IV
CRISTO REY Y HOMBRE EN EL ARTE
El arte cristiano primitivo se
inspiró en los dogmas; mucho tiempo conservó el espíritu tradicional de los
primeros siglos, que enseñaba a las masas las glorias del reino mesiánico
después de la vuelta gloriosa de Cristo.
Con el objeto de apoyar
nuestra tesis en el Arte, tomaremos tres temas iconográficos que nos parecen
muy significativos, y seguiremos bajo este punto de vista la evolución del arte
cristiano. El arte cristiano representó hasta el siglo XII la realeza de Cristo. Enseguida su humanidad tomó este lugar. En vez del pequeño rey aparece como niño
juguetón; en vez del Cristo coronado de piedras preciosas, aparece el Cristo
coronado de espinas; en vez del Rey en majestad aparece el Hijo del hombre
mostrando sus llagas.
El
siglo XIII quita definitivamente su corona a Jesús
Paso a paso seguiremos la
evolución de la representación de Cristo: en
los brazos de su madre—clavado en la cruz—volviendo sobre las nubes. La
evolución producida en estas tres formas iconográficas de la figura de Cristo
es absolutamente la misma; perderá a través de los siglos su majestad real para
ser finalmente privado de su corona.
I. EL
NIÑO Y LA MADRE
Nuestro primer tema es Jesús
niño sobre las rodillas o en brazos de su Madre. Esta representación
iconográfica de Cristo toma su carácter en Bizancio; la Virgen está sentada y
tiene al Niño sobre sus rodillas: los dos sobre el mismo eje, los dos en actitud
hierática y real. Numerosas imitaciones de la "Théotokos" (Madre de
Dios) se encuentran en Roma en donde se conservan todavía once en las cúpulas
de las diferentes basílicas, siendo la más famosa de ellas la de Santa María
Mayor.
Las Catedrales de Francia en
el siglo XII estaban adornadas de esta escena llena de grandeza en la cual
María presenta su Hijo Rey a la adoración de los hombres. Las más de las veces
María tiene en su mano el cetro real que el Niño es impotente aún de mantener.
El cetro es el gran símbolo que lo señala: "Va a destruir todas
las naciones con cetro de hierro" (Apoc. XII, 5).
La dignidad es la
característica de estas estatuas: el arte quiere servir a la gran causa del Rey
divino. Las catedrales de Chartres, de París, poseen las más bellas; la estatua
de la Mayor en Marsella tiene un carácter oriental casi salvaje. Más graciosa
es la de Monserrat.
Pero
pronto asistimos a la transformación de este espíritu primitivo; poco a poco van
desapareciendo la dignidad de la Madre y del Niño. Vemos entonces un Niñito que
juega sobre la falda de su Madre con el globo terráqueo; así se nos
representa en el precioso marfil de la Saint Chapelle en el Louvre. La Virgen
de Monserrat sostiene con respeto ese globo que pasa a ser después juguete del
Niño. ¿No representa el globo el signo iconográfico del don prodigioso que Dios
ofrece a su Hijo? "Pídeme y te daré
en herencia las naciones, y en posesión tuya los confines de la tierra"
(Sal. II, 8).
El artista que sin duda ha
querido halagar el sentido dogmático disminuído de los cristianos de entonces,
evoca a la Virgen María como una mamá dichosa, entretenida con el Niño risueño
y amable, que sólo es un "chico". A veces le ofrece el pecho que Él toma
ávidamente, o bien con audacia introduce su manecita por la túnica entreabierta
de su madre.
No hay duda que estos grupos
están llenos de matices muy humanos; son a veces — salvo algunos — verdaderas
obras maestras de expresión femenina e infantil. Un arte joven lleno de savia
se nos revela en estas estatuas y nos deja una sonrisa en el corazón.
La Virgen de Marturet en Riom
es verdaderamente encantadora con su "chiquitín taimado"; el pajarito
que tiene en su mano lo ha picado y él se enoja; deliciosos son ciertos cuadros
de las escuelas del Norte que nos presentan escenas en que la Virgen envuelve
al Niño con los pañales, o calienta su cuerpecito desnudo frente al fuego
mientras los ángeles secan sus ropas al calor de la llama. En otros, la Madre
hace tomar su sopita al Niño como en Gerardo David; para que el Niño tome bien
la sopa la madre le da una cucharita tal como hacían nuestras mamás con
nosotros. ¡La cucharita sopera ha venido
a reemplazar el cetro real en las manos del Salvador del Mundo!
¿Es este un arte que servía
para enseñar dogma al pueblo o para hacer brotar de su corazón una oración?
¡Este arte humano se
transformó en pagano![1]
Cuando seguimos el simple
desarrollo de este primer tema iconográfico de "El Niño y la Madre"
se excusa la reacción protestante que suprimió la reproducción de las imágenes:
ya los abusos no se medían.
De este modo ¡nuestro Jesús
del siglo XII, Rey con cetro y corona real, sentado en el trono de los brazos
maternos se transforma en el siglo XIII en un niño juguetón, divertido y por
fin en "un chiquitín"!
2. EL
CRUCIFIJO
Nuestro segundo estudio es el
de Jesús Crucificado. Deberíamos decir para ser verídicos: (por lo menos cuando
nos referimos a los siglos antiguos) el tema de Jesús glorificado sobre la
Cruz.
Repugnaba, parece, a los
artistas primitivos representar al Salvador sobre la Cruz bajo el aspecto
humillado y doloroso. Se consideraba su muerte como un triunfo y muchas veces
se confundía en el mismo tema iconográfico su crucifixión con su resurrección.
"Sobre algunos sarcófagos, escribe M. Bréhier, la cruz desnuda se levanta
coronada de laureles entre los cuales se destaca un monograma; dos palomas, signos
de la resurrección, se posan sobre los brazos de la cruz y a los pies de ella
están los soldados dormidos. Las dos escenas, coma vemos, están fundidas en una
sola composición que expresa maravillosamente el sentido de triunfo que se daba
al sacrificio del Calvario"[2].
Pronto vemos que se aísla a la
cruz; pero como en el ábside de San Apolinario "in classe", de
Ravena, es una gran cruz de pedrerías en la cual no figura el Crucificado.
En Monza, la cruz aparece
vacía aún, pero a ambos lados están crucificados los ladrones. Más tarde esta
misma cruz, todavía vacía, coronada por un busto de Cristo en un medallón; por
fin, tenemos una cruz de orfebrería copta, que se conserva en el Museo del
Cairo, que nos representa a Jesús sobre la cruz vestido con una larga túnica.
Se ha dado ya con el tema y se
seguirá desarrollándolo. Pero Cristo
sobre la cruz permanece siempre Rey, y a menudo está coronado de piedras
preciosas; su faz es dulce y viril, pero no dolorosa. Lleva una larga túnica o colobium. Uno de los ejemplares más
notables de este tema es el de Santa María la Antigua en el Palatino, atribuído
al siglo VIII.
La catedral de Amiens conserva
un hermosísimo ejemplar de este CRISTO, VIVO Y REY, SOBRE LA CRUZ. Italia
venera el famoso San Voult de Luca.
Hasta aquí la cruz ha sido un
trono, una glorificación para Aquél que en ella reposa. El crucificado es un
Rey, no es un ajusticiado. Pero pronto en
el siglo XIII, desaparece su carácter real y es Jesús hombre quien se nos
muestra moviéndonos a la compasión. ¡Cómo no conmoverse al ver los dolores
físicos atroces del crucificado, ante sus miembros estirados, sus manos
crispadas, sus rodillas encogidas, su faz apagada, dolorosa, lamentable! Su
cabeza está inclinada porque desde esa época Jesús es representado muerto sobre la Cruz.
La crucifixión de la parte
superior de la catedral de Reims nos muestra este profundo cambio; mejor aún,
el Cristo del Louvre, obra de Courajod, o bien el del Giotto, y por fin el
encantador bajorrelieve de San Julián el Pobre, colocado bajo el altar.
Pero sobre todo es la
crucifixión de Matías Grünewald la que nos permite medir la distancia enorme
entre los dos temas, Cristo Rey sobre la Cruz y el hombre crucificado.
El realismo ha llegado a su
cúspide y el místico que contempla esta representación dolorosamente trágica,
alimenta su imaginación de estas ideas conmovedoras pero humanas. Olvida la
realeza de Cristo para dar rienda suelta a su compasión por el pobre hombre,
hombre de dolores solamente; aun se ha llegado a llamarlo "despojo
humano".
[1] Nota del Blog: Confesamos
que toda esta sección no nos termina de convencer ni de gustar.
[2] L. BREHIER, "L'art chrétien",
París, Laurens, Pág. 80.