La pesca milagrosa, de Henry-Pierre Picou |
Pero en verdad, nunca olvida la oración de los pobres, ni aleja su rostro de los que en Él esperan. Por lo cual abiertamente dice aquí que los vio fatigarse remando. Los vio, en efecto, el Señor trabajando en el mar, aunque desde la tierra, ya que, si bien parecería que el auxilio de la tribulación se difiere hasta la hora convenida, sin embargo, para que no defeccionen en la tribulación, protege a los suyos por piedad e incluso algunas veces los libera con manifiesta ayuda al vencer las adversidades como pisando y calmando las inmensas olas, como aquí también subsecuentemente se insinúa cuando dice:
Y a la cuarta vigilia de la noche vino a ellos,
caminando sobre el mar. Mas los discípulos viéndolo andar sobre el mar, se
turbaron diciendo: Es un fantasma; y en su miedo, se pusieron a gritar. Pero en
seguida les habló Jesús y dijo: “¡Animo! soy Yo. No temáis”. Entonces,
respondió Pedro y le dijo: “Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las
aguas.” Él le dijo: “¡Ven!”. Y Pedro saliendo de la barca, y andando sobre las
aguas, caminó hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, se amedrentó,
y como comenzase a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Al punto Jesús tendió la
mano, y asió de él diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y
cuando subieron a la barca, el viento se calmó[1].
La cuarta vigilia es la última parte de la noche. Trabajan, pues,
durante todo el tiempo de la oscura noche, mas al acercarse el alba, y al
despuntar el sol y el día eterno cual Lucífero Prometido, vino el Señor
caminando sobre los furores del mar, aunque no es todavía el fin de la
tempestad. Incluso parece crecer, al no reconocer al Señor cuando viene, al
confundirlo con un fantasma, al salir Pedro de su nave como de su sede a
caminar sobre las aguas con temor y finalmente al ya dejarse ver el impetuoso
viento.
Pero Cristo le tendió la mano para que no se sumerja en lo profundo y cuando
ambos, Jesús y Pedro, volvieron a la nave, inmediatamente cesó el viento y como
narra Juan, inmediatamente la nave fue a
la tierra a donde iban (Jn. VI, 21).
Aquí ves la imagen de la
nave apostólica que finalmente llega, al fin del siglo, a la costa de la tierra
de los vivientes. Faltaba prefigurar lo que sucedería al final de esta
felicísima navegación, pasada la noche y llegado el día. Esto está figurado en
la pesca milagrosa que acontece después de la resurrección de Cristo.