7. Regocijémonos y exultemos y le daremos la gloria, porque ha llegado la boda del Cordero y su mujer se ha preparado.
Concordancias:
Χαίρωμεν (regocijémonos): cfr. Mt. II, 10; V, 12; XVIII, 13 (Pusillus); Lc. VI, 23 (Bienaventuranza); X, 20; XIII, 17; XV, 5.32 (¿Pusillus?); XIX, 6.37 (Domingo de Ramos); Jn. III 29 (amigo del Esposo); IV, 36 (Sembrador (¿Elías?) - Segador); VIII, 56; XI, 15; XIV, 28; XVI, 22 (Parusía); XX, 20; I Ped. IV, 13; Apoc. XI, 10.
ἀγαλλιῶμεν (exultemos): Apax en el Apoc. cfr. Mt. V, 12; Lc. I, 47; X, 21; Jn. VIII, 56; Hech. II, 26; XVI, 34; I Ped. I, 6.8; I Ped. IV, 13.
Χαίρωμεν καὶ ἀγαλλιῶμεν (regocijémonos y exultemos): cfr. Mt. V, 12 (octava Bienaventuranza); Lc. X, 20-21 (Nombres escritos en los cielos – Infancia espiritual); Jn. VIII, 56 (Abraham sobre el día de Jesús); I Ped. IV, 13 (Persecución - Parusía). Ver Sal. XIII, 7; XV, 9; XX, 1; XXX, 8; XXXI, 11; LII, 7; XCV, 11; XCVI, 1.8; CXVII, 24; CXLIX, 2; Prob. XXIII, 24-25; Cant. I, 3; Is. IX, 3; XXV, 9; LXVI, 10; Jl. II, 21.23; Hab. I, 15; Zac. X, 7.
Τὴν δόξαν (la gloria): cfr. Mt. XVI, 27; XIX, 28; XXIV, 30; XXV, 31; Mc. VIII, 38; X, 37; XIII, 26; Lc. IX, 26.31-32; XII, 27; XXI, 27; XXIV, 26; I, 14; XI, 40; XII, 41; XVII, 5.22.24; Hech. VII, 2.55; Col. III, 4; I Tes. II, 12; II Tes. I, 9; II, 14; Tit. II, 13; I Ped. I, 11; IV, 13; V, 1; Apoc. I, 6; IV, 9.11; V, 12-13; VII, 12; XI, 13; XIV, 7; XV, 8; XVIII, 1; XIX, 1; XXI, 11.23-24.26. Ver Apoc. XVI, 9. Ver Apoc. XV, 4; XVIII, 7.
ἦλθεν (vino): cfr. Apoc. I, 7; III, 11; V, 7; VI, 1.3.5.717; VIII, 3; IX, 12; XI, 14.18; XIV, 7.15; XVI, 15; XVII, 1.10; XVIII, 10; XXI, 9; XXII, 7.12.20.
Γάμος (bodas): cfr. Mt. XXII, 2-4.812; XXV, 10; Lc. XII, 36; XIV, 8; Jn. II, 1-2; Heb. XIII, 4; Apoc. XIX, 9. Ver Apoc. III, 20; XXI, 2.9; XXII, 17.
ἀρνίου (Cordero): cfr. Jn. XXI, 15; Apoc. V, 6.8.12-13; VI, 1.16; VII, 9-10.14.17; XII, 11; XIII, 8.11; XIV, 1.4.10; XV, 3; XVII, 14; XIX, 9; XXI, 9.14.22-23.27; XXII, 1.3.
Γυνὴ (Mujer): cfr. Is. LIV, 6; Jer. III, 6-10; Ez. XVI, 8; Os. II, 19-20; Apoc. II, 20; IX, 8; XII, 1.4.6-7.14-16; XIV, 4; XVII, 3.4.6-7.9.18; XXI, 9.
Ἡτοίμασεν (preparado): término usado muy a menudo para significar la misma realidad expresada aquí: la preparación de la Iglesia para con su Esposo. Cfr. Mt. III, 3; XX, 23; XXII, 4; XXV, 34.41; XXVI, 17.19; Mc. I, 3; X, 40; XIV, 12.15.16; Lc. I, 17.76; II, 31; III, 4; XII, 47; XXII, 8.9.12.13 Jn. XIV, 2 s.; Heb. XI, 16; Apoc. XXI, 2. Ver Apoc. VIII, 6; IX, 7.15; XII, 6; XVI, 12.
Notas Lingüísticas:
Bonsirven: “Γυνὴ, hay que entenderlo en sentido de prometida, joven casada, pronta a unirse al esposo: Mt. I, 20”.
Comentario:
Straubinger: “Cfr. Mt. XXII, 2 ss; XXV, 1 ss; Lc. XIV, 16 ss. La desposada (Cfr. Cant. IV, 7 y nota) se prepara para celebrar las nupcias con su divino Esposo (Cfr. Ef. V, 25-27). Pirot opina que aquí San Juan deja solamente entrever las bodas del Cordero y de la Iglesia que se celebrarán según él en el cap. XXI y recuerda que “la metáfora del matrimonio traducida en el A.T. la idea de Alianza entre Jehová e Israel (Os. II, 6; Is. L, 1-3; LIV, 6; Ez. XVI, 7 ss; Cant.)”. Jünemann ve aquí “los desposorios perfectos, triunfales y eternos de Cristo con la humanidad restaurada por Él” (cfr. XII, 1 y nota). Los primeros cristianos anhelaban ya la unión final con el Esposo, en la oración que desde el siglo primero nos ha conservado la “Didajé” o “Doctrina de los Apóstoles”: “Así como este pan fraccionado estuvo disperso entre las colinas y fue recogido para formar un todo, de la misma manera, de todos los confines de la tierra, sea tu Iglesia reunida para el Reino tuyo… líbrala de todo mal, consúmala por tu caridad, y de los cuatro vientos reúnela, santificada, en tu reino que para ella preparaste, porque tuyo es el poder y la gloria en los siglos. ¡Venga la gracia! ¡Perezca este mundo! ¡Hosanna al Hijo de David! Acérquese el que sea santo; arrepiéntase el que no lo sea. Maranatha (Ven, Señor). Amén”.
Allo: “χαίρωμεν καὶ ἀγαλλιῶμεν (regocijémonos y exultemos): misma alianza de palabras que en Mt. V, 12”.
Así como aquí hablan los mártires del Anticristo, Nuestro Señor hace referencia a los mártires de la última semana escatológica o incluso, tal vez, exclusivamente a los mismos mártires del Anticristo. La coincidencia no puede ser casual.
Bartina: “Ahora serán posibles las bodas del Cordero, Cristo Jesús, con su Iglesia. Se habla en la mentalidad semítica. No se trata del matrimonio en sí, aunque en sentido simbólico, sino de la solemnidad externa. Cristo ya estaba desposado místicamente con su Iglesia, que rescató con su sangre, y vivirá con ella indisolublemente para siempre y la amará eternamente. Ha llegado el tiempo en que el Mesías celebre el esplendor de las nupcias en el mundo. Con frecuencia se llama a Dios en el AT esposo de Israel (Os. II, 16.19.21; Is. LIV, 6; Jer. II, 2; III, 1-4; L, 1; LX, 10; Ez. XVI, 7-8; Sal. XLIV; Cant.). Según el N.T., Cristo es esposo de la Iglesia, el eterno Israel de Dios (II Cor. XI, 2; Ef. V, 25.32; Mc. II, 19-20; Jn. III, 29). Esa unión profunda e indisoluble de Cristo con su Iglesia nace de haberla comprado con su sangre (Apoc. V, 6.9; VII, 14; XIV, 3-4) y de su libre voluntad graciosa”.
Sales: “Las nupcias del Cordero, es decir, ha llegado el tiempo en el cual el Cordero debe celebrar la solemnidad de sus nupcias con la Iglesia. De hecho, la Iglesia es la esposa de Jesucristo (II Cor. XI, 2; Ef. V, 25), el cual hacia el fin de su primera venida se ha desposado con ella (Mt. IX, 15; XXV, 1 ss; Lc. XII, 36; Jn. III, 29). La solemnidad de las nupcias, sin embargo, no se celebrarán más que después de la segunda venida de Jesucristo, cuando entonces el divino esposo ha de llamar a toda la Iglesia a participar en su gloria y en su trono. Entonces, lleno el número de los elegidos, la Iglesia toda gloriosa y sin mancha gozará por siempre de la presencia de su esposo (cfr. XXI, 2 ss; XXII, 17)”.
Wikenhauser: “Se invitan luego recíprocamente a expresar su alegría y gratitud a Dios porque ha llegado el tiempo en que el Mesías celebrará las bodas con su Iglesia. En la invitación a tomar parte en las bodas se hace efectiva la promesa dada en Apoc. XI, 18 a los siervos de Dios.
El A.T. presenta a Dios bajo la imagen de esposo del pueblo de Israel
(Os. II, 16; Is. LIV, 6; Ez. XVI, 7 s.), imagen que el N.T. aplica luego a
Cristo en relación con la Iglesia (II Cor. XI, 2; Ef. V, 25); también en Rom.
VII, 4, para ilustrar la unión, íntima e indisoluble como ninguna, entre Cristo
y la comunidad cristiana, que él adquirió al precio de su sangre (Apoc. I, 5;
V, 6.9; VII, 14; XIV, 3 s). El propio Cristo solía comparar la era de la
salvación con unas bodas y con un banquete nupcial en que él representa al
esposo y los elegidos a la esposa (Mt. XXII, 1 ss; XXV, 1 ss; Mc. II, 19; Jn.
III, 29). La esposa del Cordero, puesto ya el traje nupcial, está pronta para
las bodas. Conforme a la manera de hablar en Palestina, se da aquí el nombre de
“esposa” a la que aún es simple prometida (Apoc. XXI, 9; Mt. I, 20.24), porque,
según la legislación del judaísmo tardío, la mujer que contraía esponsales
adquiría por ese mismo hecho los derechos y obligaciones de la mujer casada, aunque
tuviera que permanecer bajo el cuidado paterno hasta el momento de trasladarse
a casa de su esposo”.
Iglesias: “La boda del Cordero: el desposorio de Cristo con la Iglesia recoge y profundiza el simbolismo del Dios del A.T. “esposo” de su pueblo (cfr. Os. II, 4-23; Ez. XVI; Ef. V, 25-32)”.
Swete: “En las visiones del Apocalipsis aparecen solamente tres figuras femeninas: la mujer vestida de sol del cap. XII, la mujer vestida de púrpura y escarlata del cap. XVII, y la mujer vestida de lino fino del cap. XIX, es decir, la Madre, la Prostituta y la Novia”.
Ribera: “Porque ha llegado la boda del Cordero: mientras la futura mujer permanece en su casa, es llamada esposa; cuando se festejan las nupcias y es llevada a casa del esposo, recién entonces se le llama mujer. Así la Iglesia, mientras espera en su casa la venida de su esposo, es decir, mientras permanece en la tierra hasta el día del juicio, es llamada esposa, tal como dice el amigo del esposo: “El que tiene la esposa, es el esposo” (Jn. III, 29), pero cuando en el día del juicio sea llevada a casa del esposo, es decir, cuando asciendo al cielo con Cristo, será llamada mujer. Estas son las nupcias de las que se habla en Mt. XXII: “El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo”, es decir, que queriendo celebrar las nupcias de su hijo, mandó a buscar a los invitados”.
Strack-Billerbeck: “Midr. Cant. IV, 10 (115a): R. Berekhiah (c. 340) y R. Chelbo (c. 300) han dicho en nombre de R. Schemuel b. Nachman (c. 260): en diez lugares (de la Escritura) los israelitas son llamados "Novia": seis veces aquí (en el Cant., a saber, IV, 8.9.10.11.12; V, 1) y cuatro veces en los Profetas (Jer. VII, 34; Is. XLIX, 18; LXI, 10; LXII, 5). Y, en consecuencia, Dios se reviste de diez vestiduras (ver en Apoc. XIX, 13)”.
Fekkes: “Las imágenes nupciales son el núcleo de la evocación que hace Juan de la Nueva Jerusalén. Como es típico en las bodas, la novia ocupa el centro de atención. El drama visionario de la novia se desarrolla en tres etapas progresivas. Apoc. XIX, 7-9 muestra la etapa de planificación y preparativos finales: se hace un anuncio formal de la boda, se organiza la cena de bodas y se finaliza la lista de invitados. El comienzo de la ceremonia es inminente, pues la novia "se ha preparado" y espera su entrada. Su momento de gloria llega en XXI, 2, donde desciende como la Nueva Jerusalén "preparada como una novia engalanada para su marido". A este debut le sigue inmediatamente, en XXI, 3, una promesa de alianza recíproca que, en última instancia, sigue el modelo de los contratos matrimoniales del Oriente Próximo: "Y ellos serán su pueblo[s], y Dios mismo estará con ellos [y será su Dios]". La tercera y última etapa del tema de la novia llega en XXI, 18-21, donde se presenta finalmente la descripción de su adorno, anticipada en XXI, 2.9. Las tres unidades, XIX, 7-9, XXI, 2 y XXI, 18-21 están unidas entre sí por palabras de enlace: preparado (XIX, 7) – preparada - adornada (XXI, 2) - adornado (XXI, 19)”.