viernes, 17 de marzo de 2023

Similitudes entre el Santo Patriarca José, hijo de Jacob, y Nuestro Señor Jesucristo (Introducción) (III de VI)

 IV. Interpretación 

Lamentablemente, sobre la manera de interpretar la Biblia ha existido mucha confusión, debido más que nada a una falta de uniformidad en los términos, la cual salta rápidamente a la vista de cualquiera que decida repasar la historia de la exégesis católica desde los primeros tiempos, pero no tenemos que desesperar pues creo que mucho se ha avanzado en todo este tiempo.

Lejos de mí intentar en esta pequeña introducción un análisis acabado del tema, que por otra parte estaría más allá de mis fuerzas, pero sí pretendo al menos presentar un sistema, no propio claro está, sino basado en diversos autores, a fin de tratar de ordenar y reducir a una cierta unidad todos los datos esparcidos aquí y allí.

Enseña el P. Cornely que el sentido de las Sagradas Escrituras es “todo aquello que por la intención del Espíritu Santo significan y manifiestan sus palabras, sea inmediata, sea mediatamente[1], lo cual nos da un doble sentido bíblico.

El primero es el llamado sentido literal que, como su nombre lo indica, es aquel que se obtiene analizando el significado de las palabras. Esta manera de expresar una verdad es común a todas las ciencias humanas y de ella hablábamos más arriba cuando nos referíamos a la condescendencia divina.

Dicho de otra manera, así como las palabras que usamos tienen un significado, Dios utiliza las palabras para comunicarse con nosotros; pero existe aquí una subdivisión pues, como explica Santo Tomás: 

Las palabras pueden tener un significado propio y otro figurado; y así, cuando la Sagrada Escritura habla del brazo de Dios, el sentido literal no es que Dios tenga semejante miembro corpóreo, sino lo que este miembro significa, o sea, la potencia operativa[2]. 

Este es el sentido inmediato del que habla Cornely.

Creo que aquí no son precisos más ejemplos, pues este modo de hablar es usual entre nosotros; pero resulta que Dios, que, como dice San Pablo, “nos habló de muchas maneras” (Heb. I, 1), ha sido capaz de comunicarse con nosotros de una forma completamente inimitable y es una de las razones por las cuales la Biblia es un libro único.

Cedamos una vez más las palabras a Santo Tomás y luego pasemos a los ejemplos, que nos van a ser muy útiles, por no decir necesarios. 

El autor de la Sagrada Escritura es Dios, el cual puede no sólo acomodar las palabras a lo que quiere decir (que esto pueden hacerlo los hombres), sino también las cosas mismas. Por tanto, así como en todas las ciencias la palabra significa alguna cosa, lo propio de esta ciencia es que las cosas significadas por las palabras signifiquen algo a su vez. Así, pues, la primera acepción en que se toma la palabra, que es la de significar alguna cosa, pertenece al primer sentido, llamado histórico o literal; y lo que, a su vez, significa la cosa expresada por la palabra llámase sentido espiritual[3]. 

Dicho con otras palabras, al narrar Dios algunos hechos en las Escrituras, lo que hizo fue darnos una imagen de algún acontecimiento que sucedería después. Pero lo mejor será pasar a los ejemplos para ilustrar este concepto que puede parecer un tanto nuevo al lector moderno.

San Pablo les dice a los Corintios que el paso de los judíos por el Mar Rojo era una figura del Sacramento del Bautismo: 

“No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres… todos pasaron por el mar; y todos en orden a Moisés fueron bautizados… en el mar” (I Cor. X, 1-2). 

Esto quiere decir que Dios, cuando narró el paso por el Mar Rojo, quiso mostrar allí una imagen de lo que sería el sacramento del Bautismo. Pero uno podrá legítimamente preguntarse ¿qué tiene que ver el paso del Mar Rojo con el sacramento del Bautismo?

Bien. Para responder a esta pregunta tenemos que analizar todo el contexto.

Antes de cruzar el Mar Rojo los judíos estaban rodeados: detrás tenían al Faraón y a su ejército que venían en su búsqueda, y delante tenían el Mar. Por lo tanto, estaban en una situación de máximo peligro.

¿Pero qué fue lo que pasó? Se abrieron las aguas, el pueblo cruzó el mar, llegaron a la otra orilla sanos y salvos, y luego el Faraón y su ejército perecieron en las aguas.

Ahora bien, ¿cuál es la situación de la persona antes del bautismo?

Antes del bautismo (de hecho o de deseo), el hombre está en grave peligro, pues se encuentra en pecado, sea original, sea mortal, y además está indefenso y lo tiene al demonio detrás suyo. Pero, ¿qué es lo que sucede? La persona pasa por las aguas del bautismo y llega a la otra orilla, es decir, a la Iglesia Católica y así, al igual que los judíos, llega a un lugar de seguridad y es salvado, al menos en esperanza. Como si esto fuera poco, los Padres de la Iglesia van más allá en las semejanzas y afirman que en las aguas del bautismo el demonio es vencido por Cristo.

De esta manera podemos apreciar las similitudes: 

Peligro – Paso por las aguas – Salvación y seguridad. 

Es como si el sacramento del Bautismo estuviera retratado en un espejo.

Pasemos a otro ejemplo: la Serpiente de bronce en el desierto. Sigamos con el relato bíblico: después que los judíos cruzaron el mar Rojo y llegaron al desierto, comenzaron a quejarse a menudo de las privaciones de toda clase que sufrían, y en un momento dado Dios decidió castigarlos enviando unas serpientes que mordieron a los judíos, muchos de los cuales murieron y el resto quedó muy enfermo, a punto de morir. Entonces Moisés intercedió por ellos ante Dios para que los perdonara y el Señor decidió hacerlo, pero no sin antes pedirle a Moisés algo raro[4]: le dijo que hiciera una serpiente de bronce, que la pusiera en un palo a la vista de todos y que todos aquellos que la vieran iban a quedar curados.

Dice Moisés (Num. XXI, 4-9): 

“Partieron del monte Hor, camino del Mar Rojo para rodear la tierra de Edom. Mas en el camino se impacientó el pueblo, y murmuró contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay pan, y no hay agua; nos provoca ya náusea este pan miserable.” Entonces Yahvé envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, las cuales mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. Y acudió el pueblo a Moisés, diciendo: “Hemos pecado, porque hemos murmurado contra Yahvé y contra ti. Ruega a Yahvé que quite de nosotros las serpientes.” Y Moisés rogó por el pueblo. Dijo entonces Yahvé a Moisés: “Hazte una serpiente, y ponla en un asta; quienquiera que haya sido mordido y la mirare, vivirá.” Hizo, pues, Moisés una serpiente de bronce, y la puso sobre un asta, y quienquiera que mordido por una serpiente dirigía su mirada a la serpiente de bronce se curaba”. 

La historia ciertamente es bastante particular y para colmo de males, la serpiente de bronce no es nombrada nunca más en el Antiguo Testamento, excepto una sola vez, cuando muchos años después, uno de los reyes de Israel la mandó a destruir por orden de Dios porque el pueblo la estaba idolatrando. Pero es preciso que lleguemos al Nuevo Testamento para encontrar la razón de esta historia tan extraña. Se trata del cap. III del Evangelio de San Juan, cuando Nicodemo va a entrevistarse de noche a Nuestro Señor.

Jesús le dice: 

“Y como Moisés, en el desierto, levantó la serpiente, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado. Para que todo el que cree tenga en Él vida eterna” (Jn. III, 14-15). 

¡Y ahora es más fácil entender todo! Y con la ayuda de este segundo sentido bíblico, todo pasa a tener sentido.

Veamos de nuevo los parecidos; en el caso de los judíos que se quejaban tenemos: 

Mordeduras de serpientes – peligro de muerte – salvación por la contemplación de una serpiente de bronce levantada sobre un palo. 

Y en el caso de Nuestro Señor, tenemos las mismas imágenes: 

Todos fuimos mordidos por Satanás: pecado original y actuales – estamos en grave peligro de muerte eterna — pero nos salvamos por la contemplación de la Pasión y muerte de Nuestro Señor que fue levantado en la Cruz. 

Claro que esta salvación no viene de una fe sentimental y ciega como creen ingenuamente los protestantes, sino que se trata de una fe que, como dice San Pablo “obra por amor” (Gal. V, 6) y que, por supuesto, incluye los medios ordinarios de salvación que son los sacramentos, que en definitiva no son otra cosa más que la aplicación a nuestras almas de lo que Jesús nos ganó en la Cruz.

Es extremadamente importante entender este segundo sentido bíblico, que corresponde al sentido mediato del que habla Cornely. Es importante, digo, no sólo porque al no prestarle atención nos perdemos una parte importante de la revelación divina, sino también porque si entendemos cómo funciona la pedagogía divina, nos será más fácil luego encontrarlo a través de la Biblia.

Este segundo sentido bíblico ha recibido varios nombres: sentido típico, místico, espiritual, alegórico, real, etc., pero, tal como dije más arriba, ha habido cierta confusión en el uso de los términos, y esto ya desde antiguo porque, por un lado, Orígenes parecía no aceptar como sentido literal más que el propio y por el otro, porque se suele tomar como sentido “alegórico” al sentido acomodaticio.

Antes de continuar, conviene decir dos palabras sobre este mal llamado sentido bíblico: el acomodaticio, pues no hay que olvidar que los Papas y teólogos enseñan que no lo es y por lo tanto no es el sentido querido por Dios, que es el Autor de la Biblia. Este sentido se usa mucho (y con justa razón) en los sermones y en la liturgia y todo para edificación de los fieles, pero nunca debe perderse de vista que, más allá de las ingeniosas aplicaciones de los expositores (las más de las veces, ciertas), no estamos en presencia del significado de lo que el Espíritu Santo nos quiso decir. Basta citar en este sentido a Pío XII en su conocida encíclica sobre los estudios bíblicos[5]: 

Así pues, este sentido espiritual, intentado y ordenado por el mismo Dios, descúbranlo y propónganlo los exégetas católicos con aquella diligencia que la dignidad de la palabra divina reclama; mas tengan sumo cuidado en no proponer como sentido genuino de la Sagrada Escritura otros sentidos traslaticios. Porque aun cuando, principalmente en el desempeño del oficio de predicador, puede ser útil para ilustrar y recomendar las cosas de la fe cierto uso más amplio del sagrado texto según la significación traslaticia de las palabras, siempre que se haga con moderación y sobriedad, nunca, sin embargo, debe olvidarse que este uso de las palabras de la Sagrada Escritura le es como externo y añadido, y que, sobre todo hoy, no carece de peligro cuando los fieles, aquellos especialmente que están instruidos en los conocimientos tanto sagrados como profanos, buscan preferentemente lo que Dios en las Sagradas Letras nos da a entender, y no lo que el fecundo orador o escritor expone empleando con cierta destreza las palabras de la Biblia. Ni tampoco aquella palabra de Dios viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos, y que llega hasta la división del alma y del espíritu y de las coyunturas y médulas, discernidora de los pensamientos y conceptos del corazón (Heb. IV, 12), necesita de afeites o de acomodación humana para mover y sacudir los ánimos; porque las mismas sagradas páginas, redactadas bajo la inspiración divina, tienen por sí mismas abundante sentido genuino; enriquecidas por divina virtud, tienen fuerza propia; adornadas con soberana hermosura, brillan por sí mismas y resplandecen, con tal que sean por el intérprete tan íntegra y cuidadosamente explicadas, que se saquen a luz todos los tesoros de sabiduría y prudencia en ellas ocultos”. 

Muchas veces se ha dado el nombre “alegórico” a la mera acomodación, pero no parecería haber grazón para identificar ambas, pues el mismo san Pablo habla de Agar y Sara como alegorías del Antiguo y Nuevo Testamento (Gal. IV, 24), sin dudas, refiriéndose al sentido espiritual.

En conclusión: existen solamente dos sentidos bíblicos: el literal y el espiritual, y el primero a su vez se subdivide en propio y en figurado.



 

[1] Introductio in utriusque Testamenti Libros, (1925) vol. 1, nro. 193. 

[2] S. Teol. I, q. 1, a. 10, ad 3. Ver también la Quodlibetal VII, art. 14-16: Los sentidos de la Sagrada Escritura

[3] S. Teol. I, q. 1, a. 10, corp. 

[4] Más abajo daré algunos principios de interpretación, pero no quiero dejar pasar aquí la oportunidad para notar algo que se repite muy a menudo en la Biblia, donde no es raro el caso de encontrar en ella cosas extrañas o sin sentido aparente; pues bien, en aquellos casos en que encontremos algo de estas características en las Escrituras, parecería ser casi un signo ineludible de que estamos en presencia de un misterio, de un “algo más”, o dicho en otras palabras, de un sentido espiritual recóndito que hay que buscar.

[5] Divino Afflante Spiritu, nro. 18.