Durante
el Concilio
La
primera sesión del Concilio Vaticano tuvo lugar el 8 de Diciembre de 1869. Dos
semanas después el Rector, el decano y diez profesores de la gran facultad
teológica de Lovaina dirigieron al Concilio una petición para que los Padres
definan como dogma de fe la doctrina que:
“El Romano Pontífice, el sucesor de san Pedro, no
puede errar cuando prescribe para la Iglesia universal de Cristo en definición
solemne que un dogma es divinamente revelado y que debe ser recibido con fe
divina, o cuando condena alguna afirmación como contraria a la revelación
divina”.
La petición
de Lovaina enumeró con orgullo los nombres de las gloriosas lumbreras de la
antigua facultad que sostuvieron esta doctrina, a saber Santiago Latomo,
Juan Driedo, Rouard Tapper, Jodocus Ravestyn, Juan Hessels, Guillermo Lindano,
Martín Rythovio Cornelio Jansenio Obispo de Gante, Tomás Stapleton, Guillermo
Estio, Juan Maldero y Cristian Lupo[1]. El 7 de Enero de 1870,
todos los Obispos de Bélgica, liderados por el Arzobispo Deschamps de Malinas, presentaron
la petición de Lovaina al Concilio[2]. La acción de Lovaina
hizo imposible, de una vez y para siempre, cualquier afirmación seria de que el
mundo de los sabios se oponía a la definición.
Durante
el mes de Enero de 1870 circularon peticiones entre los miembros del Concilio a
favor y en contra de la definición de la infalibilidad papal[3]. Pronto
se hizo evidente que la gran mayoría estaba a favor de alguna definición.
Newman estaba reaccionando a estos eventos cuando envió al Obispo Ullathorne la
carta sobre la cual centró todas sus afirmaciones públicas sobre la definición
vaticana mientras en Concilio estaba en sesión.
El
20 de Enero de 1870, el Obispo Ullathorne envió a Newman una carta que incluía
algunas penetrantes observaciones sobre el Concilio, la afirmación de su
convicción de que “en última instancia va a hacer algo bueno para la Iglesia” y
una declaración de su decisión de “no inmiscuirse en ninguna petición o
proposición de ninguna de las partes”. Newman respondió el 28 de enero con lo
que consideró “una de las cartas más apasionadas y confidenciales que jamás he
escrito en mi vida”[4].
Evidentemente, su obispo no la consideraba completamente confidencial, ya que sin
demora la mostró a cuatro Obispos ingleses, todos amigos de Newman. Uno de
ellos, William Joseph Clifford, Obispo de Clifton, aquel que acolitó la primera
Misa de Newman y que permaneció como su más devoto amigo en la jerarquía
inglesa, pidió permiso, y lo obtuvo, al Obispo Ullathorne para llevarse la
carta a su casa. Cuando devolvió la carta por la mañana, sorprendió e irritó al
Obispo Ullathorne diciéndole que había hecho una copia para sí mismo. Cuando se
mostraron copias de la carta alrededor de Roma algún tiempo después, el Obispo
Ullathorne acusó al Obispo Clifford de haberla puesto en circulación. El Obispo
Clifford negó solemnemente la acusación, y afirmó que nadie pudo haber visto u
obtenido un texto de su copia. La cuestión permanece así al día de hoy[5].
La carta de Newman contenía
una amarga y poderosa protesta en contra de las acciones de los líderes de la
Mayoría en el Concilio. El Concilio mismo es acusado de:
“Infundir en nosotros por los órganos acreditados
de Roma y sus partisanos (como la Civiltà,
la Armonia, el Univers, y el Tablet) un
poco más que temor y angustia”.
Por medio de la acción del Concilio
“No se va a evitar ningún mal inminente, sino que se
va a crear una gran dificultad”.
Newman afirmaba que todos los
Católicos creían en la infalibilidad del Papa pero que la definición propuesta
era una prueba de fe. Negando cualquier
posibilidad de dificultad para él, afirma que
“No puedo evitar sufrir con las diversas almas que
sufren y espero con ansiedad la perspectiva de tener que defender decisiones
que pueden no ser difíciles para mi juicio privado, pero que pueden ser muy
difíciles de mantener lógicamente a la luz de los hechos históricos”.
Se
queja que se le permita a:
“Una agresiva facción insolente lamentarse al
corazón del justo, a quien el Señor no afligió”
E
informa a su Ordinario que
“Algunas de las mejores mentes” están reaccionando,
entre otras formas, “enojándose con la Santa Sede por escuchar la adulación
de una camarilla de Jesuitas, Redentoristas y conversos”.
Advierte
del
“Repertorio de escándalos pontificales en la
historia de dieciocho siglos”
E
indica la “ruina” que está cayendo sobre algunos Anglicanos ritualistas con la
mera perspectiva de la definición. Se olvida de tal forma de sí mismo que
declara que lo mismo que el infame y sacrílego anticatólico académico Murphy le
había infligido a la Iglesia le está ocasionando indirectamente ahora el
distinguido periodista M. Veuillot, presumiblemente por medio de su defensa de
la definición.
[1] Cf. Acta et Decreta Sacrorum
Conciliorum Recentiorum Collectio Lacensis (Freiburg im Breisgau: Herder,
1890), VII, cols. 942 sig.
[2] Cf. Ibid. col. 942.
[3] Cf. Ibid. col. 923 ss.
[4] Cf. The Life and Times of
Bishop Ullathorne, por Dom Cuthbert Butler (New York, Cincinnati, Chicago:
Benzinger Brothers, 1926), II, 56 sig.; 59.
[5] Cf. ibid.,
pp. 61 sig.