Sobre algunos grupos de personas
en el Apocalipsis (II edición)
Nota del
Blog: Hace
tiempo publicamos una larga sección sobre algunos grupos del Apocalipsis (ver AQUI
la primera parte), pero lo cierto es que mucho tiempo ha pasado desde entonces
y ya es tiempo de hacer una “2 edición” pues, además del hecho obvio que uno va,
con el paso del tiempo, adquiriendo más conocimientos y puliendo la exégesis,
en su momento cometimos un error, podría decirse, “de principiantes”, pues en
lugar de haber comenzado la publicación una vez terminado todos los grupos, fuimos
publicando a medida que íbamos acabando cada uno de ellos. Error que nos valió
algunas addenda en su momento y
algunas corrigenda en esta
oportunidad.
***
I. El Vencedor
En los capítulos II-III, que versan sobre las siete Iglesias, encontramos, entre otras
cosas dignas de estudio, una cláusula final que se repite en todas ellas:
“El que tiene oído oiga lo que el
Espíritu dice a las Iglesias: “El que venciere… etc.”
El propósito de este artículo será tratar de dilucidar a
quién se refiere el Texto cuando habla de el Vencedor.
Lo primero que debemos tener presente, como lo dicen los
exégetas, es que las siete Iglesias representan siete épocas de
la misma, desde la Primera hasta la Segunda Venida. Con esto en mente, y sin
detenernos por ahora a explicar a qué época se refiere cada una de ellas, ya
sabemos que el vencedor tiene alguna relación especial con la Iglesia. Esto
es básico y obvio; demos, pues, un paso más.
Si bien el premio prometido al vencedor es muy
diferente en cada una de las Iglesias, sin embargo, todos tienen algo en común.
Primero veamos los premios en sí mismos:
Apoc. II, 7: “Al
que venciere le daré a comer del leño de
la vida, el que está en el Paraíso de Dios” (Éfeso).
Apoc. II, 17: “Al que venciere le daré del maná, del escondido, y le
daré una piedrita blanca, y en la piedrita un nombre nuevo escrito que nadie sabe sino el que recibe” (Pérgamo).
Apoc. II, 26-28:
“Y al que venciere, esto es, el
que guardare hasta el fin mis obras, le daré autoridad sobre las naciones, y las destruirá con vara férrea, cual
vasos cerámicos son quebrados como Yo también he recibido de mi Padre y le daré
la estrella, la matutina” (Tiatira).
Apoc. III, 5:
“El que venciere así será vestido con
vestidos blancos y no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré
su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles” (Sardes).
Apoc. III, 12:
“El que venciere, lo haré columna en el santuario de mi Dios y no saldrá más y escribiré sobre él el nombre de mi Dios y
el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del
cielo desde mi Dios y mi nombre, el nuevo” (Filadelfia)[1].
Apoc. III, 21:
“El que venciere, le daré sentarse
conmigo en mi trono, como Yo también vencí y me senté con mi Padre en su
trono” (Laodicea).
***
Ahora bien, todos estos premios, tan disímiles entre sí,
encuentran su unificación y explicación en los últimos capítulos
del mismo Apocalipsis, es decir en el Milenio, como ya lo notaron varios
autores.
Repasemos los textos relacionados con los premios:
Apoc. XXII, 2: “En
medio de su plaza y del río, aquí y allí, un
leño[2]
de vida, haciendo frutos doce según el
mes, cada uno (e.e. cada mes)
retribuyendo su fruto; y las hojas del leño (son) para curación de las naciones” (Éfeso).
Apoc. XX, 6:
“Bienaventurado y santo el que tiene parte en la
resurrección, la primera. Sobre estos la
segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de
Cristo y reinarán con Él los mil años” (Esmirna)[3].
Apoc. XIX, 12.16:
“Teniendo
un nombre escrito que nadie sabe sino Él mismo…
Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nombre escrito: “Rey de reyes y Señor
de señores” (Pérgamo).
Apoc. XIX, 15:
“Y de su boca sale una espada aguda, para con ella
herir a las naciones y Él las destruirá
con vara férrea…”. Cfr. Apoc.
XII, 5; Sal. II, 9. (Tiatira).
Apoc. XXI, 27: “Y no entrará en ella (la Jerusalén Celestial[4]) nada común (= impuro), ni el
que hace abominación y mentira, sino los
escritos en el libro de la vida del Cordero” (Sardes).
Apoc. XXII, 4: “Y
verán su rostro y Su Nombre (estará) en sus frentes”.
Cfr. Apoc. XIV, 1; XIX, 12 s.
(Filadelfia).
Apoc. XX, 4: “Y
ví tronos y se sentaron sobre ellos y juicio se les dio…” (Laodicea)[5].
[1] Interesante lo que dice Charles comentando este versículo:
"τὸ ὄνομα τοῦ
Θεοῦ (el nombre de mi Dios): El nombre de Dios impreso en la frente
de los vencedores muestra que son posesión de Dios; ver nota a VII,
3".
"τὸ ὄνομα τῆς
πόλεως τοῦ Θεοῦ μου (el nombre de la ciudad de mi Dios): Estas
palabras denotan que Dios dará al
vencedor el derecho a la ciudadanía en la Jerusalén Celeste. Cfr. Gal. IV, 26; Fil. III, 20; Heb. XI, 10;
XII, 22; XIII, 14".
"τὸ ὄνομά μου
τὸ καινόν (mi nombre, el nuevo): Cfr. XIX, 12.16. Pero el nombre nuevo más probablemente se revele en Su
Segunda Venida. Y de la misma forma que
Cristo ha de tener un nombre nuevo en esta Venida, así también Sus fieles
servidores (II, 17). Gressmann
ha remarcado aptamente: "Así como
en el principio del mundo presente todas las cosas recibieron su nombre definitivo,
así han de ser nombradas de nuevo en el mundo futuro".
Un pasaje parcialmente paralelo a todo este verso se
encuentra en Baba Bathra, 75b:
"Rabí Samuel, hijo de Nachmani dijo en nombre de Rabí Johanan que tres son nombrados después del Santo,
bendito sea Él: el justo (Is. XLIII, 7), el Mesías (Jer. XXIII, 6) y Jerusalén
(Ez. XLVIII, 35)".
[2] “ξύλον es
aquí un nombre colectivo: los árboles, bosque, selva” (Allo).
[3] ¡Hermosa
promesa que los alegoristas reducen a la nada!
Si la primera resurrección es la vida de la gracia,
como sueñan ¿cómo es posible que la segunda muerte no tenga poder sobre ellos?
¿Quiere decir que no podrán perder el estado de gracia santificante?
Esta primera resurrección tampoco puede ser la de los
santos en la gloria, acaso alguien quiera afirmarlo, por la sencilla razón de
que es el hombre todo entero, cuerpo y alma, el que puede ejercer funciones
sacerdotales y no el alma sola.
Tampoco puede coincidir con la resurrección del juicio
final porque de esta manera no habría lugar para una segunda
resurrección…
Por último, repárese en la precisión con la que el
texto identifica el Milenio al hablar de los mil años, es decir, no se
trata de mil años cualesquiera, no es una afirmación vaga y general, sino que,
muy por el contrario, se habla de un tiempo muy específico.
[4] Straubinger
comentando Ez. XXIV, 2 nos dice:
“… Ezequiel
presentó en toda esta profecía, “la reedificación de la ciudad y del Templo… en
los últimos tiempos, pero sin hacer distinción entre la nueva Jerusalén terrena
y la celestial”. Sólo a la luz del Nuevo Testamento podemos notar esas
diferencias… De ella (la Jerusalén Celestial), se dice que sus puertas no se
cerrarán en todo el día y que no habrá noche (Apoc XXI, 25). En Is. LX, 11 se
dice lo mismo de la Nueva Jerusalén de que habla Ezequiel, pero no se suprime
la noche, como en la celestial…”.
[5] Puesto
que todos los premios se refieren al Milenio, entonces no es posible ver en la
Iglesia de Laodicea a la Iglesia durante el Milenio, como quieren Castellani
y Eyzaguirre, sino que debe coincidir con la Iglesia bajo el reinado del
Anticristo.
Hay otras razones para defender esta posición, pero
esta sola basta por ahora.