La
actitud de Newman sobre los detalles teológicos de la doctrina de la
infalibilidad papal está claramente expresada en una carta al Sr. Henry
Wilberforce, escrita el 21 de Julio de 1867. En esta carta se revela a sí mismo
como no muy preocupado sobre el alcance y sujeto de la inerrancia eclesiástica.
Para él, la única cosa importante es el hecho de que la Iglesia es infalible.
Afirma estar obligado a aceptar con fe divina sólo lo que se enseña y se
cree universalmente. Reconoce que los argumentos aducidos a favor de la
infalibilidad papal no logran convencerlo de que esta doctrina cae en aquella
clase de verdades que han sido expuestas y aceptadas siempre y en todas partes
en la Iglesia. Newman afirma que si la doctrina de la infalibilidad papal
pertenece realmente al mensaje divino, la pureza de su fe se salva por el hecho
de que cree en ella implícitamente al aceptar como la palabra revelada de Dios
todo lo que así es presentado por la Iglesia Católica. Por lo tanto, la
posición de Newman no implicaba ninguna negación de que la doctrina de la
infalibilidad papal pertenece realmente a la revelación pública divina. Estaba
perfectamente dispuesto a admitir que esta doctrina estaba probablemente
incluida en el mensaje de Dios a la humanidad. Toda su polémica estaba dirigida
en retener de la doctrina de la infalibilidad papal nada más que un
asentimiento implícito de fe divina. Explícitamente le concedería solamente el status de una opinión.
El
pasaje pertinente, aunque un poco largo, es demasiado importante para ser
pasado por alto si se quiere entender la actitud de Newman hacia la definición
del concilio.
“En cuanto a mí, nunca me ha interesado mucho el
tema de los límites y sujetos de la infalibilidad. Me convertí simplemente
porque la Iglesia iba a durar hasta el fin, y ninguna comunión respondía a la
Iglesia de los primeros siglos excepto la Comunión Romana, tanto en semejanza
substancial como en su descendencia actual. Y en cuanto a la fe, mi gran
principio era: “securus judicat orbis
terrarum”. Y así digo ahora –y en todos estos temas de detalle me digo
a mí mismo- creo lo que la Iglesia enseña como la voz de Dios e incluso esto y
aquello particular, si lo enseña- es
esta fides implicita lo que es
nuestro consuelo en estos tiempos irritantes. Y no puedo ir más lejos que esto
– veo argumentos aquí y allí- hoy me inclino hacia una parte, mañana hacia otra.
En general, me inclino mucho más hacia un lado, pero no dogmatizo y detesto
todo dogmatismo donde la Iglesia no ha hablado claramente. Y si se me dice: “la
Iglesia ha hablado”, entonces pregunto “¿cuándo?” y si, en vez de mostrarme
algo simple, me vienen con una cadena de argumentos o algunas fuertes
palabras del Papa mismo, lo considero un sofisma evasivo, cuanto mucho
tengo una opinión (no fe) que el Papa es
infalible, y una serie de argumentos solamente pueden terminar en una opinión –
y me conforto con el principio: “Lex dubia non obligat” (la ley dudosa no obliga); lo que no se enseña universalmente, lo
que no se cree universalmente no me obliga y si después de todo es cierto y
divino, mi fe está incluida en la fides
implicita que tengo en la Iglesia”[1].
Al
objetar la práctica de proponer la doctrina de la infalibilidad papal como
dogma, aunque ingenuamente estaba pronto para aceptar que puede ser enumerada
entre aquellas verdades incluidas en el depósito de la divina revelación
pública, toda la ira de Newman se centró, mucho antes de la efectiva
convocatoria del Concilio Vaticano, sobre aquellos que instaban a que el
Concilio definiera la infalibilidad papal como dogma. Ya el 10 Noviembre de
1867, encontramos a Newman criticando la “intriga, engaño y apremio” de los que
favorecían una definición de la infalibilidad del Santo Padre. Este lenguaje
fuerte fue ocasionado por la carta Pastoral del Arzobispo Manning.
“Aquí está el Arzobispo en una carta Pastoral o
Panfleto publicando pareceres extremistas – haciéndola leer al Papa y haciendo
circular que el Papa la aprobó- todo con la idea de anticiparse e influir sobre
los juicios de los Obispos cuando se reúnan en un Concilio General. Por
supuesto que lo que diga el Concilio General es la palabra de Dios –pero aun
así tenemos derecho a sentirnos indignados con la intriga, engaño y apremio que
es el lado humano de su historia –y parece un olvido del deber no hacer lo que
nos corresponde para enfrentarlos”[2].
La
contribución personal de Newman a la campaña en contra de la definición de la
infalibilidad en los días previos a la apertura del Concilio incluyó su apoyo y
respaldo a panfletos del P. Ignacio Ryder y el Sr. Pedro le Page Renouf. El
volante del P. Ryder llevaba por título Idealismo
en Teología y tenía como fin ser un ataque personal sobre William George
Ward, cuyos escritos sobre la infalibilidad papal eran tenidos como ser
apoyados por el Arzobispo Manning. En una carta a Ward enviada el 30 de Abril
de 1865 Newman dijo que Ryder había escrito, hasta donde sabía, sin recibir ni
una sugerencia de nadie. Afirmaba que
“Fue escrita simple y completamente por su propia
idea, sin ninguna sugerencia, hasta donde sé, de nadie aquí o en otra parte”[3].
Un
poco diferente es el reporte del tema al Canónigo Walker, en una carta escrita
el 11 de Mayo de 1867.
“Mi propia participación en esto es la siguiente: pensé
que era una buena idea por varias razones atacar directamente a Ward, y no en
primer lugar sus opiniones. Quería que mostrara cuán poco se podía confiar
en Ward, basado en su carácter…”[4].
Ryder se había
caracterizado a sí mismo tontamente como galicano. Newman ni siquiera condenará este absurdo. Para
una revista en la cual escritores como el infame Acton buscaba apartar a los
Católicos del Vicario de Cristo, Newman no tiene palabras duras. Las únicas expresiones
vehementemente amargas que es capaz de formar durante todo este período de
conflicto se dirigen contra los defensores de la infalibilidad del Santo Padre.
“En cuanto a que se profesa [Ryder] a sí mismo como
Galicano, no en sentido verdadero, sino
en el sentido en que a veces las personas usan injuriosamente la palabra, quiso decir lo que realmente dijo, y
confieso que tengo una impaciencia muy grande al obligárseme a recortar mi
lenguaje debido a las reglas convencionales, a fruncir mi boca y a medir mis
palabras porque está de moda. Y en cuanto a Home
and Foreign detesto el espíritu persecutorio que ha continuado”[5].
La situación se vuelve
abiertamente ridícula cuando vemos que Newman lanzas invectivas contra los
proponentes de la infalibilidad porque uno de ellos, un jesuita, se atrevió a
responder a Renouf en el mismo tono que Newman admitió que el mismo Renouf
había usado[6]. Un virulento ataque contra la doctrina de la infalibilidad papal
recibió el apoyo de Newman, mientras que una virulenta y decisiva réplica al
ataque provocó solamente su arrogante desaprobación. La aspereza era aceptable
solamente en los escritos anti-infalibilistas.
Una característica
sorprendente de la actitud de Newman sobre el tema de la infalibilidad papal
antes del Concilio Vaticano es su constante y violenta aversión para con los
defensores de la definición. Se puede buscar en vano a través de sus escritos
de este periodo una sola palabra de aprobación, una admisión de que podían
haber tenido alguna razón no tan extravagante en creer que la doctrina debía
ser definida. Por alguna razón Newman parecía ver como un deber sagrado
oponerse a los proyectos de su Metropolitano. Escribiendo sobre el panfleto de Ryder al P. St. John, que estaba
entonces en Roma, Newman habla así sobre su Arzobispo:
“En cuanto al clamor y a la difamación,
cualquiera que se oponga a los tres Sastres de la calle Tooley [Manning, Ward y
Vaughan] debe sufrir mucho, pero vale
la pena el sufrimiento si nos oponemos eficazmente…”[7].
Newman
consideraba que al oponerse al Arzobispo Manning y a sus seguidores, estaba
luchando contra una
“Formidable conspiración que obra contra la
libertad teológica de los Católicos”[8],
Y
contra hombres que
“Hacen una Iglesia dentro de una Iglesia,
como los Novacianos antiguos hicieron dentro del vallado Católico”[9].
Las
doctrinas contra las cuales Ryder fue incentivado a escribir se caracterizaron
como
“La promiscuidad de bestias de crianza”
Y
como
“Los arrogantes ipse
dixits de algunas personas que aplastarían cualquier opinión en teología
que no fuera la de ellos[10]”.
[1] Ibid. pp. 234 sig.
[2] Ibid. p. 240.
[3] Ibid. p. 224.
[4] Ibid. p. 229.
[5] Ibid.
Nota del traductor: Esta Revista fue la continuadora de Rambler después de la polémica que se
había suscitado y el personal siguió siendo prácticamente el mismo.
[6] Cf. Ibid.
pp. 297 sig.
[7] Ibid. pp. 154 sig.
[8] Ibid. p. 230.
[9] Ibid. p. 233.
[10] Ibid. p. 241.