Sin embargo, según
la enseñanza de Nuestro Señor, el vero
reino sobrenatural de Dios existe y vive en esta tierra solo en un status transitorio
y preparatorio. Su patria real está en el cielo, a donde pertenece y
donde va a existir por siempre en la gloria de la Visión Beatífica. En las
ciudades de este mundo vive solo en peregrinación. Aquí es la ecclesia
militans, luchando contra las fuerzas que se le oponen y que han de hacer
dificultosas sus operaciones hasta el fin de los tiempos. En el cielo va a ser
la ecclesia triumphans, habiendo vencido completamente y para siempre
estas fuerzas opositoras.
Para entender esta
sección de la doctrina Católica es preciso recordar que la unidad social que es
ahora la Iglesia militante es la misma comunidad que un día será la Iglesia
triunfante. Nuestro Señor nos enseñó esta lección en su explicación de la
parábola de la cizaña en el campo, una de las grandes parábolas del reino:
"Respondióles y
dijo: "El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre.
El campo es el
mundo. La buena semilla, ésos son los hijos del reino. La cizaña son los hijos
del maligno.
El enemigo que la
sembró es el diablo. La siega es la consumación del siglo. Los segadores son
los ángeles.
De la misma manera
que se recoge la cizaña y se la echa al fuego, así será en la consumación del
siglo.
El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los
que cometen la iniquidad,
Y los arrojarán en
el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Entonces los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre"[1].
En el día del
juicio, según Nuestro Señor, Su reino va a ser purificado. Aquellos que han
vivido y muerto en ese reino como "los hijos del maligno" serán
apartados de él por siempre. Son los Católicos que han salido de esta vida en
pecado mortal, trabajando por objetivos diversos al amor de Dios y en
resistencia y desprecio a Dios. Tales individuos se han puesto a trabajar
definitivamente por los objetivos del reino de Satán.
Dentro del reino permanecerán, para ser glorificados
por toda la eternidad, aquellos que han muerto en estado de gracia, sea como
miembros deste reino sobre la tierra, sea como personas que sincera y
genuinamente desearon ser miembros a pesar del hecho de no haber podido entrar
en este mundo a la Iglesia como miembros. El deseo que este último grupo
expresó a Dios en forma de oración será escuchado. Dios les dará lo que
pidieron. El reino de Dios, así purificado y glorificado, existirá por siempre
como Iglesia Triunfante.
La comunidad que
existe en este mundo como la ecclesia militans va a ser la Iglesia
triunfante a pesar de los cambios en su condición que serán afectados en el
último día. Después de su purificación y
glorificación ya no va a estar plagada de miembros desleales y pecadores que
han impedido su trabajo en la tierra. Ya no estará sujeta a persecución y
sufrimiento por parte de externa oposición. Finalmente, y es lo más importante,
ya no estará sujeta a las condiciones internas que le están unidas precisamente
en razón de su estadía terrena.
Y así, ya no va a tener que funcionar el gobierno
humano de la Iglesia en la ecclesia triumphans. Ya no habrá necesidad de
sacramentos, que son esencialmente signos, en la Iglesia cuando esa sociedad
posea el Bien del cual son signos los sacramentos. Estas palabras del Apocalipsis se aplican a la Iglesia en su status
final y triunfante:
"Y templo no ví
en ella, pues Yahvé, el Dios, el Todopoderoso es su templo, y el Cordero.
Y la ciudad no tiene
necesidad de sol ni de luna para que alumbren sobre ella, pues la gloria de
Dios la iluminó y su lumbrera es el Cordero.
Y las naciones
andarán a la luz de ella y los reyes de la tierra llevan su gloria a ella.
Y sus puertas no se
cerrarán de día, ya que noche allí no habrá.
Y llevarán la gloria
y el honor de las naciones a ella.
Y no entrará en ella
nada impuro, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que han
sido inscriptos en el libro de la vida del Cordero"[2].
La cita del
Apocalipsis habla de la Iglesia triunfante como una ciudad. Sin embargo, el
término “ciudad” es empleado en los escritos de los antiguos eclesiologistas
para mostrar otro aspecto de la enseñanza divina sobre el concepto de la vera
Iglesia. Estos escritores hablaron de la
Iglesia como la ciudad de Dios precisamente en cuanto es una unidad
social establecida contra y opuesta al reino de Satán. Resumieron bajo el
título “la Ciudad de Dios” esa parte de la doctrina divina sobre la Iglesia con
que León XIII comienza su encíclica Humanum genus.
Según esta parte de
la doctrina Católica, toda la raza
humana desde el pecado de Adán ha sido dividida en dos comunidades distintas y
mutuamente opuestas. Una es el reino de Satán, el dominio de “el príncipe de
este mundo”. El otro es el reino de Dios, la vera Iglesia de Jesucristo.
Durante toda la historia estas dos comunidades han luchado entre sí.
Continuarán así hasta el día del juicio final.
Es esencial a esta sección de la doctrina Católica la
verdad de que todo ser humano que ha vivido desde el pecado de Adán ha
pertenecido a una de estas dos sociedades. Nunca ha habido, hay, ni habrá,
ningún grupo de seres humanos que no esté en alguno de estos dos grupos.
El reino de Dios está compuesto de aquellos que
profesan aceptar Su ley sobrenatural, incorporada en su mensaje revelado. Su
misión es el cumplimiento de la gloria de Dios por medio de la santificación y
salvación de las almas.
La obra de la salvación corresponde al Verbo
Encarnado, Jesucristo Nuestro Señor. El reino de Dios es, pues, la sociedad de
aquellos que han sido incorporados a Cristo, que componen el Cuerpo de quien Él
es la Cabeza. En el estado del Nuevo Testamento, es la Iglesia Católica
visible.
El reino de Satán abraza, pues, a todos los que no han
sido incorporados a Cristo, y aquellos que han dejado o han sido expulsados de
Su comunidad. Desde el pecado de Adán, toda persona que ha nacido, excepto
Nuestro Señor y su Santísima Madre, ha entrado a este mundo en estado de pecado
mortal. Como tales, han comenzado sus vidas dentro del reino de Satán, puesto
que es una de las consecuencias del pecado o aversión de Dios que
inevitablemente lleve consigo un tipo de sujeción al líder en la obra del pecado,
el principal entre los enemigos del Dios vivo.
De aquí que, según la enseñanza Católica, no exista
tal cosa como la entrada al reino de Dios si no es un traslado desde el reino
de Satán. Y, por otra parte, nadie deja el reino de Satán si no es para entrar
en el vero y sobrenatural reino de Dios. Así, solo dentro de la ciudad de Dios
se obtiene la salvación del pecado y de la muerte eterna del pecado.
Cuando los antiguos eclesiologistas describían la
Iglesia como la casa de la fe (Domus
fidei), mostraban la relación a Dios, a Nuestro Señor y a todos los demás
que se les ha dado estar dentro del reino. Los que
viven dentro de la vera ecclesia son
quienes han recibido a Nuestro Señor. Son las personas descritas de esta manera
en el Evangelio de San Juan:
“Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo
no lo conoció. Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos
los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios: a los
que creen en su nombre. Los cuales no han nacido de la sangre, ni del deseo de
la carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”[3].
Nuestro Señor mismo describió a estas personas, sus
discípulos, como a Su propia familia. Así se narra en el Evangelio según San Mateo:
Díjole alguien: “Mira, tu madre y tus hermanos están de pie afuera
buscando hablar contigo”. Mas Él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi
madre y quiénes son mis hermanos?”. Y extendiendo la mano hacia sus discípulos,
dijo: “He aquí a mi madre y mis hermanos. Quienquiera que hace la voluntad de
mi Padre celestial, éste es mi hermano, hermana o madre”[4].
La casa de la fe tiene su propio ágape familiar, el
banquete Eucarístico, la realidad que es el sacrificio de la vera ecclesia del Nuevo Testamento. Aquellos
que pertenecen a ella son los amigos y los íntimos del Señor.
Cuando consideramos a la Iglesia como el Cuerpo de Nuestro Señor, somos llevados a ver cómo es Su Fundador, Sostenedor y
Santificador. Como Cabeza de Su Cuerpo Místico, rige y enseña a los que están
dentro de él. Cada uno de ellos coopera en su lugar asignado, en un trabajo que
es de Él. Obran como Sus instrumentos en sus logros por la gloria de Dios.
Como el Templo de Dios,
la Iglesia es la comunidad dentro de la
cual reside la Santísima Trinidad, en una morada apropiada al Espíritu Santo.
Es la sociedad a la cual se le hicieron las promesas de Nuestro Señor y en la
cual se cumplen.