Desarrollo de las Iglesias diocesanas.
En
segundo lugar haremos observar al lector que las más considerables entre las
Iglesias diocesanas pasaron en sus desarrollos sucesivos por las mismas fases
que las Iglesias episcopales.
Como
éstas, tuvieron presbiterios numerosos y un orden completo de ministros. Tuvieron
cabezas de orden, arciprestes, primicerios, algunas veces hasta archidiáconos
locales; tuvieron sus oficiales prebostes, decanos, chantres, maestrescuelas; tuvieron
sus escuelas de lectores y de clérigos jóvenes[1].
Estas
Iglesias fueron también, como las Iglesias episcopales, subdivididas en títulos,
origen de las parroquias urbanas o suburbanas dependientes del arcipreste
local. Por lo demás, no hay nada más natural que esta semejanza, efecto de
necesidades y de circunstancias análogas.
En
cuanto a las Iglesias menores y a las que bastaba la presencia de un solo sacerdote,
al que se añadía en la antigüedad un diácono[2] y más tarde por lo menos un
clérigo de algún orden inferior, en fecha temprana se experimentó la necesidad
de asociarlas entre sí por una especie de vínculo colegial. Se las reunió bajo
la autoridad de un arcipreste rural y se las redujo a representar como los
títulos de un mismo presbiterio y de una misma Iglesia principal[3].
Tal fue la institución tan popular, más o menos desarrollada según los tiempos,
de los arciprestes y de los decanos rurales.
El
nombre de arcipreste y el de decano fueron casi sinónimos en la práctica. Sin embargo,
el nombre de arcipreste
indica mejor la unidad de un mismo presbiterio según los términos del concilio
de Ravena, inscritos en el cuerpo del derecho: «Cada Iglesia o población cristiana
tenga un arcipreste encargado de vigilar asiduamente a los sacerdotes que
residen en los títulos menores y de informar al obispo del celo que cada uno de
ellos pone en el servicio divino»[4].
El
nombre de decano, por el contrario, no entraña tan estrechamente en su significado
la unidad del cuerpo sacerdotal, y los sacerdotes bajo la vigilancia de este
oficial eclesiástico, pueden pertenecer a otras tantas Iglesias perfectas y
distintas sin formar un solo presbiterio.
Por
lo demás, si esta disciplina no parece comúnmente, y sobre todo en Oriente,
remontarse a la alta antigüedad, es que en los primeros siglos la institución
de los visitadores o corepíscopos mantenía la disciplina de las diócesis y
bastaba para transmitir a los sacerdotes de las parroquias menores las
directrices de la autoridad episcopal[5].
[1] San Remigio de Reims, Carta 4 a
Falcón, obispo de Tongres (Bélgica); PL 65, 696; Hefele 2, 1028: «En esta
Iglesia (de Mosomage, en la diócesis de Reims),
cuando hayas ordenado diáconos, consagrado sacerdotes, instituido archidiáconos,
establecido un primicerio de la ilustre escuela y de la milicia de los
lectores...».
[3] Concilio de Pavia (850) can 13, Labbe 8, 66-67; Mansi 14, 935: «Queremos
que en cada plebs (arciprestazgo o decanato rural) haya un arcipreste
que tenga el cargo no sólo de la multitud ignorante, sino también de los
sacerdotes que residen en los títulos menores; que vigile su vida con perpetua
atención y dé a conocer a su obispo con qué celo divino ejerce cada uno el sagrado
ministerio».
[5] Concilio de Antioquía (341), can. 10; Labbe 2, 566; Mansi 2, 1311; Hefele 1, 717: «Los
sacerdotes de los pueblos y de los campos, o los que tienen el título de
corepíscopo, aunque hayan recibido la consagración episcopal, deben, según el
parecer del santo Sínodo, conocer los límites del territorio que les está
confiado, cuidar de las iglesias cuya jurisdicción tienen, pero contentarse con
esta administración. Pueden ordenar para ellas lectores, subdiáconos, exorcistas...»
H. Leclercq estudia este texto en Hefele 2, 1212-1215. Concilio de Laodicea (entre 341 y 381),
can, 57; Labbe 1, 1506; Mansi 2, 573; Hefele 2, 1024: «Que no se
debe establecer obispo, pero sí simples visitadores (periodeutas) en las
aldeas y en el campo...».