De
todo lo expuesto se desprende que el primogénito de Adán y Eva, hermano y rival
de Set, se le conocía con dos nombres, el bíblico de Caín y el profano de Horos
o Hurrun; y que del primero les viene a sus descendientes el nombre de Cainitas
y del segundo el de Auritas, Horitas, Horreos o Hurritas los cuales por consiguiente
se habrán de identificar con los Cainitas. Por otras palabras, Horitas y
Cainitas serían un mismo pueblo con dos nombres, si bien el uso pudo extender más o menos el ámbito
real de cada uno.
De
las dos grandes familias de Cainitas, los Aditas y los Tsel.litas, el nombre de
Horitas, Horreos o Hurritas, forjadores de un grande imperio, cuadra mejor a
los Tsel.litas, los geniales artesanos, que entre otros adelantos trajeron a la
humanidad la industria de los metales; y el nombre de Cainitas o Cineos lo
reserva la Biblia para los Aditas, pueblos pacíficos de músicos y pastores.
Balaám,
sin embargo, en su último vaticinio, da el nombre de Caín y de Cainitas a los
Horreos, y junta este nombre con el de los Setitas, como hacían los egipcios
con el de Horos y de Set.
Con alusión a la institución futura de la realeza en Israel canta así el profeta
improvisado (Num. XXIV, 17.21 s.):
17. Saldrá una estrella de Jacob,
y alzarse ha de Israel un cetro,
que tundirá las dos bandas de Moab
y extirpará a los hijos de Set…
21. Y mirando al cainita, elevó su canción y
dijo:
Por fuerte que sea tu morada, oh Caín,
y aunque pongas en la roca tu nido,
22. por cierto que será devastado,
hasta que Asur te lleve cautivo.
He
ahí a Set y Caín unidos, como en el capítulo IV del Génesis. Y es que no sólo se los recordaba juntos
en la tradición, tanto bíblica como egipcia, sino que estaban ambos presentes
en la historia y presentes los contempla Balaám, viendo tras los varios descendientes
de Set, que allí menciona, a estos descendientes de Caín anidados en las rocas
del Seir, es decir, a los Horreos y les vaticina su fatal ruina con palabras
enteramente semejantes a las que algún día usarán Abdías v. 3-4, y Jeremías XLIX,
16 contra los Idumeos que moraban en los mismos lugares formaban con los
Horreos un solo pueblo.
Hecho
verdaderamente significativo: Así como los sencillos y pacíficos Aditas (Gen. IV,
20 s.) congeniaron fácilmente con Jacob, según ya vimos, así los Tsel.litas
industriosos y violentos (Gen. IV, 22-24) simpatizaron más con Esaú. Es que
había entre los federados, semejanzas psicológicas innegables (cf. Gen. XXV,
27).
Sin
eso, entre los idumeos y los horreos había tal vez cierta simpatía religiosa,
fundada en el hecho de que tanto a Caín, padre de los horreos, como a Esaú,
padre de los idumeos, se les había frustrado el derecho de primogenitura que
llevaba consigo una manera de público sacerdocio. Este quedó vinculado en Abel y luego en Set,
contra las pretensiones de Caín, y más tarde en Jacob contra las pretensiones
de Esaú. Y para su ejercicio en Israel el Señor se escogió a los levitas en lugar
y representación de todos los hijos primogénitos, castigando ejemplarmente
ambiciosas pretensiones (Num. XVI-XVII). Y todo esto prefiguraba la
preterición temporal del primogénito de Dios, que es Israel (Ex. IV, 22; Eccli.
XXXVI, 14), en favor del pueblo gentil, que le sustituye hasta el presente en
su oficio de sacerdote, sacerdotium sanctum,
offerre spirituales hostias, acceptabiles Deo per Jesum Christum (I Ped. II,
5). ¡Misterios de la Providencia y de la historia!
***
Bien podemos ya concluir que muchos de los cainitas
pervivieron al Diluvio universal, y a estos cainitas pervivientes, y no a los
pre-diluvianos, es a quienes la tradición bíblica atribuye muchas invenciones
provechosas, particularmente el laboreo de los metales, en consonancia con la
tradición egipcia y la fenicia y de todas tres con la prehistoria.
Nada de cambiar el texto de la genealogía de Caín, o
de esquivar su sentido obvio con interpretaciones anodinas; y lo mismo digamos
de la línea de Set, tanto en la genealogía prediluviana como en la posdiluviana.
Con solo despojar a Cainán de su atuendo cronológico, ya se pueden tomar tal
como suenan las cifras referentes a los demás patriarcas, sin temor de
contravenir a los datos de la historia o de la prehistoria, por más exagerados
que parezcan.
Creemos que no se puede negar valor objetivo a estos
datos, recogidos sin esfuerzo, para construir con ellos, si no una tesis de
todo punto incontrovertible, sí ciertamente una hipótesis bien fundada, que
podrá tal vez convertirse en tesis, si los doctos llegan a con-vencerse que es
ese el único medio adecuado de salvaguardar la inerrancia del Sagrado Texto, la
cual se extiende a todo, sin restricción posible, lo mismo a los números que a
las palabras.
Hagamos honor a la competencia de los instrumentos
humanos; que Dios escogió para manifestarnos sus pensamientos divinos. No
caigamos en la simpleza criticista de pensar que sin la refinada técnica
histórica de nuestros días no se puede escribir historia muy verídica, y que
sin nuestros modernos métodos de computar el tiempo no se puede hacer
cronología verdadera, ni evitar los anacronismos. Valdría tanto como decir que
hasta que Aristóteles no formuló la Lógica artificial, los hombres no sabían
hacer razonamientos justos.
Pase una cierta reserva metódica, santificada por la
misma Iglesia, acerca de ciertos extremos de las primeras narraciones genesíacas.
Mas no se pase imprudentemente de la reserva metódica a la reserva sistemática,
que sería el tomar como fin la reserva misma, y descansando en ella, conceder menos
fe a esas narraciones en tales y cuáles puntos, v. gr. en las cifras,
significativas del tiempo, aun apareciendo evidente el intento del autor de
hacer cronología.
No, la reserva no podría mantenerse más que hasta
tanto que se encontrara una solución adecuada al problema planteado, solución
adecuada, que puede ser positiva o negativa; positiva, si la solución se basa
en una tesis bien probada, y negativa, si en hipótesis bien fundadas.
¿En qué sentido la hipótesis bien fundada da una
verdadera solución al problema, siquiera sea negativa? En que por el mismo
hecho de estar bien fundada la hipótesis, no puede ya impugnarse eficazmente la
verosimilitud que con ella se expresa, ni la verdad que en ella se ampara.
JOSÉ RAMOS GARCÍA, C. M. F.