lunes, 5 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo X (I de II)

CAPITULO DECIMO

CESACIÓN DEL TIEMPO MESIÁNICO JUDÍO CON EL ABANDONO DEL UNGIDO EVACUADO. FUTURA INAUGURACIÓN DE LA 70° SEMANA CON LA CONVERSIÓN FUTURA DEL PUEBLO JUDÍO...

V. 26: «Y después de las sesenta y dos semanas un Ungido será evacuado y no hay para él...».

Hemos llegado a uno de los puntos en apariencia más difíciles de toda la profecía.
Trátase de las dos palabritas, enigmáticas a primera vista, que siguen al «Ungido evacuado»: et non ei.

Muchas explicaciones han sido propuestas que no dejan satisfecho el espíritu.
Todos convienen en que San Jerónimo estampó en la Vulgata su propia, y para la mayor parte de los comentadores, inadecuada interpretación, al traducir la expresión hebrea con esta perífrasis: «et non erit ejus populus qui eum negaturus est» = «al Ungido extirpado (a Cristo Muerto) no le queda su pueblo, pues éste lo ha de negar».

Knabenbauer, habiendo entendido, como San Jerónimo, de Cristo crucificado el miembro anterior, hace esfuerzos meritorios para suplir la elipsis con alguna idea adecuada en relación con el contexto, y dice: «et non erit ei exterminatio», es decir, que para Cristo exterminado, la muerte no es muerte, sino vida, si bien esa muerte recae sobre los judíos para exterminio de ellos. Opinión que sólo encierra una contradicción verbal, no de fondo, como imagina el P. Lagrange, y que sería aceptable si el Ungido extirpado fuese realmente Jesús crucificado.

A su vez, el P. Lagrange propone que se supla el sentido con esta palabra: culpa: «Et sans qu'il ait eu de faute»: «un Ungido será extirpado y (lo será) sin haber tenido él culpa» (art. cit., 185). Hipótesis que también sería aceptable si el Ungido extirpado hubiese sido Onías o cualquier otro príncipe inocente.

Pero, aun en esas hipótesis desafortunadas de que el Ungido evacuado fuese Jesucristo u Onías, los intérpretes habrían podido, sin romperse la cabeza, pedir a Daniel mismo un suplemento explicativo muy sencillo y natural. Al hablar del fin del perseguidor de los judíos en XI, 45 termina Daniel con estas palabras: ve' ein 'ótzer ló: et non auxiliator ei. Esa misma idea cabe perfectamente aquí si se trata de una indefensa víctima llevada como corderillo al matadero. Y, en el caso de que el Ungido extirpado fuese Jesucristo, la expresión: et non ei, trae de suyo al paladar de la memoria aquel grito de angustia: Deus meus, Deus meus ut quid dereliquisti me…"; esto es: el non ei Deus.

Y efectivamente, esa misma idea, tomada de Daniel y de Jesucristo, que siente en su espíritu la derelicción del Pueblo suyo y herencia propia debe ser aquí sobreentendida, pero al verdadero Ungido evacuado, esto es, a Israel destronado y degradado, extirpado de la raíz santa que le comunicaba la savia divina...

¡Cuántas veces, en la Sagrada Escritura, al hablar de la derelicción en que queda sumido Israel castigado por Dios, añádense expresiones como estas: et non est ei adjutor...  auxiliator... consolator... robur..., expresiones todas que significan que la faz de Dios se ha retirado de sobre su Pueblo, que la misericordia de Dios no se derrama ya sobre Israel, que por justa venganza del Altísimo, Dios no es ya Dios de Israel e Israel no es ya pueblo de Dios: «Voca nomen ejus Lo' ammi, quia vos non populus meus et ego non ero vester» (Os., I, 9). Abandonado de Dios, Israel podrá clamar al cielo, el cielo es sordo: «La casa de Israel y la casa de Judá invalidaron mi pacto... Por tanto: he aquí yo traigo sobre ellos mal del que no podrán salir y clamarán a mí y no los oiré» (Jer., XI, 10 b-11). Gemirá desesperado: «se alejó de nosotros el juicio y no se nos acercó justicia»; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en obscuridad. Palpamos la pared como ciegos... Estamos en oscuros lugares como muertos... Aullamos como osos todos nosotros y gemimos lastimeramente como palomas. Esperamos juicio y no lo hay,  salud y alejóse de nosotros...» (Jer., LIX, 9-11). Con vivísimos acentos pinta también el Salmista esa situación de Israel abandonado: v. g., Ps., LXXXVII: «Mi alma está harta de males y mi vida cercana al sepulcro. Soy contado con los que descienden al hoyo. Soy como hombre sin fuerza, libre entre los muertos; como los matados que yacen en el sepulcro, que no te acuerdas más de ellos y que son cortados de tu mano. Hasme puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en honduras. Sobre mí se ha recostado tu ira y me has afligido con todas tus ondas. Has alejado de mí mis conocidos; hasme puesto por abominación a ellos; encerrado estoy y no puedo salir...».
En resumen, Dios ha escondido su Rostro de Israel arrancado del olivo. Israel no vive ya en presencia de Dios: et non est ei Deus[1].

Pero, implicada en ese abandono de Dios, otra enseñanza importantísima está palpitando en el texto de Daniel. Enseñanza cronológica que los exégetas desconocen, aunque las antiguas opiniones de los Santos Padres hubieran podido orientarlos hacia ella.




[1] La conclusión no se impone; por nuestra parte creemos que este Ungido es Jesucristo. Notar que el autor aplica a la muerte de Nuestro Señor el pasaje anterior "hasta un Ungido-Príncipe", cuando lo lógico hubiera sido ver ahí lo sucedido el domingo de Ramos, cinco días antes. Las razones ya las dimos AQUI y no vamos a volver sobre las mismas; por lo tanto, si ese versículo se le aplica a Cristo Rey, entonces este lo debe ser a su muerte, o por lo menos es lo más natural que así sea, puesto que es difícil que en esta formidable profecía no exista una mención de la muerte redentora del Cristo Rey.