domingo, 23 de julio de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice III, La Vuelta y el Reino de Cristo en la Liturgia (IV de IV)

Misas del Común de los Santos

El Común de los santos es un conjunto de misas compuestas para los bienaventurados cuya fiesta no tiene liturgia especial.

En su origen estos "comunes" eran misas propias de santos particularmente venerados: Santa Inés, San Martín, San Esteban, San Lorenzo.

La composición de las misas del común de mártires se remonta generalmente al siglo XI; los otros comunes: confesores pontífices, doctores, confesores no pontífices, abades, vírgenes y santas mujeres fueron elaboradas un siglo o dos más tarde, en plena Edad Media.

Las misas de estos últimos comunes hacen alusiones frecuentes por los textos escogidos a la vuelta de Cristo y a la necesidad de velar para esperarlo. Cada misa, sin excepción, nos recuerda sobre todo por el Evangelio el deber primordial del cristiano, de ser un vigilante que espera al Maestro, al Rey o al Esposo.

En el primer momento pensamos que todos esos textos han estado allí durante ocho siglos para recordarnos la vuelta gloriosa del Señor; sin embargo, después de un estudio prolijo de comparación con el espíritu de la Edad Media respecto a "las cosas que están por venir", hemos constatado que la acumulación de textos escatológicos no ha sido colocada ahí para hacernos temblar de alegría con el pensamiento de la vuelta gloriosa de Jesús con sus santos, sino para inspirarnos el temor de la muerte individual y del juicio de Dios.

Estos textos — del fin de los tiempos — están ahí para prepararnos a bien morir; confusión evidente de la Parusía y de la muerte[1].


Otro fué el cuidado de la liturgia antigua en el Tiempo después de Pentecostés como lo hemos señalado, que quiere enseñarnos la vuelta de Cristo y no la muerte. Esta confusión corresponde con la transformación del arte en la misma época como lo expondremos más adelante.

Los siglos XII y XIII quitaron su corona al Rey del Apocalipsis, al Cristo glorioso para mostrarnos en sus catedrales únicamente al juez, y escenas de horror y condenación. Parece que la Edad Media sólo consideró el juicio de Dios, terrible sí, pero sólo para los impíos; las escenas de condenación se muestran con amplitud extraordinaria, sea con las esculturas de piedra de las catedrales, o bien en las escenas de los misterios representados frente a esas mismas esculturas. Se nos muestran también en los libros de las Horas, sobre telas pintadas, en las tapicerías y danzas macabras.

Parece inevitable la condenación; fué entonces cuando se compuso el trágico Dies irae. ¿Cómo conciliar este canto con la definición dogmática de la visión beatífica otorgada a los justos después de la muerte, si en el día del juicio, el justo, el elegido apenas estará seguro: "cum vix justus sit securus?".

El fin de los tiempos ha llegado a ser un espanto para los que en él piensan; entonces para calmar a las almas inquietas, la liturgia dice: ¡Pensad en vuestra muerte, estad prontos para ese día! De ahí la transposición de los textos escatológicos en lecciones de moral y de "bien vivir", porque ¡hay un arte de bien vivir y de bien morir! El Ars rnoriendi de Venard era leído asiduamente durante la Edad Media[2].

Pero si el común de las misas no ha tenido por fin principal despertar la atención de los cristianos sobre la vuelta de Jesús, cuando fueron compuestas en los siglos XII y XIII, ¿no podemos nosotros restablecer en su verdadero sentido esas páginas escatológicas que leemos diariamente? ¿No podremos olvidar nuestro punto de vista personal, aunque sea excelente como sería el de nuestra muerte, y comprender que hay una alegría reservada, una recompensa magnífica "para aquellos que aman su Venida"? (II Tim. IV, 8).

Entre los textos escatológicos más significativos que figuran en las misas de los comunes, notamos:

Evangelio de los talentos (Mt. XX y Lc. XIX).

Evangelio del servidor que vela (Mt. XXIV y Mc. XIII)[3].

Tened vuestras ropas ceñidas y la lámpara prendida (Lc. XII).

Evangelio de las Vírgenes necias y prudentes (Mt. XXV)[4].

Promesa de tronos para juzgar (Mt. XIX).

Parábolas del Reino de los Cielos (Mt. XIII).

¡Espera de la venida del Señor can amor! (II Tim. IV).

De este modo la liturgia prepara para el día del Señor desde el Adviento hasta el Domingo XXIV después de Pentecostés a cualquiera que sepa leer y comprender, con el fin de vivir los misterios futuros; a cualquiera que tenga ojos para ver y oídos para oír y corazón para vivir[5].

Asistimos en estos últimos años a una renovación del espíritu litúrgico entre los católicos; ¿no podemos esperar por medio de la oración oficial de la Iglesia una renovación de esa Esperanza Viva, que es la ALEGRE ESPERA DE LA VENIDA DEL SEÑOR JESUS Y DE SU REINO GLORIOSO?[6].




[1] Ver Capítulo: "El día del Señor vendrá corno un ladrón".

[2] Es preciso notar que la misa del último día del año — fiesta de San Silvestre — no está compuesta sino por textos escatológicos. Preocupación evidente de hacer pensar en la muerte.

[3] Ver Capítulo: "Guardaban las velas de la noche".

[4] Ver Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".

[5] Ver Capítulo: "Ojos para no ver".

[6] Las traducciones de este capítulo son tomadas del Misal del Rev. Dom Cabrol (Mame), y del Breviario traducido por Dom Gréa (Desclée, de Brouwer).

Las traducciones corresponden al texto latino y no al original hebreo o griego. Hemos tomado para esta parte litúrgica la numeración de los salmos según la Vulgata.