La Salvación y la
Pertenencia a la Iglesia
Los documentos autoritativos de la Iglesia docente citados en la
primera parte de este libro, particularmente la carta Suprema haec sacra del Santo Oficio, dejó muy en claro que, según
el mensaje revelado de Dios, no es necesario ser miembro de la Iglesia al
momento de la muerte para obtener la Visión Beatífica. Sabemos que bajo ciertas circunstancias un hombre puede salvarse si, al
momento de su muerte, no es de hecho miembro de la Iglesia sino sólo alguien
que desea estar dentro de ella. Sabemos también que este deseo o intención
de entrar a la Iglesia puede ser efectiva para la obtención de la salvación
eterna incluso cuando es solamente implícito.
La Suprema
haec sacra explica esta verdad en términos del hecho de que la Iglesia
Católica, al igual que el sacramento del bautismo, es necesaria para la
obtención de la Visión Beatífica, no por una necesidad intrínseca sino solo por
elección o institución divina. Ahora
bien, cuando consideramos el concepto adecuado de la vera ecclesia de Nuestro Señor en términos de su necesidad para la
salvación, debemos examinar esta parte de la doctrina Católica sobre ella.
Se dice que algo es necesario para la salvación con
necesidad intrínseca cuando esta cosa es un elemento esencial en la vida de la
gracia santificante a la cual pertenece la misma Visión Beatífica. Así, la caridad
divina es intrínsecamente necesaria para la salvación. El afecto de caridad es el amor de amistad hacia Dios conocido
sobrenaturalmente, en la Trinidad de Sus Personas. Así, el amor de caridad
es esencialmente una parte de la vida de la Visión Beatífica tanto en el cielo
como aquí en este mundo. Donde no existe tal amor, no existe la vida de la
Visión Beatífica, la vida de la gracia santificante.
La genuina fe sobrenatural,
la virtud por la cual aceptamos las verdades que Dios ha revelado como
completamente ciertas precisamente basados en Su autoridad, es una parte
esencial de la vida de la gracia santificante durante su status preparatorio en
este mundo. Es obvio que no puede haber
vida sobrenatural con referencia a Dios, conocido en la Trinidad de Sus
Personas, si no hay un conocimiento de Él de esta manera. En la patria del cielo, los que pertenecen a
la Iglesia triunfante entienden al Dios Trino en la misma Visión Beatífica.
Pero la Visión Beatífica es precisamente la recompensa de, lo que se merece en,
la vida de la gracia en este mundo. La posesión de la Visión Beatífica es
incompatible con el status de uno en la Iglesia militante.
La Visión Beatífica es el conocimiento directo,
intuitivo y claro de la Santísima Trinidad. Y además de la misma Visión
Beatífica, el único conocimiento o aprehensión cierta de la Santísima Trinidad
y del orden sobrenatural que se centra en Ella se encuentra en la aceptación
del mensaje sobrenaturalmente revelado sobre las realidades de este orden. La aceptación cierta de ese cuerpo de verdad
revelada, hecha posible por el don de la gracia de Dios, es el asentimiento de
fe divina. Así, la fe es absolutamente necesaria para vivir la vida sobrenatural
de la gracia en su status preparatorio en este mundo. Y, puesto que solamente
aquellos que han salido de esta vida viviendo la vida de la gracia santificante
pueden alcanzar la Visión Beatífica, la fe es absolutamente necesaria para
obtener la salvación eterna.
Como resultado, no puede haber ningún substituto para la posesión
actual de la fe, esperanza y caridad como requisitos para la obtención de la
vida del cielo. El hombre no puede salvarse si solo tuviera el deseo o
intención de la fe y de la caridad en el momento de salir de esta vida. Un
deseo o intención de creer con el acto de fe o de amar a Dios con afecto de
caridad en modo alguno podría reemplazar a la misma fe y caridad. Para que el
hombre pueda salvarse está obligado a poseer la genuina fe sobrenatural y el
vero y sobrenatural amor de caridad al momento de la muerte.
Ahora bien, la fe, esperanza y caridad son factores
o elementos que entran en la composición de la misma Iglesia Católica. Juntas
constituyen lo que los antiguos teólogos llamaban el lazo de unión interno o
espiritual dentro de la Iglesia, que une los hombres a Dios y unos a otros
dentro de esta sociedad. Además, son intrínseca o absolutamente necesarios como
componentes del reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. No puede existir la
ecclesia, el pueblo del Testamento,
la sociedad de los hombres y mujeres que se someten a la ley divina que los
dirige al fin sobrenatural de la visión Beatífica, si no es por la aceptación
de ese mensaje sobrenatural en fe y obediencia a él en caridad.
En la composición de la Iglesia militante del Nuevo
Testamento hay, sin embargo, dos diferentes lazos de unión, dos grupos de
fuerzas que unen a los hombres a Dios y a los demás en Jesucristo. Además del
lazo interno o espiritual, existe otro, designado por algunos de los teólogos
clásicos como el lazo de unión externo o corporal dentro de la Iglesia. Este
lazo externo consiste en la profesión bautismal de la fe, el acceso a o
comunión a los sacramentos y la sujeción a los legítimos pastores de la
Iglesia.
Este segundo o externo lazo de unión dentro de la
verdadera Iglesia es algo necesario en la vida sobrenatural solamente por la
libre elección de Dios. Ninguno de sus elementos, tomados en sí mismos, son
necesariamente partes de la vida de la gracia santificante. Podría haber
existido una ecclesia, un reino
sobrenatural de Dios sobre la tierra, en el cual no hubieran entrado estos
elementos. Y, de hecho, durante las diversas etapas del Antiguo Testamento, la ecclesia de Dios en esta tierra no
contenía los factores que componen el lazo exterior de unidad eclesiástica en
la Iglesia militante del Nuevo Testamento.
Estos factores pertenecen en realidad a la composición de la vera ecclesia en su status final en este
mundo solamente porque Dios, en Su infinita sabiduría y misericordia, decretó
libremente que así sea. Dios Estableció Su reino sobrenatural del Nuevo
Testamento como una sociedad visible y organizada. La constituyó con este grupo
de elementos que forman el lazo externo o visible de unidad dentro de ella.
Formó Su Iglesia del Nuevo Testamento de tal forma que la membrecía en ella
depende completamente de la posesión de ese lazo externo de unidad
eclesiástica.
Puesto que los factores que entran en la membrecía
en la Iglesia militante del Nuevo Testamento pertenecen a la composición de la
vera ecclesia solo por razón de la
libre elección de Dios, y no porque entren en la vida actual de la gracia
santificante, Dios quiso, en su bondad y misericordia permitir a los hombres
tener los beneficios de esta membrecía cuando es realmente imposible para ellos
alcanzarla y cuando sinceramente desean entrar y permanecer dentro de Su ecclesia. Si hay una voluntad sincera y
sobrenatural de entrar y permanecer dentro de la vera Iglesia de Jesucristo,
aquel que tiene ese deseo va a comprender que ese bien que busca es algo que
solamente Dios puede dar. La expresión de este deseo a Dios en la forma de una
petición es el acto de oración.
Ahora bien, la oración, el acto de religión que
consiste en la petición a Dios de cosas convenientes, es infaliblemente eficaz,
según la promesa de Nuestro Señor[1]. Es infaliblemente
efectiva para alcanzar los beneficios individuales buscados en ella cuando se
han cumplido ciertas condiciones. La oración debe ser hecha por uno mismo, y
debe buscar la salvación eterna o algo necesario para obtenerla para que
alcance su efecto sin falta. También debe ser piadosa, es decir, iluminada por
la vera fe divina y motivada por el acto teológico de la esperanza y por algún
amor sobrenatural de benevolencia para con Dios. Finalmente, debe ser
perseverante, es decir, debe ser la expresión de un genuino deseo o voluntad de
la persona que ofrece la oración[2].
Cuando el hombre desea o reza para entrar en la vera Iglesia de
Jesucristo, incluso cuando este objeto es aprehendido solamente en modo
implícito, se cumplen necesariamente las primeras dos condiciones. La oración
es ofrecida por la propia persona, y busca un bien que es realmente necesario
para la obtención de la salvación eterna. A fin de que esta oración para entrar
a la Iglesia sea eficaz para la salvación, la oración y la intención detrás de
ella debe ser iluminada por la fe y motivada o animada por la caridad. Y debe
ser también perseverante.
Si una persona que reza de esta manera llegara a
morir antes de ser realmente miembro de la Iglesia, entonces por la fuerza
misma de su oración, morirá como alguien que está “dentro” de la Iglesia por la
voluntad o deseo. Y si la persona que ruega de esta forma muere amando a Dios y
a su prójimo con amor de caridad, esa persona deja este mundo “dentro” de la
vera Iglesia de Cristo sobre la tierra y permanecerá en la Iglesia triunfante
por toda la eternidad.
No debe imaginarse que las oraciones de ese
individuo han sido escuchadas solamente por una ficticia conexión con la vera ecclesia. El individuo que acepta la
revelación sobrenatural de Dios con asentimiento cierto de fe y que ama a Dios
con la afección de caridad en realidad y necesariamente está ordenando su
conducta de acuerdo con la actividad colectiva de la misma Iglesia. Nunca debemos perder de vista la enseñanza sobre
la natura de la vera Iglesia establecida al comienzo de la Humanum genus de León XIII para
que podamos entender esta sección de la doctrina Católica. Según ese documento,
el reino de Dios, que es la vera Iglesia de Jesucristo, “combate sin descanso por la verdad y la
virtud” de forma tal que “los que quieren adherirse a ésta de corazón como
conviene para su salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su
unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad”.
Ahora bien, la afirmación fundamental de esa parte de la doctrina
Católica presentada en este pasaje de León XIII, es que esta obra del
reino sobrenatural de Dios en este mundo es continua y amargamente opuesta por
el reino de Satán. El no-miembro de la Iglesia que tiene fe y caridad y que
sinceramente desea entrar en la Iglesia ha organizado su vida para luchar del
lado de la ecclesia por los objetivos
que ésta busca.
Hay que recordar que
el reino sobrenatural de Dios aquí en la tierra no tiene aliados corporativos
en su guerra contra “el príncipe de este mundo”. No hay y nunca puede haber
otra unidad social que pelee junto con la verdadera Iglesia por la obtención de
esos fines por los que pelea la Iglesia. Si un hombre pelea realmente por la
verdad y la virtud, si trabaja realmente para servir y glorificar al Dios
Trino, entonces está luchando del lado de, y en un sentido muy real, “dentro”
de la vera Iglesia.
Y si el hombre tiene
realmente la caridad divina está en realidad luchando esta batalla por la
Iglesia. La virtud de la caridad es la máxima fuerza motivadora en la vida y
comportamiento del hombre que la posee. Es algo intensa y esencialmente activo. Si el hombre ama realmente a Dios con afecto
de caridad, su actividad se dirige necesariamente hacia el objetivo de agradar
a Dios. Si, por el contrario, el hombre no trabaja por agradar a Dios, para
glorificarlo y servirle, entonces realmente no ama a Dios con amor de caridad.
La situación de aquel que no es miembro de la Iglesia, pero que está
“dentro” de ella por intención, deseo u oración, se puede entender mejor
comparándola con la condición de un Católico en estado de pecado mortal. A
pesar de ser miembro de la sociedad que “combate sin descanso por la verdad y la virtud”, la voluntad de este individuo está alejada de Dios y lucha por
objetivos opuestos a los que busca la Iglesia. Es uno de aquellos que “se niegan a obedecer a la ley divina y eterna
y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o combatiendo contra Dios”. En otras palabras, a pesar de su pertenencia al
reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, en realidad está trabajando y
luchando por las cosas que busca el reino de Satán.
La última orientación de la actividad del hombre viene de la suprema
intención de su voluntad. Para el hombre que está en gracia de Dios, esta
suprema intención es el amor de caridad. Es el deseo de agradar a Dios en todas
las cosas. El que está en estado de pecado mortal tiene algún otro supremo
objetivo. Busca algún otro objetivo en desprecio de Dios. Aunque algunos de sus
actos sean buenos en sí mismos, en última instancia su vida está dirigida a la
obtención de ese fin, que es el del reino de Satán.
Si un miembro de la Iglesia Católica muriera en
estado de pecado mortal, se condenará por siempre en el infierno, la patria del
reino de Satán. En otras palabras, será asignado por siempre a la unidad social
en la cual y por la cual luchaba al momento de la salida de esta vida.
Exactamente de la misma manera, el no-miembro de la Iglesia que muere creyendo
el mensaje de Dios con asentimiento de fe, que ama a Dios con afecto de
caridad y sinceramente busca y reza
entrar en la ecclesia de Dios, vivirá
por siempre en la unidad social dentro de la cual quiso y pidió vivir y por la
cual estaba luchando al momento de su muerte.