lunes, 29 de noviembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Ley que conduce a Cristo (III de III)

 b. El Sacerdocio de Aarón 

Ahora bien, la ejecución de esta minuciosa legislación le fue confiada al sacerdocio de Aarón, asistido por la tribu de Leví. 

El rol del sacerdote es primordial en el código sinaítico. Es alrededor de él que se cristaliza todo para el ejercicio del culto, y para la ejecución de las obligaciones rituales, que comprende tanto los sacrificios, las ofrendas, los diezmos, como las enfermedades y la lepra. 

“Tendrás al sacerdote por santo, porque él es quien presenta el pan de tu Dios; por tanto, será santo para ti; pues santo soy Yo, Jehová, que os santifico” (Lev. XXI, 8). 

El sacerdote es el “puente” que une la debilidad del pueblo, las faltas colectivas e individuales, con Dios ultrajado. Es el mediador que intercede, el abogado que defiende una causa a menudo desesperada, el juez y el intérprete de la ley. 

El esplendor sacerdotal debía irradiar con sus rayos la vida de Israel a la espera del único Gran Sacerdote, el Mediador Soberano, nuestro Abogado perfecto ante el Padre: Cristo. 

Pero tocamos aquí uno de los fracasos más profundos de la Ley y una de las más grandes victorias satánicas. 

Satanás sabe que la autoridad sacerdotal es un formidable poder creado por Dios contra él y, por lo tanto, la va a atacar inmediatamente y se va a esforzar por arruinarla a los ojos del pueblo. 

Ya tiene su plan. Moisés no está; ¿no será posible seducir a Aarón, el sumo sacerdote, y hacerlo erigir un ídolo en lugar de Dios?... Me haré adorar por el pueblo, alegrándolo por medio de danzas y vino. 

Moisés estaba siempre en la montaña con Dios. Cansado por su ausencia, el pueblo le pidió entonces a Aarón que le hiciera “un dios que vaya delante de nosotros”. Aarón, sin duda por miedo, aceptó fundir un becerro de oro a imitación del buey Apis de Menfis o de Mnevis, más conocido por los hijos de Israel, que se adoraba en On. Construyó además un altar y clamó, como para excusarse: 

“Mañana habrá fiesta en honor de Jehová” (Ex. XXXII, 1-6). 

viernes, 26 de noviembre de 2021

El Tiempo legítimo de la Inmolación de ambos Corderos: El Típico y el Verdadero, por Fray Luis de León (IV de XVI)

  Para hacer la cosa más inteligible, reconstituyo en dos palabras toda esta historia conforme a los principios que he establecido y a las pruebas que he aportado. 

Al planear Moisés hacer salir cuanto antes a los Hebreos de Egipto, ordenó que cada padre de familia a la cabeza de todos los de la casa, inmolase un Cordero al comienzo del día catorce que comenzaba a la noche, que todos lo comieran con ciertas ceremonias que les señaló, a saber, que lo comieran de pie, teniendo los bastones en la mano, equipados como viajeros listos para ponerse en camino, que lo comieran con hierbas amargas y con pan sin levadura. Les ordenó además que tiñeran las puertas de sus casas con la sangre del Cordero, y que permanecieran encerrados en sus casas, porque a medianoche el Ángel del Señor iba a pasar para matar a los primogénitos en todas las casas cuyas puertas no estuvieren teñidas con la sangre del Cordero. Lo cual sucedió, en efecto, a la medianoche. Los egipcios, aterrorizados con tan terrible desastre, viendo bien que Dios los castigaba por haber maltratado y retenido a los Hebreos, no sólo les permitieron sino que incluso les rogaron salir cuanto antes de Egipto. De manera que los Judíos, dejando todos los pueblos de la tierra de Gosen, donde habitaban, vinieron a reunirse en Ramesés a fin de salir todos juntos. 

Todo el día no fue lo bastante largo para eso. Seiscientos mil hombres sin contar las mujeres y niños, el rebaño y el equipaje del que iban cargados, no podían recogerse en un momento; y no fue sino a la noche, en que comenzaba el quince del mes, que salieron como en batalla de Ramesés. 

Pero a fin de que un recuerdo tan memorable fuera eterno, Dios ordenó que todos los años en la noche del catorce de la luna, los Hebreos inmolaran un Cordero, y que lo comieran con las ceremonias que he enumerado, en testimonio de que la sangre del Cordero había librado sus casas de la espada del Ángel Exterminador. Además de eso, Dios quiso que al comienzo del día quince le sacrificaran todos los años becerros, un carnero y siete corderos en memoria del día que habían sido librados de la esclavitud al dejar Egipto, y además, que los seis días siguientes se repitiese el mismo sacrificio, que durante los siete días se abstuvieran de comer pan con levadura; todos esos días fueron llamados “días de la Pascua”, y dos, a saber, el primero, que era el quince, y el último, que era el veintiuno, fuesen días de fiesta. Este mandato está expresado largamente en el libro de los Números en estos términos: 

El día catorce del primer mes será la Pascua de Jehová. El día quince de este mes será día de fiesta. Durante siete días han de comerse panes ácimos. El día primero habrá asamblea santa, y no haréis ningún trabajo servil. Ofreceréis en sacrificio de combustión un holocausto a Jehová: dos novillos, un carnero y siete corderos primales, sin tacha; y como oblación correspondiente, flor de harina amasada con aceite. Ofreceréis tres décimos por cada novillo, dos décimos por el carnero, y un décimo por cada uno de los siete corderos; también un macho cabrío en sacrificio por el pecado, para hacer expiación por vosotros. Ofreceréis esto, además del holocausto de la mañana, que es el holocausto perpetuo. Esto haréis diariamente durante siete días. Es alimento para el sacrificio que se consume por el fuego en olor grato a Jehová y que ha de ofrecerse además del holocausto perpetuo y su libación. El séptimo día celebraréis asamblea santa, y no haréis ningún trabajo servil” (XXVIII, 16-25). 

martes, 23 de noviembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Ley que conduce a Cristo (II de III)

    La ley dada en el Sinaí era, pues, necesaria a “los hijos de Israel”. Por otra parte, ¿no tenían también los otros pueblos sus leyes sociales y culturales, como el código babilónico de Hammurabi, contemporáneo de Abraham? Es muy instructivo comparar sus exigencias con la condescendencia completamente misericordiosa del Eterno respecto de su pueblo. 

Pero el modo nuevo de gobierno divino por medio de la Ley iba a diferir considerablemente del que había establecido la alianza edénica y patriarcal. 

Dios se manifestaba directamente a Adán y a los Patriarcas; de ahora en más, hablará a los suyos por intermediarios. 

El pueblo teme entonces los encuentros divinos, las conversaciones misteriosas que, para nuestros espíritus racionalistas, son a menudo piedras de escándalo. Ahora el pueblo tiene miedo de Dios: 

“Habla tú con nosotros, y escucharemos, pero no hable Dios con nosotros, no sea que muramos” (Ex. XX, 19). 

Dios escogerá, pues, los mediadores, los instrumentos, los portavoces, colocados entre Él y su pueblo, y cuya misión será la de interceder en su favor, de gobernarlo, de transmitirle los oráculos divinos. Sacerdocio, realeza, profetismo, aparecerán sucesivamente, pero evolucionarán simultáneamente. Sin embargo, para que su poder sea eficaz, sacerdotes, reyes y profetas deberán permanecer en total dependencia de Dios; desaparecer completamente ante Él, a fin de que su gobierno teocrático pueda tener pleno desarrollo y alcanzar completo valor educativo sobre un pueblo rebelde. 

Los hijos de Israel debían crecer, alcanzar la madurez para recibir a su Mesías, estar listos para reconocer a Aquel que los iba a hacer pasar por el “nuevo nacimiento” (Jn. III, 3-7) y elevarlos a su semejanza, a fin de que fuesen sacerdotes, reyes y profetas (Apoc. V, 10). 

El plan divino era admirable, pero para su realización era necesario ante todo la santidad del sacerdote, del rey y del profeta. Sólo el profeta –salvo excepción– conservó la pureza de su misión; es admirable la fidelidad con la cual los videntes de Israel transmitieron los oráculos de Dios, sus terribles amenazas, y completaron el “rollo del Libro”, que Jesús iba a venir a desenrollar y vivir. 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

El Tiempo legítimo de la Inmolación de ambos Corderos: El Típico y el Verdadero, por Fray Luis de León (III de XVI)

   Supongo, según el sentimiento casi general de todos los fieles, de todos los Padres, y de todos los Teólogos, que Nuestro Señor Jesucristo hizo la Pascua con las ceremonias ordinarias la noche que precedió a su muerte. Lo que pregunto es si lo hizo el día estipulado por la Ley o si adelantó el día, tal como lo pretenden los Griegos y algunos Doctores Católicos. La autoridad de los Evangelios es tan formal para mostrar que no lo adelantó que, sin entrar más en materia, creo tener el derecho de suponer por un momento ese sentimiento como verdadero en virtud de las solas palabras de los tres Evangelistas. 

“El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús, y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” (Mt. XXVI, 17); 

“El primer día de los Ázimos, cuando se inmolaba la Pascua, sus discípulos le dijeron, etc.” (Mc. XIV, 12); 

“Llegó el día de los Ázimos, en que se debía inmolar la pascua, etc.” (Lc. XXII, 7). 

¿Se pueden leer estas palabras sin comprender que ese día era el primer día de los Ázimos en Jerusalén, que era el día que los Judíos inmolaban y que estaban obligados a inmolar la Pascua? 

Sobre estas palabras tan expresivas como aquellas, supongo que Nuestro Señor Jesucristo no adelantó el día marcado por la Ley para hacer la Pascua. Pero, en esta suposición mantengo que, habiendo hecho la Pascua el día catorce del mes, la hizo la noche que era el comienzo de ese día catorce. Pues si no la hizo la noche que era el comienzo del día catorce, la hizo la noche después, es decir al comienzo del día quince y como fue capturado por los Judíos algunas horas más tarde, y la mañana siguiente crucificado, se seguiría que fue arrestado, conducido al Tribunal del Presidente Romano, condenado, flagelado, crucificado y sepultado el día quince del mes, lo cual no se puede sostener de ninguna manera, y he aquí las razones: 

El día quince era el día de la fiesta de la Pascua, la más célebre de las fiestas, pero los procedimientos judiciales y los juicios estaban prohibidos entre los judíos los días de fiesta como así también la sepultura de los muertos y especialmente en este día: 

“Ningún trabajo servil haréis (en él)” (Lev. XXIII, 7). 

En segundo lugar, según San Juan, el día que Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado era la preparación de la Pascua (Jn. XIX, 14), es decir, según el significado de la palabra preparación, era el día en el que se preparaban para la fiesta de la Pascua. Ese día, pues, no era la fiesta misma de la Pascua, y por lo tanto no era tampoco el día quince del mes. 

Por lo tanto, es cierto que Nuestro Señor hizo la Pascua la primera noche del día catorce; si la hizo, pues, en el tiempo ordenado por la Ley, como lo señalan los tres Evangelistas, se sigue que el tiempo de inmolar el Cordero el catorce del mes, era el comienzo y no el fin del catorce. 

domingo, 14 de noviembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Ley que conduce a Cristo (I de III)

   7. La Ley que conduce a Cristo 

a) El Sacerdocio Levítico 

El Antiguo Testamento –escribía San Agustín en La Ciudad de Dios– no es otra cosa más que el Nuevo cubierto de un velo, y el Nuevo no es otra cosa más que el Antiguo develado”. 

Es así que “la Ley fue nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe” (Gál. III, 24). Tiene por misión preparar el camino, pero después de la Primera Venida del Mesías, fue un obstáculo contra la cual se dirige el Apóstol con vehemencia, muy particularmente en las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas. Llegará incluso a hablar de la “maldición de la ley” (Gál. III, 13). 

¿Por qué, pues, esta severidad? 

La Ley del Sinaí le dio a Israel un código nuevo, cargado de minuciosas prescripciones, a las cuales iban a estar vinculados desde entonces. Era un yugo pesado del que estaban exentos los Patriarcas; un refuerzo de la “separación”. No es sólo en su tierra que el judío será un “separado”, sino en todas partes. Mezclado entre las naciones por las deportaciones, la vida comercial o por cualquier otra razón, estará unido por múltiples observancias. 

El objeto principal de la separación era hacer una “nación santa” de todo el pueblo, una nación de sacerdotes, de profetas y de reyes, social y familiarmente sabios, para conservar la unidad y evitar el desmenuzamiento de las tribus, obstaculizando ciertas iniciativas personales y bloqueando los peligros del individualismo. 

Ventajas ciertas que favorecían y protegían el desarrollo de la colectividad, pero también qué rebajamiento para el individuo, atado por múltiples prescripciones. Qué transformación de sus relaciones directas con Dios, de la simplicidad primitiva de las costumbres religiosas, de todo un comportamiento que había conservado algo de la dulzura, inocencia, pureza y simplicidad edénica. 

Desde el Edén asistimos, en efecto, a una regresión general. “Evolución regresiva”[1], sí, y marcada en todos los dominios. La unidad tiende a la multiplicidad, la libertad al yugo, el culto familiar al social. El altar, tan simple al comienzo –una piedra–, recibe el desarrollo complejo del Tabernáculo y se rodeará más tarde de la magnificencia del Templo. 

jueves, 11 de noviembre de 2021

El Tiempo legítimo de la Inmolación de ambos Corderos: El Típico y el Verdadero, por Fray Luis de León (II de XVI)

 Texto de Fray Luis 

Moisés, en el capítulo XXIII del Levítico, narra que Dios ordenó al pueblo de Israel inmolar un Cordero el día catorce del primer mes. A esta víctima se le dio el nombre de Pascua, nombre Hebreo que significa Paso. Porque los Israelitas, habiendo puesto sobre la puerta de sus casas sangre del Cordero que inmolaron, como estaban por salir de Egipto, el Ángel exterminador los pasó de largo a todos sin hacerles mal alguno. Un falso prejuicio según el cual se ha explicado comúnmente esta orden de Dios, ha dado lugar a cuestiones muy difíciles de resolver, que dieron mucho trabajo a los más hábiles y volvieron obscuros pasajes de la Escrituras que son muy claros y muy fáciles de entender. 

Pues sobre aquello que la Escritura señala expresamente, de que el Cordero debía ser inmolado el día catorce a la noche, la mayoría pensó que esta inmolación se hacía al fin del día catorce, porque, según las ideas ordinarias, la noche es el fin del día. Es un error que ha causado muchos apuros en la cuestión que los Intérpretes del Evangelio proponen, a saber, en qué día del mes tuvo Nuestro Señor Jesucristo la última Cena y sufrió la muerte. 

Siempre me he sorprendido que tantas personas sabias en las sagradas Letras hayan caído en este error que ha sido la causa de no sé cuántos Sistemas falsos en esta materia. Pues es lo que ha hecho imaginar a algunos que Jesucristo había adelantado el día de la Pascua de los Judíos. De aquí se fundan los Griegos para asegurar que Jesús usó pan fermentado en la institución del sacramento adorable de su Cuerpo. En una palabra, es lo que ha dado lugar a todas las quimeras que cada uno se ha forjado a su fantasía, para dar pasos en falso, antes que nada, a donde su primer error lo había comprometido. 

Digo, pues, que es un error muy grande creer que la noche para los Hebreos era la última parte del día, tal como lo es entre nosotros. La noche era el comienzo de su jornada, y así era al comienzo del día catorce en que se debía inmolar el Cordero, porque el Mandato de Dios era que había que inmolarlo la noche del día catorce: 

“En el mes primero, el día catorce del mes al anochecer es la Pascua del Señor” (Lev. XXIII, 1). 

Es lo que me propongo probar en este pequeño Tratado. He aquí en dos palabras el método que seguiré. 

En primer lugar, voy a mostrar que fue en la primera noche del día catorce del mes, es decir, al comienzo de ese día que los Israelitas inmolaron el Cordero cuando salieron de Egipto. 

Mostraré también que Jesucristo lo hizo así en su última Pascua, y que Él mismo, que era el verdadero Cordero, habiendo sido puesto en la Cruz por los judíos, se ofreció ese mismo día catorce del mes en Sacrificio a Dios, su Padre. 

Por último, explicaré en forma muy natural varios Pasajes del Evangelio que han parecido hasta ahora muy difíciles de entender. 

Pero para probar que el Cordero, que era Figura de Jesucristo, debía ser inmolado la primera noche, es decir, al comienzo del día catorce, hay que establecer lo que dije sobre el comienzo del día según el uso de los Hebreos. 

El primer día del mundo, según la manera de hablar de Moisés, comenzó por la tarde, los que lo siguieron comenzaron igual, y así todos los otros. Al hablar de las dos partes de las que está compuesta el día, nombra siempre a la noche antes que a la mañana: 

“Y hubo tarde y hubo mañana: primer día. Y hubo tarde y hubo mañana: día segundo” (Gen. I, 5.8). 

Según esta regla, el día que comienza por la noche terminará la noche siguiente, que será el comienzo de otro día. La noche será el comienzo, y la mañana será el fin y cuando la Escritura diga que hay que hay que hacer un sacrificio la noche del día catorce, es como si dijera que hay que hacerlo al comienzo del día catorce. 

Si hubiera alguna duda con respecto al día civil o natural, no la hay ni la puede haber con respecto a los días festivos. Todo el mundo está de acuerdo que esos días comenzaban por la noche: 

De una tarde a la otra, guardaréis vuestros sábados” (Lev. XXIII, 32). 

Pero, aunque el día catorce no era propiamente una fiesta, es decir, que ese día no estaba prohibido trabajar, sin embargo era un día que se celebraba y se solemnizaba a causa de la inmolación del Cordero Pascual, de la manducación de los Ázimos en el festín en que se comía el Cordero, y de los otros preparativos que se hacían para la fiesta de la Pascua que era el día siguiente, y que comenzaba a partir de la segunda noche de ese mismo día; de esta forma, se lo debe colocar entre el número de los días solemnes que comenzaban por una noche; pero voy a aportar pruebas más específicas de lo que digo.

lunes, 8 de noviembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, El Libertador (III de III)

    Los proyectos de Satanás son frustrados. Cuenta los muertos. La muerte ha golpeado todo Egipto, pero son los de su descendencia; la de la mujer ha salido indemne, por el poder de Dios, “con mano fuerte y con brazo extendido” (Deut. V, 15). Victorioso de todas las emboscadas, la sangre del Cordero obró la maravillosa liberación, la admirable puesta en libertad. 

En cuanto a Moisés, canta la gloria del Eterno y proclama que, de ahora en adelante, Israel no es solamente una familia sino un pueblo, un “pueblo adquirido” (Ex. XV, 16) –es decir, propiedad de Dios–, “la porción del Eterno, su herencia peculiar” (Deut. XXXII, 9), “el primogénito del Eterno” (Ex. IV, 22). Un pueblo “consagrado” (Jer. II, 3). Aún más, el amor divino por él es tan fuerte como el de un esposo (Jer. II, 2; Os. II, 18). 

Pero estos títulos grandiosos y llenos de sentido, anuncian una pesada responsabilidad para Israel. ¿Cómo va a reaccionar bajo el peso de esta gloria y de semejantes títulos de nobleza? Por desgracia, resistiendo a Dios, con murmuraciones, con tristezas estériles del recuerdo del fértil Egipto. Entonces será llamado el pueblo de “dura cerviz” (Deut. XXXII, 27), el que “resiste”, “un pueblo rebelde” (Is. LXV, 2). 

Y, sin embargo, Dios multiplicará los beneficios y milagros durante la estadía en el desierto. Serán como una presencia de Cristo entre los suyos. 

Bebían de una piedra espiritual que les iba siguiendo, y la piedra era Cristo” (I Cor. X, 4). 

Esta agua que brota en el desierto es realmente la que da la vida, la imagen de la gracia. ¿La piedra misteriosa no es figura del Costado abierto del Señor, donde somos invitados a beber a raudales? ¿No es también el llamado del Apocalipsis a apagar la sed en la espera ansiosa de Cristo? “Diga también quien escucha: «Ven». Y el que tenga sed venga; y el que quiera, tome gratis del agua de la vida” (Apoc. XXII, 17). 

El maná, con sabor a miel, que cae por cuarenta años, está lleno de sentidos místicos. El mismo Jesús interpreta estos sentidos cuando habla de su Carne, que dará como alimento, y de la Palabra de vida, que es también el Pan del cielo. 

“En verdad, en verdad, os digo, Moisés no os dio el pan del cielo; es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es Aquel que desciende del cielo y da la vida al mundo”.

Jesús es el verdadero maná. “Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. El que come este pan, no muere” (Jn. VI, 31-58). 

viernes, 5 de noviembre de 2021

El Tiempo legítimo de la Inmolación de ambos Corderos: El Típico y el Verdadero, por Fray Luis de León (I de XVI)

 

El Tiempo legítimo de la Inmolación

de ambos Corderos: El Típico y el Verdadero,

por Fray Luis de León 

Nota del Blog: Presentamos aquí la traducción de un pequeño estudio de Fr. Luis de León sobre la fecha de la Pascua, traducido al francés por un sacerdote (ver AQUI), el cual agrega un pequeño ensayo propio sobre los “cuartodecimanos”. Ya habíamos publicado un trabajo del P. Muñoz Iglesias sobre esta opinión de Fray Luis. Ver AQUI la primera parte (el resto de las entradas, siguen a continuación cronológicamente). 

 

*** 

Prefacio del P. Gabriel Daniel, S.J. 

Las disputas sobre la Pascua se han vuelto extremadamente comunes entre los sabios desde que el R. P. Lami, del Oratorio, propuso su nuevo Sistema con respecto a la última Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. Tuvo muchos adversarios de los cuales no pretendo aumentar el número. No me atrevería a tocar una materia que tantas personas hábiles han agotado, y si al final saco una conclusión contraria a la doctrina de este sabio autor, no es más que por un argumento general que no entra en la discusión de tantos puntos particulares que se le han opuesto. 

La primera parte de esta pequeña obra no es sino la traducción de un tratado compuesto hace casi un siglo por un doctor español con ocasión de las disputas que surgieron entonces en España sobre esta materia. Este doctor era un religioso Agustino llamado Luis de León, teólogo hábil y hombre de espíritu, cuyo estilo es claro, metódico y preciso. Sus pruebas y razonamientos son aquí las mismas y en el mismo orden que en el original. Solamente he agregado algunas transiciones para leer el discurso, y reducido una o dos partes que me parecieron demasiado extensas y que no tenían la misma fuerza que el resto. 

Este pequeño tratado se encuentra en latín entre las obras de otro teólogo muy docto de la misma orden llamado Basilio Ponce, que se intitula: Variae disputationes ex utraque Theologia Scholastica et Positiva. Era discípulo de Luis de León y escribió un tratado sobre la misma materia que no es, en esencia, más que el mismo de su maestro sobre quien se extendió mucho más. 

En caso que se quiera hacer en nuestra lengua un cuerpo con todos los Sistemas que se han propuesto sobre la cuestión de la última Pascua de Nuestro Señor, éste será necesario agregar para que esté completo, pues es totalmente diferente de los demás y no se puede negar que es ingenioso. 

No doy otro nombre más que el de Sistema a esta opinión de mi doctor español y lo merece tanto como los otros que se han dado, los cuales no merecen menos. El único punto que este Teólogo supone, a saber, la manera en que cree que Moisés ha entendido la noche del catorce de la luna, está fundada en las Escrituras, pero de tal forma que no demuestra evidentemente por la Escritura que ese sea el sentido de Moisés y es por eso que su opinión no es más que un Sistema. Puesto su principio, explica muy plausiblemente las dificultades más grandes del tema que se trata y es por eso que esta opinión es un buen Sistema. Y esas son las principales reglas según las cuales unos debe estimar más o menos los diversos pareceres que se proponen en estos temas. 

Además de las reflexiones que hago sobre el tratado de Fr. Luis de León sobre la última Pascua de Nuestro Señor, he agregado otras sobre la disciplina y los usos de las Iglesias de Asia que en los primeros siglos del Cristianismo celebraban la fiesta de la Pascua el catorce de la luna y he examinado si se puede concluir algo de su tradición, que era una verdadera tradición, con respecto a la decisión de la cuestión sobre la última Pascua de Nuestro Señor. Creo haber tratado este punto de la historia eclesiástica de una manera muy particular y haber destruido algunos prejuicios tan falsos como usuales. El lector juzgará. 

Me parece que la disertación que hago puede servir para confirmar el Sistema de Fr. Luis de León. Sin esta relación que estas dos piezas tienen entre sí, no las hubiera publicado; aunque tal vez independiente la una de la otra, no sean indignas de ser leídas.

martes, 2 de noviembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, El Libertador (II de III)

   Jacob muere, rodeado de sus hijos. Sus descendientes permanecen en Egipto, pero después de haber conocido la prosperidad y la protección de los Faraones en recuerdo de José, son pronto reducidos a la más terrible de las esclavitudes. 

¡Qué abatimiento bajo la servidumbre, bajo la vigilancia del carcelero, bajo la obligación de fabricar ladrillos en serie sin parar! Cuán amarga fue la vida de Israel. 

Esas duras servidumbres no parecían suficientes aún al opresor. A Satanás, sobre todo, que inspiraba al Faraón. 

Dio esta orden: 

“Todo niño que naciere [a los hebreos] lo echaréis al río; mas a toda niña dejaréis con vida” (Ex. I, 22). 

La destrucción de los niños de Israel debía ser muy rápido y las crueldades se abatieron sobre ellos, como resplandece el sol tórrido de Egipto. 

El dolor de las madres fue inefable. ¡Qué sufrimiento de todo su ser! Ese arrancamiento de los pequeños era de una crudeza sin nombre, crueldad que el nazismo renovó a los hijos de Israel en estos últimos años. 

Comprendemos mejor, al medir el sufrimiento de las madres en la Biblia, cuán indisolublemente unida está la descendencia mesiánica a la mujer, a la madre. Ciertamente que debe haber sufrido indeciblemente, primero en su carne, según el juicio dado en el Edén, y todavía más en su corazón. 

Ahora bien, en ese drama de las riberas del Nilo, reconocemos el odio de la Serpiente. No se preguntaba, ante el nacimiento de cada niño: ¿será el Ungido del Eterno, el León de Judá? ¿No es el descendiente de la mujer? 

Una mujer de la tribu de Leví dio a luz un bello niño. Lo ocultó durante tres meses, pero temiendo sin dudas la delación lo colocó, finalmente, en una cestilla de juncos calafateada con betún y pez, entre las cañas del Nilo. 

Conocemos la escena tan conmovedora: una princesa real, llena de sensibilidad, vino a bañarse; tuvo compasión del “pequeño niño que lloraba” y, contra la orden de su padre, lo salvó de las aguas.