Antes
del Concilio
Antes del Concilio Vaticano
Newman reconoció frecuentemente que aceptaba la doctrina de la infalibilidad
papal. Lo que Newman veía como una
afirmación absoluta de la doctrina se encuentra en el texto original de su Discursos sobre la educación Universitaria.
“Profundamente lo siento, siempre voy a
protestar, pues puedo recurrir al amplio
testimonio de la historia que me lo confirma, que en materia de bien y mal,
no hay nada realmente fuerte en todo el mundo, nada decisivo y operativo, sino
la voz de Aquel a quien se le encomendaron las Llaves del Reino, y la
vigilancia del rebaño de Cristo. Esa voz es ahora, como ha sido siempre, una
verdadera autoridad, infalible cuando
enseña, próspera cuando gobierna, siempre conduciendo sabia y claramente en su
propio campo, agregando certeza a lo que es probable y persuasión a lo que es
cierto. Antes de que hable, hasta el más santo puede equivocarse; y después de
que ha hablado, el más inteligente debe obedecer”[1].
La Apologia pro Vita Sua, escrita en 1864,
contiene aún otra expresión de la creencia de Newman en la infalibilidad papal.
“En el Concilio Ecuménico miramos al Papa como a
la sede normal de la Infalibilidad”[2].
Aun
así, por lejos la característica más importante de la concepción de
Newman sobre la infalibilidad fue su insistencia absoluta de que esta doctrina
fuera tratada como una opinión meramente teológica. Un tratamiento
detallado del pensamiento de Newman sobre la cualidad del asentimiento debido a
esta tesis se encuentra en una carta al Dr. Edward Bouviere Pusey.
“Al aplicar este principio [que el hombre puede ser
obligado a creer una doctrina basado sea en la fe o en “religiosidad”] a la
infalibilidad del Papa (N.B. esta es, por supuesto, solamente mi propia
opinión, meo periculo), a una persona
le va a parecer un deber religioso creerla
o puede no creerla sin riesgo alguno, en proporción a que crea probable o improbable que la Iglesia pueda o
vaya a definirla, o la sostiene, y que es la doctrina de los Apóstoles. En
cuanto a mí, (pero aun así para ilustrar lo que quiero decir, y no para
discutir) creo que la Iglesia puede
definirla (es decir, posiblemente puede ser que forme parte del depositum original), pero que nunca
la va a definir; y, una vez más, no veo que pueda decirse que la Iglesia la
sostenga. La Iglesia nunca puede simplemente actuar sobre ella (al no estar definida) y creo que nunca lo ha
hecho; - además, por otra parte, creo que hay mucha evidencia a su favor tanto
en la historia como en los Padres. En su conjunto la sostengo; pero no
imputaría a pecado si dudara de ella basado en la razón”[3].
Al
escribir a Renouf en 1868, Newman repitió su opinión fundamental.
“Sostengo la Infalibilidad del Papa, afirmó, no
como dogma sino como una opinión teológica; es decir, no como cierta sino como
probable”[4].
En
una carta escrita el 27 de Junio de 1870, nueve días después que el Concilio
Vaticano había emitido su definición, ofrece la misma afirmación:
“En cuanto a mí, desde que soy Católico, he
sostenido la infalibilidad del Papa como una opinión teológica”[5].
Se
debe recordar que la causa principal de la feroz oposición de Newman a William
George Ward, al Arzobispo Manning y a los demás que defendían una definición de
la infalibilidad papal es su casi enfática insistencia que la doctrina se debía
dejar en el nivel de una mera opinión teológica. Es completamente cierto que
difería del Arzobispo de Westminster y de los otros defensores de la
prerrogativa del Santo Padre sobre los límites y ejercicios de la inerrancia de
la Iglesia. Aun así, no estaba ofendido porque su afirmación de la doctrina de la
infalibilidad difería de la de él. Lo que lo movía a una ira amarga y
continua contra las afirmaciones de sus oponentes era que la tesis de la
infalibilidad papal no era para nada un tema opinable. Su polémica se dirigió
en primer lugar, no en contra de una noción de la infalibilidad papal errónea o
extrema sino contra su presentación o definición como dogma.
Una
extraña carta de Newman a Ward escrita el 9 de Mayo de 1867 trae a luz este
elemento muy importante de la actitud de Newman hacia la tesis. Acepta con
serenidad el hecho de que las enseñanzas de Newman sobre la infalibilidad
difieren mucho de la suya. La afirmación fundamental de Newman es que estas
diferencias no son importantes y que son inevitables. Se enfurece porque
Ward persiste en ver estas diferencias como importantes. Podía ver con
ecuanimidad las afirmaciones que contradecían sus propios principios sobre la
infalibilidad del Santo Padre siempre y cuando fueran presentadas como
opiniones que podían ser libremente aceptadas o rechazadas. Es intolerante y
se indigna cuando esas enseñanzas son presentadas como verdades dogmáticas.
“Déjame observar que en los años previos, y ahora, he considerado las diferencias
teológicas entre nosotros como sin importancia en sí mismas; es decir,
tales que sean simplemente compatibles con la recepción por parte de ambos de
toda la enseñanza teológica de la Iglesia en el sentido más amplio de la
palabra enseñanza; y de nuevo ahora,
y también en los años previos, hay un fenómeno en ti que me ha parecido “trascendental”,
es más, portentoso, que persistes en llamar a las dichas diferencias sin
importancia, permisibles, inevitables, que deben ocurrir entre dos mentes, no
sin importancia sino de gran relevancia. Has madurado con los años en esta
no tanto opinión como sentimiento anticatólico, mientras que considero que
he permanecido en el mismo talante de paciencia y sobriedad que siempre he
querido cultivar”.
Su
acusación contra Ward es que:
“Haces todo lo posible para formar un partido
dentro de la Iglesia Católica, y en palabras de San Pablo, estás dividiendo
al exaltar tus opiniones como si fueran dogmas”.
La
carta termina con esa nota de aspereza que Newman parece haber reservado para
quienes diferían de él sobre el tema de la infalibilidad papal.
“Protesto una vez más, no en contra de tus
doctrinas, sino en contra de lo que debo llamar tu espíritu cismático.
Desconozco tu intencionada alabanza hacia a mí, a saber, que sostengo tus
opiniones teológicas en “la aversión más grande” y ruego a Dios que nunca
censure, como tú lo haces, lo que la Iglesia no ha censurado”[6].
[1] Newman cita este pasaje en una carta a The Guardian, escrita en septiembre de
1872. Había sido incluida en la edición de 1852 de los Discursos sobre la educación Universitaria, pero había sido sacada
de la edición definitiva de 1859. La carta a The Guardian aparece en The Life of John Henry Cardinal Newman,
por Wilfrid Ward (Londres: Longmans, Green and Co., 1912), II, 558 s.
[2] Apologia pro Vita Sua (Londres, Oxford University Press, 1931),
p. 347.
[3] Ward, op.
cit. II, 221. La carta fue escrita el 23 de Marzo de 1867.
[4] Ibid. p. 236.
[5] Certain Difficulties Felt by
Anglicans in Catholic Teaching, por John Henry Cardinal Newman (Londres:
Longmans, Green and Co., 1896), II, 304.
[6] Ward, op. cit. II, 232
sig.