8) A las muchas muestras de enemistad de Edom contra
Israel, que el autor evoca a propósito de Ez. XXV, 12 ss., pudiera haber
añadido una muy antigua y principal, que es la incursión de Khusan (l. Husham Gen. XXXVI, 34), Risgathaim (l. rosh Getthaim, cf. Gen. XXXVI, 35 LXX),
rey de Aram (l. Edom), vencido por
Othoniel (Juec. III, 8), según que rectamente interpretan algunos autores.
9) Que la ecuación Kaftor = Creta, parezca
superada, como afirma el autor a propósito de Ez. XXV, 15 ss., nos parece muy
aventurado. Los filisteos pudieron llevar el nombre Keftiu (Kaftor) a las costas del Asia Menor,
como el de cretenses (Krethim) a las
de Canaán, y tomar de Lidia y Caria armas y modos de vestir en su permanencia
asiática, como tomaron o recibieron el nombre de filisteos por su estancia en
Chipre, que sería su última etapa antes de pasar a la costa fenicia y cananea.
Efectivamente, el nombre de Filistea o Palestina parece derivar de P-Alashia
> P-Alaisha > P-Alaiseth > Palaest., que es el nombre de Alashia con
que se conoce a Chipre en las cartas de El-Amarra, pero egiptizado con el art.
P., y luego semitizado, helenizado y latinizado con cadencia de nombre femenino.
Por lo demás, las relaciones
culturales y políticas de Egipto, no sólo pon el Asia Menor, sino también con
Creta y otras islas del Mediterráneo, son muy antiguas, atestiguadas por la
tradición y la leyenda. Hase hecho notar más de una vez la homonimia del Minos
cretense y el Mena egipcio, y asimismo la coincidencia del rubicundo
Radamanthis, hermano de Minos y juez de los muertos junto con Eaco que tiene su
trono a la entrada de los campos Elíseos —los aaru de la tradición egipcia-,
con el conocido Ra-t-Amenti (sol del ocaso) de la teología del Nilo. Y si Eaco
fuese un dios lunar para los cretenses, como lo era para los iberos, habríamos
llegado al fondo de esa doctrina, de tan fuerte sabor egipcíaco, consistente en
hacer jueces de los muertos al sol y la luna de ultraocaso.
10) Foinikes, dice en la pág. 203, col. 1a, son
probablemente “los hombres de las peñas rojas”, por su mansión anterior en las
regiones del mar Rojo. Y ¿por qué no habrían de ser “los hombres palmeras” o
“de las palmeras”, según la sugestiva interpretación del P. E. Heras, S. J. en
la Semana bíblica de 1940 en Zaragoza? Nuestro autor sigue en eso la orientación
del Maspero, y otros, que hacen venir a los fenicios del golfo Pérsico, por el
sur de la Arabia, aunque felizmente no identifica a los Puni con los Punt de
los egipcios, nombre éste que responde mejor al de Bantu, cuando ese pueblo
habitaba hacia las fuentes del Nilo.
En hora buena que los
fenicios, como los demás camitas, vengan del golfo Pérsico (P. Heras), mas ¿por
qué habían de venir gesteando el océano Indico y el mar Rojo y no más bien
remontando el Éufrates? El hecho de haberse asimilado los cananeos la lengua,
las creencias y la cultura eufratea y sus afinidades étnicas con los hettitas
(Gen. X, 15) del Ponto, y el que arrollaran en su marcha a los hurritas u
horreos hacia el sur de Pales-tina, nos persuade de su entrada por el Norte y
de su acceso por el Éufrates. En esta perspectiva Canaán—la depresión—sería la
región baja del Éufrates antigua morada de los cananeos, en oposición a Arám (Aramenia,
Armenia) la región alta del Norte hasta el Qir (¿el Cyrus?), patria de origen de los arameos, según un pasaje de Am.
IX, 7. Y creemos que en esta suposición se entiende mucho mejor lo que se dice
en Ez. XVI, 3 sobre el origen de la nación hebrea.
El
autor parece ignorar el sistema del P. Heras, Rector del Colegio de San
Francisco Javier de Bombay, quien tan sugestivamente nos expuso en Zaragoza
como explicación al cap. XI del Génesis la expansión de los camitas Tiramilar, hoy Drávidas, de la India
occidental, hacia las costas del golfo Pérsico y del Mediterráneo.
Este sistema podrá tener sus
puntos flacos, pero tiene también otros muy fuertes, que se debieran tomar en
cuenta; y uno de ellos es ese reflejo sorprendente de los nombres de las tribus
drávidas en las regiones de Occidente, cuales serían los pani (Puni, phoenices) “palmeras”, los kalakilas (kilikes o cilices) “hojas
unidas”, los minani (minaei de la
Arabia) con la subtribu de los paravas (Pharvaim)
“pájaros”, los koll (galli, gallas “gallos”), los eruvu o erumbus
(erembi, trogloditas de África) “hormigas”, esto es, mineros (cf. Herodoto III,
102; Estrab. XV, 37; Plin., Hist. Nat. XI, 31), los nagas (cf. ophiones de Etolia) “serpientes”, sin
olvidar los mitos ofídicos acerca de los orígenes de Grecia y el nombre de termilani (tiramilar) que Herodoto da a
sus antiguos moradores.
Al mismo tema que termilai o
tiramilar se refiere el nombre de Thiras, con que en la Biblia se designa a los
habitantes de Ponto (Gen. X, 2); ni es otra cosa Ponto que la traducción de
Thiras, ni éste más que la palabra protoindia thirá (el mar), con la desinencia
indoeuropea. Aquí de las “gentes de mar” de los egipcios (XIX din.). El mismo
origen tendría el nombre de draganes
(tira-ganes), con que Avieno designa a uno de los más antiguos pueblos de
España (Ora marit., v. 297). Y, para terminar, Druidas sería una homonimia de
Drávidas, pronunciación posterior de Tira-rallar (hombres de mar).
Hasta prueba en contrario,
quedamos, pues, en que las puni, poeni o phoenices son homónimos de la pani
u “hombres palmeras” de la India; y si aquellos vocablos suenan también como
expresivos de color, el tinte no les viene de las rocas del mar Rojo, sino de
la púrpura regia, que con tanta maestría preparaban los fenicios.
11) Según el autor en Ez. XXVI, 6, Kittim o Kittiyim
serían los chipriotas, dichos así de Kítiov
ciudad de Chipre, y lo mismo afirma de Elisha
al verso siguiente. Pero es de todo punto inverosímil que en dos versos
consecutivos haya querido Ezequiel designar una misma región con dos nombres
diferentes. Si Elisha o Alaysha es Chipre, la Alashia de las cartas de El-Amarna,
hay que renunciar a la identificación Kittim- Kítiov, tanto más que Kittim es
colonia griega, (Gen. X, 4) y Kítiov
pasa por colonia fenicia.
Según Gen. X, 4 los
descendientes de Yawán son los Elisha y Tarshish, Kittim y Rodanim (sic Gr.). Ezequiel toma aquí el primero
de cada par, Elisha y Kittim, dejando para después (vv. 12.15) los otros dos
Tarshish y Rodán (sic. Gr.), todo lo
cual arguye distinción. Ni hay un solo texto en la Escritura que persuada la
identificación de Kittim con Chipre.
Is. XXIII, 1.12 habla de la tierra —no de la isla— de los Kittim, Jer. II, 10 y
Ez. XXVII, 6, de las islas o costas de los Kittim. Num. XXIV, 24 y Dan. XI, 30,
de las naves que vendrán de los Kittim. Y finalmente según I Mac. I, 1,
Alejandro Magno mueve guerra contra Darío egressus
de terra Cethim, que es la tierra de los Kittim de Isaías, y que nada tiene
que ver con Kítiov ni con Chipre.
Mas
si los Kittim no son los chipriotas, ¿no habrá algún medio de determinar más
quiénes son? El par de los Kittim y Rodanim evidentemente corresponde al de los
Khetas y Rutennu de los egipcios (cf. G. Maspero, Histoire ancienne... París, 1875, pág. 206 y 214), que serían
sendas colonias de Yawan en Anatolia y Siria. En esta expansión yavánica los
Rutennu de Siria —no los Rodios- representarían la vanguardia y los Khetas del
Asia Menor con los Ghetas, o Getas, de la Tracia y Macedonia, donde los encontró
Darío, serían la retaguardia. Según esto, los Ghetas de Europa y los Khetas
de Asia pertenecerían a la misma familia étnica; y ésta desbordó de Europa en
Asia y no viceversa. En efecto, el khanesió o idioma do Ganesh (Kueltepé), que era la lengua oficial de
los Khetas o Cataones del Asia Menor—los Hatti de los Asirios, Hetteos o
Hittitas de la Biblia—, es un idioma jafético (indoeuropeo) de tipo kentum, que es decir occidental. Por
consiguiente, el país de los Kittim no es Chipre, sino el Asia Menor con las
costas europeas adyacentes de donde procedían. Y así se entienden y explican
fácilmente todos los textos bíblicos, que a ellos se refieren.
Sólo resta una dificultad y
es que en este plan identificamos a los Kittim (Ketteos) con los Hittim (Hetteos o Hittitas), mientras el autor
sagrado los distingue en el cuadro etnológico del cap. X del Gen., ya que
mientras hace a los Kittim de origen jafético (Gen. X, 4) hace a los Hittim de
origen camítico (Gen. X, 6.15). Creo verdaderamente que Kittim y Hittim es un
mismo nombre con dos formas, la egipcia y la semítica, y que el autor sagrado,
aprovechando esa diferencia, nos indica con la primera a los hittitas propiamente
dichos, de origen indoeuropeo, y con la segunda a los prehittitas, de origen
camítico, los cuales recibieron esa denominación de los Hittitas (Khetas o Hettas),
que se les sobrepusieron. Tanto el nombre de Hittitas como el de Kittitas es, pues,
de los segundos (denominación patronímica), pero en la Biblia se
empleó el de Hittitas para denominar a
posteriori a los primeros (denominación
toponímica). Es el caso del nombre de
Francia, dicho patronímicamente del país de los francos, y toponímicamente, a posteriori, de sus antecesores los
galos. Inversamente, del nombre de España se dice a priori toponímicamente españoles, cuantos pueblos han ido parando
en este suelo. Para adivinar tan
útiles distinciones ayuda mucho el conjugar en caso la filología con la
historia. Sin la historia, la filología no ofrece mucha confianza.
12) En Ez. XXXVIII, 17 se introduce al Señor
apostrofando a Gog: ¿No eres tú aquel de quien hablé en tiempos
antiguos por boca de mis siervos los profetas de Israel, etc. y se citan, como comprobación, Is. XXXIV,
1 ss.; Jl. III, 9-17; Miq. IV, 11 ss., que no tienen nada que ver con la
catástrofe de Gog, pues ésta es posterior a la restauración definitiva de
Israel, mientras allí se dan los jalones que próximamente la preparan. Como
no es el profeta, sino Dios el que directamente apostrofa a Gog, como a persona
presente, creemos que esos antiguos profetas son cuantos de él hablaron o
hubieran de hablar antes de aparecer él en escena, incluido el propio Ezequiel
y no excluido S. Juan (Apoc. XX, 7). Y en vez de los alegados pudiéranse alegar
con mejor título el Sal. X (cf. Ecco. XXXIX, 33 ss.) Is. XXIX, 1-8, y tal
vez algún otro.
Pero
aquí entra ya en juego la exégesis sobre la cual llevamos dicho lo bastante en
el curso del artículo.
Ni
estas observaciones, ni las que allí se hacen, van dirigidas a restar
importancia a la ilustración del autor, verdaderamente extraordinaria, sino a
señalar en su meritísima obra ciertas conclusiones débiles, y aun erróneas a
nuestro modo de ver, que desearíamos las corrigiera el lector en servicio de la
verdad bíblica.
JOSÉ
RAMOS GARCÍA, C. M. F.