5. Daniel.
En
Daniel hay cuatro visiones que hacen a nuestro propósito: la de la estatua que
vió en sueños Nabucodonosor (Dn. II); la de las cuatro bestias (Dn. VII); la
del carnero y el macho cabrío (Dn. VIII), y la de las setenta semanas de años
(Dn. IX). Diremos de ellas brevemente:
a) En la diferencia de los cuatro metales, de que está
compuesta la estatua, resume en sí los cuatro imperios, con sus civilidades
respectivas, que habían de preceder al establecimiento definitivo del reino del
Messías, es a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma; y bajo el signo de Roma
vive todavía el mundo, pues su actual civilidad es romana[1].
El
imperio romano, dividido en oriental y accidental, según el símbolo de las dos
piernas, se subdivide a su vez, según ya prevé el profeta, en una multitud de
estados menores, significados por los dedos de uno y otro pie, que hacen en
número redondo los diez reinos con sus reyes, no sucesivos, sino simultáneos, correspondientes a los diez cuernos
de la cuarta bestia, lo mismo en Daniel c. 7 que, en el Apocalipsis, cc. XII y
ss.; los cuales, una vez perpetrada la apostasía de las naciones cristianas, si
no viniere la apostasía primero (II Tes. II, 3)— han de formar
en las filas del último anticristo, para luchar contra el Señor y su Ungido
(Sal. II = Ap. XVII, 12-14; al.), que es el rey de derecho positivo cristiano,
establecido en Sión.
La estatua que vió en sueños
Nabucodonosor es así un hermoso símbolo sintético de la Babilonia del mundo con
sus reyes, desde el propio Nabucodonosor hasta el último anticristo. Y ésta es
la Babilonia, que tienen en vista los profetas, desde Isaías hasta San Juan; y
de ella dicen que ha de ser aventada algún día con todos los imperios mundanos
que en ella se sintetizan, no fue hallado ningún rastro de ellos (Dn. II,
35), para hacer lugar al único imperio del Messías y sus santos (Dn. II, 44 =
VII, 27, etc.). cuando se siente, en la persona de su Ungido, en el trono de
David, su padre, y reine así, como ha de reinar, en la casa de Jacob (Lc. I, 32
= Is. IX, 7; Miq. IV, 3.7 s.; al. pass.).
Y a
eso viene el Señor en la parusía: “Saliste para la salvación de tu pueblo, para
salvación de tu ungido (Hab.
III, 13). Y entonces tiene lugar el
cambio de guardia de que hablan los profetas, y que expresa S. Juan con estas
palabras: Se hizo el reino del mundo de
nuestro Señor y de su Cristo (Ap. XI, 15; cf. I Cor. VI, 2; al.). Es esta,
en frase de S. Pablo, la evacuación de
todo otro poder que no sea el de Cristo, Es
necesario, en efecto (así el griego), que Él reine” (I Cor. XV, 24 s.).
b) En las cuatro bestias de
la visión segunda (Dan. VII) se ha querido ver a cuatro imperios sucesivos e históricos, ya pasados, mas por un lado, esas cuatro bestias -como
los cuatro cuernos que le nacerán al macho cabrío de la visión siguiente-, son
de algún modo simultáneas, pues luchan entre sí las cuatro (Dan. VII, 2 s.; cf.
VII, 11 ss.); y por otro lado su actuación está en íntima conexión, directa e
inmediata con la parusía (Dan. VII, 9 ss.) Creemos, pues, que anuncian de
primera intención y sin rodeos, los mismos hechos que en segundo plano y de
segunda intención prenuncian los cuatro cuernos del macho cabrío, de que
diremos luego. En la visión de las bestias no habría, pues, más que un solo
plano y éste escatológico.
El cuernecillo ruin, que al
surgir abate tres de las diez astas que posee la bestia cuarta no sería ya un
tipo del último anticristo, como en la visión tercera, sino el propio anticristo
en persona; y las diez astas de la bestia, los diez reyes sus aliados, como más
largamente explica S. Juan en el Apocalipsis, cc. XII y ss.- Y aquí es bien de notar, que a las diez astas simultáneas en (Apoc. XVII, 12) añade S.
Juan, en la cuarta bestia, siete cabezas sucesivas
(Ap. XVII, 10), de las cuales Daniel contempla solamente la sexta que, al desaparecer y aparecer de
nuevo, hará luego la octava (Apoc.
XVII, 11), y no es otra que el cuernecillo infame de Daniel, la bestia por
excelencia de S. Juan, que llega a dominar y dar nombre a todo el organismo anticristiano
(Apoc. cc. XI, XIII, XVII)
¿Están
ya en el mundo esas cuatro bestias?
Hay
almas santas que en parte creen descubrirlas y en parte les parece divisarlas
para fecha no lejana; y así nos señalan con el dedo al águila desplumada y al
oso voraz que todo lo engulle, y aguardan el salto del leopardo alado, que meta
en jaque a tantos malandrines. El leopardo, a quien se da el poder (Dan. VII,
6), traerá la paz en sus cuatro alas –
en sus alas traerá la
salvación (Mal. IV, 2)- y durante esa paz se convierte Israel al
cristianismo, por obra de Elías redivivo (Mal. IV = Apoc. VII). Sucede la
reacción anticristiana de la cuarta bestia, que es la apocalíptica, por obra
principalmente del cuernillo ruin, que es el último anticristo, a quien el
Señor destruirá en su Parusía (II Tes. II, 8).
Pero
quédese esto aquí y pasemos a la visión tercera.
c) La visión tercera es la de
las dos reses (Dan. VIII), es decir, el carnero (Darío III el Codomanno) y el macho cabrío (Alejandro el Macedonio) cuyo único cuerno, al quebrarse, se divide
en cuatro (sus cuatro capitanes), de
uno de los cuales sale un cuernecillo ruin (Antíoco
IV Epifanes), el cual tanto se ensaña contra el pueblo de Israel y el culto
del Señor, que viene a ser un tipo profético del último anticristo, según el
desarrollo que de esta visón se hace aquí y en los capítulos siguientes.
Antíoco
IV sería así uno más entre los varones de
presagio, a tenor de la conocida observación de Zac. III, 8, que es la base
más segura de la teoría antioquena, con su doble plano de visión y, por consiguiente,
en las fechorías de Antíoco y sus cooperadores, junto con la subsiguiente
gestión victoriosa de los Macabeos, a que se alude, estarían presagiadas las
fechorías del último anticristo y sus aliados, y el establecimiento definitivo
de la soberanía cristiana en Israel, en sustitución del poder cesáreo hecho a
la sazón anticristiano, que queda así aniquilado para siempre (cf. I Cor. XV, 24-25).
La
tradición exegética en este punto no hace sino confirmar nuestras deducciones.
Vamos de vuelo a la visión de las setenta semanas.
d) De las setenta semanas se hacen allí tres grupos:
uno de 7 (= 49 años), otro de 62 (= 434 años) y, otro de 1 (= 7 años). No hay
ninguna razón que nos obligue a considerar esos tres grupos como sucesivos. A
nuestro modo de entender, la última semana es evidentemente escatológica, como
final del reinado del mal y en cuya segunda mitad cesará el sacrificio perpetuo
(Dn. IX, 27 = XII, 7.11), es decir, durante los tres años y medio del último
anticristo (Ap. XI, 2; XII, 6.14; XIII, 5; cf. Mt. XXIX, 22 y par.)[2].
A los otros dos grupos
semanales, el de 7 y el de 62, se les señala un comienzo común, que es la fecha
del decreto para la reedificación, no del Templo, sino de la Ciudad santa,
obtenido por Nehemías –no se conoce otro- el año XX de Artajerjes I el
Longimano (464-424), esto es, el 445 a.C.[3]- Las dos series correrían, pues, paralelas a
terminar la primera en 396 (= 445 - 49), y la segunda el 11 (= 445 - 434) a. C.
El final de cada una de esas
tres series señala el fin de una época de pecado – a fin de acabar con la prevaricación - (Dan.
IX, 24)-, cual es la parusía en el de la tercera, el advenimiento del Messías -hasta un Ungido, un
Príncipe (Dan. IX, 25)- en el de la
segunda, y la renovación del pacto sinaítico, por obra de Esdras y Nehemías, en
el de la primera.
En
esta cronización suponemos dos cosas:
1) Que Cristo vino al mundo nueve o diez años antes
de la era vulgar, al celebrarse el primer censo (Lc. II, 1 ss), que se repite
luego cada 14 años, el 5/6, el 19/20, [el 33/34], el 47/48, el 61/62, etc.
(Ruffini, Chronol. p. 123)[4].
2) Que Esdras vino a Judea
después de Nehemías, el año 7º de Artajerjes II el Mnemón (404-459), es decir,
el 398 a. C. y uno o dos años después, el 396, renovó el pacto en que firma
Nehemías (Neh. X, 1), vuelto por segunda vez a Judea al final del reinado de
Artajerjes I[5].
Sugestivos,
a la verdad, esos tres planos diferentes, en que se fija la intención
profética. El comentarista de Ezequiel apenas trasciende alguna vez el primero.
Creemos que hay que llegar hasta el último, bien directamente y de un salto,
como en las dos primeras visiones, o bien indirectamente, como en la visión del
carnero y el macho cabrío, por irradiación profética, en proyección ampliada
del tipo al antitipo.
[1] Nota del Blog: Sabido es que no es esta la opinión de Lacunza,
a quien seguimos por completo en este tema.
[2] Nota del Blog: ¡Impecable!
[3] Nota del Blog: En realidad parece que el año es el 444 tal como
lo dijimos AQUI. Notar, además, que el autor comienza a contar el
segundo grupo desde el -445 cuando debería hacerlo, según sus números, desde el
-396.
[4] Nota
del Blog: Esta es la teoría de algunos autores como Power en Verbum Domini 13 (1933), 129-37; 173-81;
199-208 quien alega, siguiendo a San Ireneo, que a su vez se basa en “los
presbíteros”, que Nuestro Señor ya había cumplido los 40 años al momento de su
muerte.
[5] Nota
del Blog: De nuevo coincidimos con el autor en esta apreciación
sobre la cual ya habíamos dicho algo AQUI
en las notas. El tema es complejo y es discutido por los autores.