domingo, 9 de febrero de 2020

John Henry Newman y la Definición por parte del Concilio Vaticano de la Infalibilidad Papal (II de VIII)


Antes del Concilio

Antes del Concilio Vaticano Newman reconoció frecuentemente que aceptaba la doctrina de la infalibilidad papal. Lo que Newman veía como una afirmación absoluta de la doctrina se encuentra en el texto original de su Discursos sobre la educación Universitaria.

Profundamente lo siento, siempre voy a protestar, pues puedo recurrir al amplio testimonio de la historia que me lo confirma, que en materia de bien y mal, no hay nada realmente fuerte en todo el mundo, nada decisivo y operativo, sino la voz de Aquel a quien se le encomendaron las Llaves del Reino, y la vigilancia del rebaño de Cristo. Esa voz es ahora, como ha sido siempre, una verdadera autoridad, infalible cuando enseña, próspera cuando gobierna, siempre conduciendo sabia y claramente en su propio campo, agregando certeza a lo que es probable y persuasión a lo que es cierto. Antes de que hable, hasta el más santo puede equivocarse; y después de que ha hablado, el más inteligente debe obedecer[1].

La Apologia pro Vita Sua, escrita en 1864, contiene aún otra expresión de la creencia de Newman en la infalibilidad papal.

En el Concilio Ecuménico miramos al Papa como a la sede normal de la Infalibilidad[2].

Aun así, por lejos la característica más importante de la concepción de Newman sobre la infalibilidad fue su insistencia absoluta de que esta doctrina fuera tratada como una opinión meramente teológica. Un tratamiento detallado del pensamiento de Newman sobre la cualidad del asentimiento debido a esta tesis se encuentra en una carta al Dr. Edward Bouviere Pusey.

“Al aplicar este principio [que el hombre puede ser obligado a creer una doctrina basado sea en la fe o en “religiosidad”] a la infalibilidad del Papa (N.B. esta es, por supuesto, solamente mi propia opinión, meo periculo), a una persona le va a parecer un deber religioso creerla o puede no creerla sin riesgo alguno, en proporción a que crea probable o improbable que la Iglesia pueda o vaya a definirla, o la sostiene, y que es la doctrina de los Apóstoles. En cuanto a mí, (pero aun así para ilustrar lo que quiero decir, y no para discutir) creo que la Iglesia puede definirla (es decir, posiblemente puede ser que forme parte del depositum original), pero que nunca la va a definir; y, una vez más, no veo que pueda decirse que la Iglesia la sostenga. La Iglesia nunca puede simplemente actuar sobre ella (al no estar definida) y creo que nunca lo ha hecho; - además, por otra parte, creo que hay mucha evidencia a su favor tanto en la historia como en los Padres. En su conjunto la sostengo; pero no imputaría a pecado si dudara de ella basado en la razón[3].


Al escribir a Renouf en 1868, Newman repitió su opinión fundamental.

Sostengo la Infalibilidad del Papa, afirmó, no como dogma sino como una opinión teológica; es decir, no como cierta sino como probable[4].

En una carta escrita el 27 de Junio de 1870, nueve días después que el Concilio Vaticano había emitido su definición, ofrece la misma afirmación:

En cuanto a mí, desde que soy Católico, he sostenido la infalibilidad del Papa como una opinión teológica[5].

Se debe recordar que la causa principal de la feroz oposición de Newman a William George Ward, al Arzobispo Manning y a los demás que defendían una definición de la infalibilidad papal es su casi enfática insistencia que la doctrina se debía dejar en el nivel de una mera opinión teológica. Es completamente cierto que difería del Arzobispo de Westminster y de los otros defensores de la prerrogativa del Santo Padre sobre los límites y ejercicios de la inerrancia de la Iglesia. Aun así, no estaba ofendido porque su afirmación de la doctrina de la infalibilidad difería de la de él. Lo que lo movía a una ira amarga y continua contra las afirmaciones de sus oponentes era que la tesis de la infalibilidad papal no era para nada un tema opinable. Su polémica se dirigió en primer lugar, no en contra de una noción de la infalibilidad papal errónea o extrema sino contra su presentación o definición como dogma.

Una extraña carta de Newman a Ward escrita el 9 de Mayo de 1867 trae a luz este elemento muy importante de la actitud de Newman hacia la tesis. Acepta con serenidad el hecho de que las enseñanzas de Newman sobre la infalibilidad difieren mucho de la suya. La afirmación fundamental de Newman es que estas diferencias no son importantes y que son inevitables. Se enfurece porque Ward persiste en ver estas diferencias como importantes. Podía ver con ecuanimidad las afirmaciones que contradecían sus propios principios sobre la infalibilidad del Santo Padre siempre y cuando fueran presentadas como opiniones que podían ser libremente aceptadas o rechazadas. Es intolerante y se indigna cuando esas enseñanzas son presentadas como verdades dogmáticas.

“Déjame observar que en los años previos, y ahora, he considerado las diferencias teológicas entre nosotros como sin importancia en sí mismas; es decir, tales que sean simplemente compatibles con la recepción por parte de ambos de toda la enseñanza teológica de la Iglesia en el sentido más amplio de la palabra enseñanza; y de nuevo ahora, y también en los años previos, hay un fenómeno en ti que me ha parecido “trascendental”, es más, portentoso, que persistes en llamar a las dichas diferencias sin importancia, permisibles, inevitables, que deben ocurrir entre dos mentes, no sin importancia sino de gran relevancia. Has madurado con los años en esta no tanto opinión como sentimiento anticatólico, mientras que considero que he permanecido en el mismo talante de paciencia y sobriedad que siempre he querido cultivar”.

Su acusación contra Ward es que:

Haces todo lo posible para formar un partido dentro de la Iglesia Católica, y en palabras de San Pablo, estás dividiendo al exaltar tus opiniones como si fueran dogmas”.

La carta termina con esa nota de aspereza que Newman parece haber reservado para quienes diferían de él sobre el tema de la infalibilidad papal.

“Protesto una vez más, no en contra de tus doctrinas, sino en contra de lo que debo llamar tu espíritu cismático. Desconozco tu intencionada alabanza hacia a mí, a saber, que sostengo tus opiniones teológicas en “la aversión más grande” y ruego a Dios que nunca censure, como tú lo haces, lo que la Iglesia no ha censurado”[6].





[1] Newman cita este pasaje en una carta a The Guardian, escrita en septiembre de 1872. Había sido incluida en la edición de 1852 de los Discursos sobre la educación Universitaria, pero había sido sacada de la edición definitiva de 1859. La carta a The Guardian aparece en The Life of John Henry Cardinal Newman, por Wilfrid Ward (Londres: Longmans, Green and Co., 1912), II, 558 s.

[2] Apologia pro Vita Sua (Londres, Oxford University Press, 1931), p. 347.

[3] Ward, op. cit. II, 221. La carta fue escrita el 23 de Marzo de 1867. 

[4] Ibid. p. 236.

[5] Certain Difficulties Felt by Anglicans in Catholic Teaching, por John Henry Cardinal Newman (Londres: Longmans, Green and Co., 1896), II, 304.

[6] Ward, op. cit. II, 232 sig.