martes, 4 de junio de 2024

Paul Bernard Drach, La Cábala Hebrea vengada de la falsa imputación de panteísmo (Reseña)

 Paul Bernard Drach, La Cábala Hebrea

vengada de la falsa imputación de panteísmo (Reseña)

CJ Traducciones, 2024, pp. 65 

Pequeño por su tamaño, pero de ninguna manera por su valor, este librito de nuestro querido Drach fue tal vez el último que escribió en vida. Escrito apenas unos años antes de su muerte, este trabajo fue publicado en Roma por la editorial de la Propaganda y viene precedida de una cauta laudatoria escrita por uno de los más sabios teólogos de la época, su amigo el P. Perrone.

Después de dar un apretado resumen explicando qué es la cábala, cómo se divide, cómo se debe citar, comienza nuestro autor por desmontar, con la facilidad y contundencia que le eran tan comunes, una de las mayores calumnias de la época pronunciadas contra la cábala: su panteísmo.

El libro ataca directamente a Adolphe Franck, uno de esos tantos sabios “hebraístas” que pululaban por la Europa del siglo XIX.

Demuestra Drach con varios ejemplos que Franck no es más que un falsario, ignorante del hebreo y mero repetidor (y mal repetidor) de lo que otros han dicho antes que él. Para decirlos con palabras del mismo Autor: no leyó el texto de los libros cabalísticos, que no está en condiciones de entenderlos, que trabajó sobre citas a menudo defectuosas y sobre traducciones inexactas.

Sigue a continuación una explicación del significado de los diez Sefirot o esplendores que da pie a nuestro Autor para probar el principal dogma del Catolicismo: la Santísima Trinidad, pues la misma cábala distingue los tres primeros esplendores de los siete siguientes, meros atributos divinos.

Una de las páginas más interesantes está relacionada con su comentario a unos versículos del Apocalipsis: vale la pena presentarla en su totalidad. 

§ III

LOS SIETE ESPÍRITUS DE APOC. I, 4 

El discípulo bienamado, que ha sido lo suficientemente bienaventurado como para descansar su cabeza sobre el sagrado corazón de Jesús –recumbens in sinu Jesu– ha extraído en esta fuente divina el conocimiento de los misterios más profundos y formidables. No vacilo en afirmar que veo los diez esplendores claramente enunciados en el célebre versículo de Apoc. I, 4: 

«Gracia a vosotros y paz de Aquel que es, y que era, y que viene; y de los siete Espíritus que están delante de su trono». 

No repetiré que estos tres tiempos del verbo ser, pues viene equivale, según el hebreo, a será y son, si así se puede decir, como la moneda del nombre divino Jehová יהוה, que por sus elementos denota admirablemente el misterio de la Santísima Trinidad. Graves comentarios han demostrado que el Apóstol designa con estos tres tiempos del verbo por excelencia a las tres adorables Personas del Dios uno; y yo mismo, en mi Armonía, he desarrollado extensamente este significado del Tetragrámaton. He aquí, en primer lugar, los tres Esplendores supremos. Mas lo que me propongo establecer aquí es que los siete Espíritus de este versículo son realmente los siete últimos esplendores, es decir, Dios en sus atributos absolutos.

La opinión de los que consideran ángeles a estos siete espíritus parece a muchos inadmisible. Pues solo Dios, con exclusión de toda criatura, por elevada que esté, aun en la jerarquía celeste, tiene el derecho y el poder de otorgar este estado de gracia espiritual, llamado gratia et pax, traducción verbal del hebreo חן ושלום. Estos dos términos bíblicos expresan nítidamente la feliz unión del alma con Dios, la gracia, vaso precioso que ¡ay! es tan frágil entre las manos de los débiles hombres.

El cap. V distingue los siete espíritus de los ángeles en forma tal que no sería posible confundirlos. Ver los vv. 6 y 11. En ningún párrafo del Apocalipsis se llama espíritus a los ángeles. A San Pablo le gusta repetir la salutación gratia et pax al comienzo de casi todas sus epístolas, tesoro de la teología cristiana. Pues bien, el gran Apóstol no atribuye, y con razón, este don celeste más que a Dios: 

«Gracia a vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (I Cor. I, 3). 

Cabe concluir, entonces, que, en nuestro versículo del Apocalipsis, San Juan desea para las siete Iglesias de Asia la gracia y la paz del alma de parte de todo lo que está en Dios, sus hipóstasis y atributos.

La preposición y, και antes de septem Spiritibus, no distingue estos espíritus de lo que precede. Grocio, con su aguda mirada, ya había señalado que se daba aquí la figura tan común entre los hebreos y griegos, llamada ἐν διἀ δυοῑν (hendíadis), literalmente, una misma cosa expresada de dos maneras. En su comentario explica que los siete espíritus son la Providencia divina que se expresa de diversos modos llamados más adelante (V, 6) los ojos de Dios: 

«… y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra», dice San Juan. 

Grocio agrega: 

«Y así será ἐν διἀ δυοῑν (hendíadis); se pide la paz de Dios y de los siete Espíritus, esto es, de Dios obrando por estos siete modos». 

El Apóstol del Verbo (En el principio era el Verbo) declara al mismo tiempo en su Apocalipsis que el Verbo es Dios y que en consecuencia los siete espíritus le son inherentes tanto como a su Padre. Se expresa en este sentido cuando en la quinta carta que ha escrito por orden de Nuestro Señor dice: 

«Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios». 

Un sabio jesuita, el P. Alcázar, autor de un voluminoso comentario sobre el Apocalipsis, ha reconocido perfectamente que estos siete espíritus no son otra cosa, incluso en sentido literal, que los atributos divinos absolutos. He aquí cómo Cornelio Alápide resume su exposición: 

«Alcázar, por estos siete espíritus, entendió siete virtudes o atributos de Dios en los cuales consiste la íntegra perfección de la Providencia. Porque estas dotes están en Dios y son en realidad el mismo Dios; por lo cual, Juan pide de ellas la paz y la gracia para los suyos. Pues estas virtudes son en Dios inmensas, ni tienen fin ni límite alguno; por esto se llaman espíritus, ya que Juan llama ángeles en el Apocalipsis a los ángeles y no espíritus». 

§ IV

LAS SIETE LUCES DESLUMBRANTES, EN APOC. IV, 5,

Y LOS SIETE OJOS DE JEHOVÁ, EN ZAC. IV, 10 

Que estos siete espíritus sean precisamente los siete últimos esplendores de los cabalistas es algo que el texto de IV, 5 vuelve incontestable. Se dice allí positivamente que los siete espíritus son luces deslumbrantes y resonantes de las hogueras que resplandecen ante el trono celeste. 

«Y del trono salían relámpagos, voces y truenos; y delante del trono había siete lámparas de fuego encendidas, que son los siete espíritus de Dios». 

Todo este versículo trata de una sola cosa, como se ha dicho antes.

Estas luces, atributos, modos de la Providencia de Dios son llamadas en Zac. IV, 10, los siete ojos de Jehová que se pasean sobre toda la tierra. El Apóstol San Juan declara a su vez que estos ojos son los espíritus de Dios. 

«Y ojos siete (a saber, del Cordero como degollado), que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra». 

Los cabalistas sostienen que, según el texto citado de Zacarías, los siete esplendores estaban figurados por las siete luminarias del candelabro de oro del Templo; que las luminarias representaban al mismo título los siete planetas, por influencia de los cuales, según creencia de los rabinos, la divina Providencia se manifiesta en este bajo mundo (עולם התחתון). Por último, lo que acaba de confirmar que tal es el sentido de los siete espíritus de San Juan, es que el Apóstol, en el capítulo V del Apocalipsis, después de haberlos atribuído al Cordero, para volver a decirnos el Verbo era Dios de su Evangelio, hace en el v. 12 la exacta numeración de los siete esplendores: 1. Virtus; 2. Divinitas; 3. Sapientia; 4. Fortitudo; 5. Honor; 6. Gloria; 7. Benedictio.

Se ve por lo anterior que comentaristas de gran autoridad casi han acertado porque reconocieron en estos espíritus los atributos divinos. Eichhorn, que en el s. XVIII se hizo famoso por sus grandes trabajos sobre la Biblia, dio el último paso en su Introducción al Nuevo Testamento. En el vol. I, p. 347, no vacila en declarar que los siete espíritus del Apocalipsis pertenecen a un sistema sefirótico (es decir, de los Sefirot, esplendores) de la Cábala. 

«Cabbalistisch sind -dice– die sieben Geister Gottes» [Cabalísticos son los siete espíritus de Dios]. 

Tal es, pues, el mundo atzilútico de los cabalistas, el único mundo increado, es decir, Dios con sus atributos relativos (en cuanto tres Personas) y sus atributos absolutos (sus perfecciones, en cuando Dios uno). Estos primeros diez Sefirot son, por lo tanto, un todo indivisible. 

«Misterio de los misterios del Anciano de días –dice el Zohar– que no ha sido develado ni a los ángeles» (parte 3, col. 243). 

Es el Nadie ha visto jamás a Dios de Jn. I, 18. Ni siquiera los ángeles, dicen los Padres de la Iglesia, pues se trata aquí de lo que los teólogos llaman la visión comprehensiva”. 

Luego de explicar el famoso árbol cabalístico, termina con algunos extractos, seguidos de una breve explicación.

Breve, pero substancioso librito que deshace un prejuicio muy arraigado y extendido. 

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