Las Causas
de la Unidad Católica
Los
miembros de la Iglesia Católica, reunidos como los discípulos de Cristo y en su
sociedad, están unidos entre sí con lazos especiales. La eclesiología
escolástica ha descripto y definido desde hace tiempo estos lazos de unidad
Católica y los ha clasificado en dos géneros de grupos. La Mystici Corporis, la magistral encíclica
del actual Santo Padre [Pío XII], al utilizar como lo hace la eclesiología de
San Roberto Belarmino, ha hecho de esta definición escolástica la doctrina
oficial de la Iglesia Católica. La eclesiología escolástica tradicional y
la Mystici Corporis enumeran tres
factores como lazos de unión externos, visibles, corpóreos o jurídicos en
la Iglesia: profesión de la misma fe cristiana, comunión de los mismos sacramentos
cristianos, y sumisión a los legítimos pastores eclesiásticos, en especial y en
última instancia al Romano Pontífice, el Vicario de Cristo en la tierra.
Como lazos de unión internos o espirituales dentro de la comunidad
Católica encontramos enumeradas las tres virtudes teologales de fe,
esperanza y caridad[1].
En otras palabras, según la revelación y autoridad de Dios, la unidad de
comunión Católica entre los miembros de la Iglesia y con Nuestro Señor
necesariamente implica la profesión ante el mundo de la fe bautismal, la
admisión a los sacramentos y eventualmente por supuesto a la Eucaristía, el
banquete de Cristo en la Casa de Dios que es la Iglesia, y una actividad
colectiva unida bajo la dirección de aquellos a los que Dios designó y
comisionó para hablar con el poder y la autoridad de su Hijo. Esta unidad, para
ser completa, necesita además la posesión actual de la fe, esperanza y caridad
de parte de aquellos a los que Dios ha llamado a su glorioso cuerpo.
La
extremadamente compleja y sobrenatural unidad del reino de Cristo, en realidad
se produce por causas que están en el orden de lo intrínsecamente sobrenatural.
La primera de estas causas es la inhabitación de la Santísima Trinidad dentro
de esta sociedad visible que es la verdadera Iglesia de Dios. Esta es la
inhabitación que es apropiada al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad. Es la inhabitación según la cual la Santísima Trinidad está
presente de una manera especial y sobrenatural en las almas en estado de
gracia. Según esta inhabitación, Dios existe en las almas de aquellos que lo
conocen sobrenaturalmente, es decir, como es en sí mismo, más que como es
conocido simplemente como Causa Primera de las creaturas. Presente de esta
manera en el alma, Dios actúa como la causa de la vida de la gracia y como el
objeto de la sincera caridad, según la cual es amado porque es conocido
sobrenaturalmente. Así, Dios está presente en los Católicos para unirlos por
medio del amor dentro de esta sociedad y en los no-Católicos para moverlos a
entrar en la Iglesia. La vida de la gracia y la caridad es, en sus
implicancias, tanto corporativa y social como individual. El amor con el
cual Dios quiere ser amado por las creaturas a las que ha elevado al orden
sobrenatural tiene que ser, no simplemente el acto de una persona individual,
sino el de una sociedad real y organizada. Así, es perfectamente verdadero
decir que Dios habita de esta manera sobrenatural en la sociedad que instituyó
como el vehículo del mensaje y vida de su Hijo.
La
actividad corporativa de esta sociedad es, sin importar cuál sea la condición
espiritual de cualquiera de sus miembros o grupos de miembros, la expresión
social de la vida de la gracia. Aquel que es favorecido por Dios con la
membrecía en la Iglesia Católica está, por el mismo hecho, comprometido en una
sociedad dentro de la cual Dios mismo habita para mantener unidos a los
miembros en su obra corporativa de caridad, oración y sacrificio. Tanto los
lazos de unidad internos como los externos en la Iglesia Católica dependen
directamente de la presencia real y sobrenatural de Dios en ella. El Católico
que permite ser engañado en adoptar una actitud anticlerical está frustrando en
su propia vida ese movimiento hacia la unidad con sus correligionarios que
viene de la inhabitación de la Santísima Trinidad dentro de ella.
Además,
la unión real de los miembros de la Iglesia Católica entre ellos y con Cristo
es algo debido a la presencia actual de Nuestro Señor dentro de la Iglesia como
su Cabeza, Fundador, Protector y Salvador. Los Católicos profesamos la misma fe
y poseemos los otros lazos de unión, no debido a ninguna causa social
explicable, sino solamente porque constituyen la asamblea de los discípulos de
Cristo, la asamblea de los hombres y mujeres a quienes Nuestro Señor eligió y
llamó para estar con Él. El poder y la gracia por los cuales pueden vencer las
fuerzas adversas del mundo, y permanecer unidos en Cristo, viene solamente de
Él. En razón de su presencia y de la gracia que da, sus discípulos constituyen
entre ellos y con Él una sociedad verdadera y perfecta, una unidad social a la
que se le debe respeto y obediencia, una unidad social más importante y vital
que cualquier otra asamblea a la que puedan ser llamados los hombres. Aquel que
es lo suficientemente desagradecido como para intentar desacreditar a los representantes
visibles de la unidad social dentro de la Iglesia Católica intenta, en cuanto
está de su parte, deshacer el trabajo de Nuestro Señor en su Reino.
[1] Cf. AAS XXXV, 7 (20
de Julio de 1943), p. 225 ss.