sábado, 15 de febrero de 2020

John Henry Newman y la Definición por parte del Concilio Vaticano de la Infalibilidad Papal (III de VIII)


La actitud de Newman sobre los detalles teológicos de la doctrina de la infalibilidad papal está claramente expresada en una carta al Sr. Henry Wilberforce, escrita el 21 de Julio de 1867. En esta carta se revela a sí mismo como no muy preocupado sobre el alcance y sujeto de la inerrancia eclesiástica. Para él, la única cosa importante es el hecho de que la Iglesia es infalible. Afirma estar obligado a aceptar con fe divina sólo lo que se enseña y se cree universalmente. Reconoce que los argumentos aducidos a favor de la infalibilidad papal no logran convencerlo de que esta doctrina cae en aquella clase de verdades que han sido expuestas y aceptadas siempre y en todas partes en la Iglesia. Newman afirma que si la doctrina de la infalibilidad papal pertenece realmente al mensaje divino, la pureza de su fe se salva por el hecho de que cree en ella implícitamente al aceptar como la palabra revelada de Dios todo lo que así es presentado por la Iglesia Católica. Por lo tanto, la posición de Newman no implicaba ninguna negación de que la doctrina de la infalibilidad papal pertenece realmente a la revelación pública divina. Estaba perfectamente dispuesto a admitir que esta doctrina estaba probablemente incluida en el mensaje de Dios a la humanidad. Toda su polémica estaba dirigida en retener de la doctrina de la infalibilidad papal nada más que un asentimiento implícito de fe divina. Explícitamente le concedería solamente el status de una opinión.

El pasaje pertinente, aunque un poco largo, es demasiado importante para ser pasado por alto si se quiere entender la actitud de Newman hacia la definición del concilio.

En cuanto a mí, nunca me ha interesado mucho el tema de los límites y sujetos de la infalibilidad. Me convertí simplemente porque la Iglesia iba a durar hasta el fin, y ninguna comunión respondía a la Iglesia de los primeros siglos excepto la Comunión Romana, tanto en semejanza substancial como en su descendencia actual. Y en cuanto a la fe, mi gran principio era: “securus judicat orbis terrarum. Y así digo ahora –y en todos estos temas de detalle me digo a mí mismo- creo lo que la Iglesia enseña como la voz de Dios e incluso esto y aquello particular, si lo enseña- es esta fides implicita lo que es nuestro consuelo en estos tiempos irritantes. Y no puedo ir más lejos que esto – veo argumentos aquí y allí- hoy me inclino hacia una parte, mañana hacia otra. En general, me inclino mucho más hacia un lado, pero no dogmatizo y detesto todo dogmatismo donde la Iglesia no ha hablado claramente. Y si se me dice: “la Iglesia ha hablado”, entonces pregunto “¿cuándo?” y si, en vez de mostrarme algo simple, me vienen con una cadena de argumentos o algunas fuertes palabras del Papa mismo, lo considero un sofisma evasivo, cuanto mucho tengo una opinión (no fe) que el Papa es infalible, y una serie de argumentos solamente pueden terminar en una opinión – y me conforto con el principio: “Lex dubia non obligat” (la ley dudosa no obliga); lo que no se enseña universalmente, lo que no se cree universalmente no me obliga y si después de todo es cierto y divino, mi fe está incluida en la fides implicita que tengo en la Iglesia”[1].


Al objetar la práctica de proponer la doctrina de la infalibilidad papal como dogma, aunque ingenuamente estaba pronto para aceptar que puede ser enumerada entre aquellas verdades incluidas en el depósito de la divina revelación pública, toda la ira de Newman se centró, mucho antes de la efectiva convocatoria del Concilio Vaticano, sobre aquellos que instaban a que el Concilio definiera la infalibilidad papal como dogma. Ya el 10 Noviembre de 1867, encontramos a Newman criticando la “intriga, engaño y apremio” de los que favorecían una definición de la infalibilidad del Santo Padre. Este lenguaje fuerte fue ocasionado por la carta Pastoral del Arzobispo Manning.

Aquí está el Arzobispo en una carta Pastoral o Panfleto publicando pareceres extremistas – haciéndola leer al Papa y haciendo circular que el Papa la aprobó- todo con la idea de anticiparse e influir sobre los juicios de los Obispos cuando se reúnan en un Concilio General. Por supuesto que lo que diga el Concilio General es la palabra de Dios –pero aun así tenemos derecho a sentirnos indignados con la intriga, engaño y apremio que es el lado humano de su historia –y parece un olvido del deber no hacer lo que nos corresponde para enfrentarlos[2].

La contribución personal de Newman a la campaña en contra de la definición de la infalibilidad en los días previos a la apertura del Concilio incluyó su apoyo y respaldo a panfletos del P. Ignacio Ryder y el Sr. Pedro le Page Renouf. El volante del P. Ryder llevaba por título Idealismo en Teología y tenía como fin ser un ataque personal sobre William George Ward, cuyos escritos sobre la infalibilidad papal eran tenidos como ser apoyados por el Arzobispo Manning. En una carta a Ward enviada el 30 de Abril de 1865 Newman dijo que Ryder había escrito, hasta donde sabía, sin recibir ni una sugerencia de nadie. Afirmaba que

“Fue escrita simple y completamente por su propia idea, sin ninguna sugerencia, hasta donde sé, de nadie aquí o en otra parte”[3].

Un poco diferente es el reporte del tema al Canónigo Walker, en una carta escrita el 11 de Mayo de 1867.

“Mi propia participación en esto es la siguiente: pensé que era una buena idea por varias razones atacar directamente a Ward, y no en primer lugar sus opiniones. Quería que mostrara cuán poco se podía confiar en Ward, basado en su carácter…”[4].

Ryder se había caracterizado a sí mismo tontamente como galicano. Newman ni siquiera condenará este absurdo. Para una revista en la cual escritores como el infame Acton buscaba apartar a los Católicos del Vicario de Cristo, Newman no tiene palabras duras. Las únicas expresiones vehementemente amargas que es capaz de formar durante todo este período de conflicto se dirigen contra los defensores de la infalibilidad del Santo Padre.

“En cuanto a que se profesa [Ryder] a sí mismo como Galicano, no en sentido verdadero, sino en el sentido en que a veces las personas usan injuriosamente la palabra, quiso decir lo que realmente dijo, y confieso que tengo una impaciencia muy grande al obligárseme a recortar mi lenguaje debido a las reglas convencionales, a fruncir mi boca y a medir mis palabras porque está de moda. Y en cuanto a Home and Foreign detesto el espíritu persecutorio que ha continuado”[5].

La situación se vuelve abiertamente ridícula cuando vemos que Newman lanzas invectivas contra los proponentes de la infalibilidad porque uno de ellos, un jesuita, se atrevió a responder a Renouf en el mismo tono que Newman admitió que el mismo Renouf había usado[6]. Un virulento ataque contra la doctrina de la infalibilidad papal recibió el apoyo de Newman, mientras que una virulenta y decisiva réplica al ataque provocó solamente su arrogante desaprobación. La aspereza era aceptable solamente en los escritos anti-infalibilistas.

Una característica sorprendente de la actitud de Newman sobre el tema de la infalibilidad papal antes del Concilio Vaticano es su constante y violenta aversión para con los defensores de la definición. Se puede buscar en vano a través de sus escritos de este periodo una sola palabra de aprobación, una admisión de que podían haber tenido alguna razón no tan extravagante en creer que la doctrina debía ser definida. Por alguna razón Newman parecía ver como un deber sagrado oponerse a los proyectos de su Metropolitano. Escribiendo sobre el panfleto de Ryder al P. St. John, que estaba entonces en Roma, Newman habla así sobre su Arzobispo:

En cuanto al clamor y a la difamación, cualquiera que se oponga a los tres Sastres de la calle Tooley [Manning, Ward y Vaughan] debe sufrir mucho, pero vale la pena el sufrimiento si nos oponemos eficazmente…”[7].

Newman consideraba que al oponerse al Arzobispo Manning y a sus seguidores, estaba luchando contra una

Formidable conspiración que obra contra la libertad teológica de los Católicos[8],

Y contra hombres que

Hacen una Iglesia dentro de una Iglesia, como los Novacianos antiguos hicieron dentro del vallado Católico”[9].

Las doctrinas contra las cuales Ryder fue incentivado a escribir se caracterizaron como

“La promiscuidad de bestias de crianza”

Y como

“Los arrogantes ipse dixits de algunas personas que aplastarían cualquier opinión en teología que no fuera la de ellos[10]”.





[1] Ibid. pp. 234 sig.

[2] Ibid. p. 240.

[3] Ibid. p. 224.

[4] Ibid. p. 229.

[5] Ibid.

Nota del traductor: Esta Revista fue la continuadora de Rambler después de la polémica que se había suscitado y el personal siguió siendo prácticamente el mismo.

[6] Cf. Ibid. pp. 297 sig.

[7] Ibid. pp. 154 sig.

[8] Ibid. p. 230.

[9] Ibid. p. 233.

[10] Ibid. p. 241.