3. Nadie os engañe en alguna
manera: si no viniere la apostasía primero y se revelare el hombre de la
iniquidad, el hijo de la perdición;
4. el que se opone y
levanta sobre todo el que se dice Dios o numen; hasta él en el Santuario de
Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios—
Ἀνομίας (iniquidad):
cfr. Mt. VII, 23; XIII, 41; XXIII, 28; XXIV, 12; Rom. IV, 7; VI, 19; II Cor. VI, 14; II Tes. II, 7; Tit. II, 14; Heb. I, 9; X, 17; I Jn. III, 4. En II Tes. II, 10.12: ἀδικίας (injusticia). Ver Zac. V, 6; Mal.
IV,1.
Zerwick (Graecitas,
42):
“Una íntima relación a alguien o algo, en
nuestra literatura (griego bíblico),
si bien no exclusivamente, ciertamente en la mayoría de los casos, se expresa
semíticamente por υἱὸς “hijo”, con genitivo. Este uso ampliado de
la palabra υἱὸς se entiende más fácil donde se trata de la pertenencia
a la persona. Así, “hijo” de alguien se dice de aquel que imita su carácter,
costumbres, razón de obrar y querer y las expresa en su vida. En este sentido
se habla de “los hijos de Abraham” (Gen. III, 7), de “los hijos del
diablo” (Mt. XIII, 38; Hech. XIII, 10. Cfr. Jn. VIII, 38-39) y
sobre todo de “los hijos de Dios” (Mt. V, 9.45)”.
Describe San Pablo en términos muy expresivos la
venida de la apostasía y la revelación del Anticristo, dedicándole a este último aspecto un mayor desarrollo. Luego
veremos por qué.
Straubinger:
“El
hombre de iniquidad (tes anomías), lección preferible a tes hamartías (de pecado), pues coincide
con el “misterio de la iniquidad” (v.
7) ligado íntimamente a él. Judas Iscariote recibe un nombre semejante en Jn.
XVII, 12. Es creencia general que se trata del Anticristo, si bien
algunos dan este nombre a la bestia del
mar (Apoc. XIII, 1 ss.) y otros a la bestia de la tierra o falso profeta
(Apoc. XVIII, 11 ss.). Se discute si será una persona singular o una
colectividad. En todo caso parece que ésta necesitaría siempre de un caudillo o
cabeza que la inspirase y guiase. Pirot, después de recordar muchos
testimonios y especialmente el de S. Agustín que trae como definición
del Anticristo “una multitud de hombres que forman un cuerpo bajo la dirección
de un jefe” (cf. Dan. IX, 26), concluye que “el adversario es una serie ininterrumpida de agentes del mal que se
oponen y se opondrán a la doctrina y a la obra de Cristo desde la fundación de
la Iglesia hasta el último día”.
Véase I Jn. II, 18-19.; IV,
3; II Jn. 7; II Ped. III, 3; Jud. 18; Mt. XXIV, 24”.