lunes, 16 de marzo de 2020

John Henry Newman y la Definición por parte del Concilio Vaticano de la Infalibilidad Papal (VIII de VIII)


Conclusión

En su conjunto, la posición de Newman sobre la doctrina de la infalibilidad papal era doctrinalmente inexacta y desafortunada en su influencia. En sus controversiales esfuerzos en contra de la definición, parece que nunca advirtió el hecho que hacía que este acto conciliar, era no sólo beneficioso sino moralmente necesario para la Iglesia de Dios. Los grandes eclesiologistas de la edad de oro, casi sin excepción, habían insistido sobre la infalibilidad de los pronunciamientos dogmáticos definitivos del Santo Padre. Habían señalado el hecho que sus definiciones eran irreformables en sí mismas, sea que hablara con el resto del colegio apostólico, o solo en su capacidad de maestro supremo de la verdadera Iglesia de Jesucristo. La larga lista de teólogos presentados por la facultad de Lovaina en su petición al Concilio Vaticano cubre solamente una parte de los eclesiologistas clásicos que enseñaron esta doctrina. Personas como San Roberto, Suárez, Silvio y Wiggers consideraban esta enseñanza como parte del depósito de la fe Católica.

Los infames Artículos galicanos obscurecieron la teología de los siglos XVIII y comienzos del XIX. Los galicanos no negaron simplemente la infalibilidad papal, sino que solamente reconocían como infalible aquellos pronunciamientos que el Santo Padre hace en unión con los obispos Católicos dispersos por el mundo. La confusión causada por esta doctrina político-teológica se manifestó en una calidad relativamente pobre de la enseñanza De romano Pontifice en la teología de mediados del siglo XIX. Solamente algún eclesiologista ocasional como Patrick Murray de Maynooth logró alcanzar la claridad y competencia que habían sido características de este tratado en los años anteriores[1]. Como resultado de las enseñanzas galicanas, hubo un retraso más que un progreso en una parte importante de la teología. La definición de la infalibilidad papal buscó remover este daño de la Iglesia. Desafortunadamente, Newman parecía no ser consciente del problema inmediato y de sus principales implicancias.

Acton, que estaba en trato constante con Newman durante los debates por la infalibilidad y que simpatizaba con la actitud de Newman, parece haber considerado la explicación de los decretos del Vaticano por parte del gran oratoriano, para todo efecto, como un vaciamiento de su contenido. Escribiendo al “querido Sr. Gladstone” en diciembre de 1874, Acton no ocultó el hecho de que era su deseo:


Manifestar los males del Ultramontanismo de tal forma que los hombres huyan de ellos, y excusar o atrofiar de esa manera el Concilio Vaticano de forma de volverlo inocuo[2].

Después que había aparecido la Carta al Duque de Norfolk, Acton, aparentemente no queriendo aún más que “excusar” las definiciones del Vaticano, anunciaba a la Sra. Blennerhassett que:

Las condiciones de Newman harían posible, técnicamente, aceptar todos los decretos[3].

Incluso antes que el Concilio hiciera su definición, Newman había escrito al Sr. O`Neill Daunt, afirmando que,

Si algo pasa, va a ser en forma tan leve que en la práctica va a significar poco o nada[4].

El efecto más desafortunado de esta actitud de Newman ha sido el surgimiento de una opinión que, después de todo, la definición de la infalibilidad papal por parte del Concilio Vaticano fue de poca importancia. Esta impresión se propagó, no tanto debido a los escritos de Newman, que en sí mismos no son muy convincentes sobre este punto, como por la biografía oficial de Newman de parte de Wilfrid Ward. La Vida escrita por Ward, uno de los pocos libros Católicos de la literatura moderna realmente influyentes en inglés, vé los temas solamente a través de Newman. Para Wilfrid Ward los oponentes de Newman son únicamente las “escuelas faltas de teología”[5], y los que tienen la temeridad de cuestionar la posición de Newman son “buenos pero no clarividentes”[6], u “hombres cuya educación no era igual a su piedad”[7]. Sin hacer el menor intento de apelar a las pruebas, lleva a sus lectores a creer que el Concilio Vaticano vio un conflicto entre dos grupos extremistas, por un lado, su propio padre y Louis Veuillot y en el otro, personas como Döllinger. Se supone que la definición representó una victoria para algunos moderados, entre los que se encontraba Newman. Algo parecido puede verse en el libro de Dom Cuthbert Butler The Vatican Council. El Dr. Trevor Gervase Jalland ha tomado sobre todo de este libro lo que considera la actitud moderna con respecto a la infalibilidad papal, la impresión que esta doctrina significa muy poco para el dogma de la Iglesia Católica. Es lamentable que el Dr. Jalland dé al mundo no-Católico semejante descripción desafortunada de la actitud Católica para con la definición como la que ha sacado de Butler:

“Más bien parece reforzar la broma de Salmon -¿o es de Whateley?- que el Papa es infalible mientras no defina nada”[8].

En realidad, la opinión de Newman sobre la definición de la infalibilidad papal es sencillamente una especie de injustificada excepción a la explicación teológica de los decretos. A la luz de las exposiciones teológicas y científicas de la infalibilidad papal, tal como se encuentra en los mejores como en el De Ecclesia de Billot, la posición de Newman es inexacta y sus apologistas que no le critican nada, están equivocados.

Algunas narraciones populares de la vida de Newman parecen calculadas para hacernos creer que su postura sobre la definición del Concilio Vaticano fue fundamentalmente bastante satisfactoria. Semejante creencia sería imprecisa, y dañina tanto a la Iglesia como a Newman. El mensaje divino que poseemos en la Iglesia Católica es demasiado precioso para ser obscurecido por la desafortunada teoría de alguien incluso tan grande como Newman. Además, su capacidad para el bien es demasiado poderosa para que nos permitamos perder el tiempo con la noción de que su posición sobre las controversias con respecto a la infalibilidad tiene tanto valor como sus otras contribuciones al pensamiento Católico.

Joseph Clifford Fenton



[1] Murray, el destacado eclesiologista del siglo XIX, es uno de los acusados por Newman de intentar “presentar una nueva teoría de la infalibilidad papal” (Cf. Ward, op. cit., II, 152 sig.). 

[2] Selections from the Correspondence of the First Lord Acton (Londres; Longmans, Green and Co., 1917), I, 147.

[3] Ibid. p. 155.

[4] Ward, op. cit., I, 299.

[5] Cf. ibid., p. 282.

[6] Cf. ibid., p. 279.

[7] Cf. ibid., p. 280.

[8] The Vatican Council (Londres: Longmans, Green and Co., 1936), II, 228. La frase es citada por Jalland en su The Church and the Papacy (Londres: Society for Promoting Christian Knowledge, 1944), p. 534.