lunes, 26 de febrero de 2024

Introducción al Libro de lo justo, por L. B. Drach, rabino converso (IX de XII)

   13. Es cierto que sostengo que los libros de Josué y Samuel, tal como los tenemos, fueron escritos después de la muerte de estos profetas. Teodoreto insiste en este hecho en cuatro lugares de su comentario a Josué y Reyes. He transcrito sus propias palabras. Procopio dice lo mismo en su comentario sobre Josué. Bonfrerio, en sus Praeloquia in Script. S., escribe:

«Hay que decir que estos libros (a saber, los de Samuel) fueron escritos por diversas personas en diversos momentos». 

El P. Torniel, general de la orden de los barnabitas, ilustrado por nombres como Gerdil, Lambruschini, Ungarelli, Vercellone, etc., defiende esta opinión respecto al libro de Josué, y el P. Becan (Martín), jesuita, está lejos de rechazarla. 

«El libro de Josué, dice en su Analogía V. Novique T., fue escrito o por el mismo Josué o por otro, tal como afirma Agustín Torniel en el libro Annal.». 

El P. Veith: 

«El libro de Josué. Es incierto su autor». 

El famoso teólogo Liebermann: 

«A muchos les agrada este término medio: Josué, dicen, dejó escritos comentarios de sus hazañas, que un autor posterior, como Samuel, puso en orden», vol. I, p. 261. Editio IV origin. Mogunt. 

Y en p. 263: 

«Cualquiera sea el autor del libro de los Reyes, que algunos quieren que haya sido escrito por Jeremías, otros por Esdras, es cierto que éste poseía comentarios públicos que los demás carecían, de entre los cuales tal vez clasificó los cuatro libros». 

El Barón Henrion, en su Histoire ecclésiastique, otro grandioso monumento que se levanta en los talleres católicos de Montrouge, admite también la posibilidad de que el libro de Josué haya sido escrito a partir de las memorias de un autor que vivió en la época de este líder hebreo (vol. III, col. 1083). El P. Glaire, que con sus largos trabajos ha prestado un gran servicio a los estudios bíblicos, está de acuerdo con los que hacen de Esdras el autor de Samuel y de los dos libros de los Reyes (Introd., vol. III, p. 185). Podría citar a muchos otros escritores católicos que son de esta opinión. En general, cuando la Iglesia no nos dice a quién dictó el Espíritu Santo tal o cual libro de la Biblia, no sólo es poco importante saber quién fue el escritor, sino que San Gregorio Papa considera que tomarse la molestia de saberlo sería hacer el mismo ridículo que quien, habiendo recibido una carta de un alto personaje, buscara curiosamente saber con qué pluma fue escrita. Nos basta con saber que el autor del libro es el Espíritu Santo (Moral. in Job prœf.). Los que escribieron fueron meros instrumentos, como dice el P. Bonfrerio.

14. Con el Pentateuco es muy diferente. En ninguna parte del prólogo atacado se encontrará que no lo atribuyo a la mano de Moisés, para utilizar la expresión habitual del texto sagrado. Se ha visto que digo anatema a la osadía del ministro anglicano que refiere su composición a más de ochocientos años después del legislador del Horeb. Si narro un pasaje del Talmud que sólo concede a Moisés la escritura de sus leyes y de algunos hechos históricos, a nadie se le habrá ocurrido que se trata de mi propio sentimiento: todo mi contexto demuestra lo contrario, y el valor de mi adversario no irá tan lejos, espero, como para querer hacerme pasar por un seguidor del Talmud, del que he abjurado formalmente ante la pila bautismal: aborrezco la superstición judaica y renuncio a ella. Si tuviéramos que responder por todas las opiniones que tenemos ocasión de citar en nuestras obras, ¿dónde estaríamos, Dios mío? Santo Tomás y los mismos Santos Padres no escaparían a una condena. Lo que pienso es que Moisés, para escribir la historia de los primeros tiempos, las genealogías y los años de los patriarcas, etc., por supuesto bajo inspiración divina, pudo tener ante sus ojos documentos que existían antes que él, y de los que el Yaschar contiene ciertos fragmentos que nos enseñan interesantes particularidades que el Espíritu Santo no consideró oportuno admitir en el volumen sagrado, y que no podemos menos que aceptar como complementos históricos. La existencia de estos documentos o memorias, y el uso que pudo hacer de ellos el primer jefe del pueblo hebreo, tienen para ellos, en primer lugar, el sentimiento del gran Bossuet; es decir, algo que hay que destacar, del obispo que fue el primero en dar la voz de alarma ante la aparición de la desafortunada Historia Crítica de R. Simon.

15. Las palabras que voy a citar son, efectivamente, del águila de Meaux; nadie se equivocará. 

«Hay incluso grandes razones para creer que, en el linaje en el que se conservó el conocimiento de Dios, también se conservaron, por escrito, las memorias de los tiempos antiguos. Porque los hombres nunca han estado sin este cuidado… Estos son los medios por los que Dios preservó la memoria de las cosas pasadas hasta Moisés. Este gran hombre, instruido por todos estos medios, y elevado sobre ellos por el Espíritu Santo, escribió las obras de Dios, etc.»[1]. 

16. Después de Bossuet sería superfluo acumular aquí las demás autoridades que podría alegar, y algunas de las cuales aparecerán naturalmente a continuación. Por otra parte, están perfectamente resumidas en la excelente y erudita introducción a los Libros Sagrados del P. Glaire: 

«Finalmente, todo nos lleva a creer, escribe, que Moisés encontró entre los israelitas, antiguas memorias que le sirvieron para componer el Génesis; esta es, al menos, la opinión de un gran número de críticos tan sabios como eruditos». 

Cita un conocido pasaje de D. Calmet que se expresa en el mismo sentido y añade que el libro del justo, el Yaschar, era, hasta donde sabe, una historia de los antiguos.

17. El lector está ahora suficientemente edificado; le he puesto en situación de apreciar el valor y justicia de la crítica de mi oponente. No pretendo, como él, que me tomen la palabra.

18. Cito Textualmente: 

«No obstante, se permitirá, y será nuestro deber, combatir enérgicamente dos afirmaciones principales a las que el Sr. Drach parece estar MUY apegado. En primer lugar, no cree en la autenticidad de los libros de Moisés, en cuanto a la redacción actual. Sin asignar un momento preciso para esta redacción, afirma que se remonta a una época posterior a la de Samuel. En segundo lugar, puesto que el Sr. Drach quiere que el Pentateuco, así como los libros de Josué y Samuel, etc., hayan sido escritos sólo según las antiguas memorias conservadas, afirma que el Yaschar, salvo numerosas interpolaciones y adiciones, es, en algunos lugares, según él muy reconocible, una de las antiguas memorias anteriores a la época de la redacción del Pentateuco, y que puede proporcionarnos complementos muy útiles para interpretar el texto bíblico. Creemos resumir así muy fielmente la doble afirmación del Sr. Drach, y la rechazamos por ser igualmente errónea en ambos puntos». 

Haec illi!

19. Protesto con toda la energía de mi alma, ante Dios y los hombres, contra este resumen supuestamente muy fiel. Por el contrario, es muy infiel, muy pérfido, imaginado y hecho a placer bajo la inspiración de una mala voluntad. Desafío a quien haya tenido el triste valor de escribir estas líneas, que demuestre, con cualquier texto de mi prólogo, que niego que Moisés sea el autor del Pentateuco y que posponga su redacción hasta después de Samuel. Si hubiera encontrado uno, no cabe duda que lo habría reproducido en su totalidad. No he promovido esta impiedad, absit! absit! y, por lo tanto, no estoy muy apegado a ella, tal como afirma gratuitamente.

20. Ya veis la táctica de nuestro hombre: incluye insidiosamente juntos el Pentateuco, el libro de Josué y el de Samuel para trasladar al primero lo que digo de los otros. Cualquier lector juicioso y recto de mi prólogo habrá notado que mientras señalo que la muerte de Josué y Samuel, así como la evocación de la sombra de este último, se relatan en los libros titulados con sus nombres, guardo silencio sobre la muerte de Moisés que se lee en el Deuteronomio. Tan cierto es que, sobre la delicada cuestión de la redacción del Pentateuco, tengo cuidado de mantenerme al margen, por temor a chocar con la tradición de la Iglesia, y especialmente con las adorables palabras de nuestro Divino Salvador: Moisés escribió.

21. Como no he entrado de ninguna manera en la cuestión de la redacción del Pentateuco, no he tenido ocasión de desarrollar la razón de mi silencio sobre la muerte de Moisés. Diré aquí brevemente mi pensamiento que ya, en 1827, expresé en dos lugares de mi edición de la Biblia de Vence, vol. I y IV. La gran mayoría de los católicos modernos admiten que este relato no es de Moisés. Van incluso más allá: abandonan todo el último capítulo del Deuteronomio, y varios, los dos últimos capítulos. El P. Glaire, cuya autoridad es grande en materia de Sagrada Escritura, afirma en su Introd. vol. III, p. 42, que hay acuerdo general en considerar estos dos capítulos como no pertenecientes al Pentateuco. ¿No significa esto, obviamente, que fueron añadidos con posterioridad? Bonfrerio, quien afirma que no se puede poner en duda, salva fide, que Moisés es el autor del Pentateuco, no dice menos respecto a este agregado: a menudo tiene una mejor opinión que las de los demás. Por mi parte, esta concesión me repugna: me parece que vulnera la integridad del Pentateuco. Los profetas del Antiguo Testamento predijeron acontecimientos que no se cumplieron hasta muchos siglos después, ¿por qué negarse a creer que el más grande de los profetas haya escrito, con espíritu profético y bajo el dictado de Dios, su próxima muerte y las circunstancias que iban a acompañarla? Algunos, aunque ciertamente pocos, piensan así, entre ellos Orígenes (C. Cels. Lib. 2.), y tal es la tradición de la antigua Sinagoga, de la Sinagoga todavía fiel y depositaria de la tradición, una tradición atestiguada por Filón, Josefo y el Talmud. Este código farisaico de la Sinagoga caída, aunque no atribuye la totalidad del Pentateuco a Moisés, estaba, sin embargo, obligado a registrar esta tradición en sus columnas. Se encuentra en el tratado Baba Bathra, fol. 15, recto, y en el tratado Menahhot, fol. 30, recto, y Maimónides lo repite en su Tratado de la Oración, cap. XIII, 6. Para lograr la aceptación de su falsa doctrina, los fariseos difundieron falsas tradiciones que Nuestro Señor condenó con una sola palabra: vuestras tradiciones, pero no pudieron borrar de la memoria de la nación las tradiciones existentes.



 [1] Discurso sobre la Historia Universal, 2 parte, cap. III.