c) La Destrucción de la Trinidad Satánica
“La consumación decretada se derramará sobre el devastador” (Dan. IX, 27).
Ha llegado la hora del juicio del “pequeño cuerno” –el Anticristo– y el profeta Daniel nos transporta ante el trono de Dios.
“Estuve
mirando hasta que fueron puestos tronos; y se sentó el Anciano de días... Se
sentó el tribunal y fueron abiertos los libros. Miraba yo entonces a causa del
ruido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; y mientras estaba mirando
fue muerta la Bestia y su cuerpo destruido y entregado a las llamas del fuego.
A las
otras bestias también les fue quitado su dominio, pero les fue prolongada la
vida hasta un tiempo y un momento.
Seguía yo mirando en la visión nocturna, y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre, el cual llegó al Anciano de días, y le presentaron delante de Él. Y le fue dado el señorío, la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron” (Dan. VII, 9-14).
El Retorno de Cristo sobre la nube y la proclamación del Reino están unidos a la destrucción del arrogante “pequeño cuerno”. ¡Cuán singular es esta ruina del Anticristo!
Isaías vio igualmente el fin del Adversario:
“Herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío” (Is. XI, 4).
Y más adelante muestra la ruina de Satanás:
“En
aquel día Jehová castigará
Con
su espada cortante (la Palabra);
grande y fuerte,
A
Leviatán, la serpiente huidiza,
A Leviatán, la serpiente tortuosa” (Is. XXVII, 1).
El testimonio de San pablo concuerda completamente con el de los profetas:
“Y entonces se hará manifiesto el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca y destruirá con la manifestación de su Parusía” (II Tes. II, 8).
San Juan, en el Apocalipsis, vio a su vez el fin de la trinidad satánica, después del encuentro y el combate de sus ejércitos, dirigidos por espíritus de demonios, con los ejércitos celestiales conducidos por Cristo.
“Y vi
a la Bestia, y a los reyes de la tierra, y a sus ejércitos, reunidos para dar
la batalla contra Aquel que montaba el caballo y contra su ejército.
Y la
Bestia fue presa, y con ella el falso profeta, que delante de ella había hecho
los prodigios, por medio de los cuales había seducido a los que recibieron la
marca de la Bestia y a los que adoraron su estatua.
Estos
dos fueron arrojados vivos al lago del fuego encendido con azufre.
Los demás –los reyes– fueron trucidados con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se hartaron de la carne de ellos” (Apoc. XIX, 19-21).
La suerte de la Bestia y del Falso Profeta está echada: son arrojados al estanque de fuego y azufre. Satanás se les unirá antes de los cielos nuevos y tierra nueva, pero ahora solamente está atado en el abismo por mil años.
“Un
ángel... lo arrojó al abismo que cerró y sobre el cual puso sello para que no
sedujese más a las naciones, hasta que se hubiesen cumplido los mil años,
después de lo cual ha de ser soltado por un poco de tiempo (Apoc. XX, 1-3).