2. PATERNIDAD INEFABLE
De este primer título se deriva otro no menos glorioso, y ciertamente más misterioso: la inefable paternidad de San José respecto de Jesu-Cristo. Inefable, decimos, y lo es en todo rigor; pues no se ha hallado hasta ahora un nombre que exprese adecuadamente esta misteriosa paternidad. Se llama frecuentemente a San José padre adoptivo, padre nutricio, padre putativo, padre legal de Jesús; mas semejantes denominaciones son, si no inexactas, por lo menos deficientes. La de padre adoptivo es impropia; puesto que la adopción recae en un sujeto extraño: y Jesús no era extraño a San José. La de padre nutricio expresa solamente un oficio de la paternidad: nada dice sobre la paternidad misma. La de padre putativo es meramente negativa: pues solamente significa que San José no es padre natural de Jesús. Algo más se acerca a la verdad la de padre legal, derivada de la ley del levirato; pero que dista mucho todavía de la verdad y propiedad con que San José es apellidado padre de Jesu-Cristo. Algunos han llamado matrimonial a esta paternidad; y pudiera llamarse jurídicamente (no físicamente) natural. Mas sea lo que fuere del nombre, lo que más interesa es la realidad que con toda esa variedad de nombres no se ha logrado expresar adecuadamente.
En general, puede afirmarse que San José, fuera de su concurso físico, posee prerrogativas y derechos de la paternidad. Más en particular, conviene notar que Jesús nace de la Esposa de San José; que nace bajo la sombra y en virtud del casto matrimonio de San José con la Virgen María, providencialmente ordenado a este nacimiento, que nace sin otro padre terreno, como quien a boca llena y exclusivamente había de ser llamado Hijo de Dios; que nace, y debía nacer, virginalmente: para lo cual la virginidad conyugal de San José era condición esencial y positiva, no meramente negativa, de su nacimiento. Por esto, aun la ausencia del concurso físico de San José queda notablemente reducida o atenuada. Porque este concurso no es sustituído por el de otro hombre, sino suplido milagrosamente por el Espíritu Santo, que, al intervenir sobrenaturalmente, no quita a San José ninguno de los derechos que sobre el fruto de su matrimonio con la Virgen María naturalmente le correspondían. En consecuencia, la paternidad de San José, como derivada de la naturaleza misma del matrimonio, esto es, del mismo derecho natural, pudiera apellidarse, si la expresión no fuera malsonante, paternidad natural: no, cierto, físicamente, pero sí jurídicamente natural. En suma, Jesús es fruto precisamente del matrimonio de San José con la Virgen María; es fruto de la Esposa de José, precisamente en cuanto Esposa suya; es fruto precisamente de la virginidad de María, que, en virtud del matrimonio, era propiedad de José. Y la intervención sobrenatural del Espíritu Santo eleva y dignifica la naturaleza de este matrimonio, pero no la destruye.
Tal es, en efecto, el sentir de los Santos Padres y Teólogos que más profundamente han escudriñado el misterio de esta inefable paternidad. Bastará citar algunos de los más ilustres. San Agustín escribe:
“En virtud de este fiel matrimonio ambos merecieron ser llamados padres de Cristo, de suerte que no solamente María es madre, sino también José es padre suyo, como esposo que es de su madre: lo uno y lo otro espiritual, no carnalmente” (De nupt. et concup. lib. 1, cap. 11. ML 44, 421).
Y en otro lugar añade:
“Lo que el Espíritu Santo obró, para entrambos lo obró… El Espíritu Santo, descansando en la justicia de entrambos, a entrambos dio el hijo… Porque tanto más verdaderamente es padre José, cuanto más castamente es padre… No nació, pues, de José el Señor, aunque esto se pensase vulgarmente: y, sin embargo, para la piedad y el amor de José nació un hijo de la Virgen María” (Serm. 51, cap. 20. ML 38, 350-351).
Esto mismo quiso decir el Angélico Doctor con estas notables palabras:
“Este matrimonio fue especialmente ordenado por Dios al efecto de que fuese habida en él aquella prole” (In. 4, dist. 30, q. 2; a. 2, ad 4).
Podemos, pues, concluir con el eximio Suárez:
“Puesto que la bienaventurada Virgen fué verdadera madre de Cristo, no pudo San José, su verdadero Esposo, dejar de participar la calidad de padre” (De myster. vit. Christi, dip. 8, sect. 1, n. 4).
Este pensamiento nadie acaso lo ha desarrollado con mayor magnificencia que San Francisco de Sales y Bossuet.
3. ELEVADO AL ORDEN DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA
Efecto o derivación de los dos títulos precedentes es la elevación de San José al orden de la unión hipostática. Para la inteligencia de esta excelsa prerrogativa del glorioso Patriarca, hay que presuponer que, en la presente economía sobrenatural, existen dos órdenes radicalmente diversos: el de la unión hipostática, propia de Jesu-Cristo, Hijo natural de Dios, y el de la simple gracia santificante, común a los ángeles y hombres hijos adoptivos de Dios.
Al primero, además de
Jesucristo, pertenece también, secundariamente, la Virgen María, como madre
natural del hijo de Dios. En efecto, está divina maternidad establece íntimas
relaciones entre la Virgen y todas las personas de la augusta Trinidad, en
orden precisamente a la encarnación de Jesucristo, que se realiza por la unión
hipostática o personal del hijo de Dios con la naturaleza humana. Por esta
maternidad, la Virgen María no sólo entra en relaciones con el Hijo de Dios,
cuya Madre es, sino también con el Padre, de cuya paternidad participa, al
tener con él un mismo Hijo, único y común a entrambos, y con el Espíritu Santo,
de quien es Esposa. Por análogas razones, si bien en un grado
inferior, también San José pertenece a esté orden de la unión hipostática. La
razón es clara. Este orden de la unión hipostática no es otra cosa, en realidad,
sino la familia, humana a la vez y divina, del Hijo de Dios, integrada por el
mismo Jesucristo y por su divina Madre. Ahora bien, en esta familia San José es
parte esencial, como jefe que es o cabeza de ella, Esposo de la Madre de Dios y
Padre (en el sentido antes expuesto) del mismo Jesucristo: Esposo, cuyos
derechos conyugales asume, en cierta manera, el Espíritu Santo, y Padre, que
tiene visiblemente las veces y autoridad del Padre celestial. Los más
grandes de los otros santos, San Juan Bautista y los Apóstoles, pertenecen al orden
ministerial de la gracia santificante: inferiores, por tanto, en dignidad al
glorioso Patriarca San José.