V. La historia de José
Prácticamente no existe en el
Antiguo Testamento ningún personaje más o menos importante, y lo mismo puede
decirse de las ceremonias, sucesos, etc., que no prefigure algún aspecto de ese
misterio de Cristo del que acabo de hablar.
Creo que un breve repaso por
algunos de ellos nos podrá ser de alguna utilidad.
1) Adán es imagen de
Cristo como cabeza de la
humanidad. Este aspecto lo desarrolla san Pablo a los Romanos y en la I
a los Corintios, y la imagen se ve en que, así como Adán era cabeza de la
humanidad y por su pecado todos pecamos, de la misma manera Cristo es cabeza de
la humanidad y con su muerte pagó la deuda de todos.
2) Abel es imagen de Cristo en cuanto mártir porque, así
como Abel fue muerto por su hermano por envidia, Jesús fue muerto por
sus hermanos los judíos, también por envidia.
Por eso Mt XXVII, 17-18, dice:
“Estando, pues, reunido el pueblo, Pilato les dijo: “¿A cuál queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el que se dice Cristo?”, porque sabía que lo habían entregado por envidia”.
3) Noé es imagen de Cristo en cuanto Salvador
ya que salvó del Diluvio a quienes entraron al Arca, así como Cristo nos salva
de la muerte eterna si entramos en su Iglesia.
4) Melquisedec es imagen de Cristo en cuanto Sacerdote,
ya que ofreció un sacrificio de pan y vino[1].
5) Isaac, cargando con el leño
en que iba a ser sacrificado por Abraham su padre, prefigura la pasión,
muerte y resurrección de Jesús, entregado a la muerte por Dios Padre
(Rom. VIII, 32, etc.).
6) Jacob también es una hermosa imagen de Nuestro Señor en cuanto
al carácter solidario y vicario de la Redención ya que para recibir
la bendición que le correspondía a Esaú, engañó a su padre
vistiéndose como Esaú y recibió la bendición que en principio no le
correspondía; exactamente lo mismo que hizo Jesús cuando, a fin de recibir la
maldición que Dios había decretado contra Adán en el Paraíso, engañó a Su
Padre “vistiéndose” de la naturaleza humana y recibió sobre Sí, ya no la
bendición como Jacob, sino la maldición que todos nosotros merecíamos.
7) Moisés es imagen de Jesús como Legislador, pues, así como éste recibió de parte de Dios la ley en el monte Sinaí, de la misma manera Jesús promulgó su Ley Nueva en el conocido Sermón del monte.
Podrían
multiplicarse sin dificultad estos pocos ejemplos meramente ilustrativos, pero
es preciso que volvamos nuestra atención a José.
El
trabajo del P. Caron, aparecido en 1825 y que se presenta traducido (hasta
donde sé por primera vez) al público de habla hispana, es una verdadera obra
maestra que “espanta por su talento y erudición”, tal como lo señalara Paul
Drach, el célebre Rabino francés converso del siglo XIX[2].
Divide el P. Caron el libro en tres grandes secciones: humillaciones, elevación y gobierno de José, que corresponden al triple status de Jesucristo en su Pasión, Resurrección y Gobierno. Es francamente asombrosa la manera en que va siguiendo paso a paso, versículo por versículo y casi diría palabra por palabra, la historia de José para aplicarla a Jesucristo y a su Iglesia.
No
estará de más tener desde ya presentes los siguientes dramatis personae:
José
= Jesucristo
Faraón
= Dios Padre
Egipto
= la Iglesia
Jacob
= los Patriarcas
Los
Hermanos de José = los judíos infieles
Benjamín = los judíos conversos de los últimos tiempos.
Existen
otros personajes que intervienen en la historia y que tienen una asombrosa
similitud con la vida de Jesucristo (piénsese, por ejemplo, en las dos personas
condenadas en el calabozo junto con José, una de las cuales vuelve a su estado
anterior ante el Faraón y la otra es condenada a muerte, las cuales representan
claramente a los dos condenados que fueron crucificados junto con Jesús, etc.)
pero estos son los que aparecen constantemente a través de toda la trama. Basta
cambiar simplemente los nombres por sus equivalentes y la narración sigue
teniendo sentido.
Se
podría tejer una historia diciendo algo así como: había una vez un hombre de
hermoso aspecto que era tiernamente amado por su padre, pero a quien sus
hermanos envidiaban; un día, presentada la oportunidad, los hermanos lo
vendieron y aseguraron que estaba muerto, pero este hombre, lejos de estar sin
vida, fue elevado y colocado a la diestra del rey y se le dio toda potestad
sobre sus súbditos; pasado mucho tiempo, los hermanos volvieron ante él y
después de reconocerlo, se postraron y lo saludaron como a su salvador.
Si
se le preguntara a un judío de quién habla esa historia, sin dudas diría se
trata del Patriarca José, hijo de Jacob; e interrogado un cristiano, vería allí
retratada la fiel imagen de Jesucristo, ¡y lo más asombroso es que ambos
estarían en lo cierto, tan rica es la palabra de Dios!
Creo
que todos convendrán también que esta clase de exégesis tiene también una
importancia capital en lo que hace a la vida espiritual, pues, al estar
llamados a imitar a Jesucristo para ser perfectos, no debemos perder de vista
que la historia de José, como las demás tipologías bíblicas, son un ejemplo
aleccionador. José ha podido ser un “profeta viviente” de Jesucristo gracias a
no haber renegado de sus cruces y a haber recibido todo como venido de Dios, y
es por eso que pudo exclamar a sus hermanos: “No sois vosotros los
que me habéis enviado acá, sino Dios” (Gen. XLV, 8), pues bien sabía José que
“todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios” (Rom. VIII, 28).
Jesucristo quiere reproducir en cada uno de nosotros algún aspecto de su
persona y simplemente tenemos que dejarle obrar y ver siempre, en todos
los acontecimientos, su dulce Providencia.
[2] De L`harmonie entre l`Église et la Synagogue, (1844), vol. I, pag. 182.
Tres años más
tarde, el P. Caron publicó otro estudio del mismo estilo, pero esta vez sobre
el Patriarca Isaac. Otra verdadera obra maestra.