Apéndice III.
Joseph Anger, op. cit. pag. 286 y ss.
“La Pasión ha sido
ofrecida por Cristo a fin de adquirir el derecho de poseer a la Iglesia como a
su esposa y su Cuerpo espiritual; ella (la pasión) ha sido sufrida por todos
los hombres sin distinción, pues todos son llamados a pertenecer al Cuerpo de
Cristo. El sacrificio del altar es
ofrecido sólo por aquellos que de hecho son parte de la Iglesia; ofrecido sólo
por ellos les aprovecha igualmente sólo a ellos. Sin dudas la Misa,
celebrada por la prosperidad y el bien de la Iglesia, no deja de beneficiar a
los mismos herejes e infieles cuya conversión contribuye a la belleza y
perfección del Cuerpo Místico; pero, sin embargo, directamente, aprovecha sólo a los miembros de Cristo. En este
número se incluye a todos los fieles bautizados que viven aquí abajo, que
participan de los frutos del sacrificio en la medida de su colaboración en la
ofrenda y de su unión más o menos estrecha con Cristo por medio de la fe y la
caridad. Pero también están incluidas todas las almas del Purgatorio, sea que hayan dejado esta vida con el
carácter bautismal o no. En efecto, todos,
incluso los no bautizados, pertenecen a la fracción sufriente de la Iglesia y
forman parte del Cuerpo Místico, ya que todas tienen la gracia, que a todas
les asegura la salvación y que tales privilegios no nos vienen más que por Cristo.
Sin duda, los no bautizados, si duermen el sueño de la paz (“dormiunt in somno pacis”), no llevan en
sus almas el “signum fidei”, esto es, el carácter bautismal, pero aún así
creemos que pertenecen, con toda justicia, a Cristo y, justificadas por Él,
aunque no lleven el sello de la pertenencia divina, se aprovechan, también, de
la sangre que las ha santificado, pues allí la distinción entre el cuerpo y
alma de la Iglesia no tiene razón alguna de ser.[1]
Y si se pregunta por qué no participan directamente aquí abajo de los frutos
del sacrificio y sí lo hacen en el otro mundo, respondemos: en esta tierra sólo participan
directamente de los frutos del sacrificio sólo los que lo ofrecen; pero sólo los bautizados, marcados con un
carácter, que es una verdadera iniciación sacerdotal[2], pueden ser los sacerdotes del sacrificio
y, por lo tanto, sólo a ellos les aprovecha directamente; por el contrario,
en el Purgatorio, las almas, bautizadas
o no, no ofrecen el sacrificio, sino que es ofrecido por ellas; todas ellas
no tienen más que un rol pasivo; reciben, no hacen nada; así, pues, se
comprende sin dificultad que si para tomar parte en la acción sacrificial, en
la ofrenda de la inmolación, se necesita tener un cierto carácter sacerdotal,
no se exige lo mismo si se trata sólo de aprovechar los frutos del sacrificio;
es suficiente con estar unido por la caridad a Cristo Víctima”.
Hasta aquí el Abbé
Anger.[3]
Lo mismo dígase de los Santos del Cielo (Iglesia Triunfante), aunque con esta diferencia:
con respecto a la Iglesia Sufriente
la Misa es ofrecida por ellos a fin de que les aproveche, mientras que con
respecto a la Iglesia Triunfante se
le aplica lo que dice Billot:
“Con toda justicia la Misa se celebra para
implorar el patrocinio de los Santos por medio de Cristo el Sumo Mediador, a fin
de que ellos se dignen interceder en el cielo por nosotros, cuya memoria
celebramos en la tierra[4]”.
Y como contrapartida, aquellos difuntos que no están
en gracia de Dios (condenados en el infierno y en el limbo), no sólo no
reciben, sino que no pueden recibir
ayuda alguna en la Misa, y es por eso que está terminantemente prohibido decir
la Misa por los condenados y por las almas que están en el limbo ya que a ellos
no les aprovecha ni siquiera indirectamente, pues, como lo indica Santo Tomás, no son miembros ni siquiera en potencia del Cuerpo Místico, cf. III, q. 8, art. 3.
Apéndice IV.
Dom A. Gréa, La Sainte Liturgie, Livre II, Première Partie, chap. III.
“A estas
oraciones que miran la acción del sacrificio, el sacerdote, en esta acción, a
fin que el sacrificio nos aproveche, une las que contemplan todas las necesidades
de los pueblos y de las almas. Ruega por los príncipes, por toda la Santa
Iglesia militante. Invoca el auxilio de los santos y de la Iglesia
triunfante unidos en una misma comunión: “Unidos por la comunión y venerando la memoria” (Communicantes et memoriam
venerantes). En esta oración ruega
además por la Iglesia sufriente, por las almas de los justos que, en el
purgatorio, son aliviadas, refrescadas y libradas por el sufragio de sus
hermanos y por la aplicación que se les hace de los méritos infinitos de la
Víctima.
Se trata pues, en esta
unión, de todas las partes de la Iglesia, del misterio de la comunión de los
santos, del cual la eucaristía es el centro y la consumación.”
[1] Billot De Sacramentis, Tomo 1, pag 642, 7 ed, Thesis LV.
[2] Por y desde el Bautismo, somos hecho
sacerdotes y víctimas con Jesucristo.
San Fulgencio (Ep. 12, cap. 11, n
24, PL LXV, col. 391) habla de este único Cuerpo en el que cada miembro,
unido a Cristo-Cabeza en el bautismo, es inmolado a Dios, desde entonces, como
una verdadera hostia; nuestro nacimiento
espiritual nos hace víctimas de Dios al mismo tiempo que nos consagra como
templos de Dios.
“Cuando cada
miembro se une a Cristo-Cabeza en el bautismo, desde entonces se le inmola
realmente a Dios una hostia viva. En razón del nacimiento (espiritual) se
convierte a la vez en sacrificio y en templo. (“Quod (Corpus) in singulis membris quando in
baptismo capiti Christo subjungitur, tunc jam Deo viva hostia veraciter
immolatur. Illo enim nativitatis munere sic fit sacrificium sicut fit et
templum”). (Nota del autor).
[3] Cfr. Gihr,
tomo 2 pag. 338 y ss.
[4] Billot, op. cit. Corollarium II.