jueves, 31 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XXI de XXI)


8) A las muchas muestras de enemistad de Edom contra Israel, que el autor evoca a propósito de Ez. XXV, 12 ss., pudiera haber añadido una muy antigua y principal, que es la incursión de Khusan (l. Husham Gen. XXXVI, 34), Risgathaim (l. rosh Getthaim, cf. Gen. XXXVI, 35 LXX), rey de Aram (l. Edom), vencido por Othoniel (Juec. III, 8), según que rectamente interpretan algunos autores.

9) Que la ecuación Kaftor = Creta, parezca superada, como afirma el autor a propósito de Ez. XXV, 15 ss., nos parece muy aventurado. Los filisteos pudieron llevar el nombre Keftiu (Kaftor) a las costas del Asia Menor, como el de cretenses (Krethim) a las de Canaán, y tomar de Lidia y Caria armas y modos de vestir en su permanencia asiática, como tomaron o recibieron el nombre de filisteos por su estancia en Chipre, que sería su última etapa antes de pasar a la costa fenicia y cananea. Efectivamente, el nombre de Filistea o Palestina parece derivar de P-Alashia > P-Alaisha > P-Alaiseth > Palaest., que es el nombre de Alashia con que se conoce a Chipre en las cartas de El-Amarra, pero egiptizado con el art. P., y luego semitizado, helenizado y latinizado con cadencia de nombre femenino.

Por lo demás, las relaciones culturales y políticas de Egipto, no sólo pon el Asia Menor, sino también con Creta y otras islas del Mediterráneo, son muy antiguas, atestiguadas por la tradición y la leyenda. Hase hecho notar más de una vez la homonimia del Minos cretense y el Mena egipcio, y asimismo la coincidencia del rubicundo Radamanthis, hermano de Minos y juez de los muertos junto con Eaco que tiene su trono a la entrada de los campos Elíseos —los aaru de la tradición egipcia-, con el conocido Ra-t-Amenti (sol del ocaso) de la teología del Nilo. Y si Eaco fuese un dios lunar para los cretenses, como lo era para los iberos, habríamos llegado al fondo de esa doctrina, de tan fuerte sabor egipcíaco, consistente en hacer jueces de los muertos al sol y la luna de ultraocaso.

10) Foinikes, dice en la pág. 203, col. 1a, son probablemente “los hombres de las peñas rojas”, por su mansión anterior en las regiones del mar Rojo. Y ¿por qué no habrían de ser “los hombres palmeras” o “de las palmeras”, según la sugestiva interpretación del P. E. Heras, S. J. en la Semana bíblica de 1940 en Zaragoza? Nuestro autor sigue en eso la orientación del Maspero, y otros, que hacen venir a los fenicios del golfo Pérsico, por el sur de la Arabia, aunque felizmente no identifica a los Puni con los Punt de los egipcios, nombre éste que responde mejor al de Bantu, cuando ese pueblo habitaba hacia las fuentes del Nilo.

lunes, 28 de enero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (VI de IX)


2) Parte Pasiva (por quiénes se ofrece):

a) Recibe, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, Dios mío, vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias; y por todos los circunstantes; y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos aproveche para la salvación y vida eterna. Amén[1].

b) Ofrecémoste, Señor, el cáliz de salvación… por nuestra salvación y la de todo el mundo. Amén”[2].

c)Recibe, ¡oh Santa Trinidad!, esta oblación que te ofrecemos… para que redunde… en nuestra salvación[3].

d) Reciba el Señor… este Sacrificio… para provecho nuestro y de toda su santa Iglesia[4].

e) “A Ti, ¡Padre clementísimo!, por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, humildemente rogamos y pedimos que aceptes y bendigas estos dones, estas ofrendas, estos santos y puros sacrificios; los cuales te ofrecemos primeramente, por tu Santa Iglesia católica, para que te dignes pacificarla, protegerla, mantenerla unida y gobernarla por toda la redondez de la tierra, juntamente con tu siervo nuestro Papa N., nuestro Obispo N., y todos los que profesan íntegramente la fe católica y apostólica[5].

f)Séate agradable, ¡oh Santa Trinidad!, el homenaje de tu siervo, y este sacrificio que yo, indigno, he ofrecido a los ojos de tu Majestad, te sea aceptable, y a mí y a todos aquellos por quienes lo he ofrecido sea, por tu piedad, propiciatorio. Por Cristo Nuestro Señor. Amén[6].

I) Concilio de Trento.

viernes, 25 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XX de XXI)


APÉNDICE

Algunas notas críticas

Estudiado el punto fundamental de la exégesis al libro de Ezequiel, no queremos levantar la pluma sin hacer algunas observaciones críticas sobre ciertos puntos particulares.

1) Creemos con el autor que los 390 días en que Ezequiel se acuesta sobre su lado izquierdo (posición incómoda), representan los días de asedio de la ciudad, por obra de los caldeos, en castigo de los 390 años de apostasía de la casa de Israel (= Judá en Ez.). Pero ahí termina la acción simbólica. Cumplidos estos días, el profeta se acuesta de nuevo (mal “ancora”) normalmente, sobre su lado derecho. A retallar, pues, cuanto sigue: y llevarás la culpa de la casa de Judá cuarenta (Gr. 150) días; pues te doy un día por cada año (Ez. IV, 6), que es todo ello críticamente incierto (cf. Ez. IV, 9), implica un falso contraste entre Israel y Judá, y está fuera del contexto del asedio. Con esto huelgan todas las otras explicaciones forzadas que se dan al tiempo de los 390 días.

2) En Ez. VII, 11 se deja de traducir como imposible lo correspondiente a la Vulgata: non ex eis et non ex populo neque ex sonitu eorum, et non erit requies (l. “splendor”) in eis. A todo nuestro entender la frase se ha de traducir así: actum est de eis, actum est de (inutili) eorum multitudine, actum est de (vano) eorum tumultu; nihil praeclari est in eis. Y de ello tenemos un caso semejante en Dan. IX, 26: et post hebdomadas sexa- ginta duas excidetur (cf. Is. LIII, 8) Christus, et non erit sibi, i. e. et actum erit de eo, que sin razón suficiente se daba también por imosible.

3) En Ez. VIII, 17 ecce applicant ramum ad nares suas; (l. “ad nares meas”) sobre lo que tan peregrinas conjeturas se han formado, creemos que toda la dificultad estriba en no haber sospechado la significación metafórica cuasi proverbial de la expresión: Para irritar a una fiera recluida, solemos acercarle una verdasca a las narices. Cosa semejante hacían los perversos judíos con el Señor. En vez de aplacarle con el suave olor de sus piadosas ofrendas, le irritaban con los ritos idolátricos: acercaban la verdasca al rostro del Señor. ¿Qué mucho que se dé por irritado? Por eso prosigue en el verso 18: Ergo et Ego faciam in furore, etc.

4) La traducción, que se ha de dar a Ez. XI, 3, no nos parece cuestionable: “presto no se construirán casas”; ella (la ciudad) es la caldera y nosotros las carnes (a cocer en ella)” (cf. Ez. XXIV, 3 ss.), frases ambas de un sentido peyorativo e irónico, con que los malignos zaherían de ridículos a los profetas de la ruina nacional. A la primera frase el Señor no responde nada, porque aparte la ironía, es verdadera. Rectifica sólo la segunda, advirtiendo a los burladores quiénes son en realidad las carnes de la fatídica caldera, y que ellos no morirán cocidos en ella, como dicen por burla, pero caerán a filo de espada en las fronteras. Con esta interpretación, única que a nuestro juicio surge del texto y del contexto, huelgan tantas cavilaciones como se han hecho sobre el paso. No nos parece atinada la opinión del autor, al tomar en un sentido la caldera en Ez. XI, 3, y en otro en Ez. XXIV, 3.

martes, 22 de enero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (V de IX)


Por lo dicho hasta aquí se puede ver que existe una relación esencial entre la Santa Misa y la Iglesia en su triple status: Militante, Purgante y Triunfante, razón por la cual nos parece que no está de más indagar qué es lo que la Misa dice al respecto.

Antes que nada, debe tenerse presente que en lo que respecta a la Iglesia Militante, hay que hacer una doble distinción, a saber, aquellos que la ofrecen y aquellos por los cuales se ofrece, mientras que en el caso de la Iglesia Sufriente y Triunfante se dice por ellos y en su honor respectivamente.

Por último, téngase en cuenta, y esto es casi un lieu commun, que todas las citas tomadas de la Misa son a partir de lo que se conoce como la Misa de los fieles[1], es decir, con el comienzo del ofertorio después del Credo y esto es así ya que a la llamada Misa de los Catecúmenos podían ingresar también los no-miembros de la Iglesia, pues, como es sabido, esta primera parte de la Misa tiene un carácter más bien didáctico.

Como señala Gihr:

“Los liturgistas de la Edad Media llamaban a menudo a esta segunda parte Missa, la Misa por excelencia”.[2]

Iglesia Militante

1) Parte Activa (quién ofrece):

a)Ofrecémoste, Señor, el cáliz de salvación, implorando tu clemencia…”[3].

b) Y de tal manera sea ofrecido hoy nuestro sacrificio en tu presencia…”[4].

c) Recibe, ¡oh Santa Trinidad!, esta oblación que te ofrecemos…”[5].

d) “Orad, hermanos, para que este Sacrificio mío y vuestro…”[6].

e) “Por los cuales te ofrecemos, o ellos mismos te ofrecen[7].

f)Rogámoste, pues, Señor, recibas propicio esta ofrenda de nuestra servidumbre y también de todo tu pueblo[8].

g) “Por tanto, Señor, nosotros, tus siervos, y tu pueblo santoofrecemos a tu excelsa Majestad de tus propios dones y dádivas, la Hostia pura, la Hostia santa, la Hostia inmaculada… etc.”[9].

sábado, 19 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XIX de XXI)


13. El pormenor en la profecía.

Nos place sobremanera el comentario, que, a propósito de la ruina de Egipto, hace el autor sobre Ez. XXX, 12: “Yo el Señor lo he dicho”. Todo pormenor —dice— tendrá su cumplimiento, como solemnemente anunciado por el Señor: “Yo el Señor lo he dicho” (pág. 231). Sólo sería de desear que principio tan luminoso se aplicara por igual al libro de Ezequiel en general, en que tantas veces se pone sordina a las palabras del Sagrado Texto. ¿Por qué aquí se ha de cumplir la palabra del Señor en todos sus pormenores y en otras partes no?

Hablando el Señor de la Ley y los Profetas o bien de la Ley en sentido lato, que es cuanto decir del A.T., como pronóstico del Nuevo, dice: Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice de la Ley pasará, sin que todo se haya cumplido (Mt. V, 18). Todo se irá cumpliendo en Cristo oportunamente (donec transeat…). El error de muchos ha estado en quererlo ver cumplido todo desde el principio en su primera venida, y como la realidad no parecía responder a la profecía, se puso sordina en ésta, desdeñando en general los pormenores, y contentándose en consecuencia con no sé cuál fondo messiano insubsistente, para todo lo cual prestó excelentes servicios el socorrido alegorismo alejandrino de orientación espiritualista.

Una exégesis fundada en tales principios suele cristalizar sus afirmaciones en expresiones como ésta: Esto dice el texto…, pero quiere decir esto otro… Creemos que para una exégesis seria el texto no ha de decir más ni menos de lo que dice. Por eso nos place sobremanera el principio de sentido común formulado aquí por el autor: “Todo pormenor tendrá su cumplimiento”.

No tiene nada que hacer aquí no sé qué principio mal formulado, que parece encuadrarse, ya en la teoría de los géneros literarios, ya en la de la acomodación a la mentalidad del auditorio, con lo que se pretende soslayar ciertas apremiantes conclusiones, que arroja el texto de los vaticinios, como aquel “Volverá el antiguo poderío, la realeza de la hija de Jerusalén”, de Miq. IV, 8, al que hacen coro todos los profetas, y entre ellos Ezequiel. “Son estas —dice— maneras de hablar de los profetas propias del estilo oriental y acomodadas a la mentalidad judaica, para darse a entender de aquel pueblo camal, rudo e ignorante”.

Darse a entender ¿en qué? Aquel pueblo entendió siempre lo que las palabras suenan, de la reintegración total de las doce tribus y de la universal hegemonía de Israel reintegrado, y de la paz social del reino messiano. Si ahora me decís que el significado es otro, no veo la manera de darse a entender por tal camino. Eso sería halagar los supuestos falsos prejuicios de ese pueblo, y eso no lo hicieron nunca, ni lo pudieron hacer, sin faltar a su ministerio los profetas de Israel, ni los apóstoles de Cristo, ni menos el mismo Cristo, que en tantas ocasiones contrarió la mentalidad judaica de las turbas y de los propios discípulos.

Cuando, pues, lo mismo El que sus enviados, dejan correr esa mentalidad y aun parecen secundarla con su manera de hablar, no se nos venga con que ese es un caso de acomodación a cierta mentalidad infantil; es que no hallaron nada importante que corregir en ella. Haga el Señor que así lo entendamos todos en la exposición de las promesas divinas y hallaremos en ellas más consuelo, a la larga más edificación en la lectura de los Libros Santos (Rom. XV, 4).

miércoles, 16 de enero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (IV de IX)


Apéndice III.

Joseph Anger, op. cit. pag. 286 y ss.

“La Pasión ha sido ofrecida por Cristo a fin de adquirir el derecho de poseer a la Iglesia como a su esposa y su Cuerpo espiritual; ella (la pasión) ha sido sufrida por todos los hombres sin distinción, pues todos son llamados a pertenecer al Cuerpo de Cristo. El sacrificio del altar es ofrecido sólo por aquellos que de hecho son parte de la Iglesia; ofrecido sólo por ellos les aprovecha igualmente sólo a ellos. Sin dudas la Misa, celebrada por la prosperidad y el bien de la Iglesia, no deja de beneficiar a los mismos herejes e infieles cuya conversión contribuye a la belleza y perfección del Cuerpo Místico; pero, sin embargo, directamente, aprovecha sólo a los miembros de Cristo. En este número se incluye a todos los fieles bautizados que viven aquí abajo, que participan de los frutos del sacrificio en la medida de su colaboración en la ofrenda y de su unión más o menos estrecha con Cristo por medio de la fe y la caridad. Pero también están incluidas todas las almas del Purgatorio, sea que hayan dejado esta vida con el carácter bautismal o no. En efecto, todos, incluso los no bautizados, pertenecen a la fracción sufriente de la Iglesia y forman parte del Cuerpo Místico, ya que todas tienen la gracia, que a todas les asegura la salvación y que tales privilegios no nos vienen más que por Cristo. Sin duda, los no bautizados, si duermen el sueño de la paz (“dormiunt in somno pacis”), no llevan en sus almas el “signum fidei”, esto es, el carácter bautismal, pero aún así creemos que pertenecen, con toda justicia, a Cristo y, justificadas por Él, aunque no lleven el sello de la pertenencia divina, se aprovechan, también, de la sangre que las ha santificado, pues allí la distinción entre el cuerpo y alma de la Iglesia no tiene razón alguna de ser.[1] Y si se pregunta por qué no participan directamente aquí abajo de los frutos del sacrificio y sí lo hacen en el otro mundo, respondemos: en esta tierra sólo participan directamente de los frutos del sacrificio sólo los que lo ofrecen; pero sólo los bautizados, marcados con un carácter, que es una verdadera iniciación sacerdotal[2], pueden ser los sacerdotes del sacrificio y, por lo tanto, sólo a ellos les aprovecha directamente; por el contrario, en el Purgatorio, las almas, bautizadas o no, no ofrecen el sacrificio, sino que es ofrecido por ellas; todas ellas no tienen más que un rol pasivo; reciben, no hacen nada; así, pues, se comprende sin dificultad que si para tomar parte en la acción sacrificial, en la ofrenda de la inmolación, se necesita tener un cierto carácter sacerdotal, no se exige lo mismo si se trata sólo de aprovechar los frutos del sacrificio; es suficiente con estar unido por la caridad a Cristo Víctima”.

domingo, 13 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XVIII de XXI)


12. S. Juan.

En perfecta armonía con las cartas apostólicas y con los evangelios sinópticos que nos hablan de las humillaciones de Cristo, y nos dicen no haber venido a reinar, ni a traer por consiguiente la suspirada paz social que anunciaron los profetas (Mt. X, 34, y par.), S. Juan, el postrero de los apóstoles y profetas, confirma lo mismo con dichos y hechos del Señor y la revelación apocalíptica, clave segura para la interpretación de todas las profecías, a condición de renunciar al alegorismo alejandrino.

No envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar — porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo (Jn. III, 17)—, que es decir para: reinar; y cuando las turbas quieren alzarle por rey se les escabulle (Jn. VI, 15); y si delante de Pilatos afirma que es rey, tiene buen cuidado de anticiparle que no pretende por de pronto hacer valer sus derechos reales (XVIII, 36 s.). Por los sinópticos sabemos que se había inhibido de reinar —temporalmente por supuesto— en favor del derecho natural del César (Mt. XXII, 21, y par.), a quien los judíos escogen aquí por rey (Jn. XIX, 15).

Pues bien, los espiritualistas a ultranza, alegorizando sobre el sacerdocio cristiano, cuyo objeto es muy distinto del de la realeza (cf. Heb. V, 1), se empeñan, como las turbas, en hacer reinar desde luego al Señor en su Iglesia Santa, y a cambio de ese reinado actual, de tipo metafórico casi siempre, superado ya por la definición Piana (Lect. IV del Of. de Cristo Rey), le niegan el efectivo reinado escatológico, que le asignan todas las profecías sobre el reino, y con ellas y como interpretación de ellas, el Apocalipsis de S. Juan, no en el primer estadio del cristianismo militante, sino en el desenlace triunfal del drama de la Historia y de la Iglesia; que por eso se pone su actuación, no al sonar de la primera, sino de la séptima y última trompeta (Ap. XI, 15 ss.; cf. I Cor. XV, 52 etc.), con referencia a la cual se dijo aquello de como evangelizó a sus siervos los profetas (Ap. X, 7). La séptima y última trompeta apocalíptica es el hito al que coliman los antiguos vaticinios messianos, y con ella se anuncia el acontecimiento cumbre del porvenir, que es la transferencia del reinado de este mundo a manos del Señor y de su Ungido: Se hizo el reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. XI, 15), como evangelizó a sus siervos los profetas (Ap. X, 7).

Y explicando luego más su pensamiento en los capítulos siguientes nos dice el modo cómo se llegará a esa meta, que es la restitución de la realeza a Israel (Ap. XII = Dn. XII) la reacción del último anticristo (cf. I Jn. II, 18) contra esa institución (Ap. XIII = Dn. VII, 8 ss.), su aniquilamiento que irá precedido del auto inquisitorial en que será quemada la gran ramera (Ap. XVII-XIX = Prof. pass.), capital del mundo apóstata (cf. I Tes. II, 2), no del pagano, y seguido del encadenamiento del dragón (Ap. XX, 1-3) en infame contubernio con el mundo, según aquello del propio San Juan: el mundo entero está bajo el Maligno (I Jn. V, 19). Y sólo al quedar fuera de combate estos dos enemigos externos del hombre, el mundo y el demonio, sigue la paz social, externa, más cumplida, en el refino messiano, como evangelizó a sus siervos los profetas (Ap. X, 7), paz que sólo será ya interrumpida por la universal rebelión de las naciones (Gog y Magog) contra Israel y sus adherentes (cf. Is. LVI, 1-8; Miq. V, 3); pero esta postrer rebelión es sofocada en el diluvio de fuego (Ap. XX, 9 = Ez. XXXIX, 22), de que nos habla S. Pedro (II Ped. III, 10-12) con alusión a muchas otras profecías; y con eso aparece de lleno el tercer mundo.

Este tercer mundo, en que habita la justicia (II Ped. III, 13) y por consiguiente la paz y el bienestar social (Is. XXXII, 17), será tan del agrado divino, que el Señor trasladará acá su corte celestial y se establecerá una comunión misteriosa entre la Iglesia del cielo y la Iglesia de la tierra. Véase cómo la describe S. Juan en su Apocalipsis: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra se fueron y el mar no existe más (cf. Apoc. XX, 11). Y la ciudad, la santa Jerusalén nueva, ví descendiendo del cielo desde de Dios, preparada como una esposa adornada para su esposo. Y oí una voz grande desde el trono que decía: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres y Él fijará su tabernáculo con ellos y ellos sus pueblos serán y Él mismo “El Dios con ellos” será, etc. (Apoc. XXI, 1-3).  Estas últimas palabras son el “ritornello” de los profetas, particularmente de Ezequiel.

Más abajo dice de esta luminosa ciudad: “Y caminarán las naciones a su luz y los reyes de la tierra traen su gloria a ella… Y traerán la gloria y el honor de las naciones a ella” (Apoc. XXI, 24.26; cf. Is. LX etc.). Y del árbol de la vida, que en su plaza crece, dice entre otras cosas: y las hojas del leño (son) para curación de las naciones (Apoc. XXII, 2; cf. Ez. XLII, 12). Estamos, pues, no sólo en este suelo, sino además entre mortales. Es la gloria del cielo que se instala en nuestra tierra - y la Gloria fijará su morada en nuestro país (Sal. LXXXIV, 10)—, tierra que los justos han de poseer en herencia exclusiva para siempre (Sal. XXXVI, 3.9.11.18.27.29.34).

No creo que el descenso de la Jerusalén celeste coincida con el milenio apocalíptico, como he escrito alguna vez, sino que es posterior a todo ese período de preparación, lo mismo que el tercer mundo de S. Pedro[1].



[1] Nota del Blog: Tema complejo y muy debatido. En lo personal seguimos a Lacunza quien identifica todos estos sucesos con el Milenio. El problema que vemos con la interpretación de Ramos García es que debería colocar estos acontecimientos después del juicio universal de XX, 11-15 (pues antes está el Milenio), lo cual parece muy extraño, considerando que él reconoce que hay viadores todavía.

jueves, 10 de enero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (III de IX)


Apéndice II.

Joseph Anger, La doctrine du Corps Mystique de Jesús-Christ, pag. 284. (8 ed., año 1946).

“Además, en ambos sacrificios, el de la Pasión y el de la Misa, Jesús es tanto el Sacerdote como la Víctima; pero en la Misa no es el único sacerdote ni la única víctima. En todo sacrificio el que ofrece la víctima es el sacerdote; pero en su Pasión, Cristo se ofreció al Padre solo[1] a fin de conquistar a la Iglesia, para hacerla nacer, bella y pura, de su sangre divina. En la Misa, todo el Cuerpo Místico realmente unido a Cristo ofrece por Él y con Él la víctima del Calvario[2]. Cristo es siempre el Sacerdote principal y soberano, pero al igual que una causa principal, pasa hacia nosotros su poder sacerdotal, eleva a aquellos que han recibido el carácter bautismal a la dignidad de instrumentos de su sacerdocio; sin embargo no comunica su virtud de la misma manera, pues si bien todos los fieles ofrecen, sólo los sacerdotes[3] consagran. Hemos dicho también que en la Misa Jesucristo no es la única víctima como fue el caso del Sacrificio de la Cruz, sino que la Iglesia, que ofrece por Él y con Él, se ofrece también a sí misma con Él. Ciertamente, no bajo el mismo plan y con el mismo título que Cristo, ya que sólo el cuerpo natural de Cristo es el que constituye la ofrenda, pero, así como todo sacrificio exterior es signo y símbolo de uno interior, el Cuerpo Místico ofrece el cuerpo natural de Cristo como prenda y en testimonio de su propia oblación y consagración. San Agustín dice que por el sacrificio de su Cabeza, la Iglesia aprende a sacrificarse a sí misma: “fue su voluntad divina también que fuese sacramento cotidiano el sacrificio de la Iglesia, la cual, siendo cuerpo místico y verdadero de esta misma y suprema cabeza, aprende a ofrecerse a sí misma en virtud del mandato de Jesucristo[4].



[1] Pequeño desliz del Abbe Anger en su monumental obra. En realidad, debe decirse que Nuestro Señor no fue el único sacerdote en el Calvario, sino que también su Madre ofreció a Su Divino Hijo, y esta es la enseñanza explícita de los Papas:

León XIII en la encíclica Iucunda Semper dice:

“De pie, junto a la Cruz de Jesús, estaba María su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso, que la hacía ser Madre de todos nosotros, ofreciendo Ella a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor” (ASS, 27, p. 178).

Benedicto XV en su epístola apostólica Inter sodalicia:

“Los doctores de la Iglesia enseñan comúnmente que la Santísima Virgen María, que parecía ausente de la vida pública de Jesucristo, estuvo presente, sin embargo, a su lado cuando fue a la muerte y fue clavado en la cruz, y estuvo allí por divina disposición. En efecto, en comunión con su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó los derechos de madre sobre su Hijo para conseguir la salvación de los hombres; y para apaciguar la justicia divina, en cuanto dependía de Ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje con Cristo” (AAS 10, p. 181).

Pío XI en su Encíclica Miserentissimus Redemptor dice:

“…Finalmente, la benignísima Virgen Madre de Dios sonría favorablemente a estos nuestros deseos y conatos, la cual, habiendo dado y criado a Jesús Redentor, y ofreciéndole junto a la cruz como hostia, fue también y es piadosamente llamada Redentora por la misteriosa unión con Cristo y por su gracia absolutamente singular” (AAS 20, p. 178).

Por último, Pío XII en la Mystici Corporis dice:

Ella fue la que, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció, como nueva Eva, al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán…” (AAS, 25, p. 246).

Otra pregunta interesante, y que merecería otro estudio separado es: sabiendo que hay una relación directa entre el Sacrificio del Calvario y la Virgen María y el Sacrificio de la Misa y el resto de los fieles ¿puede afirmarse que hay una relación entre el Sacrificio de la Última Cena y los Apóstoles? En otras palabras: ¿Nuestro Señor ofreció en la Última Cena solo o junto con los Apóstoles? Nos parece que la última opción es preferible, pero es este un tema no muy explorado en teología como lo afirma el P. Sauras OP cuando trata de los “miembros de excepción” del Cuerpo Místico y en los cuales agrega a la Santísima Virgen, la cual tuvo la “gracia de la Divina Maternidad” y a los Apóstoles que tuvieron la “gracia del Apostolado” (ambas gracias son “sacerdotales”). Si esto fuera así entonces tendríamos una confirmación de todo lo dicho hasta aquí y veríamos en la facultad de ofrecer el Sacrificio aquello que constituye a los miembros de la Iglesia, con la diferencia propia de los distintos tipos de miembros: Virgen María-Apóstoles-resto de los fieles y de sacrificios: Calvario-Última Cena-Misa, respectivamente.

Para todo este interesantísimo tema puede consultarse al P. Sauras en su magnífica obra El Cuerpo Místico de Cristo, BAC, 1952, pag. 483 y ss.

[2] De esta forma S. Ambrosio le escribe a Teodosio que debe temer la excomunión:

Recién ofrecerás cuando recibas la facultad de sacrificar, cuando tu hostia sea acepta a Dios” (Epístola 51 a Teodosio, n 15, PL XVI, col. 1163).

Su poder sacerdotal, su poder de ofrecer la Santa Víctima en la Misa, poder que Teodosio tenía por su Bautismo, se suspende por la Excomunión que lo excluye de la vida exterior del Cuerpo Místico” (Nota del Autor).

[3] El autor se refiere a aquellos que han recibido el sacramento del Orden.

[4] De Civitate Dei, lib. 10, cap. 20.

lunes, 7 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XVII de XXI)


10. San Pedro.

A los impacientes de todos los tiempos, que dicen: ¿Dónde está la promesa de su Parusía? Pues desde que los padres se durmieron todo permanece lo mismo que desde el principio de la creación (II Ped. III, 4), les responde S. Pedro con la hermosa teoría de los tres mundos sucesivos: el prediluviano, que terminó con el diluvio de agua; el actual, que terminará con el diluvio de fuego y el futuro de paz y bienandanza - el orbe de la tierra venidero de S. Pablo-, que tenemos tantas veces prometido: Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la justicia (II Ped. III, 13 = Is. LXV, 17; LXVI, 22; Ap. XXI, 1).

Este tercer mundo es el que nos promete Dios por los profetas –según su promesa- y sólo cuando aparezca ese tercer mundo, que es subceleste como los dos primeros[1], se cumplirán todas las promesas de justicia y paz social, que en nombre de Dios nos hicieron los profetas, para que se vea la veracidad de tus profetas.

Y ese venturoso evento sucederá en breve -No es moroso el Señor en la promesa (II Ped. III, 9; Hebr. X, 37; Ecco. XXXV, 22; Hab. II, 3)-, siquiera esa brevedad se haya de medir a lo divino, y ese paso del mundo actual al tercer mundo no haya de ser instantáneo. Se llega a él por varios jalones, primero de los cuales es la restitución de la realeza a Israel (Hech. I, 6) que, al cristianarse en el bautismo, resulta automáticamente de derecho positivo cristiano, pero no obtiene su triunfo definitivo hasta tanto que son destruidos por el fuego vengador las fuerzas recalcitrantes de Gog y Magog, es decir, de toda la gentilidad apóstata -en los cuatro ángulos de la tierra (Ap. XX, 8)-; y sólo entonces se establece aquí de lleno el tercer mundo de la perspectiva de S. Pedro.


11. San Pablo.

viernes, 4 de enero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (II de IX)


Apéndice I

Cardenal Louis Billot, De Sacramentis, vol. 1, Thesis XIII (1931, 7 edición).

Artículo Sexto: “No todos los sacramentos imprimen carácter sino sólo tres de ellos, por medio de los cuales el hombre adquiere un nuevo status con respecto a aquellas cosas que pertenecen al culto público en la Iglesia de Dios”.

“… la razón teológica concuerda con ésto (a saber, que los tres sacramentos que imprimen carácter en el alma son el Bautismo, la Confirmación y el Orden) ya que el carácter se imprime sólo en aquellos sacramentos por los cuales el hombre es comisionado a aquellas cosas que en la Iglesia deben ser hechas públicamente. De aquí se sigue que la Penitencia y la Extremaunción no pueden imprimir carácter ya que estos sacramentos están sólo para curar algunos defectos accidentales, como son los pecados después del Bautismo, y por medio de ellos el hombre es restituido simpliciter al status primitivo.

De la misma manera el Matrimonio tampoco imprime carácter ya que, si bien por medio de este sacramento el marido y la mujer están comisionados para engendrar hijos y educarlos para rendir culto a Dios de forma tal que provea a la perpetuidad de la Iglesia, sin embargo este oficio no es público sino doméstico, relacionado solamente dispositive a las acciones jerárquicas, y esta es la razón por la cual no se adquiere, por medio del Matrimonio, un nuevo status relacionado a aquellas cosas que pertenecen al culto público en la Iglesia de Cristo.

Con respecto a la Eucaristía se deben considerar dos cosas: la acción sacramental misma que consiste en la consagración de la materia y el uso del sacramento. No hay dudas que en la consagración no se imprime carácter ya que esa acción no pone nada en el alma, sino que, por el contrario, su acción termina en la materia externa y de esta forma no consagra al que rinde culto a Dios, sino que es más bien el culto supremo, el sacrificio de la Iglesia. Con respecto a su uso debemos decir que no imprime carácter en razón de la gran perfección del sacramento, que no ordena al hombre a hacer o recibir algo más con respecto a las cosas santas, sino que, como dice el Dionisio, es la consumación y fin de todas ellas.

En conclusión, debemos decir que los otros tres sacramentos imprimen carácter ya que comisionan ex officio a las cosas divinas, sea para darlas a otros (Orden), para recibirlas (Bautismo) o para defenderlas de los atacantes (Confirmación).”

martes, 1 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XVI de XXI)


8. El Eclesiástico.

Los que con nuestro autor ven la reintegración de las doce tribus, para formar un solo reino, en la restauración histórica de Israel, a la vuelta del destierro babilónico, tienen que habérselas con el autor del Eclesiástico que, escribiendo mucho después de esa vuelta, no da por hecha esa integración pues la pide y espera, cabalmente para salvar la veracidad de los profetas. Dice así con alusión perenne a las profecías messianas:

Renueva los prodigios, y haz nuevas maravillas. Glorifica tu mano, y tu brazo derecho. Despierta la cólera, y derrama la ira. Destruye al adversario, y abate al enemigo. Acelera el tiempo, no te olvides del fin; para que sean celebradas tus maravillas. Devorados sean por el fuego de la ira aquellos que escapan; y hallen su perdición los que tanto maltratan a tu pueblo. Quebranta las cabezas de los príncipes enemigos, los cuales dicen: “No hay otro fuera de nosotros.” Reúne todas las tribus de Jacob; para que conozcan que no hay más Dios que Tú, y publiquen tu grandeza, y sean herencia tuya, como lo fueron desde el principio. Apiádate de tu pueblo que lleva tu nombre, y de Israel a quien has tratado como a primogénito tuyo. Apiádate de Jerusalén, ciudad que has santificado, ciudad de tu reposo. Llena a Sión de tus palabras inefables, y a tu pueblo de tu gloria. Declárate a favor de aquellos que desde el principio son creaturas tuyas y verifica las predicciones que anunciaron en tu nombre los antiguos profetas. Remunera a los que esperan en Ti, para que se vea la veracidad de tus profetas; y oye las oraciones de tus siervos, según la bendición que dio Aarón a tu pueblo, y enderézanos por el sendero de la justicia. Sepan los moradores todos de la tierra, que Tú eres el Dios que dispone los siglos (Ecl. XXXVI, 6-19).

Estas promesas no se les cumplieron, pues, a la vuelta del cautiverio babilónico, ni aun con la institución de la teocracia por Esdras y Nehemías, que conocía bien el Sirácida. Tampoco logra llenar ese vacío la era de los Macabeos, pues por lo efímera, precaria y extraña a la dinastía davídica, no viene a realizar nada de aquello en que más insisten los profetas. ¿Será la edad del Evangelio en lo que llevamos de cristianismo histórico? Tampoco, porque en este lapso de tiempo, los judíos, lejos de ocupar un puesto distinguido en el reino messiano -del judío, primeramente y también del griego—, viven bajo el signo de la exclusión en masa, y han venido a sustituirles los gentiles (Mt. VIII, 11 s. etc.) sustitución temporal, es cierto, (Rom. XI, 25), pero verdadera, y mientras ella dure, e Israel viva en la dispersión secular. “Sin sacrificio, sin massebah, sin efod y sin terafines (Os. III, 4), queda suspendido para ellos el cumplimiento de esas magníficas profecías, que no son condicionales, como quiere la euforia alegorista, sino absolutas, porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables (Rom. XI, 29).

Si se quiere salvar el honor de los profetas— para que se vea la veracidad de tus profetas —es preciso aplazar su cumplimiento a tiempos mejores, cuando se haya aplacado la ira del Señor—así comúnmente los profetas— que pesa aún sobre ese pueblo.


9. El mensaje evangélico.

La misma perspectiva en el N.T., aun cuando la Iglesia estaba en marcha y extendida ya por todas partes.

Los Apóstoles, siguiendo las indicaciones del Maestro y la sugestión del Espíritu Santo, siguen esperando y hablando del porvenir de este mundo subceleste lo mismo que los profetas de Israel, cuyas palabras recogen a menudo, y mientras los judíos convertidos se impacientan cada vez más, al no ver cumplidas las divinas promesas en la Iglesia, ni el Maestro a sus discípulos, ni los Apóstoles a los fieles titubeantes, responden nada que se parezca, ni de lejos, a la euforia alegorista: Ahí lo tenéis todo cumplido, y aún con creces en los bienes espirituales de la nueva economía; en este suelo no hay más que esperar. No, sino con una gran ponderación, y sin desvirtuar en un ápice cuanto estaba escrito (Mt. V, 17 s.), no se cansan de exhortar a la ὑπομονῆ, que es la expectación paciente y vigilante, para obtener algún día las promesas: En efecto, tenéis necesidad de paciencia, a fin de que después de cumplir la voluntad de Dios obtengáis lo prometido (Heb. X, 36; cf. Rom. XV, 4). Ese es el clima de los discursos escatológicos del Señor y de todos los escritos apostólicos.

Preguntan los discípulos: Señor, ¿es éste el tiempo en que restableces el reino para Israel? (Hech. I, 6). Respóndeles el Señor: No os corresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad, etc. (Hech. I, 7). La Sagrada Escritura es muy explícita acerca de la futuridad de la anunciada restauración (Hech. III, 21) y de su promotor providencial (Mt. XVII, 11; Mc. IX, 11; cf. Ap. VII = Is. XLIX; Ecl. XLVIII, 10).

El Padre se ha reservado el tiempo y la oportunidad de realizar esa restauración, tiempo que nadie puede conocer, como ya había dicho otra vez el Maestro (Mt. XXIV, 36 y par.), pero que no es ciertamente el presente, contra lo que opinaban los judíos y los discípulos del Señor antes de ser iluminados, y con ellos los alegoristas, que contra la formal protesta del Señor (Mt. X, 34, y par.), lo ven ya todo cumplido en la Iglesia.

Es una manera de intemperancia que es preciso refrenar. Tened calma, que todo llegará a su tiempo: tenéis necesidad de paciencia.