CAPITULO OCTAVO
LOS DOS UNGIDOS:
JESUCRISTO, EL UNGIDO-PRÍNCIPE,
E ISRAEL, EL UNGIDO
EVACUADO.
V. 25: «Desde la salida de una palabra, hasta un Ungido-Príncipe hay
siete semanas y sesenta y dos semanas... V. 26: Y después de 62 semanas un
Ungido será evacuado...»
¿Quién es el Ungido-Príncipe que cierra las
primeras 69 semanas de Daniel?
Saúl, David y los Reyes judíos, fueron
«príncipes ungidos». Zorobabel y Josué y los Sumos Pontífices de Israel fueron
también, en cierto modo, «príncipes ungidos». Hasta, por excepción, en caso
particular, algún Rey no judío, como Ciro, pudo ser «ungido» de Yahvé para
cumplir alguna misión providencial en orden al pueblo mesiánico...
Pero, según las Escrituras, el Ungido-Príncipe
por antonomasia, el supremo analogado de todos los ungidos-príncipes, el
Mesías-Rey por excelencia, aquel que por derecho propio debe ocupar la
cumbre de la línea divisoria de los tiempos judíos; aquel, por consiguiente,
que a priori debe constar como eje principal en una visión cronológica
sobre Jerusalén en marcha hacia la plenitud mesiánica, es uno solo: Cristo-Rey.
El que proclama su Unción y Realeza a la faz
del mundo el último día de su vida, que es también el último de la Semana 69[1].
El que preguntado por el Sumo Pontífice
Caifás: «¿Eres tú el Cristo (e. e. el Ungido), el Hijo de Dios
bendito?», responde, con serena e inmutable palabra: «Tú lo has dicho, yo soy».
El que Pilatos muestra al pueblo diciendo:
«¿Queréis que suelte al Rey de los Judíos, a Jesús llamado Cristo (e, e.
ungido)?».
El que crucificado entre dos ladrones ostenta
a la faz de la tierra, en las tres lenguas civilizadas, su nombre y la causa de
su condenación: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.»
El que agonizante sufre las burlas de
magistrados, sacerdotes y escribas judíos, que le dicen: «Que el Cristo-Rey (Ungido-Príncipe)
de Israel descienda ahora de la Cruz para que veamos y creamos».
No hay duda. La 69° semana daniélica se
clausura con la proclamación solemne en Jerusalén y Judá de la mesiánica
realeza de Jesús de Nazareth, hijo de David. Con la oblación sangrienta del
Cristo-Rey crucificado hacia las tres de la tarde del viernes santo en la hora
del sacrificio vespertino, expiró la 69° semana de nuestra profecía. Era, como
después lo veremos, el 23 de marzo del año 31 a los 483 años de la Misión de Nehemías.
Cristo-Rey es el Ungido-Príncipe. Pero,
¿quién es el Ungido evacuado del que se nos habla inmediatamente
después, al principio del versículo 26: «Y después de las 62 semanas será
evacuado un Ungido»...?
Los intérpretes en general consideran como
algo enigmático e inexplicable la omisión en el texto hebreo del artículo
delante de este segundo «ungido».
Sin embargo, para el P. Lagrange y en esto
tiene razón, la omisión del artículo indica que la idea aquí encerrada no debe
identificarse con la del «Ungido-Príncipe» del versículo anterior...
Pero el Padre va demasiado lejos cuando toma pie de ello para confirmarse en su
opinión de que el texto habla de dos Ungidos-Príncipes, separados por 62
semanas de años. Ciro allá, Onías III acá. Exégesis descentrada.
Los dos «Ungidos» están tocándose en el
acabamiento de la 69 semana. El «Ungido-Príncipe» en la cumbre de su
actuación, por el Sacrificio de la Cruz, es hecho Rey glorioso de los siglos.
Su anonadamiento y muerte de Cruz le valen de parte de Dios el nombre único,
soberano sobre todo nombre. ¡Gloria a Cristo-Rey inmortal!
El otro «Ungido» no es llamado «príncipe».
Y lejos de ser ensalzado con el cerrarse de la 69 semana, es «extirpado».
Operación divina.
Si la precisión textual y la omisión del
artículo no permiten confundir en un mismo personaje estos dos Ungidos, ¿cómo
vamos a entender el misterio? ¿Quién puede ser este segundo «Ungido»,
contemporáneo del primero y en íntima comunión con él, puesto que también es «cristo»
de Dios, depositario de la unción divina o gracia mesiánica?
No puede haber más que una sola respuesta a
tal pregunta. Pero respuesta clarísima y enteramente satisfactoria.
Este "Ungido" o Mesías
evacuado, no es un individuo, y por esta razón también no lleva artículo[2]. Es una persona colectiva.
Es el Pueblo-cristo. Es Israel, pueblo «ungido», e. e. pueblo
consagrado a Dios, pueblo teocrático, pueblo sacerdotal, pueblo plasmado por
Dios para ser el depositario y el órgano de su gracia en el mundo, con su
tierra santa, su Ciudad santa, su Templo santo, su Ley santa; su Sacerdocio
santo, su Culto santo.
Pero sucedió que en aquel mismo día final de
la 69° semana, este Pueblo-Cristo, en vez de reconocer y aclamar a su verdadero
Jefe, haciendo escarnio de su realeza, lo llevó al Calvario y lo clavó en Cruz.
«Y la sangre de la Víctima recayó sobre la Cabeza y los hijos del Pueblo-Ungido».
Y ese Pueblo, antes habitáculo de Dios, quedó como profanado y execrado,
réprobo por un tiempo y vacío de la gracia mesiánica, aunque conserva en su ser
muerto la marca indeleble de su Consagración. Sacerdote apóstata y secularizado...
"Un Ungido será evacuado». Al expirar
Jesús en la Cruz, la reprobación del Pueblo Ungido fué materialmente
simbolizada por la rasgadura del velo del Templo: «Y la cortina del Templo se
partió por medio de arriba a abajo». Israel perdió todos los bienes divinos que
brotaban de su Unción. Quedó rota la Alianza, roto el espiritual matrimonio
de Sión con Yahvé. La viña fue arrendada a otros viñadores, nuevos depositarios
de la gracia, nuevo Israel espiritual, mientras el Israel según la carne, perdida
la sobrenatural presencia que desde el Arca le infundía vida quedó por entonces
hecho un desierto lleno de inanimados huesos.
Tal es la riqueza de las substanciales
palabras: "un Ungido será evacuado"…
De ahí la dificultad con que tropezaron las
antiguas versiones para traducir esas palabras, sin menoscabo del sentido.
En el griego, la persona ungida desaparece y
se habla simplemente de unción: χρῖσμα. Lo mismo sucede en
la antigua latina, que puso igualmente: Unctio, chrisma. Por el
contrario, en la Vulgata, San Jerónimo puso el acento sobre la persona ungida
al traducir el hebreo Maschiah por Christus, con el peligro, del
que no se libraron ni él, ni San Agustín, ni los exégetas posteriores, de
individualizar a este sujeto y de confundirlo, ya con Jesucristo, entendiendo
su evacuación de la Muerte de Cruz; ya, según la moderna critica, con- Onías
III, el Sumo Sacerdote expulsado y asesinado en tiempos de Antíoco Epífanes.
En suma, las antiguas versiones griega y
latina, conservando lo formal del hebreo, orientaron mejor a los SS. Padres
anteriores a San Jerónimo hacia la verdadera explicación de este pasaje, como
parece reconocerlo el P. Lagrange (art. cit., p. 185), aunque él mismo opta por
la opinión de la Crítica independiente.
Pueden verse en Knabenbauer (p. 253) o en el Diccionnaire de Théologie catholique (Art. «Daniel», col.
85), las principales interpretaciones de los Santos Padres. Tertuliano refiere χρῖσμα
a la unción real y sacerdotal, porque, perdido el aceite de la unción
con la destrucción del Templo, ya no habrá entre los judíos ni reyes ni
sacerdotes. Lo mismo dice Orígenes. Para el Pseudo-Cipriano trátase, al
parecer, de la ruina del Templo. Para Eusebio, es la muerte de Hircano
II el último representante del pontificado legítimo. Para San Juan Crisóstomo parece
ser la dignidad del supremo sacerdocio. Policronio e Isidoro de Pelusa
entienden la evacuación del fin de la autonomía judaica espiritual y
política, etc...
Todas esas interpretaciones encierran
partículas de la verdad central aquí profetizada: la reprobación temporal de
Israel después del deicidio con el cerrarse sobre el Calvario la 69 semana.
Se comprende, desde luego, por qué la
profecía habla de «evacuación» y no usa palabra alguna que directamente
signifique "muerte física". Esa locución habría sido impropia.
Karath tiene un sentido genérico de evacuar, amputar, extirpar, desgajar
que no suena a muerte física. Así lo comprendieron también las antiguas
versiones. «La unción será removida», dicen los Setenta; «destruída», pone
Teodoción; «exterminada o destruida», aduce la antigua latina.
San Jerónimo, en la Vulgata, desfiguró el
verdadero sentido, traduciendo: «occidetur Christus», Cristo será
muerto; y obligando: en cierto modo a la posteridad, poco versada en crítica
textual, a entender el pasaje de «Cristo crucificado».
La interpretación que sostenemos como única
verdadera respeta todos los matices del texto y trae a la memoria las
expresiones de San Pablo cuando habla del mismo misterio: «el lanzamiento de los
judíos... desgajáronse las ramas... cayeron ellos... Si no permanecieres en la
bondad de Dios, Tú también serás arrancado... » (Rom., XI, 15.19.22).
[2] Esto no prueba nada. Sabido es que tanto en hebreo como en griego la
falta de artículo puede explicarse por tratarse de un nombre propio.