viernes, 15 de mayo de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (XII de XIV)

9. LA GESTA DEL TSÉMAH EN LAS PROFECÍAS

Uno de los personajes de la futura restauración mejor definidos en las profecías, es el tsémah, germen, vástago, retoño o renuevo de la dinastía davídica, presagiado en el Zorobabel histórico y en quien se hará a su tiempo la restauración de esa misma dinastía, y con ella de todo el pueblo de Dios y del sagrado templo, en unas circunstancias sociales, políticas y religiosas, de gravedad extraordinaria, que él con la ayuda del Señor sabrá superar garbosamente. Muerto en lucha desigual por la justicia, le suplanta, según todos los indicios, el último anticristo.

Los términos tsémah, y tsamáh se usan unas cuarenta veces en la Biblia, mitad en los libros proféticos y mitad en los históricos y didácticos. Fuera de los profetas esos vocablos guardan la significación común de "germen" o "germinar", pero en los libros proféticos, salvo dos o tres excepciones (Os., Ez.), siempre se refieren a la obra escatológica de la gran restauración.
Artífice principal de esa obra es el tsémah, personaje ciertamente mesiano, aunque no el Mesías en persona, según lo dicho. Es sólo un vicario o lugarteniente suyo en lo temporal, parejo de su vicario en lo espiritual, prefigurados ambos en el Zorobabel y el Jesús del ciclo babilónico.

Para entender esto de raíz, es de saber que Cristo tiene dos tronos, el uno como sacerdote, que es el de Melquisedec, y el otro como rey, que es el de David su padre. Por su vicario en lo espiritual hace siglos que se sienta en el trono de Melquisedec. Algún día se sentará también en el de David por su lugarteniente en lo temporal, al tiempo de la universal restauración prometida y esperada (Hech. III, 20 s.: cf. I, 6 s.), de que no fué más que un rasguño la restauración histórica.
A ese gran lugarteniente del Cristo en lo temporal, se le dan varios otros nombres en la Escritura. Y sea el primero y principal el de hijo varón (filius masculus) de Ap. XII, 5 ss., quien con la ayuda de San Miguel (cf. Dn. XII = Is. IV), da la batalla al dragón rojo, y salva a su madre la Iglesia del asedio infernal. Este varón del Ap. XII sería el varón (masculus) de Is. LXVI, 7 s., señal de triunfo y bienandanza, que implica en sí la final rehabilitación de Sión (Is. ib.). Ni sería otro aquel misterioso personaje, a quien el Señor llama "el varón (virum) de mi sociedad", a cuya muerte se sigue la dispersión de la grey humana, lo mismo en Zac. XIII, 7 s., que en Ap. XII, 5 ss. (cf. Miq. V, 1 y el discreto simbolismo de Is. XXII, 25).


Este héroe es, a no dudarlo, el gran caudillo (caput unum) y el pastor único (pastor unus), a quien Os. I, 11; III, 4 s., y Ez. XXXIV, 23; XXXVII, 24, respectivamente atribuyen la reunión de Judá e Israel en un solo reino (cf. Is. XI, 11 ss.), empresa ésta que según Zacarías les ha de costar mucha sangre, así propia como de sus adversarios (Zac. IX, 11-XI, 3). Es el rey justo que celebra Is. XXXII ("Ecce in iustitia, regnavit rex"), y el guerrero irresistible que canta Is. XLI ("Quis suscitavit ab oriente justum?"), que no hay por qué confundir con Ciro, pues trata de un caudillo de Israel, cuyas hazañas se ensalzan a continuación en Is. XLI, 8-16 (= Is. XXIV, 16; Abd. 17 ss.; Miq. IV, 13; V, 8 s.; Ag. II, 21-24; Zac. IX, 13 ss.; X, 5 ss.; XII, 6 ss.; Mal. IV, 2 s.).
Como lugarteniente de Cristo Rey, su misión peculiar es hacer justicia y de ella recibe el nombre de justo o justiciero, según hemos podido apreciar ya en varios vaticinios (Is. XXIV, 16; XXXII, 1; XLI, 2), y veremos todavía en otros muchos, a comenzar por el salmo LXXXIV (LXXXV), 9-14:

“Quiero escuchar lo que dirá Yahvé mi Dios; sus palabras serán de paz para su pueblo y para sus santos, y para los que de corazón se vuelvan a Él. Sí, cercana esta su salvación para los que le temen; y la Gloria fijará su morada en nuestro país. La misericordia y la fidelidad se saldrán al encuentro; se darán el ósculo la justicia y la paz. La fidelidad germinará de la tierra y la justicia se asomará desde el cielo. El mismo Yahvé dará el bien y nuestra tierra dará su fruto (yebul). La justicia marchara ante Él y la salud sobre la huella de sus pasos”.

Ese fruto (yebul) que la tierra produce, es el fruto (peri) de la tierra en Isaías, donde es un sucedáneo de tsémah. Véase:

“En aquel día el Pimpollo (tsémah) de Yahvé será la magnificencia y la gloria, el fruto (peri) de la tierra, la grandeza y el orgullo de los de Israel que se salvaren (Is. IV, 2)”.

Y al tsémah le compete la justicia:

He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que suscitaré a David un Vástago (tsémah) justo, que reinará como rey, y será sabio, y ejecutará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días Judá será salvo, e Israel habitará en paz (Jer. XXIII, 5-6. Cfr. XXXIII, 14-17)”.

“Saltad de gozo, hijos de Sión, y regocijaos en Yahvé, vuestro Dios; porque Él os dará al Maestro (dictatorem) de la justicia (Jl. II, 23)”.

“Mas para vosotros que teméis mi Nombre, se levantará el Sol de justicia, que en sus alas traerá la salvación; y saldréis vosotros, y saltaréis como terneros (que salen) del establo. Y pisotearéis a los impíos, pues serán como ceniza debajo de las plantas de vuestros pies, en aquel día que Yo preparo, dice Yahvé de los ejércitos (Mal. IV, 2 s.)”.

En virtud de los varios paralelismos, en este texto de Malaquías, hay tres cosas principales que notar, como otras tantas articulaciones que sincronizan el acontecimiento:

El protagonista es el sol de justicia (Mal.) = el dictador de la justicia (Joel), el rey justo, o simplemente el justo (Is.) = el tsémah, justo o justiciero (Jer.).

La hazaña es la misma que ya notamos en Is. XLI, 8-16, flanqueada con más de media docena de lugares paralelos.

El tiempo del evento es "el día que hizo el Señor", que no sería otro que el de su parusía.

En confirmación de esta tercera notación, en el lugar paralelo de Zac. IX, 14 se dice expresamente:

“Aparecerá sobre ellos Yahvé, y saldrán como rayos sus saetas; Yahvé, el Señor, tocará la trompeta, y marchará entre los torbellinos del austro”.

Y en Hab. III, 3:

“Viene Dios desde Temán, y el Santo del monte Farán”.

Y luego en III, 13:

“Saliste para la salvación de tu pueblo, para salvación de tu ungido”. Cfr. Salmos II y XCVI (XCVII).

A juzgar por estos y otros lugares paralelos (cf. Is. XLII, 13 ss.), tendríamos aquí el primer acto del juicio universal de las naciones (Ap. VI, 12-17); es decir, la llamada hecatombe de Idumea (Is. XXXIV, 1-8 [+ II, 10-22]; Abd. 15 ss.; Joel II, 20 etc.), según lo expuesto en la primera parte, n.° 2.

A una acción tan memorable, en que el Señor mismo quiso tomar parte activa, no le pudo faltar el epinicio, y lo tiene muy cumplido en el Salmo CXVII (CXVIII), que comienza así: "Alabad a Yahvé porque es bueno, porque su misericordia permanece para siempre. Diga ahora la casa de Israel: “Su misericordia permanece para siempre, etc." (léase y medítese todo entero), y el v. 24, con manifiesta indicación de tan gran día, repite con el profeta: "Este es el día que hizo Yahvé, alegrémonos por él y celebrémoslo”.
Las múltiples descripciones de esa acción (Is., Miq., Abd., Ag., Zac., Mal., Joel, Hab., Sal. XCVI [XCVII], Ap. XI cc.) todas son horripilantes, y los enemigos del Señor han de quedar aplastados, mas no deshechos, pues a la muerte del gran caudillo reaccionan con ventaja (Ap. XII, 7.13 ss. = Zac. XIII, 7 - XIV, 2; cf. Is. XXXII, 19 - XXXIII, 1 ss.), y bajo la égida del último anticristo triunfan por doquier irresistiblemente (Ap. XIII ss.), de manera que el Señor, ya sin la colaboración del héroe desaparecido (Ap. XII, 15; Zac. XIII, 7; Miq. V, 1; Is. XXII, 25), vese como obligado a intervenir de nuevo (Is. LIX, 16 ss.; LXIII, 1-6; LXVI, 15 ss.; Sal. CIX [CX]; Joel III, 9 ss.; Zac. XIV, 3 ss.; = I Thes. I, 7 ss.; II, 8; Ap. XIV fin; XIX, 11 ss.), para defender su causa y la de su Ungido (Ap. XI, 15-18; cf. Sal. II; Hab. III, 13).

Bien se echa de ver por esta rapidísima reseña la trascendencia del Zorobabel escatológico.
De mucha menor importancia es la acción del Zorobabel histórico, pues fuera de ser caudillo nada belicoso (cf. Zac. IV, 6) de los judíos repatriados, la profecía sólo le atribuye la reedificación del templo de Jerusalén. Mas no se olvide tampoco aquí que a través de este modesto templo, obra del Zorobabel pacífico, hay que contemplar otro templo, inmensamente más glorioso (Ag. II, 6-9), que levantará el futuro Zorobabel guerrero (Zac. VI, 12-13), o masculus de Is. LXVI, 1.7 s. (cf. Is. XLV, 13; Jer. XXX, 18-24). En efecto, el proyecto de este último templo, diseñado por Ezequiel, cc. XL y ss., aún está por realizarse, pero se habrá de realizar algún día, pues las huestes del último anticristo han de hollar sus atrios (Ap. XI, 2), y el propio anticristo acabará por instalarse en él (Mt. XXIV, 15 y par.), para hacerse adorar como Dios, hasta que "el Señor de toda la tierra" le desplace (II Thes. II, 1 ss.) y llene de gloria el profanado templo (Mal. III, 1 ss.)[1].






[1] Ni una palabra más para agregar. Sólamente observemos una vez más que el futuro (y próximo) Templo no será obra de los enemigos de Dios sino, muy por el contrario, de sus elegidos. Nada hay que temer en este sentido.