martes, 2 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo II

CAPITULO SEGUNDO

LA PLENITUD MESIÁNICA DE JERUSALÉN E ISRAEL, TRANSCURRIDAS SOBRE ELLOS SETENTA SEMANAS DE AÑOS (v. 24).

Setenta semanas han sido recortadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para que sea consumida la prevaricación y sellados los pecados y cancelada la deuda e introducida la justicia eterna y sellada la visión y el profeta y ungido lo santo de lo santo.

Al explicar la naturaleza de los bienes prometidos en este versículo, el P. Lagrange reacciona poderosamente contra la Crítica moderna que quisiera vaciarlos de su sentido mesiánico, o al menos reducirlos al plano inferior de simples tipos figurativos de la futura economía cristiana.
El Diccionario de Teología católica sostiene ese menguado sentido: «La definición de los bienes mesiánicos en la exégesis tradicional, por su fisonomía fluctuante, deja abierta la puerta a otras hipótesis... La interpretación tradicional de los bienes mesiánicos anunciados en el v. 24 ha tomado, manifiesta pero inconscientemente, en sentido figurado expresiones que en su sentido propio se aplican al pueblo judío y a la ciudad santa, conforme a la situación en que se hallaban cuando fué comunicado el oráculo. El pecado, la transgresión, la iniquidad son aquí directamente cosas de los judíos castigados por Dios y cautivos. La justicia eterna hace resaltar en lenguaje espiritual pero todavía concreto el simbolismo de la fecundidad de la tierra y de la perfecta felicidad terrestre de que hablaron a menudo los Profetas, simbolismo que muchos judíos seguramente no penetraron. El sello de la visión y del profeta podrían muy bien referirse a una o varias visiones particulares de Daniel que el profeta necesita comprender mejor, así como a la palabra profética dirigida a Jeremías sobre los 70 años de la esclavitud y correlativa al oráculo de las 70 Semanas, visión y palabra cuyo sentido había de permanecer sellado, es decir oculto, por 490 años. La unción del santo de los santos corresponde no menos directamente a la queja formulada por Daniel en su oración respecto de Jerusalén sumida en oprobio y del santuario devastado: tiene que referirse a la nueva consagración del altar de los holocaustos arruinado...» (Art. Daniel, col. 82-84).

El P. Lagrange protesta enérgicamente contra ese modo de ver. Cree, con grandísima razón, que el sentido propio y natural del texto es mucho más alto y directamente mesiánico: al horizonte de las 70 Semanas aparece el Reino de Dios realizador por Jesucristo.


«En todo este versículo, escribe, hallamos un crescendo armoniosamente rítmico. El mismo Actor incomparable, Dios, obra cada vez y según un mismo designio... Entra en escena desde el principio, primero para cortar el paso a la gran prevaricación (pecado de apostasía), después para sellar los pecados como dentro de un cajón de donde no podrán salir más, en fin para perdonar las deudas considerándolas como definitivamente saldadas... Frente a estos tres actos divinos de aspecto negativo, y en manifestación ascendente de poder y de bondad, vienen los rasgos positivos de la intervención divina. Primero, la justicia para reemplazar al pecado. Segundo, la visión mellada, ésto es, reconocida como divina, según el sentido de ἐσφράγισεν en Joan. III, 33; VI, 27. También es nombrado el profeta, el favorecido con la visión; el que afirmó que la visión era de Dios. Su testimonio es confirmado principalmente respecto del enviado de Dios, como se ve tan claramente en los pasajes citados de S. Juan. Trátase, pues, de una época absolutamente nueva. Es la realización de la antigua Profecía que resonó en Israel. En fin, el último y supremo rasgo: la unción de una santidad de santidades..., esto es, de un santuario de Dios que le será consagrado; expresión que, sobre todo por hallarse en la cumbre del crescendo, supera con mucho la simple reconstrucción del altar hecha por Judas Macabeo.». (Rev. B. abril, 1930, 182-183.).
«La amplitud de los términos y la profundidad del plan divino pasan evidentemente por encima de una felicidad gloriosa pero normal, por encima, en cierto modo, de lo ya visto. La iniquidad está cortada, los pecados sepultados, la transgresión perdonada; inaugúrase la justicia eterna, no hay más visión ni profeta: parece como que se trata de la bienaventuranza en presencia de Dios. Mas, el último rasgo, unión de una cosa santísima, nos obliga a detenernos en realidades muy sobrenaturales pero terrestres. Tal unción perdería de su majestad si se aplicara a una simple restauración del altar. Daniel entrevé algo muy grande, una institución nueva, otro símbolo, tras el símbolo del Hijo del Hombre, donde el reino de Dios está figurado por un santuario. Y aún la fisonomía espiritual y sagrada del reino de Dios alcanza aquí perfiles más abundantes que en la visión del Hijo del Hombre, como también queda mejor acentuado su carácter de promesa cumplida respecto de las visiones concedidas a los profetas de Israel cuya razón de ser no subsiste en adelante. Considerado, pues, en sí mismo, el versículo 24 supera altamente la grandeza tan gloriosa,  sin embargo, de la resistencia macabea. Los SS. Padres tuvieron razón al mostrar que esos rasgos son los del reino de Jesucristo, por no decir que son como un esbozo del reino celestial. Así como el Salmo LXXI debe aplicarse directamente al futuro portentoso Rey, así, por esta reconciliación del pueblo con Dios, debe entenderse la intervención enteramente sobrenatural, inauguradora de la Monarquía divina, la sola que tiene, en justicia, derecho al imperio universal.» (Ibid. 196-197.)

Luego, como se ve, relativamente a las promesas del v. 24, estamos en presencia de dos sistemas de interpretación exclusivos el uno del otro: cosas judías del tiempo de los macabeos, dicen aquéllos; cosas cristianas realizadas por Jesús en la Iglesia, dicen éstos.

Aquéllos ven la necesidad de aplicar estos anuncios a Jerusalén y al pueblo judío como tales.
Daniel, en efecto, está pensando en la ciudad santa y en los judíos dispersos. Este es el objeto de su ardiente súplica: perdón por la ciudad asolada, perdón por el pueblo prevaricador y castigado. Tal es la oración que Dios escucha y a la cual responde con palabra de misericordia.
Por eso el texto del v. 24 contiene las expresiones terminantes: «sobre tu pueblo y tu ciudad santa», expresiones que sería ridículo entender metafóricamente.
Por consiguiente, son cosas judías las que anuncia el arcángel a Daniel. El Profeta ve necesariamente con luz de Dios todos los bienes prometidos como incorporados en lontananza a Jerusalén y a Israel. La gran prevaricación o apostasía es crimen nacional judío que ve el profeta definitivamente contrarrestado por Dios. Los múltiples pecados son los pecados de los judíos que desaparecen para siempre por misericordia de Dios de la escena de la historia. Las deudas perdonadas fueron deudas contraídas por el pueblo judío para con la vindicta divina y quedan del todo remitidas por la generosidad del ofendido acreedor. Asimismo la justicia sempiterna, don incomparable del amor de Dios, la reciben el pueblo judío y la ciudad santa, como corona de inmortalidad. La visión y el profeta sellados, son la fiel realización hasta la última iota y la más pequeña tilde de la gran esperanza infundida por Dios en el corazón del pueblo judío respecto de su propio porvenir glorioso. Y, finalmente, la unción del santuario por excelencia es divina unción del Templo santísimo judío que pala Sí quiere Dios en Jerusalén.
No hay, pues, escapatoria: los bienes del v. 24, según el sentido natural del texto y del contexto, son necesariamente cosas judías.
Pero, y aquí viene el desliz de esa primera tanda de comentadores, salta a la vista que semejantes bienes no se realizaron con Cristo sobre Jerusalén y el pueblo judío. Al contrario, tropezaron en Él como en piedra de escándalo y lo perdieron todo...
Luego, para conservar al v. 24 su necesario carácter judaico, es menester vaciarlo de todo elemento propiamente mesiánico-cristiano y encerrarlo, aunque él proteste, en el marco de la historia judía de los tiempos de la restauración macabea.

Con la segunda serie de intérpretes, nos hallamos ante un fenómeno parecido pero a la inversa.
Estos, a toda costa, y con razón que les sobra, habiendo penetrado en seguimiento de los SS Padres dentro del sentido natural del texto, y saboreando sus divinas riquezas en desproporción absoluta con la victoria macabea, retienen y defienden el palpable y necesario mesianismo de los bienes aquí anunciados.
Pero ellos, a su vez, tropiezan con la misma dificultad que los primeros. Esos bienes mesiánicos no se han realizado, sino muy al contrario, sobre Jerusalén y el pueblo judío.
Luego, para conservar el necesario carácter mesiánico del v. 24 es menester vaciarlo de todo elemento propiamente judío, y aplicarlo, aunque él proteste, a un Israel espiritual que tomó cuerpo entre las Gentes: «In isto Templo Dei (scilicet in Ecclesia catholica), dice Knabenbeauer, in isto corpore mystico cuius caput est Christus, reposita sunt et hominibus obveniunt bona illa quae ab angelo enumerantur: deletio peccatorum, remedia ad ea impedienda efficacissima, expiatio eorum, adductio ac largitio sanctitatis quae nunquam marcescat, impletio oraculorum veterum eorumque confirmatio ac sanctio continua et insignis... Aeque manifestum est Christo capiti et corpori ejus summopere atque unice convenire nomen Templi sanctissimi a Deo uncti et consecrati; in Christo enim capite ipsa Divinitas inhabitat corporaliter, Ipse in humana natura unctus est divinitate...» (Com. in Dan.p. 240).
Desapareció de la perspectiva Jerusalén pecadora y asolada; desapareció el pueblo judío rebelde y cautivo. Aunque para aquélla y para éste el corazón angustiado de Daniel pedía perdón y misericordia. Aunque el Ángel asegure al Profeta que su oración ha sido oída. Aunque Gabriel afirme que las 70 Semanas encierran los destinos de Jerusalén y del pueblo judío.
Además, si bien es cierto que estos intérpretes no degradan como los primeros el sentido divino de los bienes que se anuncian, con todo se ven obligados a empequeñecerlos, disminuyendo la intensidad de su eficacia y su plenitud. Porque, ¿dónde vemos realizada aquella casi bienaventuranza del Paraíso?, ¿dónde está aquel como esbozo del reino celestial, de que nos hablaba muy justamente el P. Lagrange? ¿Quizá en el alma de los santos confirmados en gracia...? Pero entonces la Profecía no se enfoca ya sobre todo el Cuerpo místico de Cristo, sobre la Iglesia como sociedad humano-divina, sumergida en luchas, dolores y pecados, sino sólo sobre unas raras estrellas sembradas entre inmensas y tempestuosas nubes... Más aún: ¿no confiesan esos mismos santos que también ellos se alimentan todavía con lágrimas de amargura y de sangre y que la vida presente también les parece a ellos «una triste noche en una mala posada»? (Santa Teresa). ¿Cuál de ellos se siente enteramente libre de los enredos del Tentador y de sus furiosas arremetidas? ¿Cuál no debe pagar todavía con su muerte la deuda del pecado? ¿Cuál puede creerse poseedor de la justicia sempiterna? ¿Quién entre los más sabios exégetas católicos pudo explicar satisfactoriamente el exacto cumplimiento de la Antigua Profecía contenida en los Libros santos? ¿Dónde está, en una palabra, el Sabatismo prometido del Pueblo de Dios...?
Por cierto, todos esos bienes germinan eficazmente en la Iglesia católica y en las almas fieles con el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Pero el desarrollo pleno de ese germen vivo, su fruto perfecto tal cual lo contempla Daniel, no aparece todavía por ninguna parte sobre el haz de la tierra.

En consecuencia, tanto la una como la otra interpretación ahogan el espíritu en un mar de contradicciones.
Y con todo, aunque parezca mentira, ambas interpretaciones nos llevan por la mano, si somos fieles a las evidencias contenidas en cada una de ellas, al seguro, armonioso y natural sentido de la Profecía daniélica.

El v. 24 habla con evidencia del pueblo judío. Admitido.
El mismo texto habla también con igual evidencia de bienes mesiánicos. Muy bien.
Esos bienes mesiánicos son propios, en la actual economía sobrenatural, de la Iglesia católica, en donde tienen sus vivas raíces. No hay duda[1].
Conclusión: cuando los Judíos, reconciliados con Dios por la fe, sean bautizados en Cristo, cuando la Iglesia Madre haya engendrado a su Benjamín Israel[2], ya podrá el germen vivo crecer hasta la madurez, ya podrá vislumbrarse la pronta aparición de la plenitud  mesiánica sobre Jerusalén e Israel, sin que sean en ninguna forma desvirtuadas las grandiosas y preciosas expresiones de nuestra Profecía.
Que llegará ese tiempo de la conversión de los Judíos a la Fe católica nos lo asegura la Revelación, nos lo explica San Pablo como un misterio que nos conviene ponderar mucho a nosotros Romanos, nos lo enseña toda la Tradición con perfecta unanimidad.
El v. 24 nos habla, por consiguiente, del reino de Jesucristo inaugurado en la tierra, pero desde Sión renovada en la justicia. Repitiendo las palabras del P. Lagrange, sin omitir el necesario elemento judío que él pasó por alto, puede decirse: «Por esta reconciliación del pueblo judío con Dios debe entenderse la intervención enteramente sobrenatural inauguradora, en Jerusalén y entre los judíos santificados de la Monarquía divina, la sola que tiene en justicia derecho al imperio universal.»
Pero ¿el cómputo de las 70 Semanas no se opondrá a tan prolongada espera? Lo veremos adelante.






[1] ¿Pero no habíamos quedado en que esos bienes eran bienes judíos? ¿No dijo el autor apenas unos párrafos antes que esos bienes "del v. 24, según el sentido natural del texto y del contexto, son necesariamente cosas judías"? Porque debe tenerse en claro que así como los bienes del v. 24 son judíos, también los males lo son, y así como estos males no le son aplicados a la Iglesia, tampoco pueden serlo los bienes.

[2] Toda una cuestión. ¿Israel entrará en la Iglesia Católica por medio del Bautismo? ¿Cómo es que el autor llama a la Iglesia "madre de Israel" cuando por el Apocalipsis e Isaías sabemos que, por el contrario, es Israel la que será llamada madre de los cristianos? Ver AQUI lo que dice Lacunza al respecto sobre este tema.