Conclusión
En su conjunto, la posición
de Newman sobre la doctrina de la infalibilidad papal era doctrinalmente
inexacta y desafortunada en su influencia. En sus controversiales esfuerzos en contra de la definición, parece que
nunca advirtió el hecho que hacía que este acto conciliar, era no sólo
beneficioso sino moralmente necesario para la Iglesia de Dios. Los
grandes eclesiologistas de la edad de oro, casi sin excepción, habían insistido
sobre la infalibilidad de los pronunciamientos dogmáticos definitivos del Santo
Padre. Habían señalado el hecho que sus definiciones eran irreformables en
sí mismas, sea que hablara con el resto del colegio apostólico, o solo en su
capacidad de maestro supremo de la verdadera Iglesia de Jesucristo. La larga
lista de teólogos presentados por la facultad de Lovaina en su petición al
Concilio Vaticano cubre solamente una parte de los eclesiologistas clásicos que
enseñaron esta doctrina. Personas como San Roberto, Suárez, Silvio y
Wiggers consideraban esta enseñanza como parte del depósito de la fe Católica.
Los infames Artículos
galicanos obscurecieron la teología de los siglos XVIII y comienzos del XIX.
Los galicanos no negaron simplemente la infalibilidad papal, sino que solamente
reconocían como infalible aquellos pronunciamientos que el Santo Padre hace en
unión con los obispos Católicos dispersos por el mundo. La confusión causada
por esta doctrina político-teológica se manifestó en una calidad relativamente
pobre de la enseñanza De romano Pontifice
en la teología de mediados del siglo XIX. Solamente algún eclesiologista
ocasional como Patrick Murray de Maynooth logró alcanzar la claridad y
competencia que habían sido características de este tratado en los años
anteriores[1]. Como resultado de las enseñanzas galicanas, hubo un retraso más que un
progreso en una parte importante de la teología. La definición de la
infalibilidad papal buscó remover este daño de la Iglesia. Desafortunadamente,
Newman parecía no ser consciente del problema inmediato y de sus principales
implicancias.
Acton, que estaba en trato constante con Newman durante
los debates por la infalibilidad y que simpatizaba con la actitud de Newman,
parece haber considerado la explicación de los decretos del Vaticano por parte del
gran oratoriano, para todo efecto, como un vaciamiento de su contenido.
Escribiendo al “querido Sr. Gladstone” en diciembre de 1874, Acton no ocultó el
hecho de que era su deseo:
“Manifestar los males del Ultramontanismo de tal
forma que los hombres huyan de ellos, y excusar o atrofiar de esa manera el
Concilio Vaticano de forma de volverlo inocuo”[2].
Después
que había aparecido la Carta al Duque de
Norfolk, Acton, aparentemente no queriendo aún más que “excusar” las
definiciones del Vaticano, anunciaba a la Sra. Blennerhassett que:
“Las condiciones de Newman harían posible,
técnicamente, aceptar todos los decretos”[3].
Incluso
antes que el Concilio hiciera su definición, Newman había escrito al Sr.
O`Neill Daunt, afirmando que,
“Si algo pasa, va a ser en forma tan leve que en
la práctica va a significar poco o nada”[4].
El efecto más desafortunado
de esta actitud de Newman ha sido el surgimiento de una opinión que, después de
todo, la definición de la infalibilidad papal por parte del Concilio Vaticano fue
de poca importancia. Esta impresión se propagó, no tanto debido a los escritos
de Newman, que en sí mismos no son muy convincentes sobre este punto, como por
la biografía oficial de Newman de parte de Wilfrid Ward. La Vida
escrita por Ward, uno de los pocos libros Católicos de la literatura moderna
realmente influyentes en inglés, vé los temas solamente a través de Newman. Para
Wilfrid Ward los oponentes de Newman son únicamente las “escuelas faltas de
teología”[5], y
los que tienen la temeridad de cuestionar la posición de Newman son “buenos
pero no clarividentes”[6], u
“hombres cuya educación no era igual a su piedad”[7]. Sin hacer el menor
intento de apelar a las pruebas, lleva a sus lectores a creer que el Concilio
Vaticano vio un conflicto entre dos grupos extremistas, por un lado, su propio
padre y Louis Veuillot y en el otro, personas como Döllinger. Se supone que la
definición representó una victoria para algunos moderados, entre los que se
encontraba Newman. Algo parecido puede verse en el libro de Dom Cuthbert
Butler The Vatican Council. El Dr.
Trevor Gervase Jalland ha tomado sobre todo de este libro lo que considera la
actitud moderna con respecto a la infalibilidad papal, la impresión que esta
doctrina significa muy poco para el dogma de la Iglesia Católica. Es lamentable
que el Dr. Jalland dé al mundo no-Católico semejante descripción desafortunada
de la actitud Católica para con la definición como la que ha sacado de Butler:
“Más bien parece reforzar la broma de Salmon -¿o es
de Whateley?- que el Papa es infalible mientras no defina nada”[8].
En
realidad, la opinión de Newman sobre la definición de la infalibilidad papal es
sencillamente una especie de injustificada excepción a la explicación teológica
de los decretos. A la luz de las exposiciones teológicas y científicas de la
infalibilidad papal, tal como se encuentra en los mejores como en el De Ecclesia de Billot, la posición de
Newman es inexacta y sus apologistas que no le critican nada, están equivocados.
Algunas narraciones populares
de la vida de Newman parecen calculadas para hacernos creer que su postura
sobre la definición del Concilio Vaticano fue fundamentalmente bastante
satisfactoria. Semejante creencia sería imprecisa, y dañina tanto a la Iglesia
como a Newman. El mensaje divino que poseemos en la Iglesia Católica es
demasiado precioso para ser obscurecido por la desafortunada teoría de alguien incluso
tan grande como Newman. Además, su capacidad
para el bien es demasiado poderosa para que nos permitamos perder el tiempo con
la noción de que su posición sobre las controversias con respecto a la
infalibilidad tiene tanto valor como sus otras contribuciones al pensamiento
Católico.
Joseph Clifford Fenton
[1] Murray, el destacado eclesiologista
del siglo XIX, es uno de los acusados por Newman de intentar “presentar una
nueva teoría de la infalibilidad papal” (Cf. Ward, op. cit., II, 152
sig.).
[2] Selections from the
Correspondence of the First Lord Acton (Londres; Longmans, Green and Co.,
1917), I, 147.
[3] Ibid. p. 155.
[4] Ward, op. cit., I, 299.
[5] Cf. ibid., p. 282.
[6] Cf. ibid., p. 279.
[7] Cf. ibid., p. 280.
[8] The Vatican Council
(Londres: Longmans, Green and Co., 1936), II, 228. La frase es citada por
Jalland en su The Church and the Papacy
(Londres: Society for Promoting Christian Knowledge, 1944), p. 534.