Misas
del Común de los Santos
El Común de los santos es un
conjunto de misas compuestas para los bienaventurados cuya fiesta no tiene
liturgia especial.
En su origen estos
"comunes" eran misas propias de santos particularmente venerados:
Santa Inés, San Martín, San Esteban, San Lorenzo.
La composición de las misas
del común de mártires se remonta generalmente al siglo XI; los otros comunes:
confesores pontífices, doctores, confesores no pontífices, abades, vírgenes y
santas mujeres fueron elaboradas un siglo o dos más tarde, en plena Edad Media.
Las
misas de estos últimos comunes hacen alusiones frecuentes por los textos escogidos
a la vuelta de Cristo y a la necesidad de velar para esperarlo. Cada misa, sin excepción, nos recuerda sobre todo
por el Evangelio el deber primordial del cristiano, de ser un vigilante que
espera al Maestro, al Rey o al Esposo.
En el primer momento pensamos
que todos esos textos han estado allí durante ocho siglos para recordarnos la
vuelta gloriosa del Señor; sin embargo, después de un estudio prolijo de
comparación con el espíritu de la Edad Media respecto a "las cosas que están por venir",
hemos constatado que la acumulación de textos escatológicos no ha sido colocada
ahí para hacernos temblar de alegría con el pensamiento de la vuelta gloriosa
de Jesús con sus santos, sino para inspirarnos el temor de la muerte individual
y del juicio de Dios.
Estos
textos — del fin de los tiempos — están ahí para prepararnos a bien morir;
confusión evidente de la Parusía y de la muerte[1].
Otro fué el cuidado de la
liturgia antigua en el Tiempo después de Pentecostés como lo hemos señalado,
que quiere enseñarnos la vuelta de Cristo y no la muerte. Esta confusión
corresponde con la transformación del arte en la misma época como lo expondremos
más adelante.
Los siglos
XII y XIII quitaron su corona al Rey del Apocalipsis, al Cristo glorioso para
mostrarnos en sus catedrales únicamente al juez, y escenas de horror y condenación.
Parece que la Edad Media sólo consideró el juicio de Dios, terrible sí, pero
sólo para los impíos; las escenas de condenación se muestran con amplitud extraordinaria,
sea con las esculturas de piedra de las catedrales, o bien en las escenas de
los misterios representados frente a esas mismas esculturas. Se nos muestran
también en los libros de las Horas, sobre telas pintadas, en las tapicerías y
danzas macabras.
Parece inevitable la
condenación; fué entonces cuando se compuso el trágico Dies irae. ¿Cómo conciliar este canto con la definición dogmática
de la visión beatífica otorgada a los justos después de la muerte, si en el día
del juicio, el justo, el elegido apenas
estará seguro: "cum vix justus sit securus?".
El
fin de los tiempos ha llegado a ser un espanto para los que en él piensan; entonces
para calmar a las almas inquietas, la liturgia dice: ¡Pensad en vuestra muerte,
estad prontos para ese día! De ahí la
transposición de los textos escatológicos en lecciones de moral y de "bien
vivir", porque ¡hay un arte de bien vivir y de bien morir! El Ars rnoriendi
de Venard era leído asiduamente durante la Edad Media[2].
Pero
si el común de las misas no ha tenido por fin principal despertar la atención
de los cristianos sobre la vuelta de Jesús, cuando fueron compuestas en los
siglos XII y XIII, ¿no podemos nosotros restablecer en su verdadero sentido
esas páginas escatológicas que leemos diariamente? ¿No podremos olvidar nuestro
punto de vista personal, aunque sea excelente como sería el de nuestra muerte,
y comprender que hay una alegría reservada, una recompensa magnífica "para aquellos que aman su Venida"?
(II Tim. IV, 8).
Entre los textos escatológicos
más significativos que figuran en las misas de los comunes, notamos:
Evangelio
de los talentos (Mt. XX y Lc. XIX).
Evangelio
del servidor que vela (Mt. XXIV y Mc. XIII)[3].
Tened
vuestras ropas ceñidas y la lámpara prendida (Lc. XII).
Evangelio
de las Vírgenes necias y prudentes (Mt. XXV)[4].
Promesa
de tronos para juzgar (Mt. XIX).
Parábolas
del Reino de los Cielos (Mt. XIII).
¡Espera
de la venida del Señor can amor! (II Tim. IV).
De
este modo la liturgia prepara para el día del Señor desde el Adviento hasta el
Domingo XXIV después de Pentecostés a cualquiera que sepa leer y comprender, con el fin de vivir los
misterios futuros; a cualquiera que tenga ojos para ver y oídos para oír y
corazón para vivir[5].
Asistimos en estos últimos
años a una renovación del espíritu litúrgico entre los católicos; ¿no podemos
esperar por medio de la oración oficial de la Iglesia una renovación de esa Esperanza Viva, que es la ALEGRE ESPERA
DE LA VENIDA DEL SEÑOR JESUS Y DE SU REINO GLORIOSO?[6].
[1] Ver Capítulo: "El día del Señor vendrá corno un ladrón".
[2] Es preciso notar que
la misa del último día del año — fiesta de San Silvestre — no está compuesta
sino por textos escatológicos. Preocupación evidente de hacer pensar en la
muerte.
[3] Ver Capítulo: "Guardaban las velas de la noche".
[4] Ver Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".
[5] Ver
Capítulo: "Ojos para no ver".
[6] Las traducciones de este capítulo
son tomadas del Misal del Rev. Dom
Cabrol (Mame), y del Breviario
traducido por Dom Gréa (Desclée, de Brouwer).
Las
traducciones corresponden al texto latino y no al original hebreo o griego.
Hemos tomado para esta parte litúrgica la numeración de los salmos según la
Vulgata.