9. LA GESTA DEL TSÉMAH EN LAS PROFECÍAS
Uno de los personajes de la futura restauración mejor definidos en las
profecías, es el tsémah, germen,
vástago, retoño o renuevo de la dinastía davídica, presagiado en el Zorobabel
histórico y en quien se hará a su tiempo la restauración de esa misma dinastía,
y con ella de todo el pueblo de Dios y del sagrado templo, en unas
circunstancias sociales, políticas y religiosas, de gravedad extraordinaria,
que él con la ayuda del Señor sabrá superar garbosamente. Muerto en lucha
desigual por la justicia, le suplanta, según todos los indicios, el último
anticristo.
Los términos tsémah, y tsamáh se usan unas cuarenta veces en la Biblia, mitad en los
libros proféticos y mitad en los históricos y didácticos. Fuera de los profetas
esos vocablos guardan la significación común de "germen" o
"germinar", pero en los libros proféticos, salvo dos o tres
excepciones (Os., Ez.), siempre se
refieren a la obra escatológica de la gran restauración.
Artífice principal de esa obra es el tsémah,
personaje ciertamente mesiano, aunque no el Mesías en persona, según lo dicho.
Es sólo un vicario o lugarteniente suyo en lo temporal, parejo de su vicario en
lo espiritual, prefigurados ambos en el Zorobabel y el Jesús del ciclo
babilónico.
Para entender esto de raíz, es de saber que Cristo
tiene dos tronos, el uno como sacerdote, que es el de Melquisedec, y el otro
como rey, que es el de David su padre. Por su vicario en lo espiritual hace
siglos que se sienta en el trono de Melquisedec. Algún día se sentará también
en el de David por su lugarteniente en lo temporal, al tiempo de la universal
restauración prometida y esperada (Hech. III, 20 s.: cf. I, 6 s.), de que no
fué más que un rasguño la restauración histórica.
A ese gran lugarteniente
del Cristo en lo temporal, se le dan
varios otros nombres en la Escritura. Y sea el primero y principal el de hijo
varón (filius masculus) de Ap. XII, 5 ss., quien con la ayuda de San Miguel (cf. Dn. XII = Is. IV), da la batalla al dragón rojo, y salva a su madre
la Iglesia del asedio infernal. Este varón del Ap. XII sería el varón (masculus)
de Is. LXVI, 7 s., señal de triunfo
y bienandanza, que implica en sí la final rehabilitación de Sión (Is. ib.).
Ni sería otro aquel misterioso personaje, a quien el Señor llama "el varón
(virum) de mi sociedad", a cuya
muerte se sigue la dispersión de la grey humana, lo mismo en Zac. XIII, 7 s., que en Ap. XII, 5 ss. (cf. Miq. V, 1 y el discreto simbolismo de Is. XXII, 25).
Este héroe es, a no dudarlo, el gran caudillo (caput unum) y el pastor único (pastor
unus), a quien Os. I, 11; III, 4 s.,
y Ez. XXXIV, 23; XXXVII, 24, respectivamente atribuyen la reunión de Judá e
Israel en un solo reino (cf. Is. XI, 11 ss.), empresa ésta que según Zacarías
les ha de costar mucha sangre, así propia como de sus adversarios (Zac. IX,
11-XI, 3). Es el rey justo que celebra Is. XXXII ("Ecce in iustitia,
regnavit rex"), y el guerrero irresistible que canta Is. XLI ("Quis
suscitavit ab oriente justum?"), que no hay por qué confundir con Ciro,
pues trata de un caudillo de Israel, cuyas hazañas se ensalzan a continuación
en Is. XLI, 8-16 (= Is. XXIV, 16;
Abd. 17 ss.; Miq. IV, 13; V, 8 s.; Ag. II, 21-24; Zac. IX, 13 ss.; X, 5 ss.; XII, 6 ss.; Mal. IV, 2 s.).
Como lugarteniente de
Cristo Rey, su misión peculiar es hacer justicia y de ella recibe el nombre de
justo o justiciero, según hemos podido apreciar ya en varios vaticinios (Is. XXIV, 16; XXXII, 1; XLI, 2), y
veremos todavía en otros muchos, a comenzar por el salmo LXXXIV (LXXXV), 9-14:
“Quiero
escuchar lo que dirá Yahvé mi Dios; sus palabras serán de paz para su pueblo y
para sus santos, y para los que de corazón se vuelvan a Él. Sí, cercana esta su
salvación para los que le temen; y la
Gloria fijará su morada en nuestro país. La misericordia y la fidelidad se
saldrán al encuentro; se darán el ósculo la justicia y la paz. La fidelidad
germinará de la tierra y la justicia se asomará desde el cielo. El mismo
Yahvé dará el bien y nuestra tierra dará su fruto (yebul). La justicia marchara ante Él y la salud sobre la huella de
sus pasos”.
Ese fruto (yebul) que la tierra produce, es el
fruto (peri) de la tierra en Isaías, donde es un sucedáneo de tsémah. Véase:
“En
aquel día el Pimpollo (tsémah) de
Yahvé será la magnificencia y la gloria, el fruto (peri) de la tierra, la grandeza y el orgullo de los de Israel que
se salvaren (Is. IV, 2)”.
Y al tsémah le compete la justicia:
“He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que suscitaré a David un Vástago (tsémah) justo, que reinará como rey, y será sabio, y ejecutará el derecho y
la justicia en la tierra. En sus días
Judá será salvo, e Israel habitará en paz (Jer. XXIII,
5-6. Cfr. XXXIII,
14-17)”.
“Saltad
de gozo, hijos de Sión, y regocijaos en Yahvé, vuestro Dios; porque Él os dará
al Maestro (dictatorem) de la justicia (Jl. II, 23)”.
“Mas
para vosotros que teméis mi Nombre, se levantará el Sol de justicia, que en sus
alas traerá la salvación; y saldréis vosotros, y saltaréis como terneros (que salen) del establo. Y pisotearéis a los impíos, pues serán como
ceniza debajo de las plantas de vuestros pies, en aquel día que Yo preparo,
dice Yahvé de los ejércitos (Mal.
IV, 2 s.)”.
En virtud de los varios
paralelismos, en este texto de Malaquías,
hay tres cosas principales que notar, como otras tantas articulaciones que
sincronizan el acontecimiento:
1° El protagonista es el sol de justicia (Mal.) = el
dictador de la justicia (Joel), el
rey justo, o simplemente el justo (Is.)
= el tsémah, justo o justiciero
(Jer.).
2° La hazaña es la misma que ya notamos en Is. XLI, 8-16, flanqueada con más de
media docena de lugares paralelos.
3° El tiempo del evento es "el día que hizo el
Señor", que no sería otro que el de su parusía.
En confirmación de esta
tercera notación, en el lugar paralelo de Zac.
IX, 14 se dice expresamente:
“Aparecerá
sobre ellos Yahvé, y saldrán como rayos sus saetas; Yahvé, el Señor, tocará la
trompeta, y marchará entre los torbellinos del austro”.
Y en Hab. III, 3:
“Viene
Dios desde Temán, y el Santo del monte Farán”.
Y luego en III, 13:
“Saliste
para la salvación de tu pueblo, para salvación de tu ungido”. Cfr. Salmos II y XCVI (XCVII).
A juzgar por estos y otros
lugares paralelos (cf. Is. XLII, 13 ss.),
tendríamos aquí el primer acto del juicio universal de las naciones (Ap. VI, 12-17); es decir, la llamada
hecatombe de Idumea (Is. XXXIV, 1-8
[+ II, 10-22]; Abd. 15 ss.; Joel II, 20 etc.), según lo expuesto en la primera
parte, n.° 2.
A una acción tan
memorable, en que el Señor mismo quiso tomar parte activa, no le pudo faltar el
epinicio, y lo tiene muy cumplido en el Salmo
CXVII (CXVIII), que comienza
así: "Alabad a Yahvé porque es bueno, porque su misericordia permanece
para siempre. Diga ahora la casa de Israel: “Su misericordia permanece para
siempre, etc." (léase y medítese todo entero), y el v. 24, con manifiesta indicación de tan gran día, repite con el
profeta: "Este es el día que hizo Yahvé, alegrémonos por él y
celebrémoslo”.
Las múltiples
descripciones de esa acción (Is., Miq.,
Abd., Ag., Zac., Mal., Joel, Hab., Sal. XCVI [XCVII], Ap. XI cc.)
todas son horripilantes, y los enemigos del Señor han de quedar aplastados, mas
no deshechos, pues a la muerte del gran caudillo reaccionan con ventaja (Ap. XII, 7.13 ss. = Zac. XIII, 7 - XIV, 2;
cf. Is. XXXII, 19 - XXXIII, 1 ss.),
y bajo la égida del último anticristo triunfan por doquier irresistiblemente (Ap. XIII ss.), de manera que el Señor,
ya sin la colaboración del héroe desaparecido (Ap. XII, 15; Zac. XIII, 7; Miq. V, 1; Is. XXII, 25), vese como
obligado a intervenir de nuevo (Is. LIX, 16 ss.; LXIII, 1-6; LXVI, 15 ss.; Sal. CIX [CX]; Joel III, 9 ss.; Zac. XIV, 3 ss.; = I Thes. I, 7 ss.; II, 8; Ap. XIV fin;
XIX, 11 ss.), para defender su causa
y la de su Ungido (Ap. XI, 15-18;
cf. Sal. II; Hab. III, 13).
Bien se echa de ver por
esta rapidísima reseña la trascendencia del Zorobabel escatológico.
De mucha menor importancia es la acción del Zorobabel
histórico, pues fuera de ser caudillo nada belicoso (cf. Zac. IV, 6) de los
judíos repatriados, la profecía sólo le atribuye la reedificación del templo de
Jerusalén. Mas no se olvide tampoco aquí que a través de este modesto templo,
obra del Zorobabel pacífico, hay que contemplar otro templo, inmensamente más
glorioso (Ag. II, 6-9), que levantará el futuro Zorobabel guerrero (Zac. VI,
12-13), o masculus de Is. LXVI, 1.7
s. (cf. Is. XLV, 13; Jer. XXX, 18-24). En efecto, el proyecto de este último
templo, diseñado por Ezequiel, cc. XL y ss., aún está por realizarse, pero se
habrá de realizar algún día, pues las huestes del último anticristo han de
hollar sus atrios (Ap. XI, 2), y el propio anticristo acabará por instalarse en
él (Mt. XXIV, 15 y par.), para hacerse adorar como Dios, hasta que "el
Señor de toda la tierra" le desplace (II Thes. II, 1 ss.) y llene de
gloria el profanado templo (Mal. III, 1 ss.)[1].
[1] Ni una palabra más para agregar. Sólamente observemos una vez más que
el futuro (y próximo) Templo no será obra de los enemigos de Dios sino, muy por
el contrario, de sus elegidos. Nada hay
que temer en este sentido.