Nota del Blog: Tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.
Párrafo V
Amenazas contra Babilonia.
Lo que hasta aquí hemos dicho de los cautivos
de Babilonia, podremos decir a proporción de Babilonia misma. Las profecías
que hay contra ella son tan terribles, tan admirables, tan enfáticas, y según
parece, tan ejecutivas, que por eso mismo es claro e innegable, que no se han
cumplido hasta el presente. Así como es claro e innegable que no se han
cumplido hasta el presente las que hay en favor de los cautivos. Yo me
imagino (y me sujeto en esto de buena fe al examen y juicio de los sabios) que
Babilonia, contra quien hablan directa e inmediatamente los Profetas, es una
Babilonia más general que particular. Quiero decir: así como los cautivos,
en cuyo favor se habla tanto y de tantas maneras, no pueden limitarse de modo
alguno a aquellos solos que llevó a Babilonia Nabucodonosor, y que volvieron a
la Judea con licencia de Ciro, como acabamos de probar, así la Babilonia contra
quien se habla, tampoco puede limitarse a aquella sola e individua Babilonia,
que fue en otros tiempos la capital del primer imperio del mundo[1].
Parece que los Profetas de Dios no hicieron otra cosa, que tocar lo uno y lo
otro de paso, como un correo, que llegando a una ciudad intermedia, deja en
ella algunas órdenes del príncipe, que le pertenecen inmediatamente; mas no
para ni se detiene en ella, sino que al punto pasa adelante hasta el fin y término
de su misión. De este modo parece que lo hicieron los Profetas de Dios. No
pudiendo parar como en término último, ni en aquellos cautivos de Babilonia, ni
tampoco en aquella Babilonia, como que no eran el objeto primario y directo de
su misión, aunque tocaron lo uno y lo otro; mas no se detuvieron mucho; pasaron
por ambas cosas como por objetos intermedios, hasta dejar enteramente destruida
a Babilonia (con toda la extensión de esta palabra) y sus hermanos en plena y
perfecta libertad.
El carácter propio del profeta Isaías es
andarse casi siempre por las cosas últimas, como que eran éstas su principal
ministerio, y su particular vocación: “Spiritu magno vidit ultima, et consolatus est lugentes in Sion, dice la misma Escritura (Eccli. XLVIII, 27). Así, se ve este Profeta ocupado casi siempre, desde el principio
hasta el fin, en las cosas últimas, sin olvidarse de ellas, aun cuando parece
que debían distraerlo tantos otros asuntos de que trata. Con estas cosas últimas
consuela frecuentemente a Sión y a sus miserables hijos en las tribulaciones
que él mismo les anuncia. De manera que aunque toca muchos puntos
pertenecientes al estado en que se hallaba en su tiempo el pueblo de Dios, ya
reprendiendo, ya amenazando, ya exhortando, ya instruyendo, etc., y siempre con
una viveza y elegancia admirable; aunque habla no pocas veces de la primera
venida del Mesías, de su vida, de sus virtudes, de su doctrina, de sus tormentos,
de su pasión y de su muerte; aunque habla del estado infelicísimo en que
quedará Israel después de la muerte del Mesías, y en consecuencia de haberlo
reprobado; aunque habla clara y expresamente de la vocación de las gentes en
lugar de Israel, etc.; mas en todos estos y en otros muchos puntos que toca es
fácil observar que casi siempre se pasa insensiblemente, y da un vuelo suave
hacia donde lo llamaba su propia vocación, o el espíritu que lo gobernaba, que
era lo último.
Esto que decimos en general de toda la
profecía de Isaías, se hace más notable, y casi se toca con las manos,
cuando habla de Babilonia. Al capítulo XIII, por ejemplo, le pone por
título: Onus Babylonis, quod vidit Isaias, y todo el capítulo (exceptuados dos o tres versículos cuando más) es
absolutamente inacomodable a la antigua Babilonia. Todo él se endereza visiblemente a lo último, como puede verlo quien
tuviere ojos. Lo mismo sucede en el capítulo XIV en que sigue la misma
materia. En todo él dice de Babilonia y de su rey cosas tan grandes, tan extraordinarias
y tan nuevas, que es imposible acomodarlos a aquella Babilonia, y a su rey Baltasar.
Los expositores más literales, después de haberse fatigado no poco en dicha
acomodación, lo confiesan así aunque de paso y en confuso; y los más son de
parecer, que aquí se habla del Anticristo, debajo del rey de Babilonia (por eso
tal vez lo hacen nacer de Babilonia, y empezar a reinar en ella, como dijimos
en el fenómeno III, artículo II). La verdad es que no se habla aquí de cosas
pasadas, sino de cosas mucho mayores y todavía futuras. Aunque no hubiera
otra contraseña que las últimas palabras con que se concluye la profecía, esto
solo bastaba para comprender todo el misterio (XIV, 26): “Hoc
consilium, dice el Señor, quod cogitavi super
omnem terram; et hæc est manus extenta super universas
gentes”. Del capítulo XLVII del mismo Isaías,
en que vuelve a hablar de Babilonia, decimos lo mismo y mucho más.
Jeremías
en sus dos capítulos L y LI hace lo mismo que Isaías, con
más difusión y prolijidad. Esto es, pasa por encima de aquella Babilonia de
Caldea, descarga sobre ella una tempestad de rayos, le hace saber las órdenes
de Dios, que le pertenecen a ella inmediatamente, después de lo cual
desembarazado en breve de un interés respectivamente tan pequeño, pasa luego
mucho más adelante hasta llegar en espíritu a otra Babilonia, dicha así per similitudinem non per
proprietatem, de donde finalmente saca libres a todos los cautivos, así de
Judá, como también de Israel; y no sólo libres, sino justos, santos,
reconciliados enteramente con su Dios, y restituidos con grandes ventajas al
honor y dignidad de pueblo suyo; los planta de nuevo en la tierra prometida a
sus padres, y les promete de parte de Dios que ya no volverán otra vez a ser dominados
por alguna potestad de la tierra.
Para que esto se haga más sensible, hagamos
dos o tres observaciones, como por muestra de las que se pudieran hacer.
Primera
observación
En el capítulo L, versículo 3 dice
así: “Quoniam ascendit contra eam (contra Babilonia) gens ab aquilone, quæ
ponet terram ejus in solitudinem, et non erit qui habitet in ea ab homine usque
ad pecus: et moti sunt, et abierunt”,
etc. Si el Profeta habla aquí de la antigua Babilonia Caldea, parece claro
que nada de esto se verificó cuando fue contra ella la gente del Aquilón con
Darío y Ciro[2].
Esta gente, lejos de destruir a Babilonia, lejos de ponerla a ella y a toda la
Caldea en desierto y soledad, no hizo en ella otra mudanza de consideración,
que poner en el trono del imperio, en lugar del hijo o nieto de Nabucodonosor,
primero a Darío Medo, y después a Ciro Persa[3].
Babilonia, después de esta época, quedó de corte principal del mismo
imperio muchos años, y se mantuvo en pie muchos más sin novedad alguna. Alejandro
Magno, que destruyó este primer imperio doscientos años después de Darío Medo,
tampoco destruyó a Babilonia, ni puso su tierra en soledad; antes en ella
vivió, y en ella acabó sus días. En tiempo de Antioco, que empezó a reinar “anno centesimo
trigesimo septimo regni Græcorum” (I Mac. I, 11), Babilonia era todavía ciudad considerable, donde habitaban cuando
les parecía los reyes sucesores de Alejandro; pues expresamente dice la Escritura
(I Mac. VI, 4) que no habiendo podido el rey Antioco despojar de sus riquezas
el templo y la ciudad de Climaide en Persia: “abiit cum
tristitia magna, et reversus est in Babyloniam”.
Segunda
observación
El mismo Jeremías, en el mismo lugar
citado, prosigue inmediatamente diciendo: “In
diebus illis, et in tempore illo, ait Dominus, venient filii Israël ipsi et
filii Juda simul: ambulantes et flentes properabunt, et Dominum Deum suum
quærent: in Sion interrogabunt viam, huc facies eorum: venient, et apponentur
ad Dominum fœdere sempiterno, quod nulla oblivione delebitur, etc”. Si se habla aquí de la antigua Babilonia, y de los tiempos
en que fue tomada por los Medos y Persas, es certísimo, cuanto puede caber en
la certeza, que in diebus illis, et in tempore illo nada de esto se
verificó. Después que los Medos y Persas se hicieron dueños de Babilonia,
volvieron algunos hijos de Judá; mas no volvieron los que en toda la Escritura
se llaman hijos de Israel, a contradistinción de los de Judá; no volvieron ipsi
et filii Juda simul. De los que volvieron
con licencia de Ciro, tampoco se verificó entonces, ni se ha verificado hasta
la presente lo que se sigue: “venient, et apponentur
ad Dominum fœdere sempiterno”.
Tercera
observación
“In diebus illis, et in tempore illo, ait Dominus,
quæretur iniquitas Israël, et non erit, et peccatum Juda, et non invenietur” (v.
20). En aquellos días,
y tiempos de Darío y Ciro, ni en todos los que han pasado hasta el presente,
¿cómo podremos verificar estas palabras? Volved los ojos a todos los tiempos
pasados hasta tocar con Ciro y Darío, buscad en todos estos tiempos la
iniquidad en Israel, y la hallaréis; buscad el pecado de Judá, y también lo
hallaréis; ni será necesaria mucha diligencia, ni mucho estudio para hallar lo
que ha estado y está patente a los ojos de todos: “Dura cervice, et incircumcisis cordibus et auribus, vos semper Spiritui
Sancto resistitis: sicut patres vestri, ita et vos” (Hech. VII, 51); se les dijo con gran
verdad quinientos años después de Ciro. Con la misma verdad les dijo el Mesías
mismo (Mt. XV, 7-8): “Hypocritæ, bene prophetavit
de vobis Isaias, dicens: Populus hic labiis me honorat: cor autem eorum longe
est a me”. Y en otra parte (XXIII, 28): “Sic et vos a foris quidem paretis
hominibus justi: intus autem pleni estis hypocrisi et iniquitate”.
Podrá decirse lo que sobre este texto de
Jeremías dicen comúnmente los intérpretes, es a saber, que el Profeta con estas
palabras, iniquitas Israel et peccatum Iuda, etc. sólo habla de
la idolatría; la cual, dicen, cesó enteramente después de la vuelta de
Babilonia. ¿Quién creyera que en una cosa tan clara no había de faltar algún
efugio? Mas este efugio, si se mira de cerca, se
halla muy semejante a una perspectiva. La apariencia se desvanece al punto, si
se da algún lugar a la reflexión.
Primeramente,
¿con qué fundamento se asegura en tono decisivo que la iniquidad y pecado de
que habla este Profeta es solamente la idolatría? Cierto que con ninguno. Estas
palabras, iniquitas et peccatum, no solamente en la Escritura Divina,
sino en todas las naciones y en todas las lenguas, son y han sido siempre unas
palabras universales que comprenden todo mal moral, ya respecto de Dios, ya
respecto del prójimo; ¿por qué, pues, se contraen aquí a sola la idolatría?
La idolatría es cierto que es iniquidad y pecado gravísimo, ¿mas todo pecado y
toda iniquidad deberá reputarse por idolatría?
Lo segundo, expresamente habla el
Profeta de Israel y de Judá, como que vuelven juntos a la tierra
de sus padres, sin llevar consigo el pecado y la iniquidad que antes los
oprimía; y es cierto y claro, que aunque volvió Judá en aquel tiempo sin
idolatría, mas Israel no volvió sin idolatría, ni con ella, porque no volvió.
Lo tercero, aun hablando solamente
de los que volvieron, éstos no estuvieron tan libres de idolatría, que no fuesen
idólatras casi todos en tiempo de Antioco. Judas Macabeo que los persiguió con
tanto celo y fervor, no tuvo gran necesidad de encender lámparas y antorchas
para encontrarlos; por todas partes se le presentaban. ¿Y qué diremos del resto
de los hijos de Judá que no volvieron, sino que quedaron en Babilonia y en toda
la Caldea? ¿Qué diremos de los hijos de Israel, o de las diez tribus que
tampoco volvieron, sino que quedaron dispersos en la Media y en otras provincias
del imperio? ¿Será necesario encender muchas lámparas y linternas, para
hallar su iniquidad y su pecado?
Síguese de aquí (y de otras mil observaciones
que podrían hacerse sobre estas profecías) síguese (digo) que o las
profecías se han falsificado, o no tienen por objeto primario y directo la
antigua Babilona de Caldea, sino que en ellas se encierra otro misterio mayor y
más general que pide toda nuestra atención. La antigua Babilonia no parece
que entra en dichas profecías, sino como una señal, o semejanza, o parábola de
todo lo que ha sucedido, y se ha continuado desde Nabuco hasta ahora, y
está todavía por concluirse. En efecto, así se lee expreso en Isaías, capítulo
XIV, 3-5 en que hablando con todo Israel en general, y anunciándole la
vuelta de su destierro y el fin de sus trabajos, le dice estas palabras: “Et erit in die illa: cum requiem dederit tibi Deus a labore tuo, et a
concussione tua, et a servitute dura qua ante servisti, sumes parabolam istam
contra regem Babylonis, et dices: Quomodo cessavit exactor; quievit tributum?
Contrivit Dominus baculum impiorum, virgam dominantium”.
Si este texto seriamente considerado se
pudiera aplicar, o acomodar de algún modo razonable a la antigua Babilonia y a
su rey Baltasar, y a aquellos pocos cautivos, que sin dejar de serlo,
volvieron con Zorobabel, etc., parece que no hubiera gran dificultad en
creer que la palabra parábola no tiene aquí otro misterio ni otro
significado, que el de cántico elegante y festivo, como pretenden
insinuarnos; mas el trabajo es que, no siendo posible lo primero, quedamos en
nuestra antigua posesión sobre lo segundo. La palabra, parábola, debe
significar aquí lo mismo que en tantas otras partes de la Escritura, esto es, locutio
per similitudinem, non per proprietatem. Así, este cántico que pone
Isaías para cierto tiempo en boca de Israel, sin dejar de ser festivo y
elegante, es al mismo tiempo una verdadera parábola; y todo lo que se dice en
él, se dice per similitudinem, non per proprietatem. Por consiguiente,
el rey de Babilonia y Babilonia misma, se deben mirar como una verdadera
similitud, no como propiedad. ¿Con qué propiedad, y con qué verdad pudo Israel
decir este cántico en tiempo de Ciro? Ni aun siquiera sus primeras palabras,
que son éstas: Quomodo cessavit exactor;
quievit tributum? Si alguno las hubiera dicho, o al salir de Babilonia, o después de
estar en Judea, cierto que no hubiera sido creído sobre su palabra; todos lo
hubieran desmentido al punto, diciendo con verdad lo que decían en tiempo de
Nehemías (II Esd. IX, 36): “Ecce nos ipsi hodie servi sumus: et terra quam dedisti patribus nostris ut
comederent panem ejus, et quæ bona sunt ejus, et nos ipsi servi sumus in ea. Et
fruges ejus multiplicantur regibus quos posuisti super nos propter peccata
nostra: et corporibus nostris dominantur, et jumentis nostris secundum
voluntatem suam: et in tribulatione magna sumus” . Comparad este texto con aquel otro: “Quomodo
cessavit exactor; quievit tributum?” y
ved si los podéis concordar en un mismo tiempo y personas.
Continuabitur
[1] Todo parece indicar que esta es una de las
siete cabezas de la Bestia...
[2] Lo mismo debe decirse de Is. XIII, 17 ss que anuncia más claramente
aún la destrucción de Babilonia, dando el nombre de uno de los pueblos que
toman parte en la misma: los Medos (actual Irán), y puesto que sabemos
por el Apocalipsis (XVII, 16 s) que los diez cuernos de la Bestia
van a destruir a Babilonia, entonces se sigue lógicamente que uno de los
diez cuernos de la Bestia va a ser el actual Irán.
Creemos que a los diez
cuernos de la Bestia hay que buscarlos en Medio Oriente y no en otro lugar.
[3] En lo que creemos es una de las varias alusiones que Straubinger hace
de Lacunza, el docto sacerdote Alemán comenta Dan. II, 37 ss: “Otros
autores consideran que el primer reino continuó con Darío el Medo y Ciro el
Persa, pues su reino no fue menor que el de Nabucodonosor, ni ellos destruyeron
a Babilonia como antes se creía, sino que continuaron aquel reino, y el mismo
Daniel, ministro de Nabucodonosor, lo fue también de Darío y continuaba en
tiempo de Ciro”.