VIII
CONSTITUCIÓN DE LAS DIÓCESIS
Formación de las diócesis.
La diócesis es la suma de las Iglesias que dependen de un solo obispo. Es la noción primera que de ella nos ha transmitido
la antigüedad.
Como
resultado y consecuencia de esta primera noción, la diócesis es una circunscripción territorial que abarca toda la
extensión de la región en que se ejerce la jurisdicción de una sola sede
episcopal.
¿Cómo
se formaron las diócesis en su origen?
En
primer lugar, no creemos que las más de las veces, por lo menos en la más alta
antigüedad, se comenzara por trazar esta suerte de circunscripciones dejando y
reservando al obispo de una Iglesia el cuidado de establecer las otras Iglesias
en tal territorio. Es posible que las cosas se desarrollaran así en las
regiones perfectamente organizadas, por lo que hace a los obispos establecidos
en las ciudades cuyo territorio estaba perfectamente determinado, ciudades que
ejercían sobre dicho territorio una influencia establecida legalmente, y donde
la circunscripción eclesiástica se amoldó naturalmente a la circunscripción
civil.
Pero
generalmente, y aun en el caso en que no se hallaba trazado de antemano el
marco de dichas divisiones territoriales, con la libertad apostólica de los primeros tiempos, los obispos, usando
para el establecimiento de las Iglesias del poder general de que hemos hablado
en la parte tercera, llevaban por sí mismos o por sus discípulos la antorcha de
la fe a las poblaciones más próximas y a las que podían evangelizar sin abandonar
el cuidado de la Iglesia misma donde se erigía su cátedra episcopal.
Luego, cuando este apostolado había producido sus frutos, cedía el paso
a la institución de Iglesias estables y fundadas con sus sacerdotes y sus ministros
titulares, de los que seguía cuidando el obispo.
Debido a este origen, las Iglesias episcopales eran llamadas madres e
Iglesias matrices de las diócesis.
Así,
lo que hemos visto en el establecimiento de las Iglesias episcopales a través
del mundo entero se reproducía en pequeño en la creación de Iglesias sin
obispos y en la institución de las diócesis. Y como en el universo cristiano la
predicación de los apóstoles y de los varones apostólicos había precedido a la
ordenación de los obispos titulares, así en cada diócesis precedió a la
institución de las parroquias propiamente dichas, provistas de un clero
titular, en las ciudades menores y en las aldeas, en los castillos y en los
poblados, un ministerio análogo al de los misioneros, ejercido por el obispo o
bajo su dirección y por sus enviados.
A
falta de documentos, el mero orden de las cosas bastaría para convencernos de
que fue así como se desarrollaron los hechos. Pero la antigüedad no se calla
absolutamente sobre este particular.
La
carta de san Clemente, llamada ad Virgines, cuyo texto se ha
hallado afortunadamente en una versión siríaca, describe con valiosos detalles
el orden observado en los tiempos apostólicos por los obispos y los ministros
cuando visitaban a los cristianos y les llevaban los auxilios espirituales en
los lugares en que no había sacerdotes y ministros residentes[1].
Establecidas
generalmente en los poblados más importantes, como Candes en la diócesis de san Martín, o como Monzón en de san
Remigio, dejaban vastos territorios
sin títulos eclesiásticos determinados. Los obispos erigían allí oratorios,
lugares de estación para la predicación y para las otras funciones
eclesiásticas, que bastaban para las necesidades de las poblaciones de los campos,
todavía poco numerosas.
Poco
a poco estos oratorios cedieron el puesto a las primeras parroquias de nuestras
regiones, cuando al cambiar estas condiciones se les dio un clero permanente.
Luego,
a medida que las poblaciones, hasta entonces desparramadas por las vastas
posesiones de los romanos o de los bárbaros, se multiplicaron y se fueron agrupando
cada vez más, aquellas primeras parroquias o Iglesias madres se fueron
desmembrando a su vez.
Los
grandes establecimientos monásticos fueron los que principalmente influyeron en
estos progresos de la vida eclesiástica parroquial en medio de nuestros campos.
En
Oriente, por el contrario, donde las poblaciones, bajo el imperio, estaban más
concentradas y donde eran diferentes las condiciones económicas de los campos, en
fecha temprana había adquirido gran desarrollo la institución de las
parroquias.
La
diócesis de Ciro, al advenimiento de Teodoreto, contenía
ochocientas[2], y
la de san Basilio nos ofrece una situación tan floreciente a este
respecto, que pudo erigir varias parroquias en obispados[3].
Egipto,
donde las ciudades episcopales están poco distantes entre sí, nos ofrece
ejemplos semejantes, y aunque las diócesis son allí menos extensas, es general
la institución de las parroquias. Sin hablar de las Iglesias de la Mareótide,
en la diócesis de Alejandría, que ya hemos citado, las vidas de los padres
hacen con frecuencia mención de las Iglesias de los lugares menores y del clero
que las atendía[4].
En el transcurso de los tiempos se mantuvo siempre esta disciplina; la
institución de las Iglesias diocesanas se desarrolló con los progresos de la
fe; hoy día la hallamos en todas partes y se muestra tan evidentemente necesaria
para la vida cristiana de las naciones que no se puede concebir su ausencia o
su desaparición sin la destrucción de la religión misma.
[1] 2°
Carta a las Vírgenes, l.2.4; PG 1,
418.420-422.424-426.