§ 2. Breve resumen de la refutación del modernismo en los tratados teológicos del cardenal Billot
El
Papa Pío X, en su encíclica Pascendi, señaló
estos dos grandes principios del modernismo: la inmanencia vital y la
evolución entendida en el sentido de verdadera variación.
Si
"el agnosticismo, en la enseñanza de los modernistas, ha de tenerse sólo
como parte negativa; la positiva, según dicen, la constituye la inmanencia
vital. El paso de una a otra se realiza así: la religión, sea natural, sea
sobrenatural, como otro cualquiera hecho, tiene que tener una explicación. Pero
borrada la teología natural, cerrado el paso a la revelación por haber
rechazado los argumentos de credibilidad, más aún, suprimida de todo punto
cualquier revelación externa, en vano se busca fuera del hombre la explicación.
Hay que buscarla, pues, dentro del hombre mismo, y como la religión es cierta
forma de vida, se ha de encontrar necesariamente en la vida del hombre. De ahí
la afirmación del principio de la inmanencia religiosa".
Con
respecto a
"La
fe y sus varios brotes, los modernistas establecen en primer lugar el
principio general de que en una religión viva no hay nada que no sea variable,
nada que no deba cambiar. A partir de ahí, pasan a lo que puede considerarse el
punto principal de su sistema, es decir, la evolución. Consiguientemente, el
dogma, la Iglesia, el culto, los libros que veneramos como santos, y hasta la
fe misma, si no queremos que todo eso se cuente entre lo muerto, tiene que
someterse a las leyes de la evolución" (la cita entera es de la Encíclica Pascendi).
Estos
son los principios fundamentales del Modernismo.
El
P. Billot muestra cómo se oponen a la verdadera razón y a la fe católica.
Contra
el principio de la inmanencia vital, establece (Tratado De Virtutibus Infusis, tesis 17, pág. 300 y
ss.) toda una tesis para demostrar que
"El juicio de
credibilidad previo al acto de fe -son sus propias palabras- no debe tener como
fundamento un vago sentimentalismo, ni las aspiraciones o la indigencia de un
alma religiosa, como piensan los partidarios del método de la inmanencia, todos
más o menos imbuidos de espíritu protestante; sino que debe estar
necesariamente fundada en las razones que dan a conocer el hecho mismo de la
Revelación".
El autor se detiene más en el principio de la evolución (que, por otra parte, no es más que una consecuencia del primer principio), pensando sin duda que esto le ayudará a descubrir el virus de la inmanencia mostrando sus desafortunados efectos.
Todo
un tratado está dedicado a la exposición y refutación de este error: "De
Sacra Traditione contra novam heresim Evolutionismi".
Las
primeras quince páginas del libro están dedicadas a ello, haciendo referencia a
las obras de Loisy: Autour d'un Petit
Livre y L'Évangile et l'Église (Prœmium).
Luego ataca lo que es común a todos los evolucionistas, la independencia de
espíritu en la crítica de los monumentos de la Tradición, la independencia de
las reglas de fe y de los criterios teológicos; reclaman la libertad de
interpretar, con las únicas leyes de la llamada crítica "histórica" o
"científica", el conjunto de la revelación católica; de decidir su
sentido, de imponer al mundo, en materia de fe y teología, sólo sus luces.
A
continuación, analiza las tres formas principales de esta evolución
modernista.
Primera
forma:
la verdad relativa de los dogmas tradicionales. Refuta ampliamente y por
su nombre la teoría de Loisy, l'Évangile
et l'Église, según la cual "las concepciones que la Iglesia presenta
como dogmas revelados no son verdades caídas del cielo y conservadas por la
Tradición religiosa en la forma precisa en que aparecieron por primera vez. El
historiador ve en ellos la interpretación de hechos religiosos adquiridos por
un laborioso esfuerzo de pensamiento teológico".
Segunda
forma:
el dogmatismo moral, según el cual la voluntad ocupa el lugar de la razón en
materia de fe; por lo que esta voluntad es buena. Cita como representantes
principales de este error a Laberthonnière, al que nombra varias veces, y a
Mons. Mignot, del que da un pasaje de un artículo publicado en el Correspondent del 10 de
enero de 1904.
Tercera
forma:
la fe viva, que no es otra cosa, según la propia expresión del autor,
que la reunión de todos los errores del racionalismo y que esconde, bajo el
falso nombre de Revelación, la negación radical de todos los dogmas de la fe
cristiana, sin exceptuar uno solo. Y las citas de Loisy se vuelven abundantes.
El P. Billot, preludiando a la manera de la encíclica Pascendi, continúa las diversas
aplicaciones de este principio de la evolución a los Libros Sagrados, a los
Sacramentos, a la persona misma de Nuestro Señor, a la Iglesia, etc., porque, para los modernistas, "todo depende
de las leyes de la evolución, so pena de muerte" (Encíclica Pascendi).
El
opúsculo "De Inspiratione Sacræ Scripturæ theologica disquisitio" no
es más que una defensa de los Libros Sagrados contra los errores de la época,
que se manifiestan especialmente en l'Évangile
et l'Église de Loisy.
En
cuanto a la noción de inspiración, establece, en contra de los errores de
Loisy, que, si bien la persona del escritor no es importante para la noción de
un libro inspirado como tal, no se deduce que las cuestiones relativas a la
persona de los escritores bíblicos sean sólo asunto de la crítica, como si
estas cuestiones formaran parte de su propio terreno.
Sobre
el tema de "las cosas de la fe y la moral en la Sagrada Escritura",
rechaza (pp. 86 y 87) la interpretación "loisista",
según la cual "las cosas de fe y moral que tienen que ver con la
construcción de la doctrina cristiana" deben entenderse exclusivamente en
términos de la substancia de los dogmas (Loisy, Cuestiones bíblicas. Los primeros once capítulos del Génesis).
Defiende
(pp. 98-116) la inerrancia de la Escritura frente a las
pretensiones de Loisy (Études bibliques, pág.
60) según el cual
"La verdad de las
Escrituras es una verdad que puede decirse que es, en ciertos aspectos, económica… Implica muchas
imperfecciones que pueden llamarse errores, pero que, no siendo objeto de la
enseñanza revelada contenida en la Biblia, gozan, desde el punto de vista
teológico, de una especie de verdad proporcional como condición inevitable de
la Revelación en los tiempos bíblicos".
Las
formas literarias de la Biblia son para el ilustre teólogo (pp. 117 y
ss.), una ocasión para atacar enérgicamente las formas admitidas por Loisy, y
según el cual habría en la Biblia, junto a la historia, mitos y leyendas.
"Si
los primeros capítulos del Génesis no
son estrictamente históricos, es porque no fueron inspirados para contener
una historia exacta", dice A. Loisy (Études
Bibliques, pág. 28, citado en la pág. 121).
Según
el mismo escritor, también hay puras
apariencias de historia y citas implícitas en las narraciones bíblicas:
"Los escritores
bíblicos (Loisy, ibíd., p. 121)
citan sin decirlo los documentos que explotan, y no se pronuncian sobre el
sentido y significado histórico del contenido… Esta última obra (los Paralipómenos) no es más que un
tejido de citas implícitas. No se puede esperar encontrar otro método en el
Pentateuco".
El
P. Billot refuta en profundidad estas afirmaciones (pág. 129).
"Los Sacramentos,
escribe el Papa Pío X en su Encíclica, son, para los modernistas, puros signos
o símbolos".
Al
estudiar el efecto de los Sacramentos, el P. Billot (De Sacramentis, I, pág. 131)
se preocupa por descartar, junto con el error protestante, el de los
"protestantes modernos", según los cuales los Sacramentos son meros
instrumentos mágicos. Y cita (pág. 120) la obra de Loisy, Évangile et l'Église, para refutarla:
"Los símbolos
sacramentales no desvirtúan en absoluto la majestad divina, si se comprende
bien que su eficacia no tiene nada de mágica, y si, en lugar de interponerse
entre Dios y el hombre, sólo le recuerdan la presencia perpetuamente benéfica
de su Creador".
Pío
X señaló:
"Si nos atenemos
a los modernistas, no debemos imaginar que los Sacramentos fueron instituidos
inmediatamente por Jesucristo" (Encíclica Pascendi).
Y
por eso el P. Billot (De Sacramentis, pág.
204) ya había rechazado la tesis de Loisy de que
la tradición occidental sólo empezó a fijarse en el número de Sacramentos a
partir del siglo XI (Loisy, l'Évangile
et l'Église).
Los
escritores de la escuela histórico-teológica han tratado de atenuar el dogma
católico de la confesión y de la Eucaristía, y el P. Billot les muestra lo
equivocados que están, persiguiéndolos en sus afirmaciones finales (pp. 204, 206, 385).