II
PALABRAS
INTERPRETADAS COMO PRODUCTO VERBAL
Entramos ahora en una nueva
fase de la tipología verbal, más universal sin duda, pero también más
controvertible. La de los casos anteriormente estudiados es, a nuestro juicio,
propia y está sólidamente fundada. La de los que ahora vamos a estudiar es
menos propia y tal vez no tan segura. La diferencia esencial que las distingue
está en que la anterior comprende los textos en que el antiguo hagiógrafo reproduce
palabras ajenas; la siguiente se extiende a los textos en que el mismo
hagiógrafo habla por cuenta propia, y en que, por tanto, todo sentido ulterior
por él no previsto puede chocar con su instrumentalidad. De todos modos, creemos que merece estudiarse esta
nueva forma de tipología verbal. Para comprenderla hay que recordar la manera
como primero los judíos y juego los apóstoles y los primeros cristianos concebían
o enfocaban la interpretación de las Escrituras, muy diferente de nuestras
normas hermenéuticas científicas.
Nosotros
ahora, al interpretar un texto bíblico, procuramos averiguar con la mayor
precisión posible el sentido exacto que tenía en la mente del hagiógrafo al momento
mismo de redactarlo. Para ello nos esforzamos por conocer todas las
circunstancias históricas de persona, lugar y tiempo y atendemos al género
literario y a la índole lingüística del escrito. Para nosotros la palabra
bíblica es una acción vital de escribir, una Sprechhandlung. No así para los antiguos, para quienes era algo
fijo, estereotipado, una fórmula hecha y como solidificada, un producto verbal
un Sprachwerk, desvinculado del
pensamiento del hagiógrafo y aun desglosado de su contexto. Los textos
bíblicos se miraban como complejos verbales cuyos componentes, desligados ya de
la mente y de la intención del hagiógrafo, recobraban su libertad; y puestos en
un ambiente distinto, desarrollaban otras virtualidades o valencias semánticas,
antes inhibidas o trabadas por el pensamiento que encamaban.
La Biblia era, por tanto, para
ellos un archivo de fórmulas o frases hechas, que podían significar todo lo que
sugerían o simplemente soportaban sus múltiples posibilidades semánticas. Por otra parte, la Biblia entera se consideraba
como obra perenne de Dios, como depósito sagrado de su pensamiento y expresión
viviente de su voluntad. Más aún, la Biblia, como encarnación sensible del
pensamiento divino, adquiere cierta personalidad divina. Ella prevé los
acontecimientos futuros (Gal. III, 8), rige los destinos humanos (Gal. III, 22)
y sobre todo habla de presente a los hombres palabras de Dios en nombre de Dios
(Jn. VII, 38.42; XIX, 37; Rom. IV, 3; IX, 17; X, 11; XI, 2; Gal. IV, 30; I
Tim. V, 18; Sant. II, 23, IV, 5). En tales circunstancias la
intervención subalterna del hagiógrafo humano quedaba a la sombra. En
consecuencia, todas las fórmulas escritas, con las nuevas significaciones que
en el nuevo ambiente revertían, se consideraban palabra de Dios. Y a las veces
ni reparaban siquiera en la inseguridad textual ni en la posible inexactitud de
la traducción, cuando en vez del texto original manejaban la versión griega. Para
ellos la autoridad de los LXX no era menos sagrada que para un teólogo medieval
la autoridad de la Vulgata latina. A
la luz de está observaciones examinaremos algunos ejemplos más característicos.
Escribe
Moisés en el Génesis (XV, 6):
"Abrahán creyó a Yahvé y le fue tomado a cuenta
de justicia”.
Esta sencilla frase del
hagiógrafo inspirado, que en la narración bíblica apenas se destaca, adquiere
para San Pablo un relieve extraordinario. Por de pronto, para él no es precisamente
una afirmación o reflexión de Moisés: es palabra que dice la Escritura personificada (Rom. IV, 3), que decimos nosotros (Rom. IV, 9); es un
dicho que todos pueden apropiarse, (Gal. III, 6). Con esto, la frase desligada de la mente del
hagiógrafo, de palabra viene a convertirse
en cosa. En consecuencia, manéjala el
Apóstol con la libertad con que se maneja una cosa: la adapta, la recorta, la
diluye. Semejante frase, al fijarse en el escrito, ha adquirido objetividad y
sustantividad, se ha solificado en una fórmula, en la cual ve el Apóstol maravillosamente
expresado todo el proceso de la justificación de Abrahán. Por otra parte, en
este proceso ve una imagen profética del proceso de justificación cristiana por
la fe. En el pensamiento de San Pablo está aquí lo que escribe a los
Corintios: