6) Ageo.
¿Quieren
mis lectores ver una vez más cómo se agranda el contenido de la letra al
proyectarse del tipo (= objeto menor anterior) al antitipo (= objeto mayor y
posterior)? Lean atentamente a Ageo en su profecía sobre Zorobabel: “Habla
a Zorobabel, gobernador de Judá, y dile: Yo conmoveré el cielo y la tierra;
trastornaré el trono de los reinos y destruiré el poder de los reinos de los
gentiles, volcaré los carros y sus ocupantes, y caerán los caballos y los que
en ellos cabalgan, los unos por la espada de los otros. En aquel día, dice
Yahvé de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel, hijo de Salatiel, siervo mío,
dice Yahvé, y te haré como anillo de sellar, porque Yo te he escogido”, dice
Yahvé de los ejércitos” (Ag. II, 22-24).
¡Cómo se agiganta en esas
palabras la figura del Zorobabel histórico, al proyectarse la silueta harto
mezquina (cf. Ag. II, 3 s.) del caudillo de Judá, en la figura colosal de un
Zorobabel escatológico, caudillo de Judá e Israel (Os. I, 11), que descollará
sobre las ruinas de todos los imperios, por la evacuación y aniquilamiento de todo otro imperial poder que no sea
el suyo (cf. I Cor. XV, 24 s.)! El mismo agrandamiento prodigioso en Isaías
acerca de la persona de Elicacím, el depositario de la llave de la casa de
David (Is. XXII, 20...): qui legit intelligat.
Es que cuando el Señor, que
tiene ahora en su mano, por derecho de devolución, la llave de la casa de David
(Ap. III, 7), haga valer su gran poder y se ponga a reinar en este mundo
subceleste (Ap. XI, 17; cf. Dan. VI, 27), el verdadero Zorobabel, alias
Eliacím, alias David redivivo, será el único depositario de la única realeza
entonces valedera, la cristiana; y en él y por él sujetará Dios a su Hijo el orbe de la tierra
venidero (Hebr.
II, 5), y será, finalmente, un hecho el gran acontecimiento que celebran
alborozados los celícolas: Se hizo el
reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo (Apoc. XI, 15)- nótese bien
el “su Cristo” (cf. Hab. III, 13)-;
acontecimiento cumbre, que no ha tenido todavía lugar en la Iglesia, diga lo
que quiera la euforia alegorista, pues como observa S. Pablo nunc autem necdum videmus omnia subjecta ei
(Hebr. II, 8; cf. X, 13).
7. Zacarías.
La clave para entender el
verdadero alcance de Zorobabel en la profecía de Ageo, y a pari del Eliacím de Isaías y del David de otros profetas, nos la
da Zacarías con estas palabras: “¡Oye
oh Jesús, Sumo Sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan en tu presencia!
pues son varones de presagio; porque he aquí que haré venir a mi Siervo, el
Pimpollo” (tsémah), que pone luego en plan de igualdad con el gran pontífice
(Zac. III, 8; VI, 9 ss).
De aquí es necesario concluir
que ni el uno ni el otro, aun en su alcance escatológico, son el Messías, sino
sendos vicarios suyos, el uno en lo espiritual, el sumo sacerdote, y el otro en
lo temporal, el tsémah o retoño de la
dinastía davídica. Dos vicarios de Cristo, el uno como sacerdote y el otro como
rey, y por consiguiente dos tronos, dos palacios, dos capitalidades distintas y
no una sola, como quiera la euforia alejandrina interpretando alegóricamente,
metafóricamente, la realeza messiana, por la excelencia de Cristo mediador
entre Dios y el hombre, es decir, por el sacerdocio cristiano.
No, esta posición, la de la
realeza metafórica, está ya superada in
terminis por Pío XI en la IV lección del oficio de Cristo Rey y hay que
arrostrar las consecuencias o renunciar cobardemente a esperar la
recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef. I, 10) en este mundo
subceleste (Dan. VII, 27; Ap. XI, 15 ss.), la cual hasta ahora es sólo parcial,
según el sacerdocio, pero está
claramente anunciado que se ha de hacer también según la realeza, y aun el cómo y el cuándo en líneas generales. En
pocas palabras: al convertirse Israel en masa, traerá consigo esa realeza
que le está reservada (Ex. XIX, 6; cf. Rom. XI, 29; alias), como a primogénito
de Dios (Ex. IV, 22; Ecco. XXXVI, 14; cf. Sal. LXXXIII, 28).