Los
Lazos Internos de Unidad
Los lazos internos de unidad
en la Iglesia Católica: fe, esperanza y caridad, son también de tal naturaleza
que llevan a los Católicos a dar a sus líderes espirituales una cooperación
incondicional y leal a la obra de Cristo. Pero, mientras los lazos externos de
unidad exigen esa unión leal, los lazos internos en realidad los producen.
Aquel que tiene la fe Católica verdadera está, por el mismo hecho, sin vacilar
del lado de la ecclesia docens. La
esperanza Cristiana, por sí misma, hace al hombre desear a Dios como a su
propio bien, como la Recompensa y Felicidad tanto del miembro individual como
de la Iglesia en su conjunto. La caridad Cristiana es un acto de amor a Dios y
a todos los hombres en Dios. Por la caridad amamos a nuestros co-miembros
Católicos como a nuestros hermanos en la casa de Dios, y manifestamos la
sinceridad de nuestro amor para los no-Católicos por medio de nuestras
oraciones y otros esfuerzos para atraerlos a la sociedad de Cristo.
Fundamental
y esencialmente, el anticlericalismo es una violación de esta caridad
Cristiana. Representa una actitud completamente opuesta a las exigencias de la
caridad de parte de los Católicos para con los superiores religiosos. Un
Católico no manifiesta un verdadero amor de hermandad a menos que muestre a sus
superiores y al clero en general un sincero afecto dictado por el amor.
Lealtad Católica y Unanimidad
Comunista
A
pesar de la afirmación un poco torpe del Sr. Reinhold Niebuhr, la plenitud de
lealtad exigida por la Iglesia Católica para con sus propios hijos no hacen a
los Católicos y a los comunistas “rivales absolutistas”[1] en el mundo moderno. Es
perfectamente cierto que el Partido Comunista exige y recibe de sus miembros
una obediencia dentro de los límites del servilismo absoluto. El miembro del
Partido Comunista está completamente dispuesto a dar su apoyo entusiasta a la
plataforma del Kremlin tal cual está. El hecho de que esta plataforma, aquí y
ahora, implique una completa contradicción con lo que las mismas autoridades
afirmaron la semana o el mes pasados nunca va a disminuir el entusiasmo del
comunista.
En
última instancia, la unidad del Partido Comunista es la de una gigante
conspiración contra la libertad del hombre y los derechos de Dios. El Partido
mantiene a sus miembros juntos con los lazos más estrechos simplemente porque
conoce el mero hecho de que no se puede hacer ninguna acción corporativa
efectiva en el mundo sin la completa e incondicional cooperación de los
miembros del grupo. La finalidad del Comunismo es completamente contraria a la
de la Iglesia.
Los
lazos de temor y codicia que unen al Comunista a su partido y a los demás miembros
son completamente diferentes de los lazos que mantienen a los Católicos en la
unidad del reino de Cristo. Aun así, la adhesión del Católico a su Iglesia
debe ser al menos tan visiblemente leal y entusiasta como la adhesión del
Comunista a su partido. Nuestros lazos de unión son diferentes, pero no más
débiles. La inhabitación del Espíritu Santo dentro de la Iglesia
Católica, junto con los diversos lazos de unidad que resultan de esta
inhabitación, exigen, por su propia naturaleza, una solidaridad social dentro
de la Iglesia Católica más perfecta y poderosa que la unidad grupal de
cualquier organización menor. Por lo tanto, no hay posibilidad de dar a Nuestro
Señor un amor y lealtad sinceros sin manifestar, al mismo tiempo, una lealtad
genuina y soberana a la Iglesia y a aquellos líderes de la Iglesia por medio de
los cuales llegan a nosotros la enseñanza y los mandatos de Cristo.
La
lealtad a la Iglesia que Dios exige de los Católicos no es ciertamente del tipo
que destruye o daña la perfecta libertad de parte del Católico. La sociedad
a la cual Nuestro Señor nos ordena prestar el servicio de lealtad es la que
contiene y predica la verdad divina únicamente a través de la cual los hombres
son libres. No implica ninguna obligación de seguir a los jefes de la
Iglesia excepto cuando hablan como gobernantes del reino de Cristo. En
cuestiones meramente civiles o políticas, cuando hablan como ciudadanos
privados, deben ser oídos y respetados con la caridad que les es debida, pero
no hay que seguirlos necesariamente. Pero cuando hablan en nombre de Cristo,
enseñan u ordenan a los fieles de Cristo, pues, por voluntad del mismo Dios, se
les debe dar esa obediencia incondicional y sin vacilar que resulta de la
unidad de la Iglesia Católica. En esa unidad, a través del esfuerzo por
promover la causa de Cristo, los Católicos son llamados por Dios para ejercer
su libertad. Si los Católicos prestan atención a la naturaleza y unidad de la
sociedad dentro de la cual habitan como hermanos de Jesucristo, ciertamente
nunca serán tentados con la deslealtad del anticlericalismo.
[1] Cf. Christianity and Power Politics (New York: Charles Scribner´s Sons,
1940), p. 113.