domingo, 9 de diciembre de 2018

Ezequiel, por Ramos García (XIV de XXI)


5. Daniel.

En Daniel hay cuatro visiones que hacen a nuestro propósito: la de la estatua que vió en sueños Nabucodonosor (Dn. II); la de las cuatro bestias (Dn. VII); la del carnero y el macho cabrío (Dn. VIII), y la de las setenta semanas de años (Dn. IX). Diremos de ellas brevemente:

a) En la diferencia de los cuatro metales, de que está compuesta la estatua, resume en sí los cuatro imperios, con sus civilidades respectivas, que habían de preceder al establecimiento definitivo del reino del Messías, es a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma; y bajo el signo de Roma vive todavía el mundo, pues su actual civilidad es romana[1].

El imperio romano, dividido en oriental y accidental, según el símbolo de las dos piernas, se subdivide a su vez, según ya prevé el profeta, en una multitud de estados menores, significados por los dedos de uno y otro pie, que hacen en número redondo los diez reinos con sus reyes, no sucesivos, sino simultáneos, correspondientes a los diez cuernos de la cuarta bestia, lo mismo en Daniel c. 7 que, en el Apocalipsis, cc. XII y ss.; los cuales, una vez perpetrada la apostasía de las naciones cristianas, si no viniere la apostasía primero (II Tes. II, 3)— han de formar en las filas del último anticristo, para luchar contra el Señor y su Ungido (Sal. II = Ap. XVII, 12-14; al.), que es el rey de derecho positivo cristiano, establecido en Sión.

La estatua que vió en sueños Nabucodonosor es así un hermoso símbolo sintético de la Babilonia del mundo con sus reyes, desde el propio Nabucodonosor hasta el último anticristo. Y ésta es la Babilonia, que tienen en vista los profetas, desde Isaías hasta San Juan; y de ella dicen que ha de ser aventada algún día con todos los imperios mundanos que en ella se sintetizan, no fue hallado ningún rastro de ellos (Dn. II, 35), para hacer lugar al único imperio del Messías y sus santos (Dn. II, 44 = VII, 27, etc.). cuando se siente, en la persona de su Ungido, en el trono de David, su padre, y reine así, como ha de reinar, en la casa de Jacob (Lc. I, 32 = Is. IX, 7; Miq. IV, 3.7 s.; al. pass.).

Y a eso viene el Señor en la parusía: “Saliste para la salvación de tu pueblo, para salvación de tu ungido (Hab. III, 13).  Y entonces tiene lugar el cambio de guardia de que hablan los profetas, y que expresa S. Juan con estas palabras: Se hizo el reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. XI, 15; cf. I Cor. VI, 2; al.). Es esta, en frase de S. Pablo, la evacuación de todo otro poder que no sea el de Cristo, Es necesario, en efecto (así el griego), que Él reine” (I Cor. XV, 24 s.).


b) En las cuatro bestias de la visión segunda (Dan. VII) se ha querido ver a cuatro imperios sucesivos e históricos, ya pasados, mas por un lado, esas cuatro bestias -como los cuatro cuernos que le nacerán al macho cabrío de la visión siguiente-, son de algún modo simultáneas, pues luchan entre sí las cuatro (Dan. VII, 2 s.; cf. VII, 11 ss.); y por otro lado su actuación está en íntima conexión, directa e inmediata con la parusía (Dan. VII, 9 ss.) Creemos, pues, que anuncian de primera intención y sin rodeos, los mismos hechos que en segundo plano y de segunda intención prenuncian los cuatro cuernos del macho cabrío, de que diremos luego. En la visión de las bestias no habría, pues, más que un solo plano y éste escatológico.

El cuernecillo ruin, que al surgir abate tres de las diez astas que posee la bestia cuarta no sería ya un tipo del último anticristo, como en la visión tercera, sino el propio anticristo en persona; y las diez astas de la bestia, los diez reyes sus aliados, como más largamente explica S. Juan en el Apocalipsis, cc. XII y ss.- Y aquí es bien de notar, que a las diez astas simultáneas en (Apoc. XVII, 12) añade S. Juan, en la cuarta bestia, siete cabezas sucesivas (Ap. XVII, 10), de las cuales Daniel contempla solamente la sexta que, al desaparecer y aparecer de nuevo, hará luego la octava (Apoc. XVII, 11), y no es otra que el cuernecillo infame de Daniel, la bestia por excelencia de S. Juan, que llega a dominar y dar nombre a todo el organismo anticristiano (Apoc. cc. XI, XIII, XVII)

¿Están ya en el mundo esas cuatro bestias?

Hay almas santas que en parte creen descubrirlas y en parte les parece divisarlas para fecha no lejana; y así nos señalan con el dedo al águila desplumada y al oso voraz que todo lo engulle, y aguardan el salto del leopardo alado, que meta en jaque a tantos malandrines. El leopardo, a quien se da el poder (Dan. VII, 6), traerá la paz en sus cuatro alas – en sus alas traerá la salvación (Mal. IV, 2)- y durante esa paz se convierte Israel al cristianismo, por obra de Elías redivivo (Mal. IV = Apoc. VII). Sucede la reacción anticristiana de la cuarta bestia, que es la apocalíptica, por obra principalmente del cuernillo ruin, que es el último anticristo, a quien el Señor destruirá en su Parusía (II Tes. II, 8).

Pero quédese esto aquí y pasemos a la visión tercera.

c) La visión tercera es la de las dos reses (Dan. VIII), es decir, el carnero (Darío III el Codomanno) y el macho cabrío (Alejandro el Macedonio) cuyo único cuerno, al quebrarse, se divide en cuatro (sus cuatro capitanes), de uno de los cuales sale un cuernecillo ruin (Antíoco IV Epifanes), el cual tanto se ensaña contra el pueblo de Israel y el culto del Señor, que viene a ser un tipo profético del último anticristo, según el desarrollo que de esta visón se hace aquí y en los capítulos siguientes.

Antíoco IV sería así uno más entre los varones de presagio, a tenor de la conocida observación de Zac. III, 8, que es la base más segura de la teoría antioquena, con su doble plano de visión y, por consiguiente, en las fechorías de Antíoco y sus cooperadores, junto con la subsiguiente gestión victoriosa de los Macabeos, a que se alude, estarían presagiadas las fechorías del último anticristo y sus aliados, y el establecimiento definitivo de la soberanía cristiana en Israel, en sustitución del poder cesáreo hecho a la sazón anticristiano, que queda así aniquilado para siempre (cf. I Cor. XV,  24-25).

La tradición exegética en este punto no hace sino confirmar nuestras deducciones. Vamos de vuelo a la visión de las setenta semanas.

d) De las setenta semanas se hacen allí tres grupos: uno de 7 (= 49 años), otro de 62 (= 434 años) y, otro de 1 (= 7 años). No hay ninguna razón que nos obligue a considerar esos tres grupos como sucesivos. A nuestro modo de entender, la última semana es evidentemente escatológica, como final del reinado del mal y en cuya segunda mitad cesará el sacrificio perpetuo (Dn. IX, 27 = XII, 7.11), es decir, durante los tres años y medio del último anticristo (Ap. XI, 2; XII, 6.14; XIII, 5; cf. Mt. XXIX, 22 y par.)[2].

A los otros dos grupos semanales, el de 7 y el de 62, se les señala un comienzo común, que es la fecha del decreto para la reedificación, no del Templo, sino de la Ciudad santa, obtenido por Nehemías –no se conoce otro- el año XX de Artajerjes I el Longimano (464-424), esto es, el 445 a.C.[3]- Las dos series correrían, pues, paralelas a terminar la primera en 396 (= 445 - 49), y la segunda el 11 (= 445 - 434) a. C.

El final de cada una de esas tres series señala el fin de una época de pecado – a fin de acabar con la prevaricación - (Dan. IX, 24)-, cual es la parusía en el de la tercera, el advenimiento del Messías -hasta un Ungido, un Príncipe (Dan. IX, 25)- en el de la segunda, y la renovación del pacto sinaítico, por obra de Esdras y Nehemías, en el de la primera.

En esta cronización suponemos dos cosas:

1) Que Cristo vino al mundo nueve o diez años antes de la era vulgar, al celebrarse el primer censo (Lc. II, 1 ss), que se repite luego cada 14 años, el 5/6, el 19/20, [el 33/34], el 47/48, el 61/62, etc. (Ruffini, Chronol. p. 123)[4].

2) Que Esdras vino a Judea después de Nehemías, el año 7º de Artajerjes II el Mnemón (404-459), es decir, el 398 a. C. y uno o dos años después, el 396, renovó el pacto en que firma Nehemías (Neh. X, 1), vuelto por segunda vez a Judea al final del reinado de Artajerjes I[5].

Sugestivos, a la verdad, esos tres planos diferentes, en que se fija la intención profética. El comentarista de Ezequiel apenas trasciende alguna vez el primero. Creemos que hay que llegar hasta el último, bien directamente y de un salto, como en las dos primeras visiones, o bien indirectamente, como en la visión del carnero y el macho cabrío, por irradiación profética, en proyección ampliada del tipo al antitipo.



[1] Nota del Blog: Sabido es que no es esta la opinión de Lacunza, a quien seguimos por completo en este tema.

[2] Nota del Blog: ¡Impecable!

[3] Nota del Blog: En realidad parece que el año es el 444 tal como lo dijimos AQUI. Notar, además, que el autor comienza a contar el segundo grupo desde el -445 cuando debería hacerlo, según sus números, desde el -396.

[4] Nota del Blog: Esta es la teoría de algunos autores como Power en Verbum Domini 13 (1933), 129-37; 173-81; 199-208 quien alega, siguiendo a San Ireneo, que a su vez se basa en “los presbíteros”, que Nuestro Señor ya había cumplido los 40 años al momento de su muerte.

[5] Nota del Blog: De nuevo coincidimos con el autor en esta apreciación sobre la cual ya habíamos dicho algo AQUI en las notas. El tema es complejo y es discutido por los autores.