II. DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
CONSECUENCIA LÓGICA
De todos estos títulos, y de otros que pudieran enumerarse, síguese lógicamente que hay que atribuir a San José un culto superior al de todos los demás santos del cielo, exceptuada, naturalmente, sola la Madre de Dios. En efecto, el culto que se tributa a los santos ha de responder a su dignidad y santidad, o, lo que es lo mismo, a la gloria de que actualmente gozan en el cielo y a la unión que tienen con Jesu-Cristo. Esta dignidad y santidad, esta gloria y unión, son no solamente el motivo, sino también la medida del culto que se les ha de tributar. Por consiguiente, si San José, después de la Virgen María, supera en dignidad a todos los demás santos, los aventaja a todos en santidad, goza de mayor gloria que todos en el cielo, está incomparablemente más que todos ellos unido a Jesu-Cristo, razón es que se le tribute un culto correspondiente, más noble y excelente que el que se tributa a todos los demás santos del cielo. Si San José, como escribe León XIII, “Sobresale él solo entre todos por su augustísima dignidad” (Encícl. Quamquam pluries, 15 agosto 1889), justo es que sobresalga también el culto que se le tribute. Así lo enseña el mismo León XIII:
“El que, escogido para Esposo de la Virgen Madre de Dios, participó de su dignidad en virtud del lazo conyugal… sobresale con tal excelencia, que no hay obsequio a que no sea acreedor: excellit praestantia, ut nullo non sit obsequio prosequendus” (“Quod paucis”, 28 enero 1890).
A este culto singular y superior debido a San José, muchos le dan el nombre de protodulía o suma dulía, para distinguirlo del culto de hiperdulía, debido a la Madre de Dios, y del de simple dulía, debido a los demás santos. Verdad es que el término de protodulía en sentido estricto y absoluto sólo del culto debido a Dios puede entenderse. Pero, si esta razón valiese, con mayor razón debería negarse a la Virgen el culto de hiperdulía, que en sentido igualmente estricto y absoluto a solo Dios puede rendirse. Y, sin embargo, no hay, que sepamos, teólogo alguno que, con Santo Tomás, no apellide hiperdulía el culto tributado a la Virgen: en sentido, ciertamente, más lato y relativo. En el mismo gsentido, pues, más lato y relativo, podemos llamar protodulía el culto singular que se debe a San José.
2. EL AUMENTO DEL CULTO A SAN JOSÉ
Grande es, sin duda, y mayor de día en día, la devoción que el pueblo cristiano profesa al patriarca San José. Ya León XIII, como antes Pío IX y después Benedicto XV, recordaba
“Cuán entrañada está en el corazón de los cristianos la devoción al santo Patriarca, y con cuánta confianza tienen todos puesta su esperanza en su celeste patrocinio” (Quod erat, 3 de marzo 1891).
Sin embargo, no han perdido su actualidad las palabras del mismo Benedicto XV, citadas anteriormente: que las presentes calamidades y peligros exigen mayor acrecentamiento de esta saludable devoción. Y los títulos que a ella tiene San José exigen igualmente que esta devoción se intensifique y extienda más todavía. A conseguir de Dios este debido y deseado aumento se encaminó la intención antes mencionada. Son, sin duda, consoladores los progresos realizados hasta ahora; pero semejantes progresos, lejos de aquietar o amortiguar nuestros deseos, más bien los estimulan, por cuanto lo ya alcanzado es prenda alentadora de conseguir lo que todavía falta.
En dos cosas o en dos sentidos debe realizarse el suspirado progreso, si es que ha de responder plenamente a lo que se merece San José: en la devoción privada de los fieles y en la liturgia pública de toda la Iglesia.
3. AUMENTO DE LA DEVOCIÓN PRIVADA
No es necesario ponderar cuán justo sea, y cuán provechoso haya de ser, el acrecentamiento de la devoción de los fieles al amable Patriarca. Muchos y variados son los actos con que se ejercita y desarrolla esta devoción. Raíz de donde brota, fundamento en que estriba, alma que la informa, son el amor tierno, la estima de sus incomparables prerrogativas y la confianza en su bondad y merecimientos. Sus principales manifestaciones son los obsequios de una acendrada piedad y el recurso frecuente y confiado a su poderoso valimiento. Y, para que sea sólida y fructuosa, ha de ir acompañada de eficaces deseos y constante empeño de imitar sus virtudes y seguir sus ejemplos, especialmente aquel amor ardiente y abnegado del santo Patriarca a Jesús y a María. Y, sobre todo esto, hay que aspirar a crecer de día en día en esta saludable devoción, sin señalarse límites, sin darse jamás por satisfecho.
Una cosa conviene notar aquí, que puede prevenir o desvanecer ciertas vacilaciones o ansiedades, nacidas de mala inteligencia o de estrechez de juicio, que no pocas veces atormentan a algunas almas piadosas: y es que la devoción a San José, bien entendida, no impide ni entibia aquellas dos grandes devociones que debe tener todo buen cristiano: al Corazón sacratísimo de Jesús y a la Virgen nuestra Señora, universal Medianera de la gracia. Más aún, así como el amor siempre creciente a Jesús y a María lleva consigo espontáneamente el aumento de la devoción a San José, así también, proporcionalmente, el desarrollo de esta devoción contribuye a intensificar progresivamente el amor a Jesu-Cristo y a corroborar la confianza filial para con la Virgen Santísima. Grande arte es, saber hermanar amigablemente estas devociones que en sí mismas están tan íntimamente trabadas. Como San José es todo lo que es por Jesús y María, así la devoción a San José entraña en sí el amor a Jesús y el cariño filial a María.