó a alterar aún más las tradiciones de la sinagoga, e incluso a suponer incluso falsedades, con el fin de perpetuar el odio contra los cristianos que ya animaba tanto a sus sectarios, y especialmente contra aquellos hermanos suyos que, al profesar el cristianismo, perseveraban en la verdadera religión de sus padres de la antigua sinagoga, mientras que ellos los consideraban horribles apóstatas a los que es meritorio ante Dios perseguir hasta la muerte; y no dejaron de hacerlo en ocasiones. Fue en favor de éstos que se insertó en el servicio ordinario de la sinagoga la famosa imprecación llamada birhhat hammînim[1]. 

En la Guemará hay al menos cien pasajes que atacan la memoria de nuestro adorable Salvador, la pureza más que angelical de su divina Madre, la Inmaculada reina del cielo, así como el carácter moral de los cristianos, a los que el Talmud representa como entregados a los vicios más abominables. Hay pasajes que declaran que los preceptos de justicia, equidad y caridad hacia el prójimo no sólo son inaplicables al cristiano, sino que son un crimen para quien actúe de otra manera[2]. En la Misná, apenas encontramos cuatro o cinco de estos pasajes impíos, odiosos y atrozmente intolerantes; aun así, se conserva una cierta mesura en las expresiones. En la edición del Talmud que Froben, impresor de Basilea, realizó en 1581, los censores Marcus Marinus, Italus Brixiensis, Petrus Cavallerius, suprimieron los principales pasajes que acabamos de mencionar, así como todo el tratado Aboda-Zara (sobre la idolatría). Es bien sabido que los rabinos consideran a los cristianos como idólatras porque adoran a Jesucristo con culto de latría, y a la Santísima Virgen y a los demás santos con dulía[3]. Pero algún tiempo después, los judíos restablecieron todas las supresiones hechas en Basilea en una edición que publicaron en Cracovia. Sin embargo, estos pasajes restablecidos, al haber despertado la indignación de los hebraístas cristianos, el sínodo judío, reunido en Polonia en 1631, prescribió su supresión en las ediciones que se harían posteriormente, mediante su encíclica hebrea, de la que transcribiremos el siguiente pasaje: 

martes, 3 de mayo de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Mas en cuanto al día aquel y a la hora... (III de III)

 c) “Al cabo de mucho tiempo... volvió” 

“Un hombre de noble linaje se fue a un país lejano a tomar para sí posesión de un reino y volver... Ahora bien, sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron una embajada detrás de él diciendo: “No queremos que este hombre reine sobre nosotros” (Lc. XIX, 12-14). 

“Este hombre” es Jesús. Se va a un país lejano; vuelve al Padre, a fin de hacerse investir de la realeza y volver luego a reinar, pero al cabo de mucho tiempo, leemos en San Mateo (XXV, 19). 

Pero antes de su partida, este príncipe heredero había entregado diez minas a diez de sus siervos, una a cada uno, diciéndoles que las hicieran fructificar hasta que volviera. En su ausencia, algunos temieron su retorno y su autoridad real. Entonces se envió una embajada para hacerle conocer su oposición: 

“No queremos que este hombre reine sobre nosotros”. 

Este odio, el de los conciudadanos de Jesús, ha continuado a través del tiempo. Los espíritus revoltosos, las voluntades pervertidas, no han dejado de repetir: “No queremos que este hombre reine sobre nosotros”. 

“¡Ese hombre!”. Es la palabra de Pedro, que reniega de su maestro; es la de Pilatos mostrándolo ante la turba, que aúlla “he aquí al hombre”, y cuando agrega “es vuestro rey”, los gritos se intensifican: “¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícale!” (Jn. XIX, 14-15). 

El mismo grito resonó desde Samuel y sobre todo desde hace diecinueve siglos: “¡No queremos que este hombre reine sobre nosotros!” y, sin embargo: “Es necesario que Él reine” (I Cor. XV, 25). 

¡Qué discordia entre esos dos deseos que han dividido a Israel y a las Naciones! Unos dicen: “¡No queremos que Él reine!”; la mayoría acepta que reina “espiritualmente”, y solamente algunos, con fe, rezan comprendiendo lo que piden: “Venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. 

La disputa sobre la tierra es animada. El odio y el amor, la indiferencia y la esperanza, libran un violento combate con respecto al Rey que viene. “¡No queremos!”. “¡Ciertamente queremos... pero que no exija tanto...!”. “¡Venga tu Reino!”.