5) Las Congregaciones alrededor de Cristo
El Anticristo seducirá y engañará a Israel presentándose como el Cristo. Subyugará a las Naciones, cogidas en la trampa de los compromisos, por medio de su poder dictatorial. Esta doble acción estará marcada por dos “parusías”.
El hombre de pecado aparecerá primero montado sobre el caballo blanco del primer Sello, luego como la Bestia investida con el poder de Satanás, que surge del mar, es decir, en el lenguaje profético, de en medio de las masas populares.
Provocará la apostasía hasta hacerse adorar en el Templo.
La Serpiente antigua, que conoce las Escrituras y que será el animador del Anticristo, lo presentará en estas dos actitudes para falsificar mejor a Cristo.
Pues Cristo tendrá su Parusía bajo dos aspectos.
El Hijo del hombre debe venir “sobre las nubes con poder y grande gloria”, pero aparecerá también montado en un caballo blanco, como Juez, Rey de reyes y Señor de señores.
Estas dos manifestaciones son una, pero el Anticristo las querrá imitar, al menos en cuanto al número.
Este doble aspecto del Retorno del Señor nos muestra, una vez más, de qué manera el misterio de Cristo –si uno no busca penetrar su profundidad hasta en los menores detalles– puede parecer aparentemente contradictorio.
Jesús vuelve sobre las nubes,
como lo dijo al sumo Sacerdote, principalmente para Israel. ¿La Venida no es
acaso la alegría y el consuelo de su pueblo?
Pero el caballo, animal de guerra, sobre el cual aparece igualmente, indica los últimos combates y el juicio de las Naciones: la vendimia de los reyes y de los habitantes de la tierra.
a) La Siega para Israel
“Y
miré y había una nube blanca y sobre la nube uno sentado, semejante a Hijo de
hombre, que tenía en su cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada.
Y salió del templo otro ángel, gritando con poderosa voz al que estaba sentado
sobre la nube: “Echa tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, pues
la mies de la tierra está completamente seca”.
Entonces el que estaba sentado sobre la nube lanzó su hoz sobre la tierra y la tierra fue segada” (Apoc. XIV, 14-16).
El símbolo de la siega, así como el del pastor que agrupa su rebaño y separa las ovejas de los machos cabríos, ha sido escogido por los profetas de la Antigua Ley y por el mismo Jesús a fin de anunciar y explicar estas congregaciones y separaciones, tan características de los últimos días.
La gran profecía de Joel no puede dejar ninguna duda sobre la época de la “Siega” y de la “Vendimia”.
La guerra va a estallar, la guerra final:
“Preparaos
para la guerra,
Despertad
a los valientes.
Vengan
y suban
Todos
los hombres de guerra.
Forjad
espadas de vuestros azadones,
Y
lanzas de vuestras hoces;
Diga
el débil: “Yo soy fuerte”.
Apresuraos
y venid, gentes todas de en derredor,
Y congregaos…”. (Jl. III, 9-16).
¡Qué poderosa congregación alrededor del Anticristo! ¿No es el momento de intensificar las industrias de guerra, de utilizar incluso las máquinas agrícolas, de desintegrar el átomo?
Lo contrario sucederá durante el Reino: los instrumentos de guerra serán transformados en herramientas de paz, en instrumentos agrarios (Is. II, 4; Miq. III, 11).
A la coalición del Anticristo el profeta opone inmediatamente después los ejércitos de Cristo, seguido de otra congregación, la de las naciones, después de los combates, para su juicio.
“¡Y
Tú, Jehová, conduce allí tus campeones!
¡Levántense
y asciendan los gentiles
Al
valle de Josafat!
Porque allí me sentaré para juzgar a todos los gentiles a la redonda” (Jl. III, 11-12).
Entonces se describen la siega y la terrible vendimia:
“Echad
la hoz, porque la mies está ya madura,
Venid
y pisad, porque lleno está el lagar; se desbordan las tinas;
Pues su iniquidad es grande” (Jl. III, 13).
Las profecías de Joel anuncian las de Juan en Patmos; incluso se tuvieron que haber cumplido mucho antes, si el Reino se hubiera podido establecer poco tiempo después de la Ascensión de Cristo.
No olvidemos que el Bautista presentó al Mesías como el que tiene la criba en su mano y que va a proceder a las congregaciones y separaciones, según el gesto de los segadores y de los recolectores.
Pero la incredulidad de los jefes de la nación judía, el rechazo definitivo del Mesías, alejaron la venida del Reino. Sin embargo, Jesús habló en parábolas, que explicó a sus discípulos, a fin de que los que vivan cuando el Reino se acerque de nuevo puedan, como los centinelas vigilantes, detectar los grandes sucesos que están a punto de desarrollarse. Este es el momento de meditar la célebre parábola sobre la siega.
Jesús presenta a sus discípulos la descripción del mundo “mezclado”: la cizaña aparece en el campo del padre de familia, que sembró con buena semilla. –¿Quién sembró la cizaña sobre la buena tierra, en medio del buen trigo? “Es el enemigo –el Diablo–quien lo hizo”, responde Jesús. En su ardor, los siervos se ofrecen para arrancarla:
“No, no sea que, al recoger la cizaña, desarraiguéis también el trigo. Dejadlos crecer juntamente hasta la siega”.
Y entonces los segadores harán la gran separación (Mt. XIII, 24-30).
Los discípulos se quedaron perplejos. Jesús, que no quiere un corazón dividido, parece tolerar por un tiempo una situación de compromiso.
¿No es confesar que el campo, que es el mundo, no le pertenece a Él solo, que no es ese su Reino? Por eso Jesús podía decir:
“Ahora mi Reino no es de aquí” (Jn. XVIII, 36).
El campo, mezclado de buenos y malos, de espigas y cizaña, no es su bello feudo. Su Reino no es del mundo. Es del usurpador, de Satanás, que lo tiene por la falta de Adán, del hombre.
A su Reino solamente el Padre se lo dará y luego Él se lo entregará al Padre.
“Y los discípulos se acercaron a Él y dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña del campo”. Les respondió y dijo: “El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena semilla, ésos son los hijos del Reino. La cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es la consumación del siglo. Los segadores son los ángeles” (Mt. XIII, 36-39).
La explicación es clara y confirma todo cuanto hemos dicho sobre la descendencia de la mujer, sobre los hijos del Reino, ante los cuales se levantó y levantarán hasta el fin la descendencia de la Serpiente, los hijos del Maligno.
“La siega es la consumación del siglo”, dijo Jesús. Tanto el profeta Joel como Juan en el Apocalipsis la habían descripto bajo este aspecto. En cuanto a los ángeles, guardianes del pueblo de Dios, deben jugar también un rol principal en el tiempo de la siega.
Es un ángel quien da al Hijo del hombre, sentado sobre la nube, la señal de echar la hoz (Apoc. XIV, 15).
“Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y entonces se lamentarán
todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las
nubes del cielo con poder y gloria grande.
Y
enviará sus ángeles con trompeta de sonido grande, y juntarán a los elegidos de
Él de los cuatro vientos, de una extremidad del cielo hasta la otra” (Mt. XXIV,
30-31).