CAPITULO DECIMO
CESACIÓN DEL TIEMPO
MESIÁNICO JUDÍO CON EL ABANDONO DEL UNGIDO EVACUADO. FUTURA INAUGURACIÓN DE LA
70° SEMANA CON LA CONVERSIÓN FUTURA DEL PUEBLO JUDÍO...
V. 26: «Y después de las sesenta y dos semanas un Ungido será evacuado y
no hay para él...».
Hemos llegado a uno de los puntos en
apariencia más difíciles de toda la profecía.
Trátase de las dos palabritas, enigmáticas a
primera vista, que siguen al «Ungido evacuado»: et non ei.
Muchas explicaciones han sido propuestas que
no dejan satisfecho el espíritu.
Todos convienen en que San Jerónimo estampó
en la Vulgata su propia, y para la mayor parte de los comentadores, inadecuada
interpretación, al traducir la expresión hebrea con esta perífrasis: «et non
erit ejus populus qui eum negaturus est» = «al Ungido extirpado (a Cristo
Muerto) no le queda su pueblo, pues éste lo ha de negar».
Knabenbauer, habiendo entendido, como San Jerónimo, de
Cristo crucificado el miembro anterior, hace esfuerzos meritorios para suplir
la elipsis con alguna idea adecuada en relación con el contexto, y dice: «et
non erit ei exterminatio», es decir, que para Cristo exterminado, la
muerte no es muerte, sino vida, si bien esa muerte recae sobre los judíos para
exterminio de ellos. Opinión que sólo encierra una contradicción verbal, no de
fondo, como imagina el P. Lagrange, y que sería aceptable si el Ungido
extirpado fuese realmente Jesús crucificado.
A su vez, el P. Lagrange propone que se
supla el sentido con esta palabra: culpa: «Et sans qu'il ait eu de faute»:
«un Ungido será extirpado y (lo será) sin haber tenido él culpa» (art. cit.,
185). Hipótesis que también sería aceptable si el Ungido extirpado hubiese sido
Onías o cualquier otro príncipe inocente.
Pero, aun en esas hipótesis desafortunadas de
que el Ungido evacuado fuese Jesucristo u Onías, los intérpretes habrían
podido, sin romperse la cabeza, pedir a Daniel mismo un suplemento explicativo
muy sencillo y natural. Al hablar del fin del perseguidor de los judíos en XI, 45
termina Daniel con estas palabras: ve' ein 'ótzer ló: et non
auxiliator ei. Esa misma idea cabe perfectamente aquí si se trata de una
indefensa víctima llevada como corderillo al matadero. Y, en el caso de que el
Ungido extirpado fuese Jesucristo, la expresión: et non ei, trae de suyo
al paladar de la memoria aquel grito de angustia: Deus meus, Deus meus ut quid
dereliquisti me…"; esto es: el non ei Deus.
Y efectivamente, esa misma idea, tomada de
Daniel y de Jesucristo, que siente en su espíritu la derelicción del Pueblo
suyo y herencia propia debe ser aquí sobreentendida, pero al verdadero Ungido
evacuado, esto es, a Israel destronado y degradado, extirpado de la raíz santa
que le comunicaba la savia divina...
¡Cuántas veces, en la Sagrada Escritura, al
hablar de la derelicción en que queda sumido Israel castigado por Dios,
añádense expresiones como estas: et non est ei adjutor... auxiliator... consolator... robur...,
expresiones todas que significan que la faz de Dios se ha retirado de sobre su
Pueblo, que la misericordia de Dios no se derrama ya sobre Israel, que por
justa venganza del Altísimo, Dios no es ya Dios de Israel e Israel no es ya
pueblo de Dios: «Voca nomen ejus Lo' ammi, quia vos non populus meus et
ego non ero vester» (Os., I, 9). Abandonado de Dios, Israel podrá clamar al
cielo, el cielo es sordo: «La casa de Israel y la casa de Judá invalidaron mi pacto...
Por tanto: he aquí yo traigo sobre ellos mal del que no podrán salir y clamarán
a mí y no los oiré» (Jer., XI, 10 b-11). Gemirá desesperado: «se alejó
de nosotros el juicio y no se nos acercó justicia»; esperamos luz, y he
aquí tinieblas; resplandores, y andamos en obscuridad. Palpamos la pared como
ciegos... Estamos en oscuros lugares como muertos... Aullamos como osos todos
nosotros y gemimos lastimeramente como palomas. Esperamos juicio y no lo hay,
salud y alejóse de nosotros...» (Jer.,
LIX, 9-11). Con vivísimos acentos pinta también el Salmista esa situación de
Israel abandonado: v. g., Ps., LXXXVII: «Mi alma está harta de males y mi vida
cercana al sepulcro. Soy contado con los que descienden al hoyo. Soy como
hombre sin fuerza, libre entre los muertos; como los matados que yacen en el
sepulcro, que no te acuerdas más de ellos y que son cortados de tu mano. Hasme
puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en honduras. Sobre mí se ha recostado
tu ira y me has afligido con todas tus ondas. Has alejado de mí mis conocidos;
hasme puesto por abominación a ellos; encerrado estoy y no puedo salir...».
En resumen, Dios ha escondido su Rostro de
Israel arrancado del olivo. Israel no vive ya en presencia de Dios: et non
est ei Deus…[1].
Pero, implicada en ese abandono de Dios, otra
enseñanza importantísima está palpitando en el texto de Daniel. Enseñanza
cronológica que los exégetas desconocen, aunque las antiguas opiniones de los
Santos Padres hubieran podido orientarlos hacia ella.
[1] La conclusión no se impone; por nuestra parte creemos que este Ungido
es Jesucristo. Notar que el autor aplica a la muerte de Nuestro Señor el
pasaje anterior "hasta un Ungido-Príncipe", cuando lo lógico hubiera
sido ver ahí lo sucedido el domingo de Ramos, cinco días antes. Las razones ya
las dimos AQUI y no vamos a volver sobre las mismas; por lo
tanto, si ese versículo se le aplica a Cristo Rey, entonces este lo debe ser a
su muerte, o por lo menos es lo más natural que así sea, puesto que es difícil
que en esta formidable profecía no exista una mención de la muerte redentora
del Cristo Rey.