El
Discurso Parusíaco XIV: Respuesta de Jesucristo, IX.
La
Gran Tribulación y la Angustia de Jacob
Mateo XXIV
21 Porque habrá entonces grande
tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora ni la
habrá más.
Marcos XIII
19 Porque habrá en
aquellos días tribulación tal, cual no la hubo desde el principio de la
creación que hizo Dios, hasta el presente, ni la habrá.
Aquí Jesús nos da
la razón por la cual sus discípulos deberán huir inmediatamente y no es
otra más que el comienzo de la “gran tribulación (θλῖψις[1]) que jamás ha habido
ni la habrá”[2] y en el versículo siguiente
explicará una de las consecuencias de semejante tribulación.
Sin embargo es preciso no
confundir dos sucesos que, a pesar de ciertas similitudes, difieren tanto en el
tiempo como en otras circunstancias:
Por un lado la tribulación
o angustia de Jacob que coincide con la huída de la Mujer al desierto, y
por el otro la gran tribulación o persecución del Anticristo.
Esta confusión se ve a
menudo en los comentadores.
Sobre la tribulación de Jacob, el AT habla passim:
Daniel XII, 1:
“En aquel tiempo se alzará Miguel,
el gran príncipe y defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo de
angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta este tiempo”[3].
Jeremías XXX, 7:
“¡Ay! Porque grande es aquel día, no hay otro que le sea igual. Es el tiempo
de angustia para Jacob; más será librado de ella”.
A
lo que podría agregarse:
Génesis XXXV, 1-3: “Dijo Dios a Jacob: “levántate suba a Betel,
donde habitarás, y construye allí un altar al Dios que se te apareció cuando
ibas huyendo de Esaú, tu hermano. Dijo pues Jacob a su familia y a todos los
que con él estaban: “apartad los dioses extraños que hay en medio de vosotros;
purificaos y mudad vuestros vestidos. Nos levantaremos para subir a Betel,
donde construiré un altar al Dios que me oyó en el día de mi angustia y me
asistió en el camino por donde he andado”.[4]
Tobías XIII, 19:
“Alma mía, bendice al Señor; pues Él, el Señor Dios nuestro, ha librado a
Jerusalén, su ciudad, de todas sus tribulaciones”.
Salmo IV, 2: “Cuando te invoque, óyeme ¡oh Dios de mi justicia! Tú,
que en la tribulación me levantaste, ten misericordia de mí, y acoge mi
súplica”.
Salmo IXb (X), 1-2: “¿Por qué Yahvé, te estás lejos, te escondes en
el tiempo de la tribulación, mientras se ensoberbece el impío, y el pobre
es vejado y preso en los ardides que aquel urdió?”.
Salmo XVII (XVIII), 5-7: “Olas de muerte me rodeaban, me alarmaban los torrentes
de iniquidad; las ataduras del sepulcro me envolvieron, se tendían a mis pies
lazos mortales. En mi angustia invoqué a Yahvé, y clamé a mi Dios; y Él
desde su palacio oyó mi voz; mi lamento llegó a sus oídos”.
Salmo XIX (XX), 2: “Que
Yahvé te escuche en el día de la angustia, defiéndate el nombre del Dios de Jacob”.
Salmo XXI (XXII), 12: “No estés lejos de mí, porque la tribulación
está cerca, porque no hay quien socorra”.
Salmo XXIV (XXV); 15-22: “Mis ojos están puestos siempre en Yahvé porque Él
saca mis pies del lazo. Mírame Tú y tenme lástima, porque soy miserable y estoy
solo. Ensancha mi corazón angustiado, sácame de mis estrecheces. Mira
que estoy cargado y agobiado, y perdona Tú todos mis delitos. Repara en mis
enemigos, porque son muchos y me odian con odio feroz. Cuida Tú mi alma y
sálvame; no tenga yo que sonrojarme de haber acudido a Ti. Los íntegros y
justos están unidos conmigo, porque espero en Ti. Oh Yahvé, libra a Israel
de todas sus tribulaciones”.
Salmo XXX (XXXI), 8-9: “Rebozaré de gozo y alegría por tu compasión; pues Tú
ves mi miseria, y has socorrido a mi alma en sus angustias; nunca me entregaste
en manos del enemigo, sino que afianzaste mis pies en lugar espacioso”.
Salmo XXXIII (XXXIV), 5-8
y 18-21: “Busqué a Yahvé y Él me
escuchó, y me libró de todos mis temores. Miradlo a Él para que estéis
radiantes de gozo, y vuestros rostros no estén cubiertos de vergüenza. He
aquí un miserable que clamó, y Yahvé lo oyó, lo salvó de todas sus angustias…
Claman los justos y Yahvé los oye, y los saca de todas sus angustias. Yahvé
está junto a los que tienen el corazón atribulado y salva a los de espíritu
compungido. Muchas son las pruebas del justo, mas de todas lo libra Yahvé.
Vela por cada uno de sus huesos; ni uno solo será quebrado”.
Salmo XXXVI (XXXVII),
39-40: “De Yahvé viene la
salvación de los justos; Él es su refugio en el tiempo de la tribulación[5].
Yahvé les da ayuda y libertad; los saca de las manos de los impíos y los salva
porque a Él se acogieron.
Salmo XLV (XLVI), 2-3 “Dios es para nosotros refugio y fortaleza; mucho
ha probado ser nuestro auxiliador en las tribulaciones. Por eso no
temeremos si la tierra vacila y los montes son precipitados al mar”.
Salmo XLIX (L); 15: “Entonces sí invócame en el día de la angustia;
Yo te libraré y tú me darás gloria”.
Salmo LIII (LIV), 9: “Pues me libró de toda tribulación y mis ojos
han visto a mis enemigos confundidos”.
Salmo LVIII (LIX), 17: “Porque fuiste mi protector y mi refugio en el día
de la tribulación”.
Salmo LXV (LXVI), 13-15: “Entraré en tu casa con holocausto, y te cumpliré
mis votos, los que mis labios pronunciaron y prometió mi boca en medio de mi
tribulación. Te ofreceré pingües holocaustos, con grosura de carneros; te
inmolaré bueyes y cabritillas”.
Salmo LXX (LXXI), 20: “Con muchas y acerbas tribulaciones me
probaste, más volviste a darme la vida, y de nuevo me sacarás de los abismos de
la tierra”.
Salmo LXXVI (LXXVII), 3: “En el día de mi angustia busco al Señor; de
noche, mis manos se extienden sin descanso, y mi alma rehúsa el consuelo”.
Salmo LXXXV (LXXXVI), 7: “En el día de mi tribulación clamo a Ti
porque Tú me oirás”.
Salmo XC, 15-16: “Me invocará, y le escucharé; estaré con él en la
tribulación, lo sacaré y lo honraré, lo saciaré de larga vida, y le haré
ver mi salvación”[6].
Salmo CI (CII), 2-3 y
20-21: “Escucha Yahvé mi oración y llegue a Ti mi clamor.
No quieras esconderme tu rostro en el día de mi desolación; inclina hacia mí tu
oído; apresúrate a atenderme en el día de mi llamado…Porque Yahvé se habrá
inclinado desde su excelso santuario, desde el cielo hasta la mitad de la
tierra, para escuchar el gemido de los cautivos y librar a los destinados a
la muerte…”[7].
Salmo CVI (CVII), 1-7: “Celebrad a Yahvé porque
es bueno, porque su misericordia permanece para siempre. Así dignan los
rescatados de Yahvé, los que Él redimió de manos del enemigo, y a quienes Él a
congregado de la tierra del Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía. Erraban por el desierto, en la soledad, sin
hallar camino a una ciudad donde morar. Sufrían hambre y sed; su alma
desfallecía en ellos. Y clamaron a Yahvé en su angustia, y Él los sacó de sus
tribulaciones[8] y los condujo por camino
derecho, para que llegasen a una ciudad donde habitar”.
Salmo CXIV (CXVI, 1-9), 3: “Me habían rodeado los
lazos de la muerte, vinieron sobre mí
las angustias del sepulcro; caí en la tribulación y en el temor”.
Salmo CXVII (CXVIII), 5: “En la tribulación invoqué a Yahvé; y Yahvé me escuchó y me sacó a la
anchura”.
Salmo CXVIII (CXIX), 143: “Angustia y tribulación vinieron sobre mí, mas tus sentencias son mis delicias”.
Salmo CXIX (CXX), 1-2: “A Yahvé clamé en medio de mi tribulación y Él me escuchó. Yahvé,
libra mi alma del labio engañoso, de la lengua astuta”.
Salmo CXXXVII (CXXXVIII),
7: “Cuando camino en medio
de la tribulación, Tú conservas mi vida; tiendes tu mano contra la ira de
mis enemigos, y tu diestra me salva”.
Salmo CXLI (CXLII), 2-3: “Con (toda)
mi voz clamo hacia Yahvé, a Yahvé imploro con (toda) mi voz. En su presencia derramo mi ansiedad; ante Él
expongo mi angustia”.
Salmo CXLII (CXLIII), 11:
“por tu Nombre, Yahvé, guarda
mi vida; por tu clemencia saca mi alma de la angustia.”
Isaías XXV, 4: “Tú
fuiste fortaleza para el desvalido, refugio del pobre en su tribulación, amparo
contra la tempestad, sombra en el ardor; pues el soplo de los tiranos es como
una tempestad contra el muro…”.[9]
Isaías XXXIII, 1-2: “¡Ay de ti que devastas, y no has sido devastado!
¡Ay de ti, traidor, que no has sido traicionado! Cuando acabes de devastar
serás tú devastado; cuando ya no puedas traicionar serás tú traicionado. Yahvé
ten misericordia de nosotros; en Ti esperamos; sé Tú el brazo de (tu pueblo) cada mañana, nuestra salvación
en el tiempo de la angustia.”
Isaías LXIII, 8-9: “Pues Él dijo: “Sí, son mi pueblo, hijos que no serán más infieles”, y así
se hizo salvador suyo. Todas las angustias déllos fueron angustias Suyas, y
el Ángel de su Rostro los sacó a salvo”.
Jeremías XVI, 19: “Oh Yahvé, fuerza mía y fortaleza mía, y mi
refugio en el día de la tribulación, a Ti vendrán las naciones desde los
confines de la tierra y dirán: “ciertamente nuestros padres no tenían otra
herencia que la mentira y vanidades que de nada sirven”.
Abdías, 12-15: “No debías contemplar el día de tu hermano, el
día de su infortunio; no debías regocijarte de los hijos de Judá, en el
día de su perdición, ni agrandar tu boca en el día de su angustia.
No debías entrar en la puerta de mi pueblo en el día de su ruina, ni
tampoco mirar su aflicción en el día de su calamidad, ni apartarte de
sus riquezas en el día de su infortunio. No debías apostarte en las
encrucijadas para matar a sus fugitivos, ni entregar sus escapados en el día
de la tribulación, porque cercano está el día de Yahvé para todas las
naciones, etc.”[10]
Nahúm I, 7: “Yahvé es
bueno, es fortaleza en el día de la tribulación, Él conoce a los que en Él confían”.[11]
Todos estos pasajes nos
conducen a un mismo lugar: la persecución del Demonio a la Mujer tal cual la
narra el capítulo XII del
Apocalipsis.
Pero no debemos confundir
esta persecución del Demonio a Israel con la del Anticristo a la Iglesia, y de ésta nos habla San Juan cuando dice:
Apoc. VII, 9.14: “Después de esto vi y he aquí una copiosa
multitud que nadie podía contar, de entre toda nación y tribus y pueblos y
lenguas, que estaban de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos de
túnicas blancas, con palmas en sus manos... Y yo le dije: “Señor mío, tú lo
sabes”. Y él me contestó: “Estos son los que vienen de la tribulación, la
grande y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero”.
Hay aquí pues, dos
grupos: por un lado la Mujer que huye a la soledad y que, para
cuando aparezca el Anticristo, ya va a estar refugiada en el desierto (Os.
II, 14 y concordantes) y por el otro lado el resto de los fieles
que han de sufrir la persecución del Anticristo.
Ambos grupos están
claramente identificados en el Apocalipsis
cuando dice:
“Y se enfureció el dragón
contra la Mujer, y se fue a hacer guerra contra el resto del linaje
de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio
de Jesús” (XII, 17).
Vale!
[1] El mismo sustantivo se encuentra también en Jn. XVI, 21: “La
Mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado;
pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor (θλῖψις), por el gozo de
que ha nacido un hombre al mundo”.
[2] Brunec, op. cit. busca probar que todo este
pasaje se refiere a la destrucción de Jerusalén con un argumento convincente… para
quien rechaza el Milenio. Dice así: “A fin de que el énfasis de la
magnitud desta tribulación, tomada del futuro, que no tendrá otra igual hasta
el fin del mundo, tenga algún sentido, es preciso admitir todavía un gran intervalo
de tiempo entre esta tribulación y el fin del mundo…”. (VD 30 pag. 324). Si
no se admite ningún tiempo después de la Parusía, entonces estas palabras de
Nuestro Señor no pueden aplicarse a su Segunda Venida.
[3] No hay que olvidar que este texto nos lleva como de la mano a la
batalla del cap. XII del Apocalipsis entre San Miguel y Satanás,
como lo indica Lacunza.
[4] Es esta, si no nos engañamos, la primera vez que el término “angustia”,
“tribulación” aparece en las SSEE y como enseñan los rabinos, una de las
maneras de entender el significado de una letra o de una palabra es recurriendo
a la primera palabra o cita en que la misma aparece en el Texto Sacro. El caso
de “Jerusalén” es un ejemplo muy interesante al respecto, (Jos. X, 1 ss)
donde se puede ver en Adonísedec rey
de Jerusalén, una imagen del Anticristo.
Como indican algunos Padres entre ellos Orígenes,
y algunos autores protestantes, la conquista de la tierra de Canaán llevada a
cabo por Josué, tiene numerosas
similitudes con la Parusía y algunos sucesos anteriores y posteriores a la
misma.
[5] La segunda parte del versículo está tomada del Nuevo Salterio de Pío
XII.
[6] Bellísimo Salmo que nos traslada a la huída de la Mujer al desierto, y
sus peripecias durante el trayecto, como así también a su penitencia y
posteriores glorias. Dios es su fortaleza (v. 2), la libra del lazo de
los cazadores (v. 3; cfr. Apoc. XII, 13 ss), la cubre con sus plumas
bajos sus alas (v.4; cfr. Mt. XXIII, 37 ss y Apoc. XII, 14, etc.),
la protege durante su huída y estadía en el desierto (v. 5-13), le
promete estar con ella durante la
tribulación (v. 15. Cuando Dios dice que está con alguien indica una protección
especial: Gen. XXI, 22; XXVI, 21; XXXI, 3; Ex. III, 12; Jer. I, 19; Mt.
XXVIII, 20, etc.), y finalmente le promete una larga vida, es decir la
Jerusalén Terrena en el Milenio.
[7] Salmo completamente profético que nos lleva a los últimos tiempos, al
igual que el resto del Salterio. A través de todos sus versos puede apreciarse
fácilmente la oración angustiosa de la Mujer que huye al desierto y que entrevé
la pronta salvación, como así también la oración del resto de los perseguidos
por el Anticristo. Como dice Straubinger comentando el versículo
21: “El auxilio vendrá en el máximum de la humillación, pobreza y
persecución”. Cfr. Daniel XII, 7.
[8] Este verso se repite en los versículos 13, 19 y 28.
[9] Dios repetirá el mismo milagro que en el desierto. Protegerá a la Mujer
tanto del frío y las lluvias, como del calor.
[10] El pequeño pero muy importante libro del profeta Abdías es una
profecía contra Edom, y lo que aquí se dice, que tiene hondas reminiscencias
con el Salmo CXXXVI (CXXXVII), es un hecho todavía futuro para nosotros.
Los Edomitas (según algunos serían los Palestinos) se gozarán cuando la Mujer
sea perseguida por el Demonio y buscarán matarlos en su huída.
[11] Cfr. también Salmos LXXIII, LXXVIII, LXXIX y Sof. III, 12.