2) Pero, para probar que aquí se trata del
término de las siete primeras semanas, y, por lo tanto, de un Mesías típico, el
P. Lagrange presenta otro argumento más serio, sacado, como debe serlo, del
mismo texto que nos ocupa.
«El plan general de la profecía —dice— no
es dudoso: siete semanas, sesenta y dos semanas, una semana: tres períodos
distintos que tienen cada uno su término propio, quedando naturalmente para
último término el fin de la 70° semana anterior a la grande época subsiguiente
descrita en el v. 24[1]. Ahora bien, esa evidente
división la constatamos perfectamente realizada según los términos mismos del
texto hebreo, tales como los hemos traducido. Crampon y Knabenbauer prefieren
corregirlo, siguiendo a la verdad a Teodoción y a la Vulgata, pero con
detrimento del sentido; porque, si se compactan los dos primeros períodos diciendo:
«hasta un Ungido-Príncipe hay siete y sesenta y dos semanas», se pierde el derecho
de asignar un carácter especial a cada período; ni siquiera le queda término al
primero; ni menos puede ser colocada en él la reconstrucción de la ciudad, como
lo quiere Knabenbauer. Terminándose, pues, el primer período con el
Ungido-Príncipe, de quien Esdras y los Paralipómenos nos han dicho que autorizó
la construcción del Templo, debe, naturalmente, la construcción de la ciudad
abrir el siguiente período de las 62 semanas» (ibíd. 184).
La mayor de ese argumento merece ser puesta
en más alto relieve, guardadas las debidas proporciones.
Cierto es que el plan general de la profecía
se nos presenta matemáticamente tripartito: 7 semanas, 62 semanas, 1 semana.
Luego cada parte tiene por necesidad su término matemático con el expirar de la
7°, de la 69° y de la 70° semana.
Pero, dentro del plan y de los términos
matemáticos, caben diferencias históricas. El término matemático de la 70° semana
toca, aunque no lo quiera el P. Lagrange, en el orden histórico, con la inauguración
de la plenitud mesiánica sobre el pueblo judío (v. 24). El término matemático
de la 69° semana toca, también en el orden histórico, con aquel notabilísimo
acontecimiento de la extirpación de un Ungido, del que luego trataremos (v. 26)[2]. Pues bien, dados esos
antecedentes, ¿será necesario que el término matemático de la 7° semana esté,
como los dos otros, señalado por algún hecho histórico notable, por, v. g., la
Persona del Ungido-príncipe en el momento culminante de su actuación?
Tal es el problema con toda claridad.
La respuesta aconsejada por la analogía que
debe presumirse entre los tres períodos debería ser afirmativa como la da el P.
Lagrange si no hubiese en contra razones textuales. Pero, si el texto se
muestra contrario a ella, aquella presumida analogía pierde toda su fuerza y
hay que sostener la respuesta negativa.
Se impone, desde luego, el examen de la menor
del P. Lagrange, donde se pondera el texto: «Esa evidente división la
constatamos perfectamente realizada según los términos mismos del texto hebreo,
tales como los hemos traducido, aunque lo corrijan Crampon y Knabenbauer...,
quienes pierden el derecho de asignar un carácter especial a cada período, de
fijar un término al primero y de colocar en él la reconstrucción de la ciudad.»
Recordemos cuál es la traducción adoptada por
el P. Lagrange: «Desde la salida de una palabra... hasta un Ungido-Príncipe hay
siete semanas; y durante sesenta y dos semanas se volverá a edificar
plaza y muro; y esto en la angustia de los tiempos».
La traducción común dice: «...hay siete
semanas y sesenta y dos semanas; y se volverá...».
Busquemos ahora cuál es el fundamento textual
que invocan los Críticos para sostener el primer sentido. No lo encontramos,
porque no existe. Pues la omisión masorética o postmasorética del signo unitivo
de puntuación entre «siete» y «sesenta y dos» no afecta de ningún modo al texto
hebreo, sino que depende del descuido de la interpretación privada de los
puntuadores. Prescindir del juicio privado de éstos no es corregir el texto.
Más bien es la Crítica la que se permite corregirlo, al pasar por alto en su
traducción la cópula ve de vekibethah et restaurabitur,
cópula que necesariamente la molesta... De mucha mayor importancia es el
escamoteo de la cópula «et» restaurabitur por los Críticos, que la omisión (si en
verdad la hay) de una puntuación deficiente.
Además, si fuera dudosa la lección masorética,
¿cómo atreverse a corregirla en contra de la autoridad unánime de las antiguas
versiones griega y latina que sostienen la compactación de los dos primeros
períodos hasta el Ungido-Príncipe?
En verdad, no alcanzamos a comprender cómo la
Exégesis que se da de crítica se apodera libidinosamente de un detalle
accidental y extraño al texto para dar al traste con el texto mismo y con las
más graves autoridades en materia textual.
Y ¡si fuesen ciertas las incongruencias que
resultan, según el P. Lagrange, de la compactación de los dos primeros períodos
de semanas!
a) ¿Se pierde de veras el derecho de asignar
un carácter especial a cada período?
De asignarles un carácter simétricamente análogo,
definiéndolos a cada uno por hechos que los siguen armónicamente, pase. De
asignarles un carácter propio que prescinde de tal presunta simetría, no.
El primer período es definido por su punto
inicial y su contenido: "Desde la palabra pala restaurar y reconstruir la
ciudad… cosa que se realizará en la angustia de los tiempos». El segundo período
es definido por su punto terminal, al cual llega compactado con el primero: «hasta un Ungido-Príncipe..., punto que está en
conexión con el fenómeno del Ungido extirpado del que se habla en el versículo
siguiente. El tercer periodo es definido abundantemente a la vez por su
contenido, semana escatológica, y por su término, que se abre sobre la plenitud
mesiánica de Israel.
b) ¿No habría término para el primer
período dentro del cual menos aún podría colocarse la reconstrucción de
Jerusalén?
No tiene el primer periodo un acabamiento
histórico semejante al de los dos siguientes, es cierto. Forma bloque con el segundo[3], sin solución de continuidad
y sin adquirir cualidades posteriores distintivas de esencia. Pero sí tiene
su término propio histórico, según su carácter especial de período restaurador
incorporado en la obra de Nehemías. Lo veremos después de un momento.
No podría colocarse en este primer período la
reconstrucción de la ciudad «in angustiis temporum», si antes no se hubiese
dicho que este tiempo principia con la palabra divina restauradora de
Jerusalén, es cierto; pero, como acaba do decirse precisamente eso, no sólo
puede, sino que debe colocarse desde el principio del primer período la obra
re-constructora «de la ciudad, plaza y muro en la angustia de los tiempos».
Lo incongruente y hasta ridículo es imaginar
que «durante sesenta y dos semanas la ciudad será reconstruida… Porque, ¿acaso
ha de durar tanto esa obra? ¿Acaso todas esas semanas podrían ser calificadas
como angustia de los tiempos? ¿Acaso la palabra
proferida por Dios para la restauración de la ciudad, debía quedar ociosa
durante las siete primeras semanas? Una palabra que sale de Dios para la
reconstrucción de Jerusalén es un hecho histórico que entraña, como en germen
de virtud incontrastable la resurrección de la ciudad santa. Es inconcebible
que una palabra salida de Dios con Jeremías o con Ciro quede durante un
centenar de años no sólo ociosa sino vencida por los enemigos de Israel.
Es, pues, necesario concluir que la única
traducción racional y ajustada al texto de nuestro versículo 25 es la que
compacta los dos primeros períodos de semanas en orden al Ungido-Príncipe.
Y así se comprende claramente la
característica del primer período, era de restauración judaica, en relación con
el segundo, simple continuación del Judaísmo restablecido.
Pues no es ciertamente por cabalística
«gematría» de números, ni por caprichoso gusto del simbolismo septenario, por
lo que estos períodos están divididos en 7 y 62 semanas. Sino porque las siete primeras
semanas corresponden históricamente a la reedificación de Jerusalén, plaza y muro «in angustiis temporum», entrelazada
esencialmente con la reorganización cívico-religiosa llevada a cabo por
Nehemías en varias importantísimas intervenciones a lo largo de su vida.
El más autorizado comentario de la angustia
con que fuera reedificado el muro de Jerusalén lo escribió el mismo Nehemías en
sus Memorias.
Habiendo relatado los desprecios y escarnios
que los jefes palestinenses lanzaban contra los débiles judíos, al verlos
emprender en una obra superior a sus fuerzas, Nehemías prosigue:
«Edificamos el muro y toda la muralla
fué reparada en derredor hasta media altura, pues el pueblo tuvo ánimo para el
trabajo. Mas sucedió que Sanballat y Tobías y los Arabes y los Ammonitas y los
de Asdod, habiendo sabido que los muros de Jerusalén estaban en reparación y
que los portillos comenzaban a cerrarse, se encolerizaron mucho y
conspiraron todos a una para venir a combatir a Jerusalén y a hacerle daño.
Oramos entonces a nuestro Dios y contra ellos pusimos guardia de día y de
noche. Y Judá, desanimado, decía: «las fuerzas de los acarreadores se han debilitado
y el escombro es mucho. No podremos edificar el muro.» Y nuestros enemigos
decían: «No conocerán nuestra celada ni nos verán hasta que entremos en
medio de ellos. Los mataremos y haremos cesar la obra». Sucedió, sin embargo,
que viniendo los Judíos que habitaban entre ellos, nos dieran aviso diez veces
de todos los lugares de donde ellos venían contra nosotros. Entonces,
detrás del muro donde más pequeño era y en las partes sobresalientes, puse al
pueblo por familias, con sus espadas, con sus lanzas y arcos. Luego pasé
revista y me levanté y dije a los principales y a los magistrados[4] y al resto del pueblo: «No
temáis delante de ellos. Acordaos del Señor grande y terrible, y pelead por
vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras
mujeres y por vuestras casas.» Y cuando supieron nuestros enemigos que
estábamos sobre aviso, habiendo Dios disipado su proyecto, volvimos todos al
muro, cada uno a su obra. Pero desde aquel día, la mitad de los mancebos
trabajaba en la obra y la otra mitad se ponía en pie de guerra con lanzas y escudos
y arcos y corazas; y los príncipes estaban sobre toda la casa de Judá. Los
que edificaban en el muro y los que llevaban cargas y los que cargaban, con
una mano trabajaban en la obra y con la otra tenían la espada. Porque los
que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos y así edificaban. Y
el que tocaba la trompeta estaba junto a mí. Y dije a los principales y a los
magistrados y al resto del pueblo: «La obra es grande y larga y nosotros
estamos dispersos sobre el muro, lejos los unos de los otros. En el lugar donde
oyereis la voz de la trompeta, reuníos allí a nosotros. Nuestro Dios peleará
por nosotros.» Nosotros, pues, trabajamos en la obra y la mitad de los
hombres tenían lanzas desde la subida del alba hasta salir las estrellas.
También, dije entonces al pueblo: «Cada uno con su paje se quede dentro de
Jerusalén y hágannos de noche centinela y de día a la obra.» Y ni yo, ni mis
hermanos, ni mis mozos, ni la gente de guardia que me seguía, desnudamos
nuestro vestido; nadie se lo quitaba más que para lavarse» (II Esd., IV, 6-23).
A tales angustias y sobresaltos añadiéronse
intrigas y conjuraciones de falsos profetas para matar a Nehemías (II Esd.,
VI). Con todo, el muro fué terminado en 52 días. «Era la ciudad espaciosa y
grande, pero poco pueblo dentro de ella y no había casas reedificadas» (II
Esd., VII, 4). Para señalar a los pobladores de Jerusalén sus respectivos solares,
hizo Nehemías nuevo empadronamiento del pueblo, lista que fué añadida a los
catálogos zorobabélicos (II Esd., VII;
XI-XII), y completada más tarde con algunos nombres. Pasada la gran fiesta de
la Dedicación del muro y nombrados los pobladores de Jerusalén, todavía duraron
necesariamente largos años los trabajos de la reconstrucción de las casas y plazas,
y Nehemías debió entregarse de lleno a la tarea no menos ardua de la
reorganización de la vida pública.
Nehemías consagró su vida a la restauración
de Jerusalén y de la nacionalidad judía. No sólo levantó las ruinas materiales
de la Ciudad y sus fortificaciones, sino que le infundió nuevo espíritu con la
ayuda de Esdras purificando la atmósfera viciada de paganismo en que había
degenerado el pueblo y el sacerdocio, cortando abusos, renovando las antiguas
observancias y propinando, a todos el licor fortificante de la palabra de Dios
contenida en los libros santos recoleccionados.
Nehemías alcanzó a una vejez gloriosa y
prolongada, refiere Josefo, dividiendo sus cuidados entre Susa y Jerusalén. Si
para firmar el pacto religioso de Esdras, en Tischri de 466, el joven Tirsatha
Nehemías tenía una veintena de años, para la magna obra de la resurrección de
Jerusalén y para su primer gobierno de doce años, estuvo en toda la pujanza de
sus fuerzas (453-441), y todavía pudo intervenir repetidas veces para consolidar
y perfeccionar su obra. A su muerte, pasados los ochenta años, dejó, con el
expirar de la 7° semana (404)[5], bien
establecida la nueva forma de Judaísmo postexiliano, con el sanhedrín a la
cabeza, forma que perdurará durante las 62 semanas siguientes, bajo las vicisitudes
de la política general persa, greco-asiria y romana. Gracias a Nehemías, el
Judaísmo, nutrido de su espíritu por espacio de siete semanas, vivirá pujante
durante las 62 semanas posteriores, resistiendo a las influencias perniciosas
del ambiente pagano y a los terribles golpes de aquel remedo del Anticristo,
Antíoco Epífanes, que lo persiguió de muerte.
He aquí la característica del primer período
daniélico y la razón de ser de su distinción de con el siguiente, así como de su compactación con él,
para desembocar en un personaje de trascendental importancia en la historia de
Israel, el Ungido-Jefe que corona con su vida la Semana 69.
[1]
Creemos que la división no es tri sino cuatripartita como ya lo
dejamos dicho AQUI
y que la traducción de este versículo es:
Desde la salida de la orden para
restaurar Jerusalén ------- hasta el Ungido rey
7
Semanas
-------
y 62 Semanas
y en tiempos de angustias será ella
reedificada, etc.
Y así encontramos la razón de ser de
las primeras 7 Semanas.
[2] No. La
Semana 69° termina con el Ungido-Príncipe. El texto es más que claro. La
extirpación del Ungido tiene lugar después de la 69° Semana.
[3] En
toda esta disertación no nos parece muy claro el autor (o acaso no lo
entendemos bien). Según nuestra opinión las siete primeras Semanas tienen un
término y propósito determinado: la reconstrucción de la Ciudad. A estas
primeras 7 Semanas hay que agregarle las otras 62 que culminan con la Venida
del Cristo-Rey y si forman grupo entre sí, se debe a que no hay intervalo entre
ellas, nada más.
Si es esto lo que dice el autor, pues
entonces estamos de acuerdo.
[4] En el
original "Nobles y Príncipes". Lo mismo en los demás pasajes.
[5] 397 o
398 según nuestros cálculos. La misma fecha del edicto de Esd. VII si es que la
misma se atribuye a Artajerjes II.