a) Misterio de la Tierra
Si admitimos la congregación de Israel, a la luz profética, como un hecho cierto, dos cuestiones, sin embargo, permanecen obscuras: ¿dónde tendrá lugar esa congregación? ¿Cuándo tendrá lugar? Misterio de la tierra, misterio del tiempo.
Parece que actualmente todo lo que concierne al país de la congregación de Israel está, para las miradas humanas, rodeado de incertidumbre. Un dilema angustioso se presenta: ¿de quién es la Palestina?
Al alba del Sionismo, cuando Herzl lanzaba la idea; cuando, al fin de la guerra de 1914, Lord Balfour abría a los judíos la Palestina el 2 de noviembre de 1917; cuando Hitler, por su gesto abominable, exiliaba y perseguía a los judíos de Alemania, y que en masa se iban a refugiar en Palestina, creemos que las profecías se cumplen rápidamente y que toda la Palestina les será devuelta.
Pero los árabes se levantaron, al principio, contra los judíos “invasores”, reclamando sus derechos de antiguos ocupantes.
El conflicto árabe-israelí continuó, debido a los problemas y al terrorismo, desde el 13 de octubre de 1933. El alto Comisionado inglés los reprimió desde el comienzo y declaró que, si Gran Bretaña había aceptado el mandato de la Palestina desde hacía trece años, quería también al mismo tiempo facilitar el establecimiento de un hogar nacional judío y respetar al mismo tiempo los intereses de los árabes.
En febrero de 1935, los jefes del Islam en Palestina se reunieron en Jerusalén, en congreso, en el salón de la escuela musulmana, cerca de la mezquita de Omar. Decretaron penas terribles contra aquellos que vendieran tierras a los judíos: los honores fúnebres les serían negados a aquellos malos descendientes de Ismael y sus cuerpos no serían enterrados en el recinto de los cementerios musulmanes.
A menudo se desarrollaron grandes manifestaciones contra los Sionistas, con juramentos sobre el Corán, a fin de que no se les cediera un poco de tierra a los judíos.
Y ahora la situación, lejos de mejorar está más tensa que nunca. Por una parte “los hermanos enemigos”, los descendientes de Ismael y de Isaac, permanecen en un conflicto que amenaza prolongarse sobre la tierra de su padre común, Abraham y, por otra parte, Inglaterra está desbordada por las sublevaciones judías y por los atentados como el del “King David”, en julio de 1946 y del navío “Empire Rival”, en agosto.
Pero he aquí que vemos aparecer, en el doble conflicto palestino, por una parte, judíos y árabes, y por el otro, judíos e ingleses, la silueta de dos grandes potencias, aliadas hace apenas algunos meses, y que están listas para levantarse una contra otra. No sería sorprendente que los litigios palestinos jueguen su rol, tarde o temprano, en el duelo mundial que se prepara entre estas dos formidables potencias, insaciables de ventajas económicas y que podrían enfrentarse en cualquier momento: USA y la URSS.
Actualmente, el árabe es solicitado por Moscú y el judío por Nueva York.
Estamos aquí en un punto crucial: el del petróleo.
Moscú quiere llevarse bien con las poblaciones árabes a fin de conquistar ventajas en Irak, sobre el petróleo de Mosul y en Irán; América es dirigida por los trusts judíos y quiere conservar el oro salomónico.
Sin embargo, el ojo de Moscú trabaja clandestinamente en los judíos, que se orientan cada vez más hacia la organización comunitaria, el dirigismo soviético, y la creación de un ejército. Ahora bien, sabemos que los Soviets no se oponen a un cambio de alianza, si sirve a sus ambiciones. La “vara de hierro” podría erigirse en el primer acto de un drama sangriento.
Pero por más osado que parezca y opuesto a la etnografía, a la historia y a la política actual, afirmamos que habrá un final de paz y felicidad, para el pueblo de Israel restablecido sobre la tierra, constituido en Estado judío, incluso en reino judío, después del retorno de Cristo.
Pero es preciso elevar las miradas penetrantes más allá de todas las contingencias psicológicas, sociales, históricas o políticas… hay que mirar hacia el “misterio de la tierra de Israel”.
Se trata, pues, siempre del invisible, de un impalpable que se vuelve tangible, sin embargo, tanto para los judíos como para los cristianos, si conocen las profecías hebreas y las de Jesucristo, transmitidas por los evangelistas y los Apóstoles, sobre las que hemos trascripto algunos pasajes.
El judío puede tener una
certeza absoluta. Está escrito: “Yo los plantaré en su suelo”.
Sin embargo, una objeción muy fuerte permanece: ¿puede la Palestina contener millones de habitantes?
Al final de la guerra de 1914, cuando se le pidió a Clémenceau que apoyara la creación de un Estado judío en Palestina, se excusó con un despropósito y una imprecación, bajo el pretexto: “La Palestina no puede alimentar a quince millones de judíos”.
Pero no hay que olvidar que
el país prometido por Dios a Abraham es mucho más basto que la Palestina
actual. Comprende Siria, el desierto, “desde el rio de Egipto hasta el río
grande, el río Éufrates” (Gén. XV, 18).
Además, el desierto deberá esperar una fertilidad insospechada actualmente, pero anunciada por los profetas (Is. XXXV).
Hemos sabido que, hace diez años, el desierto de Siria encontró una capa de agua subterránea, descubierta cuando se construía el gasoducto de Caiffa, que permitirá la irrigación cuando se la quiera utilizar.
Ya en 1936, el Kéren Kayemeth Leisraël se esforzaba al máximo para la distribución del agua. A fin de alimentar a Jerusalén, las ciudades y los cultivos, creó usinas, las represas del Jordán y torres de agua.
La revista inglesa Time del 8 de abril de 1946 expone los proyectos gigantescos de canalización entre el Jordán y el mar, para fertilizar la Palestina. Pero todos estos esfuerzos humanos, por más interesantes que sean, no son más que débiles consideraciones con respecto a la certeza que nos dan las profecías[1].
Incluso si se quisiera crear
un Estado judío fuera de Palestina, diríamos siempre sin dudarlo “¡imposible!
Es la tierra prometida la que pertenecerá a Israel”.
Muchas veces se les ha ofrecido a los judíos una tierra fuera del Eretz Israel. Chamberlain propuso Uganda a Herzl para la congregación de su raza; Herzl dudó, pero pronto, abucheado por los gritos de: “¡Muerte al africano!”, declinó el ofrecimiento inglés.
El presidente Truman aceptaría acoger en los Estados Unidos a los judíos que ya no tienen derecho a entrar actualmente a Palestina, pero ciertamente el pueblo de Dios, movido por una fuerza imparable, no quiere considerar otro lugar de congregación más que su tierra –“habitarán sobre su tierra”– y, clandestinamente, seguirán desembarcando allí.