VI
LA ENCICLICA MYSTICI CORPORIS CHRISTI
La verdad Católica sobre este punto es comparativamente
complicada. Por una parte está el hecho de que el Reino de Dios sobre la tierra
en el Nuevo Testamento es la sociedad organizada llamada Iglesia
Católica, la organización religiosa dentro de la cual el Obispo de Roma es el
supremo jefe visible. Por otra parte, no es menos cierto que alguien puede
morir como uno de los individuos que componen la Iglesia Católica y aún así
perderse por toda la eternidad y que un no-miembro de la Iglesia puede morir
estando “dentro” de la Iglesia de tal forma que alcance la Visión Beatífica.
A fin de explicar este conjunto de verdades
divinamente reveladas sobre la Iglesia militante del Nuevo Testamento, los
teólogos de la Iglesia Católica tradicionalmente han empleado una distinción
entre dos diversas clases de factores que nos unen a Nuestro Señor en Su Cuerpo
Místico. Esta distinción apareció por primera vez en los escritos
anti-donatistas de San Agustín. Fue elaborado por el primer grupo de
teólogos contra-reforma, particularmente por los escritores de Lovaina, Santiago
Latomus y Juan Driedo. San Roberto la resumió y popularizó en
su obra maestra De ecclesia militante[1].
Desde el tiempo de San Roberto esta distinción ha formado parte integral de
la eclesiología tradicional o escolástica. La encíclica Mystici Corporis
Christi utilizó esta distinción dándole así la sanción de magisterium
eclesiástico.
“Por otra parte debiendo ser este Cuerpo social de
Cristo, como dijimos arriba, visible por voluntad de su Fundador, es menester
que semejante unión (conspiratio) de todos los miembros se manifieste
también exteriormente en la profesión de una misma fe, en la comunicación de
unos mismos sacramentos, en la participación de un mismo sacrificio y,
finalmente, en la observancia esmerada de unas mismas leyes. Y, además, es absolutamente
necesario que esté visible a los ojos de todos la Cabeza suprema que guíe
eficazmente, para obtener el fin que se pretende, la mutua cooperación de todos:
Nos referimos al Vicario de Jesucristo en la tierra. Porque así como el divino
Redentor envió al Espíritu Paráclito de verdad para que haciendo sus veces
asumiera el gobierno invisible de la Iglesia, así también encargó a Pedro y a
sus sucesores que, haciendo sus veces en la tierra, desempeñaran el régimen
visible de la sociedad cristiana”.
A estos vínculos jurídicos, que son
suficientes en su propia razón (quae iam ratione sui sufficiunt), de
forma tal que superan por lejos a todos los otros vínculos de cualquiera
sociedad humana, incluso la más elevada, es necesario añadir otro motivo de
unidad por razón de aquellas tres virtudes que tan estrechamente nos juntan uno
a otro y con Dios, a saber: la fe, la esperanza y la caridad cristianas”[2].
La declaración de la Mystici Corporis Christi
sobre la natura de la pertenencia a la vera Iglesia de Jesucristo es, a fin de
cuentas, una afirmación sobre el hecho de que sólo estos lazos externos o
jurídicos son suficientes para que alguien sea parte o miembro desta
organización que es de hecho el reino sobrenatural de Dios según la
dispensación del Nuevo Testamento. Así de una forma definitiva e
intensamente práctica, la encíclica insistió sobre la verdad de que la sociedad
visible conocida como Iglesia Católica es en realidad la comunidad llamada el
Cuerpo Místico de Jesucristo. Hizo esto precisamente para mostrar que el Cuerpo
Místico es una vera sociedad organizada, una asociación visible cuyos miembros
pueden ser conocidos por medio de características externamente reconocibles.
Aquellos que están al tanto de la literatura popular
sobre eclesiología, anterior a la publicación de la Mystici Corporis Christi
no necesitan que se les diga cuán necesaria era esta enseñanza. Durante la
primera parte de nuestro siglo se desarrolló una tendencia de parte de algunos
escritores Católicos que intentaron una explicación muy simplificada de la
necesidad de la Iglesia para la salvación. Según estas personas todo aquel que
se salva muere como miembro de la Iglesia Católica.
Insistían en que muchos de los que se salvaban, salían
desta vida como miembros de comunidades religiosas no-Católicas o sin
afiliación religiosa alguna. Sin embargo, al mismo tiempo afirmaban que estos
mismos individuos eran real aunque invisiblemente miembros de la vera Iglesia
de Jesucristo.
Así, según su enseñanza, la sociedad visible que el mundo
conoce como Iglesia Católica, la sociedad religiosa en comunión con y sujeta al
Romano Pontífice, no era completa y exactamente lo mismo que el Cuerpo Místico
de Cristo, fuera del cual nadie se salva[3]. Por una
implicación directa y necesaria su enseñanza llevaba a la conclusión que el
vero Cuerpo Místico de Cristo no era en absoluto una organización o sociedad,
puesto que sostenían que esta sociedad podía tener verdaderos y genuinos
miembros que no podían ser en modo alguno reconocibles como miembros o partes
de la comunidad a cargo del Obispo de Roma.
La sección de la Mystici Corporis Christi que
trata de los requisitos para la membresía termina con la advertencia de que
“aquellos que están separados (del Cuerpo Místico de Cristo) de diversos modos
en fe o régimen no pueden estar viviendo en este Cuerpo y no pueden estar
viviendo por su divino Espíritu”.
Vivir del Cuerpo Místico de Cristo por el divino Espíritu
es vivir la vida de la gracia santificante. Por lo tanto, la enseñanza desta
encíclica es que las personas que están separadas de la Iglesia en fe y
gobierno no pueden vivir la vida de la gracia santificante y no pueden poseer
la virtud de la caridad. Obviamente esta enseñanza implica que todos aquellos
que viven la vida de la gracia santificante y que lo hacen por el amor de
caridad están unidos de alguna manera en su fe y gobierno a la vera Iglesia de
Nuestro Señor.
La Iglesia siempre ha tenido en cuenta, al enseñar sobre
su propia necesidad para la salvación eterna, el hecho de que los no-miembros
del Cuerpo Místico de Cristo pueden poseer la vida de la gracia y elicitar el
acto de caridad. Sin embargo, al mismo tiempo siempre ha insistido en el hecho
de que nadie que esté veramente separado délla en fe y en caridad puede vivir
la vida sobrenatural de la gracia. De aquí que los teólogos se han puesto a
explica cómo un individuo que no es miembro de la Iglesia puede estar unido a
ella de forma tal de poseer la vida de la gracia. Desde el tiempo de Tomás
Stapleton y San Roberto Belarmino, la eclesiología escolástica ha explicado
esta unión salvífica con la Iglesia de parte de los no-miembros en términos de
un deseo o intención sinceros de parte del no-miembro de entrar en esta
sociedad y de permanecer en ella. Mostraron que no puede decirse que aquel que
busca y ruega por la incorporación al vero reino sobrenatural sobre la tierra,
esté veramente separado de esa sociedad en su fe y en su gobierno.
La Iglesia Católica y sus teólogos también han enseñado
que un deseo sincero de entrar y permanecer en la Iglesia puede ser efectivo en
cuanto a la obtención de la salvación eterna incluso cuando ese deseo es
meramente implícito, esto es, que no esté basado en una noción clara y
distinta de la Iglesia misma. Enseñanzas anteriores del magisterium como
la Singulari quadam y la Quanto conficiamur moerore han tenido en
cuenta esta enseñanza, sin mencionar, sin embargo, con claridad ningún deseo implícito.
La encíclica Mystici Corporis Christi, al referirse explícitamente a
este factor, avanzó así el estudio desta parte de la teología que trata sobre
la vera Iglesia de Jesucristo. Contribuyó a esto en una sección en la
cual señala la posibilidad de salvación para una persona unida a la Iglesia
sólo por medio de un deseo implícito pero sincero y genuino, de entrar en ella
y al mismo tiempo, indica la inseguridad espiritual que caracteriza la posición
en que se encuentra ese individuo.
“También a aquellos que no pertenecen a la estructura (compage)
visible de la Iglesia Católica, ya desde el comienzo de Nuestro Pontificado
como bien sabéis, Venerables Hermanos, Nos los hemos confiado a la celestial
tutela y providencia, solemnemente afirmando, a ejemplo del Buen Pastor, que
nada llevamos más en el corazón que el que tengan vida y la tengan en más
abundancia. Esta Nuestra solemne afirmación deseamos repetirla por medio de la
presente Carta Encíclica, en la cual hemos cantado las alabanzas del grande y
glorioso Cuerpo de Cristo, implorando las oraciones de toda la Iglesia para invitar
desde lo más íntimo del corazón a todos y a cada uno de ellos a que,
rindiéndose libre y espontáneamente a los internos impulsos de la gracia
divina, se esfuercen por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros
de su propia salvación eterna; pues, aunque por cierto inconsciente deseo y
voto están ordenados al Cuerpo místico del Redentor (etiamsi
inscio quodam desiderio ac voto ad mysticum Redemptoris Corpus ordinentur), carecen sin
embargo de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la
Iglesia Católica es posible gozar”.
Las personas que describe el Santo Padre como que no
están “seguras” sobre su salvación eterna son los no-miembros de la Iglesia que
no tienen una intención clara o explícita de entrar en esta sociedad. Esto es
evidente por el contexto ya que está hablando de “aquellos que no pertenecen a
la estructura visible de la Iglesia Católica (qui ad adspectabilem
non pertinent Catholicae Ecclesiae compagem)”, y de personas que pueden
estar ordenadas o dirigidas a la Iglesia por un cierto deseo y voto inconciente.
Las condiciones que establece son pues, tales, que excluyen tanto a los
miembros de la Iglesia como a los no-Católicos que conocen claramente a la
Iglesia y que desean explícitamente unirse a ella.
A propósito, a esta altura es bueno señalar el carácter
desorientador y un tanto impreciso de la expresión “cuerpo visible de la
Iglesia Católica”, empleadas en este lugar en muchas traducciones. El término
latino traducido aquí como “cuerpo” es la palabra “compages”. De hecho,
tiene el sentido de una reunión, una estructura o una composición. Además, en
razón de la excéntrica terminología que a veces ha sido empleada en obras
religiosas populares sobre la Iglesia como el Cuerpo Místico de Nuestro Señor y
que tratan sobre el dogma de la necesidad de la Iglesia para la eterna
salvación, fue un tanto desafortunado hacer creer a las personas que la
encíclica misma habló de un cuerpo visible de la Iglesia Católica. Siempre
existió el peligro de desorientar a las personas, a través de la influencia de
tratados no-científicos escritos antes de la publicación de la Mystici
Corporis Christi, haciéndoles creer que tal terminología les permitía
sostener que existía algo así como un cuerpo invisible de la vera Iglesia de Jesucristo.
El Santo Padre, en su encíclica, resalta el hecho de que
desde el comienzo de su pontificado, ha estado pidiendo a Dios por la salvación
eterna de los no-Católicos, como así también por la salvación de los miembros
de la vera Iglesia. Le pidió a Dios que los proteja a todos y les conceda que
tengan vida y la tengan en abundancia. Al actuar desta forma, el Soberano
Pontífice actuaba según el mandato de Dios. Él es el Vicario de Cristo en la
tierra. Nuestro Señor, de quien es Vicario, dijo, al definir el fin fundamental
de Su propia misión: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”[4].
Ahora bien, el texto de la Mystici Corporis Christi
deja bien en claro que el Santo Padre sabe y enseña que la vida de la gracia
santificante sólo puede ser poseída por aquellos que de alguna manera están
“dentro de” o en contacto vital con la Iglesia. Los no-miembros de la Iglesia
que no tienen un deseo explícito de unirse o entrar a la Iglesia pueden
tener la vida de la gracia, pero sólo si están ordenados o dispuestos hacia la
Iglesia por medio de cierto deseo o voto inconciente. Como una consecuencia
obvia, pues, la enseñanza del Romano Pontífice implica que los no-miembros de
la Iglesia Católica que ni siquiera tienen un deseo o intención implícito de
entrar en el Cuerpo Místico de Jesucristo, están en una situación en la cual no
pueden poseer la vida sobrenatural de la gracia santificante. Este es, por
supuesto, la misma enseñanza dada tan efectivamente por Bonifacio VIII en la Unam
Sanctam, cuando declaró que fuera de la Iglesia no hay ni salvación, ni remisión
de los pecados.
En la Mystici Corporis Christi Pío XII afirma la
vera doctrina Católica al enseñar que los no-miembros que están dentro de la
Iglesia, solamente en el sentido de que tienen un deseo implícito o inconciente
de entrar en ella como miembro puede poseer la vida sobrenatural de la
gracia santificante. Al mismo tiempo, sin embargo, enseña algo muy necesario
para algunos de los escritores de nuestra generación cuando señala el hecho de
que las personas que están dentro de la Iglesia sólo por un deseo inconciente
no pueden estar seguros de su salvación precisamente porque “carecen sin
embargo de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la
Iglesia Católica es posible gozar”.
Aquí la expresión “en la Iglesia Católica”, obviamente
significa “en la membresía de la Iglesia Católica”. Manifiestamente el Santo
Padre se refiere a las incomparables ventajas espirituales que el hombre puede
gozar (“licet frui”, en las palabras del texto latino de la
encíclica) como miembro de la Iglesia Católica que no están ni pueden estar
disponibles para aquel que está “dentro” de la Iglesia únicamente en el sentido
de tener un deseo implícito de entrar y permanecer en ella. Estas ventajas son
de tal natura que dan a quien las posee, una especia de relativa seguridad
sobre su eterna salvación. Nadie que no goce de la membresía en la vera Iglesia
puede poseer tal seguridad.
[1] Cf. De ecclesia militante,
cap. 2.
[2] AAS, XXXV, 227.
[3] Nota
del Blog: no es necesario insistir demasiado sobre la actualidad desta
afirmación: después de negar la identidad entre la Iglesia Católica y la
Iglesia fundada por Jesucristo, el Vaticano II, lógicamente, le abrió
las puertas de la salvación a las otras religiones.
[4] Jn. X, 10.