lunes, 13 de enero de 2020

El Israel de las Promesas, por el P. Murillo (VI de VIII)

V. El capítulo Rom. XI

Vengamos al cap. XI. Para comprender el sentido y alcance de este capítulo, es preciso hacerse cargo de su enlace con IX, 6-X, 21; porque el cap. XI no es, como lo insinúa la pregunta que le da principio, sino un complemento de lo expuesto en los dos precedentes. Observemos que en la sección IX, 6-X, 21, sobre todo en IX, 22-29 había mezclado el Apóstol dos elementos: uno la vocación y admisión de Israel al Evangelio en cumplimiento de las promesas divinas; otro el de las proporciones de los judíos admitidos, las cuales pudieran parecer insignificantes ante la masa restante excluída y ante las muchedumbres de gentiles agregadas al elemento judío al entrar este en posesión de su herencia. Esta desproporción entre los dos elementos y la cita de nuevos vaticinios (X, 19-21) en comprobación del mismo tema, despertaban una nueva dificultad o hacían renacer la anterior bajo nueva forma. La desproporción enorme, objetaba el judío, entre el exiguo resto escogido de Israel, siendo así que tenía en su favor la promesa divina, y las masas ingentes de gentiles admitidas que no contaban con ella, hace ver que la solución dada a nuestra dificultad sobre el incumplimiento de las promesas mesiánicas, no pasa de ser una sutileza: esa desproporción enorme equivaldría en realidad a un cumplimiento ilusorio de las promesas y a una verdadera reprobación de Israel. Este es el enlace obvio entre XI, 1 y la sección precedente.

El problema propuesto en el cap. XI, por consiguiente, cambia la forma de lo propuesto y resuelto en IX-X; allí se discutía quién era el representante y heredero de las promesas; aquí, supuesta la solución allí dada, se pregunta si ésta no equivale a la reprobación de Israel. Por eso también S. Pablo, aunque por el enlace íntimo del nuevo problema con el precedente, basa su solución en principios análogos, los adapta no obstante en su forma, a la nueva forma de la dificultad. En el cap. IX, como se trataba de determinar quién era el sujeto de la promesa, era preciso desenvolver la historia religiosa del Antiguo Testamento. En el cap. XI el problema recae más directamente sobre la época y generación actual: ¿ha reprobado Dios a Israel cuando, haciendo participantes del Evangelio a los gentiles en masa y a los judíos sólo en un residuo, ha desechado la casi totalidad restante de éstos?

S. Pablo, después de negar haya Dios reprobado a su pueblo, presenta como primera prueba de su negativa, el hecho de su propia persona e historia: “yo soy judío y sin embargo pertenezco a la Iglesia, he sido admitido en su seno; luego Dios en la predicación del Evangelio no abriga disposiciones desfavorables a Israel, no le excluye sistemáticamente y por ser tal”. Si S. Pablo detrás de su persona no entendiese incluir también a todos los judíos que se hallaban en su caso: los apóstoles, los discípulos del Señor, los que a la predicación apostólica habían en crecido número abrazado la fe en Palestina y en la Diáspora[1], y si no entendiera que en este sentido se comprende su argumento, no tenía razón para confiar gran cosa en su eficacia: ¿qué representa la personalidad de un individuo, siquiera fuera un S. Pablo, para persuadir eficazmente la continuación del pueblo de Israel como tal en la predilección divina? Pero S. Pablo tiene conciencia de ser perfectamente comprendido; por eso sin menoscabar el valor de su argumento por razón del número, sabe, presentándolo en la forma que lo hace, añadirle hábilmente fuerza incontrastable por las circunstancias especiales de su persona. “¡Yo, dice, cuya historia nadie ignora, cuyas disposiciones mortalmente hostiles al cristianismo antes de mi conversión son notorias a todo el mundo y que, no obstante, fui recibido en la Iglesia, soy un Israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín! ¿Puede decirse que Dios o Cristo abriguen disposiciones siniestras contra Israel, por más que su representación en la Iglesia no sea tan amplia?”. Tácitamente insinúa el Apóstol lo que lleva dicho ya antes en términos expresos (IX, 22.23), a saber, nadie puede justamente pretender que Dios se vea precisado a reclutar su nuevo Israel, continuación del antiguo, en quienes voluntaria y sistemáticamente le rechazan (IX, 22-23; X, 16-18; 19-21).


A esta primera prueba hace seguir otra segunda: ninguno dirá que, en tiempo de Elías, cuando en medio de la deserción general descrita por el Profeta, se reserva Dios 7000 escogidos, hubiera Dios desamparado o desechado a Israel; y todos creen que aquel residuo bastaba para representar el Israel escogido de Dios. Pues bien; dice el Apóstol, esto al pie de la letra ha sucedido en la generación presente. ¿Por qué, pues, no han de bastar los llamados a la fe, para representar la continuación legítima del Israel escogido de Dios como bastaron los 7000 en la época de Elías?

Propuestas las dos pruebas, S. Pablo da por suficientemente discutido el problema en sus dos partes del cumplimiento de las promesas y de la continuación de Israel en el favor de Dios como pueblo escogido suyo: y pasa a resumir brevemente en los vv. 7-8 el verdadero punto de vista bajo el que, en consecuencia, debe presentarse y resolverse uno y otro problema. Τί οὖν (¿qué, pues?), pregunta, es decir, ¿cuál es, después de lo dicho, el punto de vista a que hemos de atenernos en ambas cuestiones? Este: que quien alcanza el cumplimiento de las promesas y representa la continuación del Israel objeto de la predilección divina, es el residuo escogido, no la masa del pueblo judío. Un análisis medianamente atento del contexto apostólico hace ver que el Israel continuador de la antigua elección divina no es en el pensamiento del Apóstol, ni está representado por la totalidad de los descendientes de Jacob, sino por los que entre esos descendientes han sido admitidos a la participación de los dones evangélicos, los mismos que en el cap. IX fueron declarados herederos de la promesa; pues además de traer como prueba de esa continuación 1° el ejemplo de su persona con los demás que se hallan en el mismo caso: y 2° la comparación entre los 7000 de la época de Elías y los segregados en la presente para la Iglesia, en el resumen final de la controversia declara heredero de la promesa y representante del Israel escogido a solo “el residuo” o segregado de la masa, colocando a ésta de frente y en oposición con aquél.





[1] Act. II, 41; IV, 4; VI, 7; XIV, 1; XVII, 10.12.